Corsarios españoles en el Río de la Plata

Por José Luis Alonso y Juan Manuel Peña

Un bergantín persiguiendo a un buque corsario
UN bergantín a la caza de un buque pirata. Pintura de Thomas Buttersworth.

Introducción

Los prolongados conflictos entre las naciones europeas tuvieron marcada repercusión en la vida política de las sociedades coloniales en sus enclaves en el Nuevo Mundo. Los enfrentamientos entre Inglaterra y Francia determinarían el destino del Canadá y la de las colonias en el norte del continente americano y las luchas entre las coronas de España y Portugal se extenderían a sus territorios en el Río de la Plata.

El estallido de la Revolución Francesa dio origen a una nueva potencia nacida de los profundos cambios políticos y sociales que trajo consigo y que llevó a la nación francesa a una prolongada lucha contra las monarquías europeas en general y contra el Imperio Británico en particular, el cual con su oro brindó el financiamiento a todas las coaliciones europeas que en el territorio europeo se organizaron contra la República Francesa primero y contra el Imperio Napoleónico después, mientras en los mares sus poderosas flotas adquirían un papel cada vez más protagónico. Comandadas por marinos de la talla de Nelson, con tripulaciones avezadas y conducidas por brillantes oficiales se alzaron con la victoria en los combates de Copenhagen, Abukir, y el cabo San Vicente.

Corsarios en el Río de la Plata

En el año 1779 la Corona española se halló en guerra con Inglaterra procediendo a firmar una alianza con el gobierno francés y dando su apoyo a los colonos de America del norte que se hallaban en abierta rebeldía contra el monarca inglés. El Virreinato del Río de la Plata se vio afectado por los sucesos europeos, siendo su economía seriamente afectada por los navíos enemigos que hacían presa de los barcos mercantes españoles.

El estado de la marina española en la región era pobre y si bien en el puerto de Montevideo se hallaban las fragatas “Santa María Magdalena”, “Astrea” y “Santa Escolástica”, los bergantines “Nuestra Señora de Belén”´,”Nuestra Señora del Carmen y Ánimas”, el “San Julián” junto con las corbetas “Descubierta “ y “Atrevida”, todos se hallaban en pésimas condiciones excepción hecha de los dos últimos. Habiéndose agregado a las defensas de la aguas del Plata algunas lanchas cañoneras al mando del Capitán Santiago de Liniers. Si bien gran número de navíos de guerra habían repostado en el puerto de la Banda Oriental durante el conflicto con Inglaterra, su llegada no había agregado nada a la protección de los mercantes españoles y la presencia impune de los barcos ingleses se había extendido hasta Maldonado.

La derrota sufrida por una escuadra francesa comandada por Jean Francois Landolplee en aguas de Río de Janeiro el 7 de julio produjo una grave crisis en el comercio regional y los comerciantes de Buenos Aires se presentaron en el Consulado de Comercio, entre cuyos integrantes se hallaba un joven abogado, Manuel Belgrano, al que elevaron una propuesta expresando

…que lo más útil y ventajoso y seguro se hace salir a la mar al menos dos buques de la Armada Real y el Consulado y no distraer de armar en guerra y sostener por cuenta del comercio, siendo preciso un navío para que en consecuencia las fragatas de S.M. hagan crucero, corso y comboy…

Las autoridades del Consulado apoyaron la idea y basados en la legislación vigente adhirieron al pedido y lo elevaron al Virrey.

En Buenos Aires las reglamentaciones que regían el corso de mar se conocían desde 1795 y se basaban en una Real orden de 1791 en la cual se exponían los objetivos del corso y tendía a “… fomentar en sus Dominios el armamento de corsarios que defiendan nuestras costas y hostilicen al enemigo”.

Regulación del corso

Las ordenanzas que regulaban la actividad de los corsarios exigían para otorgar la patente o autorización que los postulantes presentaran un escrito indicando los motivos que los llevaban a realizarlo así como el numero de tripulantes y las características del navío a ser utilizado. En lo posible se preferían antes de barcos armados poderosamente y por lo tanto más pesados, naves con menos piezas de artillería pero capaces de desarrollar mayor velocidad para dar alcance al adversario, abordarlo y capturarlo con el menor daño para no disminuir su valor o el de la carga que transportaban.

Los postulantes debían depositar una suma de dinero en metálico cuyo monto dependía de las operaciones planeadas y de las características de los barcos elegidos, estando estas sumas destinadas a cubrir posibles indemnizaciones que pudiesen presentarse por no haber cumplido con las Ordenanzas Reales, los reglamentos del corso o la violación de las leyes de guerra vigentes. El cumplimiento de estas órdenes, leyes y reglamentos era celosamente vigilado por las autoridades dado que la observancia de las mismas diferenciaba a los corsarios de los aborrecidos piratas.

Persiguiendo a un buque pirata
Un bergantín persiguiendo a un buque pirata. Pintura de Richard Ball Spencer. Government Art Collection. Los corsarios, a diferencia de los piratas, actuaban siguiendo unas estrictas reglas que le daban la patente de su gobierno. Los piratas no se regían por regla alguna y atacaban a cualquier buque.

Una vez aceptada y pagada la fianza, los solicitantes o armadores, por lo general uno o más comerciantes adinerados, recibían una Carta de Represalias que les permitía actuar en calidad de beligerantes sin ser militares. Estos armadores tenían el derecho a elegir el marino que comandaría la operación y se hacían cargo de todos los gastos que la empresa requería y que comprendían los salarios de los tripulantes y oficiales, las municiones de boca y de guerra, aparejos, velamen, sogas, herramientas, cadenas y todos los cientos de artículos que eran necesarios para asegurar el éxito de la campaña.

Las piezas de artillería provenían de los arsenales del estado y eran dadas a los armadores, bajo pago de otra fianza fijada según el material entregado, los cuales compraban las municiones a las autoridades a precios preferenciales.

Las armas de la tripulación eran los mosquetes y pistolas de chispa, trabucos de mano y de borda, hachas de abordaje, sables, machetes y cuchillos.

A la llegada de las presas a puerto el capitán corsario debía dar cuenta pormenorizada de las circunstancias de las capturas realizadas a las autoridades navales, que reunidas en un Tribunal de Presas darían o no por buena la captura y autorizarían su venta en remate público. Durante el procedimiento se hallaban presentes también los cautivos que contaban con el asesoramiento de un defensor designado por las autoridades y que bajo juramento hacían sus declaraciones. La sentencia por lo general era conocida en 24 horas pudiendo las partes apelar la misma.

Dado que el corso era financiado por inversores civiles que esperaban obtener beneficios económicos, las recompensas de la actividad corsaria estaban estrechamente reglamentados. Así los navíos capturados y sus cargas se consideraban propiedad de todos los miembros de la tripulación y de los armadores, estando la valoración a cargo de las autoridades de los Distritos Navales. La tasación se hacia sobre el barco, su carga, el número de prisioneros, categorizándolos en marinos, soldados y civiles, y de la cantidad de cañones capturados, siendo estos últimos adquiridos por la autoridad virreinal junto con la pólvora. De las sumas obtenidas por la venta del navío un 5% correspondía al armador y otro tanto al capitán y de lo que se obtenía por la carga 2/3 eran para los primeros y 1/3 para la tripulación, repartida según la importancia de los cargos desempeñados.

Sirva como ejemplo que, por lo general, cerca de la 12ª partes iba para el capitán; los tenientes de navío y el escribano de abordo recibían una 6ª parte cada uno y el cirujano la 4ª.

Las partes de los caídos en la lucha se entregaban a sus familiares y los mutilados solían recibir compensaciones económicas que eran fijadas previamente.

Primeros cruceros corsarios

El Virrey del Río de la Plata, Márquez de Áviles apoyado en las leyes y reglamentaciones vigentes autorizó el pedido de los comerciantes de Buenos Aires y facilitó un préstamo de los fondos oficiales dándose comienzo a preparar la campaña. Los primeros barcos elegidos fueron rapidamente desechados por el pésimo estado en que se hallaban lo que obligó a la compra de dos navíos: la goleta de orígen francés “Carolina” y el bergantín “Antílope” que paso a ser renombrado como “San Xavier” y puesto al mando de Juan Bautista Egaña ,estando la goleta capitaneada por Tomás Lopetegui. Una vez aparejados y armados ambos barcos dieron comienzo a sus operaciones punitivas.

Ambos navíos no tuvieron éxitos en su primera expedición y en la segunda la goleta la “Carolina” retornó a puerto otra vez sin presa alguna lo que motivo que su comandante fuese relevado y reemplazado por Juan Garmendia. Nuevamente zarparon, esta vez juntas del puerto de Buenos Aires en septiembre de 1801 y durante su derrotero lograron capturar un bergantín y una zumaca portuguesas, presas que fueron recibidas con beneplácito por los habitantes de la capital del Virreinato.

No habían finalizado las desventuras de la “Carolina” que se vio envuelta en un conflicto de intereses con las autoridades de Montevideo que finalizó con la renuncia de Garmendia y su reemplazó por el Comandante Matías del Cerro.

Repostado el “San Xavier” se hizo a la mar nuevamente y en el transcurso del mes de octubre llevó a cabo la captura frente a las costas brasileras de un paquebote portugués poderosamente armado con 18 piezas de artillería y con una tripulación de 70 hombres, finalizado el combate que se prolongo por más de 3 horas. El navío español se lanzó en la persecución de una zumaca y un bergantín que habian navegado junto con el navío apresado y que buscaban en la huida su salvación. El barco de Egaña logró alcanzarlos y rendirlos obteniendo así una triple victoria que fue apreciada por las autoridades del Consulado de Comercio de Buenos Aires que ascendieron al vencedor al grado de Teniente de Fragata.

La “Carolina” en busca del éxito, que hasta ese momento le había sido esquivo, levó anclas en los primeros días de diciembre logrando esta vez la captura de dos navíos provenientes de Montevideo y que transportaban bienes de contrabando. Al regreso a Buenos Aires el corsario fue informado que la paz entre Inglaterra y España había sido firmada por lo que las autoridades virreinales procedieron a subastar a los dos corsarios luego de ser desarmados.

La frágil paz y de nuevo la guerra

La España borbónica y la Francia de la revolución acordaron el fin del conflicto que las enfrentaba en 1795 en Basilea acordando junto con la paz el establecimiento de una alianza dejando a Inglaterra sola para continuar la guerra. Frente a esta situación las fuerzas navales inglesas ocuparon Malta, Menorca y las islas jónicas. El paulatino sometimiento del gobierno español a los intereses franceses tendría finalmente por resultado la cesión de sus territorios de la Luisiana a su poderoso aliado.

La paz de Amiens firmada en mayo de 1802 puso fin a diez años de guerra entre Francia e Inglaterra mientras la Corona española buscó y obtuvo dar por finalizados los convenios de Basilea, San Idelfonso y Aranjuez alejándose de los proyectos franceses sin llegar a un enfrentamiento y así en 1803 llevó a cabo un acuerdo con el gobierno francés conocido como Tratado de Subsidios y Neutralidad anulando la alianza anterior y obligándose entregar un subsidio de 6.000.000 de francos por mes a su antigua aliada y estando además comprometida a brindar en sus bases navales del Ferrol, la Coruña y Cadiz refugio y abastecimientos a los navíos de Francia. Junto con estas obligaciones España aceptó el compromiso de obligar a Portugal a entregar la suma de 1.000.000 francos al gobierno de Paris. El Consulado francés por su parte aceptaba la neutralidad española.

Como era de esperar la Corona Británica opuso grandes objeciones al Tratado, siendo el subsidio la menor de ellas, resaltando el peligro que para su seguridad representaban las facilidades navales que obtendría la marina de Francia al tener libre acceso a los puertos gallegos. La actitud inglesa no dejaba de contravenir los procedimientos diplomáticos al condenar las decisiones tomadas entre dos países independientes y soberanos con los cuales se hallaba en paz.

España se limitó a abrir negociaciones llevadas a cabo en la capital española con el gobierno de S. M. B. a pesar de no ignorar que los intereses comerciales representados en el Gabinete de Londres dirigían la política exterior de ese reino en busca de nuevos mercados en las colonias españolas para sus productos manufacturados y que no era ajeno a esos intereses el apoyo que por parte de ese gobierno recibían los movimientos libertadores que comenzaban a agitar el mundo colonial español. El gobierno Tory que en eso años detentaba el poder en Inglaterra no trepidó en dar orden a sus fuerzas navales de atacar a todo navío español de más de 100 Tn. que navegara en aguas internacionales. En el marco de estos acontecimientos y mientras en Madrid continuaban las conversaciones diplomáticas tendientes a superar los diferendos, el Almirantazgo inglés tuvo conocimiento de la partida hacia España de una escuadra proveniente del Virreinato del Río de la Plata transportando rentas reales y procedió a ordenar la captura de la misma.

Los barcos cuyo destino seria fatalmente alterado por esa orden, habían salido del puerto de Montevideo en el mes de septiembre de 1804 y transportaban los caudales provenientes de la Capitanía general de Chile y del Virreinato del Perú a los que se sumaron los provenientes del Río de la Plata, en cuya capital se reunían los dineros reales para su envío al metrópoli española. El patrimonio transportado se hallaba incrementado como era habitual con los bienes de numerosos comerciantes de ambas orillas del Plata que enviaban sus ganancias a Europa bajo la protección de la marina de guerra española.

La escuadra se componía de cuatro fragatas: la “Medea”, la “Fama”, la “Mercedes y la “Clara” al mando el Mayor General Tomás Ugarte que no solo debía custodiar los bienes reales sino que también debía proteger a los numerosos pasajeros civiles que siguiendo las costumbres de la época aprovechaban el envío de las flotas para ser transportados a la península ibérica. Entre el pasaje se destacaba por su jerarquía la presencia del capitán de Navío José Bustamante y Guerra ex Gobernador Político y Militar del Real de San Felipe y Santiago y comandante del Apostadero Naval y la del Capitán de Navío Diego de Alvear y Ponce de León que había integrado la comisión destinada a demarcar los siempre controvertidos límites territoriales entre las posesiones españolas y portuguesas.

El Capitán Alvear viajaba en compañía de su familia compuesta por su esposa y ocho hijos, de los cuales el mayor, Carlos, estaba destinado a ingresar como cadete en el regimiento de Carabineros Reales. También era pasajero el niño Tomás de Iriarte en busca de un destino similar al anterior pero en el Real Colegio de Artillería. Carlos y Tomás dejarían sus huellas en ambas orillas del Río de la Plata en los tumultuosos años por venir.

Mientras en Madrid continuaban las conversaciones diplomáticas entre el gobierno del Príncipe de la Paz y los ministros ingleses, la escuadra española navegaba protegida por su bandera y los tratados vigentes. La travesía transcurría dentro de la normalidad y en los encuentros con barcos mercantes así como con dos bergantines ingleses pudieron asegurarse de la persistencia del estado de paz con Inglaterra. Un solo hecho perturbó la navegación y cuando don Tomás de Ugarte por motivos de salud debió resignar del mando de la flota, debiendo hacerse cargo de la misma el oficial de mayor jerarquía presente en los barcos que al sazón era el Capitán de Navío Alvear. Este transbordó de la “Mercedes” donde se hallaba embarcado hacia la “Medea”en compañía de su hijo Carlos y dejando en la primera de las fragatas a su numerosa familia.

El día 5 de octubre y a la vista de tierra española la fragata “Clara” dio aviso de la presencia de cuatro navíos aproximándose por lo que las fragatas españolas adoptaron la formación en línea en preparación para un eventual combate. Las naves avizoradas fueron identificadas como inglesas y resultaron ser cuatro fragatas: la “Anphion”, la “Indefatigable”, la “Medusa” y la “Libely”, que al aproximarse desprendió un bote con un oficial inglés que abordó la nave capitána española.

El emisario británico comunicó a Alvear que “era portador de órdenes de su gobierno para proceder a detener y llevar a puerto inglés los barcos españoles”, a pesar de no dejar de recocer frente a las protestas del comandante español que hasta esa fecha no existía un estado de guerra entre ambas naciones.

La oficialidad española rehusó acatar la insólita demanda y retornado el enviado a su lancha dio comienzo el combate. A escasos minutos de iniciada la lucha se produjo la voladura de la “Mercedes” al ser alcanzado su polvorín, con la perdida de la mayor parte de sus tripulantes y pasajeros, la esposa e hijos de Alvear entre ellos.

Voladura de la fragata Mercedes en tiempo de paz. 1804
Voladura de la fragata Mercedes. Pintura de Francis Sartorius, National Maritime Museum

A pesar de la resistencia de los marinos españoles y luego de largas horas de combate los tres navíos restantes se rindieron. Los sobrevivientes fueron acogidos en los barcos ingleses donde recibieron con sorpresa y justificado enojo la información de que no debían considerarse prisioneros de guerra sino tan solo detenidos dado que se había actuado solo para evitar que los caudales reales pudiesen ayudar al esfuerzo bélico francés.

El desembarco de los sobrevivientes en Inglaterra y el conocimiento de lo ocurrido fue duramente criticado en la opinión pública europea y en Gran Bretaña la oposición cuestionó con duros términos los hechos y la acción del Almirantazgo que no obstante dio por buenas las presas obtenidas que fueron puestas a la venta y su producto junto con los 6.500.000 duros de los caudales reales fuero repartidos entre los captores y el gobierno de S.M.B. según normas y reglamentos de la época.

El gobierno español ocultó la noticia al público hasta el 5 de noviembre dejando en una desaireada posición a los representantes ingleses que continuaban con las conversaciones de paz. El 14 de Diciembre de 1804 la Corona española emitió una Real Orden ordenando hacer la guerrapor todos los medios y en todos los lugares” a Inglaterra o sin mediar una declaración formal de guerra basada en la agresión padecida e invito a sus vasallos en toda la extensión de su vasto imperio que

…no omitirán medio alguno de cuanto les sugiera su valor para contribuir con S.M: a las más completa venganza de los insultos hechos al pabellón Español, a este fin les convida a armarse en corso contra Gran Bretaña y a apoderarse de sus buques y propiedades…

Se arman de nuevo en corso

Los comerciantes de Montevideo se movilizaron en el cumplimiento de las Ordenes Reales y comenzaron a prepararse para llevar cabo acciones de represalia sobre el comercio enemigo, estimulados también por las ganancias que esperaban recoger.

A fines de agosto de 1804 fue registrada la primera fianza presentada por Antonio Massini a favor del armador de la corbeta “Dromedario”, alias “Reina Luisa” con doscientos tripulantes y comandada por el capitán francés Francisco Hipólito Mordeille que llevaba como segundo de a bordo a Juan Bautista Azopardo y como oficiales a Francisco Fournier y a Pablo Zufriategui. En los siguientes meses otras solicitudes fueron presentadas y entre los meses de junio a noviembre les fueron otorgadas patentes de corso a la fragata “ Nuestra Señora del Carmen” comandada por el capitán Santiago Castañe con 100 tripulantes, la corbeta “Dolores”, alias la “Reparadora”, teniendo a su mando a otro marino francés el capitán Estanislao Courad que llevaba 250 tripulantes, la corbeta”Nuestra Señora de Isisar”, alias la “Joaquina”, con 75 marineros, el capitán Antonio Andreu mandaba el bergantín “nuestra Señora del Pilar” con una tripulación de 100 hombres y la fragata “Nuestra Señora de la Concepción” alias la “Veloz” comandada por el capitán José Yrigoyen con 125 tripulantes.

Bergantín corsario
Bergantín de principios del siglo XIX similar a los armados en corso por los españoles del Río de la Plata

En contra lo esperado, las primeras capturas realizadas por los corsarios virreinales rioplatenses no fueron barcos ingleses o portugueses si no por el contrario dos embarcaciones españolas que al ser inspeccionadas resultaron transportar contrabando de guerra por lo que fueron apresadas según el reglamento del corso y enviadas con tripulaciones de presa a Montevideo.

En octubre la población de esa ciudad recibió con alborozo la entrada a puerto de la primera nave de bandera inglesa capturada que resultó ser una fragata artillada con 22 cañones transportando 20 esclavos y carga variada. A esta presa que había sido realizado por Mordeille y sus hombres se le sumó en los días siguientes otra de igual nacionalidad, capturada por el mismo corsario con 120 esclavos y también con carga general.

El éxito de las campañas de los navíos españoles continuó en aumento sumándose a las del capitán del “Dromedario “… las cuatro efectuadas por el comandante Courad con su barco la “Reparadora”.

Mordeille volvió a destacarse al lograr la captura de otros cinco navíos transportando como era habitual esclavos y diversos bienes, lo que convirtió su nombre en una leyenda en ambas orillas del Río de la Plata.

El corsario Francisco Hipólito Mordeille

Este marino francés tenia un pasado aventurero. Nacido junto al mar en las cercanías de Tolon navegó desde su infancia y en 1789 con solo 32 años comandaba la fragata francesa “Citoyen” en una campaña de corso sobre las costas de España, por entonces en guerra con la Francia revolucionaria. En el transcurso de la misma enfrentado a una poderosa nave de guerra española se vio obligado a rendirse, siendo encerrado en el penal de Alicante de donde se dio a la fuga junto con otros prisioneros y en un acto audaz capturó una goleta española por sorpresa con la que junto con sus compañeros logró retornar a Tolón. Su prestigio aumentó con la hazaña realizada y se incrementó luego durante el bloqueo del puerto de Marsella por la flota inglesa, cerco que logró burlar en varias oportunidades llegando sin ser detectado a aguas abiertas para incursionar sobre los mercantes adversarios, sufriendo la amputación de su mano izquierda durante uno de los múltiples abordajes que encabezó.

Finalmente las fuerzas navales enemigas lograron capturarlo y durante largos años fue mantenido cautivo en Inglaterra. Al ser liberado retornó a la actividad corsaria en los mares del Caribe y a lo largo de la costa atlántica de África y en varias oportunidades repostó en el puerto de Montevideo. El 2 de enero de 1804 comandando el navío holandés “Hoop” capturó una fragata inglesa que intentó subastar en esa ciudad no siendo autorizado por las autoridades navales locales temerosas de causar un altercado diplomático con el gobierno de S.M.B. por lo que Mordeille zarpó nuevamente con su presa. Meses más tarde anclaba nuevamente en el mismo puerto esta vez con dos barcos ingleses que para evitar que le fuese impedida su venta intentó hacer pasar por francesas, al ser descubierto el engaño fue detenido y encarcelado durante 25 días.

Años más tarde, durante la primera invasión inglesa al Río de la Plata en 1806, organizó un contingente de 73 hombres de mar que conformaron un cuerpo de infantería de marina que embarcados en chalupas armadas cada una con pequeño cañón precedieron, brindándoles protección, a los navíos que desde Montevideo y Colonia navegaban a la reconquista de Buenos Aires. Los hombres de Mordeille en compañía del cuerpo de Miñones luego de intensos combates en las calles de la ciudad fueron de los primeros en llegar al pié de las murallas del fuerte donde se hacían fuertes los invasores. Durante las prolongadas discusiones sobre los términos de la rendición de las tropas invasoras, un oficial inglés arrojó la espada de Beresford al foso del fuerte siendo esta recogida por el corsario y devuelta a su propietario.

Retornado a Montevideo y a pedido de las autoridades organizó un cuerpo de 300 hombres que recibió el nombre de Tercio de Húsares del Gobierno, que era más conocido como los Húsares de Mordielle. En 1807 participó al frente de su tropa en el combate del Cordón defendiendo a la capital de la Banda Oriental del ataque inglés durante la 2ª invasión británica y durante el sitio que siguió fue mortalmente herido el 3 de febrero de 1807.

Corsarios españoles del Río de la Plata
Corsario del Río de la Plata. Pintura de Carlos Parrilla.

El final del corso

La guerra de represalia o de corso continuó exitosamente y para gran sorpresa de los habitantes de Montevideo el 27 de octubre echaban anclas en su rada cuatro barcos ingleses acompañados por su captor el capitán Couraud. Los restantes corsarios también tuvieron exitosas campañas y así la fragata “Nuestra Señora del Pilar” luego de prolongado combate con el bergantín de S. M. B. ”Antilope” logró abordarlo y capturarlo.

No hay datos sobre las acciones llevados a cabo por otros corsarios del Virreinato si bien han llegado hasta nosotros los nombres de algunos de ellos que merecen no ser olvidados como los capitanes Luis Martín, Juan Bautista Rospario y Ramón Lastilla que con suerte diversa llevaron la guerra al comercio británico obedeciendo las ordenes de un lejano monarca.

En el año 1805 el gobierno español del ministro Godoy firmó un pacto con Napoleón entrando en guerra junto a él y el 22 de julio una flota hispano-francesa se enfrentó con fuerzas navales inglesas en la batalla de Finisterre obligando a los británicos a retirarse, pero el 21 de octubre la escuadra de Nelson, en Trafalgar, destruyó la flota aliada marcando esta derrota el fin del poderío naval de España.

Una nueva potencia naval se haría dueña de los mares hasta la primera mitad del siglo XX.

BIBLIOGRAFÍA

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