Por Joan Comas
La batalla de Lepanto fue sin duda uno de los momentos más gloriosos de la historia naval; no en vano el gran Miguel de Cervantes la describió como: “La más memorable y alta ocasión que vieron pasar los siglos, ni esperan ver los venideros”. Pero no todos conocen la historia del cristo de Lepanto.
Si visitáis la catedral de Barcelona, en una de las capillas laterales, justo a mano derecha encontrareis la imagen tallada en madera de un Cristo que destaca tanto por su policromía como por su extraña postura.
Al parecer la iglesia que lo guardaba sufrió un incendio y fue el único elemento que se salvó de las llamas, excepto por la coloración negra que adquirió (menos los pies). Ello lo convirtió en un objeto de respeto en la época; pero sería durante la gran batalla donde halló su lugar en la historia.
Estaba presente en la galera Real, buque insignia de Juan de Austria, comandante en jefe de la flota cristiana e hijo ilegitimo de Carlos I. De repente estuvo a punto de saltar por los aires convertido en un montón de astillas por la artillería que había disparado una galera turca, cuando el proyectil estaba a punto de impactar, la estatua inclinó su cuerpo hacia la derecha esquivando la bala. A causa de este milagro, el Cristo junto a otros trofeos del combate fueron trasladados a la catedral de Barcelona como agradecimiento al cielo por la victoria cristiana.
Los menos crédulos afirman que este hecho se debió a causa de que la talla estaba hecha de madera joven y tomó esta forma con el tiempo al secarse. Pero pese a todo ¿Qué es un pueblo sin tradiciones ni leyendas?