Por Juan García (Todo a Babor)
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Buques británicos de guerra apresados por los españoles en el siglo XVIII-XIX
Si bien la lancha del HMS Prince George de la que vamos a hablar hoy en Todo a babor no es por sí misma un buque de guerra, lo incluimos en el especial que enlazamos arriba porque sí que pertenecía a uno de ellos. En concreto a un navío de línea de 98 cañones. El HMS Prince George había sido botado en 1772 con 90 cañones, pero se le añadieron más adelante ocho cañones de 12 libras en su alcázar.
Índice
Bloqueo británico a Cádiz
En 1798 este soberbio navío de tres puentes se hallaba realizando el bloqueo a Cádiz junto con el resto de la escuadra británica vencedora en San Vicente. Dicha escuadra, bajo el mando de John Jervis, intimaba a que salieran los españoles, primero bombardeando la ciudad (con poco resultado) y luego con las incursiones de Nelson. Por cierto, el afamado contraalmirante sufriría en sus propias carnes el fracaso frente a los españoles en Tenerife.
Los británicos se toparon con la inteligente estrategia del teniente general José de Mazarredo y Salazar, al mando de las fuerzas navales españolas que, sabedor de que poco podían hacer en un cara a cara contra los navíos británicos, concentró sus esfuerzos en las fuerzas sutiles bajo su mando: cañoneras, faluchos y pequeñas embarcaciones que hicieron fracasar cualquier intento de los británicos de acercarse demasiado a la ciudad.
Fue una auténtica guerra de guerrillas naval hasta que los británicos terminaron por cejar en los ataques, aunque mantuvieron el bloqueo naval hasta la paz de 1802.
Los británicos salen de cacería
En uno de aquellos ataques británicos realizados con sus propias embarcaciones menores, ya que les fue imposible como hemos comentado atacar con sus navíos de línea, fue cuando ocurrió este hecho tan singular que pasamos a relatar.
El 14 de julio de 1798 se empezó a agrupar una concentración de fuerzas sutiles británica cerca de la Caleta. Al mando de estas embarcaciones menores iba el teniente Jahleel Brenton, quien iba a bordo de la lancha del HMS Ville de Paris.
Entre toda esa fuerza se encontraba también la lancha del navío HMS Prince George, que estaba bajo el mando de un teniente de navío. Completaba la dotación de la misma dos guardiamarinas y veinte marineros. La lancha iba armada con una carronada de grueso calibre, suponemos que de 32 libras que era lo máximo que llevaban por entonces.
Para quien no lo sepa, los navíos solían llevar como mínimo tres embarcaciones menores, entre las que destacaba la lancha, la más grande de todas y que podía ser armada con un cañón, mortero o, como en este caso, una carronada.
La pérdida de la lancha del HMS Prince George
Aquella noche las embarcaciones británicas se abarloaron unas con otras. Mientras la dotación de nuestra lancha protagonista dormía plácidamente, esperando una oportunidad de entrar en acción, los dos guardiamarinas británicos de la lancha del HMS Prince George picaron el cable del ancla de proa, dejando la embarcación a la deriva. Ellos, además, habían abandonado su buque y se habían quedado en otra embarcación de las que allí había agrupadas.
¿Pero por qué hicieron eso? Pues para hacer una broma. Seguramente fue producto de una mezcla de aburrimiento, juventud y poca sesera. Quisieron gastar una pillería infantil, esperando que cuando se despertaran los de la lancha se encontraran algo alejados del resto de la agrupación. Suponemos que no querrían que pasara lo que terminó pasando.
Aquella mañana unos cañonazos provenientes de las fuerzas sutiles españolas despertaron a los británicos.
Sin comprender todavía muy bien lo que estaba pasando, el teniente Brenton observó horrorizado cómo los españoles ya estaban abordando a la lancha del HMS Prince George, que estaba muy separada de la agrupación británica.
Luego son otros quienes en las películas y novelas del género son pillados siempre dormidos o mirando hacia otro lado cuando los atacan. Esta vez los españoles, bajo el mando del brigadier José de Escaño, quien ya se había adelantado aquella noche con vistas a prepararles alguna sorpresa a aquellos engreídos (o ingenuos), que se permitían el lujo de pernoctar tan cerca de ellos, fueron quienes se toparon con una presa fácil.
Inútilmente, Brenton y los demás poco pudieron hacer para represar la embarcación perdida, que ya era llevada bajo pabellón español a Cádiz, donde entraría de manera triunfal. Si acaso algunos cañonazos de ida y vuelta, de los que la propia lancha del teniente británico quedó muy mal parada y tuvieron que retirarse.
Aquella gamberrada impropia de unos aspirantes a oficiales navales no sentó nada bien a los británicos. En la correspondencia del conde de San Vicente, sir John Jervis hizo notar que la broma…
…acabó con el apresamiento del buque, la desgracia de su oficial, bandera británica y pérdida de vidas de provecho.
No sabemos qué castigo les caería encima a los dos guardiamarinas británicos, pero sabiendo cómo las gastaba Jervis con quienes incumplían las normas, tuvieron suerte si sólo terminaron despedidos del servicio naval.
Por parte española hubo que lamentar la muerte, por un disparo enemigo, del alférez de navío Francisco Tiscar. Los prisioneros británicos fueron canjeados, tal y como era costumbre, por el teniente de navío José Salomón, el guardiamarina Manuel de Cárdenas, otro guardiamarina del que no sabemos el nombre, un carpintero, dos soldados y 18 marineros.
Otras embarcaciones menores apresadas a los británicos en aquel año
La labor de las fuerzas sutiles españoles fue inestimable, manteniendo a raya a las británicas que intentaban hostigar al comercio español y a las unidades de la Armada.
Como muestra de esta incansable labor, pasamos a relatar algunas presas hechas a los británicos en el año de 1798.
28 de junio de 1798
Este día salieron del apostadero de la Caleta los botes mandados por el capitán de fragata Antonio Miralles, que trataban de cortar el avance de unos botes armados británicos. Los españoles se avanzaron más de legua y media a la mar, distando menos de una fragata enemiga.
Tras la escaramuza consiguiente, se apresaron los botes de los navíos HMS Namur (navío de 90 cañones) y del HMS Edgar (de 74).
Los botes estaban valorados uno en 4.182 reales y otro en 16.000 reales, siendo ambos incorporados a la Armada. Se hicieron prisioneros a dos guardiamarinas y 14 hombres de mar, que fueron canjeados el 4 de julio.
A Miralles se le recompensó nombrándolo ayudante de órdenes del almirante francés Latouche-Treville en el ataque de la flota británica de Nelson contra Boulogne en 1801.
14 de septiembre de 1798
El alférez de navío Pedro Palacio, al mando de una lancha cañonera de la Real Armada, tomó al abordaje otra británica que estaba armada con una carronada y tripulada por 19 hombres. Tras el apresamiento, la lancha española siguió combatiendo en conjunción de otras del apostadero de la Caleta contra efectivos británicos.
4 de octubre de 1798
El comandante del apostadero de Cartagena, Francisco de Borja, tuvo noticia de que algunas embarcaciones británicas cruzaban por su zona, por lo que dispuso que salieran a su encuentro dos lanchas cañoneras, mandadas respectivamente por el teniente de navío Eugenio de Torres y el alférez de fragata Pedro Funes, reforzadas por los faluchos Santa Teresa y Mercedes.
A las once de la noche la cañonera de Torres apresó el falucho de guerra británico Alboran, que en compañía de los bergantines HMS Corso y HMS Espoir, cruzaban cerca de la Torre del Estacio, sobre el Cabo de Palos. Este falucho era también el buque de carga del HMS Corso.
Tres meses antes este falucho había sido un corsario francés, que fue apresado por los británicos del mencionado bergantín británico y ahora hacía labores de asistencia del mismo. Fue nombrado Alboran ya que fue apresado en dicho mar. Estaba bajo el mando del guardiamarina Bartholomew James y tripulado por 23 hombres, incluido un carpintero.
Al parecer, el HMS Corso, tras el apresamiento del falucho, había ido tras las cañoneras, que cuando se hallaron cerca de tierra viraron de pronto y le hicieron frente, disparándolo cuatro andanadas, poniéndolo a la fuga sin atreverse a seguirlos dado el viento fresco y la oscuridad de la noche.
Al año siguiente, las fuerzas sutiles de Torres pasaron al apostadero de Palma de Mallorca, para servir allí, y entre ellas estaba el falucho Alborán, que había sido incorporado a la Armada bajo el mando del teniente de fragata Manuel Aguero.
Fuente
- Presas de la Armada española (1779-1828). Rubén Vela Cuadros.