El agua dulce en los navíos

Por Oscar Salas Díez

Esta entrada pertenece a la la sección Apuntes sobre la construcción naval del siglo XVIII

El agua a bordo

Solo aquellos que han experimentado largo tiempo las agonías de la sed, pueden imaginar la emoción que solo el pensamiento de las fuentes y torrentes, despiertan en ellos.

Benjamin Vicuña Mackenna. (Autor de Juan Fernández. Historia Verdadera de la isla Robinson Crusoe).

He querido abordar este tema, de una importancia capital en el transcurso del siglo XVIII, en los bajeles del Rey, trayendo a colación dos noticias interesantísimas de conocer y/ó de recordar.

Lámina del diccionario de Navarro mostrando, entre otros utensilios a bordo de un navío, la pipería donde iba el agua y otros líquidos.
Lámina del diccionario de Navarro mostrando, entre otros utensilios a bordo de un navío, la pipería donde iba el agua y otros líquidos.

Por supuesto, todos estamos conscientes de que el agua de abordo, se constituía en algo más que un bien preciado, en un mantenedor de la vida ó salva vidas incuestionable.

El agua dulce en este siglo XVIII, se almacenaba en toneles, toneletes, pipas y cuarterolas de madera,  en las bodegas de los navíos,  pero tenían el grave inconveniente, de que el agua allí contenida, pronto se deterioraría, ó como se acostumbro a decir por aquellos años,  se corrompería.

Una vez a bordo, toda la gente de mar, era conocedora del riesgo que tenían que correr.

Baste citar un escrito de F. Ciscar (3), “A bordo estamos expuestos a que nos falte el agua, ó á que este elemento experimente notables deterioraciones, cuyos accidentes nos hagan perecer de sed en medio de las aguas”.

Podemos agregar, que cuando la sed es intolerable, se agrietan lenguas y gargantas y domina a todo ser la desesperación.

Este riesgo existió desde siempre, y como digo, era asumido. El agua dulce a bordo, o era consumida y se acababa, ó se corrompía. En ambos casos grave inconveniente, por la consecuencia fatal.

El agua en una pipa ó tonel de madera, podía mantenerse incorruptible hasta el octavo día, es decir, que a partir del noveno día, ya podía esta agua ocasionar daños a los marinos consumidores.

Fueron innumerables los intentos para conservar el agua que se embarcaba, y es  aquí donde voy a bifurcar la información, con las dos noticias revolucionarias para la época.

La Conservación del agua embarcada

Dentro de esos intentos que he mencionado, se hicieron infinidad de experimentaciones, la gran mayoría, solo de utilidad para descartarlas, a manera de ejemplo: El forrar internamente  los toneles con plomo, que llegó a considerarse como una barbaridad, por el peso que adquiría, y en segundo termino por los cólicos que producía.

Otro de los experimentos, fue el adicionar azufre al agua, pero también se concluyó, que no era el producto saludable.

Es en el último tercio del siglo, cuando un tonelero de Marsella, le recomienda a su cliente, un capitán del navío francés Genois de Marsella, llamado Juan Fret, un medio para mantener siempre el agua clara é incorruptible.

Este método consistió en amerar las pipas por el estilo ordinario, para apretar bien las duelas, luego llenándolas de agua dulce, e incorporando cal viva, en dosis (la que se pueda coger con ambas manos). Se dejarán las pipas en reposo durante seis días, luego se derramará esta agua, se enjuagaran dos veces y finalmente se llenan con el agua que debe servir para la navegación.

El dicho capitán, probó con un solo tonel, y le fue bien; En 1772 hizo un viaje a la isla de Francia y en una travesía que duro seis meses sin escalas, conservo clara y pura el agua embarcada.

Es de suponer que este notición rápidamente se conocería en toda Europa, ya que el mismo intendente de la isla de Francia, el Sr. Maillard du Muse, fue de los primeros en enterarse de semejante descubrimiento.

Esta práctica  fue habitual en la mayoría de los navíos españoles, tal como lo describe Miguel Roldan, en su Cartilla Marítima (6).

Estos intentos siguieron con muchas otras experimentaciones, y una de las más acertadas, fue la relacionada con sacar el agua dulce de la salada.

La transformación del agua de la mar

Todos los intentos, pasando por diferentes pruebas, desde filtrados hasta una infinidad más, solo consiguieron, anexarlas a las teorías de descarte, que por supuesto eran también válidas, para saber que no se debían utilizar.

Al fin se llega a un nuevo descubrimiento, la destilación del agua de mar, un médico francés Poissonnier, en 1763, pública  una descripción de su alambique, muy sencillo, tanto, que podía colocarse a bordo el proceso de la destilación. (Fig. 1). Se colocaba en el fogón del navío, y solo bastaban dos marineros para su maniobra.

Fig.1- Alambique de Puisonnier. Tomado de Memorias Instructivas… (4)
Fig.1- Alambique de Puisonnier. Tomado de Memorias Instructivas… (4)

Se hicieron cantidad de pruebas, y todas las experiencias lograron con éxito convertir el agua de mar en agua dulce. Dichas experiencias, están autenticadas  por procesos verbales, y fueron recibidas por el Tribunal de Marina desde 1764. Uno de esos testimonios, de D. Tomás Geraldino, comandante del navío San Sebastián, quien usó este método en sus meses de campaña, testimonió que:

Las personas que han hecho uso del agua destilada, en la forma dicha, han disfrutado de mejor salud, y no han experimentado incomodidad alguna.

Pero le debemos a D. Félix de Tejada, Tte. Gral. de la Real Armada, su empeño en la adopción de dichos alambiques, y es así que en 1790, S.M. ordenase que se adoptase su uso, a todos los buques de la Armada.

Este es un tema bien interesante, y se me ha hecho más aún, cuando descubro, en  la bibliografía, que he consultado, que este último método de desalar el agua de mar, fue un invento español anterior a 1606,  y que además, en uno de los libros consultados MEMORIAS DE LA REAL ACADEMIA MEDICA DE MADRID (1) encuentro el siguiente Ensayo Apologético:

En que se prueba que el descubrimiento de hacer potable el agua de mar, por medio de la destilación, se debe a los españoles y se propone un nuevo método para desalar la dicha agua. Escrito por el Dr. Ignacio María Ruiz de LuzuriagaOs recomiendo su lectura.

Este ensayo echa por tierra la farsa inglesa de la invención del dicho alambique, con pelos y señales.

Una cosa es descubrir ó inventar, y otra bien distinta es la de perfeccionar lo inventado, que también tiene su mérito sin dudarlo, pero es que,  esto de atribuirse inventos, es parte de la naturaleza del inglés.

Debemos considerar, que la pipería de la aguada de un navío, nunca fue descartada, no solo porque era la fuente del elixir, sino que se constituía en parte fundamental del lastre del navío, considerada además como lastre de peso invariable, y esto nos índica que, una vez vaciados los barriles de la aguada, en alta mar, debían llenarse nuevamente, y lo único de que se disponía era de agua salada.

(Imaginemos por un momento, un navío del siglo XVIII, con una tripulación de 600 hombres, y con una aguada para 90 días (3 meses), sabemos que la ración diaria por hombre era en condiciones normales de 4 cuartillos (2 litros diarios), luego se necesitaban 1.200 litros de agua por hombre y por día, serían 36.000 litros/mes y 108.000 litros de aguada para los 3 meses.

Este peso en agua, sin considerar las taras de los barriles, corresponden al peso de 36 cañones de a 24 lbs. Puede pues inferirse, que la apreciación anterior del lastre es verdadera).

Esta práctica por demás era muy común, pero no aconsejada, ya que se decía que aceleraba la corrupción del agua fresca, con que luego debían llenarse de nuevo dichos toneles.

Pero lo cierto es que en muchas bodegas de nuestros navíos, a la altura de los baos del falso sollado, se colocaba un grifo de bronce, resguardado en una sólida caja de madera, que comunicaba al mar, que servía para dar entrada al agua, cuando se debía llenar la pipería vacía y con ello contrarrestar el efecto de perdida del lastre del navío.

Cualquier pipa de agua, ron, vino y vinagre, una vez vaciadas, se llenaban de agua de mar, también con la finalidad de conservarlas.

La aguada de un navío, se consideraba sagrada, se repartía cada porción, con mucho celo, se la vigilaba por igual, y a finales del siglo, donde todo lo de mar, estaba escrito, no faltaron en las leyes de abordo las  pertinentes a la aguada, una de ellas, Orden de la Armada. Trat. 5, tít.4. Art. 34 (5),  El que con barreno ó de otro modo vaciare maliciosamente parte de la aguada del navío, de suerte que ponga su tripulación en gran riesgo, será puesto en Consejo de Guerra, y sentenciado a proporción de la malicia y resultados.

Aquella gente de la mar
Con agonía por la sed y por llegar
Repelidos por cañones y Vueltos a ultramar
También así muere un navío al navegar
Sin apenas naufragar.

OSD.

Bibliografía Consultada:

  • Memorias de la Real Academia Médica de Madrid. Tomo I. Págs. (431-454). Madrid 1797.
  • Tratado de las Enfermedades de la Gente de Mar. Pedro María González Pág. (412)  Madrid.1805.
  • Reflexiones sobre las máquinas y maniobras del uso de a bordo. Francisco Ciscar. Cap. XIII. Pág. (106). Madrid 1791.
  • Memorias Instructivas, útiles y curiosas, sobre agricultura y comercio…  de Miguel Gerónimo Suárez y Núñez Tomo. XI. Lámina 41 Fig.1. Madrid 1785.
  • Diccionario Universal del derecho español: Aduanas de ultramar. Patricio de Escosura. Tomo IV. Pág. (350). Madrid 1853.
  • Cartilla Marítima. Para la instrucción de los caballeros guardiamarinas. Miguel Roldan. Pág. (131) Madrid 1831
  • Obras digitalizadas por Google Books.

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