Por Juan García (Todo a Babor)
Índice
Introducción
Nos encontramos en la tercera de las llamadas guerras Fernandinas, llamadas así porque Fernando I de Portugal pretendía hacerse con el trono de Castilla tras el asesinato de Pedro I por su hermano Enrique. Para ello, el monarca luso se alió con Inglaterra y planeaban un desembarco e invasión de Castilla.
Aquí tenemos por parte inglesa al duque de Láncaster, que se creía en derecho de ocupar la corona de Castilla, ya que estaba casado con la hija de Pedro I y entre unas cosas y otras ambos consortes pensaban reivindicar el trono castellano. Los ingleses aportaban un millar de hombres de armas y mil arqueros mandados por el conde de Cambridge, después conde de York.
Para contrarestar esta amenaza, Juan I de Castilla contaba con un almirante de Castilla de probada valía: Fernando Sánchez de Tovar, a quien conocemos en Todo a babor por sus incursiones a la costa inglesa, al igual que hiciera don Pero Niño posteriormente.
Fernando Sánchez de Tovar era, al igual que Niño, un caballero-marino, que se desenvolvía igual de bien en tierra que en el mar y que tenía una bien ganada reputación, sobre todo tras sus incursiones contra Inglaterra.
La Batalla de isla Saltés
Primeros movimientos de las escuadras castellanas y portuguesas
Los portugueses estaban enterados de la fuerza naval castellana de Sevilla y opusieron una escuadra más numerosa, esperando dar una batalla naval que hiciera ruido en Europa.
La armada portuguesa salió en junio de 1381 al mando del almirante Juan Alfonso Tello, conde de Barcellos y hermano de la reina. Su fuerza consistía en 23 galeras, aunque hay fuentes que dan 20 y otras 21 más una galeota y cuatro naos.
El caballero castellano zarpaba del Guadalquivir con 17 galeras con la misión de interceptar a la escuadra inglesa que traía los refuerzos para los portugueses.
El 17 de julio, por la costa del Algarve, los castellanos divisaron a los portugueses de vuelta encontrada. Sánchez de Tovar vio que estaban en inferioridad numérica y dio media vuelta, haciendo que los portugueses pensaran que se había ido por temor a sus fuerzas, lo que les animó en su persecución, forzando a los remeros a trabajar a destajo.
La batalla en Saltés
A las dos horas de bogar sin descanso, los portugueses estaban estenuados. Hacía calor y la sed hicieron que las galeras lusas se adelantaran las unas a las otras y se fueran estirando y manteniéndose rezagadas muchas de ellas.
Los capitanes portugueses aconsejaron al conde de Barcellos que esperase a las galeras rezagadas, con lo cual además de concentrar sus fuerzas le darían un merecido respiro y apagarían la sed de sus remeros. Pero el almirante portugués hizo caso omiso de la recomendación de sus subalternos y decidió seguir con aquella alocada carrera.
A la altura de la isla Saltés, en Huelva, ocho de las galeras portuguesas de la retaguardia se entretuvieron en destruir las redes y pesquerías de Palos y Moguer, que eran rivales de los portugueses en aquella industria.
Ya ven, persiguiendo a un enemigo y se dedican a destrozar las artes a unos pobres pescadores. Aquello les costaría muy caro como veremos.
Tovar, estratega como pocos, había estado al tanto de todos los movimientos de los lusos y la torpeza de estos contra los pescadores le dio la oportunidad que estaba buscando.
Mandó virar de nuevo, en busca de aquellas díscolas galeras portuguesas. Su gente estaba ya descansada y formaron estrechamente unas con otras.
Abordaron con rapidez a las galeras avanzadas enemigas y, a medida que las otras se iban aproximando, sin resuello por llegar cuanto antes a salvar a sus compañeras, las galeras fueron cayendo una tras otra.
Fue tal el éxito que los castellanos no perdieron ni una sola galera, mientras que los portugueses perdieron 22 de las 23 de su armada, escapando una de ellas simplemente porque no pudo llegar al lugar del combate.
Después de la batalla
Aquella victoria sería de las que se recordarían con posterioridad. Cesáreo Fernández Duro indicaba:
Pocas veces se habrá aplaudido triunfo que más la celebración mereciera, considerada la superioridad numérica del vencido, la serenidad y el arte del vencedor, superior en los combates parciales, avaro de la sangre de su gente, gran capitán.
Nuestro buen valiente caballero, además de buen estratega y combatiente, se cuidaba de los suyos. Rasgos comunes en la gente que es capaz de llevar a cabo tamañas proezas.
La escuadra de galeras castellanas arribó a Sevilla, con los vecinos alborozados por el espectáculo que se les brindaba de ver desfilando a las 22 galeras enemigas apresadas y 6.000 prisioneros y las banderas y flámulas que empavesaban los buques de Tovar. El estandarte de Portugal fue colgado como trofeo en la iglesia mayor tras una ceremonia.
Sin embargo, aquella batalla había servido para que la escuadra inglesa del conde de Cambridge pudiera desembarcar en Lisboa sin impedimento alguno, teniendo la precaución, eso sí, de desarmar las naves y arrimarlas a tierra por si el almirante de Castilla se acercaba antes de que estas pudieran partir a su país.
Causas de un desastre
Según los historiadores portugueses la principal causa de tal desastre naval de la batalla de isla Saltés fue el embarco de labriegos y campesinos para suplir la falta de remeros. Y también de que el almirante al cargo de dicha escuadra tenía el único mérito de ser el hermano de la reina.
Bien pudieran ser estas las causas de la derrota, más, a mi parecer [Fernández Duro], decisiva fue la confianza con que salieron de Lisboa creyendo vencer sin gran trabajo, confianza inspirada por el rey, fortalecida con noticias exageradas acerca de la inferioridad del número, armamento y gente en la flota de Castilla, asegurada al presenciar la maniobra de Sáchez Tovar en retroceso, que fue a última hora, origen del desorden en que sucumbieron.
Paz y guerra
Fernando Sánchez de Tovar no perdió el tiempo, y antes de la primavera siguiente ya estaba bloqueando la capital portuguesa gracias a la nula oposición que tenía en el mar tras su victoria en Saltés.
Se juntó en Lisboa la escuadra de galeras de Sevilla con la flota de 26 naos del Cantábrico, que entraron en el Tajo sin apenas oposición, desembarcando la gente por los arrabales y haciendo gran estrago. Tres de los palacios reales fueron incendiados. Esto ocurrió el 20 de marzo de 1382.
Estos daños, más los ocasionados por los ingleses tras su invernada ociosa y violenta, (los portugueses los tenían por meros paseantes y eonojosos huéspedes), hicieron que Fernando de Portugal se aviniera a firmar la paz. Lo que duraría poco, porque a la muerte de este, sin descendencia masculina, provocó otro nuevo enfrentamiento entre castellanos y portugueses por la pretensión del monarca castellano Juan I de hacerse con el trono luso. Tovar volvería a atacar Lisboa pero terminaría muriendo allí de fiebres.
Pero eso es otra historia, de momento nos quedamos en este punto, en el cual Castilla se convirtió en la potencia hegemónica del Atlántico.
Fuente:
- La marina de Castilla desde su origen y pugna con la de Inglaterra hasta la refundición en la Armada española. Cesáreo Fernández Duro.