Por Juan García (Todo a Babor)
El 9 de noviembre de 1780 la pequeña fragata-correo Diana, bajo el mando del capitán Josef de Llano Murrieta, llegaba tras feliz viaje desde La Coruña. Tras pasar entre Caiques y Marijuana descubrieron a sotavento un buque grande que maniobraba sospechosamente.
La Diana se puso a la fuga siendo perseguida por la otra embarcación que, a pesar de ser más velera, no había podido ganarle el barlovento.
Así siguieron hasta que a las 10 de la noche a consecuencia de unos peligrosos bajíos la Diana perdió el barlovento y poniéndose en facha se preparó para recibir a los enemigos, de los que no se sabía todavía el porte o si eran corsarios o de la marina de guerra.
A tiro de pistola ambas embarcaciones se dispararon 3 andanadas completas. El enemigo se retiró un poco mientras que la Diana viró sobre ellos disparando a mayor distancia otras 4 o 5 andanadas.
A las dos de la mañana la Diana estaba muy maltratada, al igual que la enemiga. Así que ambas se separaron para arreglar los desperfectos más urgentes. La Diana tenía el palo mayor atravesado, mucha jarcia cortada y el costado abierto por varios tiros a flor de agua.
Al romper el día se siguió el combate, de manera muy viva, hasta las 9. Pero el capitán español viendo que la fragata inglesa era muy grande, con artillería de mayor calibre y el mal estado de su fragata se decidió a rendirla tras tirar todos los pliegos al agua.
Toda la gente de la Diana, desde el capitán hasta los que servían la artillería y maniobras se habían portado gallardamente. Cuando los ingleses tomaron posesión de la Diana se enteraron que la pequeña fragata española había combatido durante horas, y casi de igual a igual, contra la fragata de guerra Palas de 40 cañones de calibre 12 y 8 y 250 hombres.
La Diana tuvo 7 heridos; el mismo capitán Murrieta fue herido de un astillazo cerca de un ojo. Los ingleses tuvieron 2 muertos y bastantes heridos; atravesado el costado por algunas partes y el trinquete tan lastimado que de haber sido el calibre de la fragata española mayor lo habría rendido.
El capitán de la Palas, Mr. Thomas Speray (sic) trató a todos los de la Diana con mucha generosidad y dejó a los hombres de la Cámara toda su ropa. En palabras de los españoles era un hombre atento y generoso. Pero hubo un terrible suceso que empañó la brillante actuación de los hombres de la Diana.
En el momento en que la bandera española era arriada los marineros españoles, acalorados y sedientos, abrieron las escotillas y bajaron a la bodega donde rompieron varias pipas de algún tipo de bebida alcohólica sin determinar y se pusieron a beber furiosamente quedando embriagados al poco rato. Curiosa forma de calmar la sed, ¿no?.
El caso es que cuando los ingleses pasaron a bordo vieron el lamentable espectáculo de la marinería completamente fuera de control. Estos robaban cuanto podían, se peleaban entre ellos, incluso a cuchillada limpia, abofetearon al segundo piloto e hicieron otros mil atentados.
No siendo posible contenerlos los pasaron por la tarde a la Palas, y como estaban tan alborotados todavía les encerraron por aquella noche en una especie de prisión, donde los ingleses aseguraban que en otras ocasiones habían encerrado allí a 130 hombres.
A la mañana siguiente, cuando fueron a sacarlos, se encontraron con 21 marineros muertos y otros tantos moribundos.
Al parecer el lugar era demasiado estrecho y a pesar de que los prisioneros estuvieron dando gritos toda la noche los centinelas no se atrevieron a abrir la celda ya que seguían estando muy alborotados, y no dieron aviso.
El asunto quedó para ser examinado en consejo de guerra pero si había rencillas entre la marinería al juntarlos en un espacio tan cerrado, y en un estado tan lamentable de embriaguez, el resultado no podía ser otro que una tragedia.
El 16 de noviembre llegaron a Kingston en Jamaica y al día siguiente desembarcaron donde el resto de prisioneros fueron bien tratados y recibieron toda clase de atenciones. A los 15 días volvieron a la Habana.