Por Yago Abilleira Crespo
Investigador naval
Extracto de un artículo publicado en la Revista Proa a la Mar 175
A los aficionados a la numismática (estudio de monedas antiguas) les sonará el bergantín «El Cazador» como un naufragio del que salieron miles y miles de monedas, ante la total pasividad del gobierno español.
Es fácil hacerse con una pieza, basta con buscar en Internet, obteniéndose incluso con certificado de autenticidad pero, ¿cuál es la historia de este buque?
El bergantín «El Cazador»
El origen de este barco hay que buscarlo en una captura. Seguramente se trate de una presa inglesa hecha en Febrero de 1780 por el corsario español Joseph Ronda en el Mar Caribe.
Se llamaría The Hunter, castellanizándose su nombre a El Cazador, pues se consideraba de mal augurio cambiarle el nombre a un barco, pero no el traducirlo.
Parece que sería un corsario inglés, o eso se deduce de su denominación, y no debía de ser mal barco, pues acabó siendo adquirido por la Armada Española para operar en aguas caribeñas clasificado como bergantín.
Su armamento sería de 8 cañones pedreros, siendo su tripulación de unos 100 hombres.
No tuvo una vida muy destacable, hasta que realizó su último viaje.
Zarpó de Nuevo Orleáns (Luisiana) hacia Veracruz (México), allí carenó y emprendió el regreso en Diciembre de 1783 con un cargamento de unas 450.000 monedas de plata, destinadas a la crítica economía de Luisiana.
Un huracán se cruzó en su camino y no se volvió a saber de él, pues ni hubo supervivientes ni vestigios del naufragio. Su comandante era D. Gabriel de Campos, Teniente de Fragata (o de Navío según qué documento se consulte).
Fue ésta una tragedia silenciada, pues apenas se encuentran documentos al respecto, aunque la mayoría de los papeles debieran de estar en México.
Aún así sabemos que se buscó al bergantín, con la esperanza de que simplemente varasen en una playa y no fueran capaces de volver a poner el buque a flote, o que el huracán les destrozase la arboladura y estuviesen a la deriva.
Todo fue en vano. Como colofón, destacar que en 1788 se le concedía una plaza de gracia de cadete…
en algún Regimiento Fijo de La Habana al hijo mayor del difunto Antonio Francisco de Amate y Cortés, que fue contador y habilitado de Marina y perdió la vida en servicio ahogándose en el bergantín de guerra El Cazador.
Tristes líneas que nos hablan de la tragedia humana que supuso el hundimiento, pues dicha plaza de gracia no era si no una manera de aliviar la situación de la viuda al quitarle una boca que alimentar y lograr que la familia ingresase algo de dinero.
El hallazgo del pecio fue de manera fortuita, el 2 de Agosto de 1993. Un barco arrastrero que pescaba gambas, el Mistake (“Error” en inglés), enganchó algo en el fondo que le rompió la red a unos 100 metros de profundidad.
Cuando los tripulantes lograron recuperar sus maltrechos aparejos, cayeron sobre la cubierta unas rocas negruzcas, partiéndose y permitiendo ver que en su interior había monedas de plata y que las rocas eran, en realidad, bloques concrecionados de monedas.
El expolio del bergantín
Su capitán Jerry Murphy, sabía muy bien lo que tenía que hacer en un caso así e inició los trámites ante las autoridades de Estados Unidos, pues el hallazgo estaba unas 50 millas al Sur de Louisiana, consiguiendo los derechos sobre el mismo.
El bergantín fue vaciado sin ningún tipo de criterio arqueológico ni científico.
La profundidad dificultó un poco las labores, pero no mucho. Como siempre y siempre ocurre en estos casos, los rescatadores informaron de que no hallaron ningún resto humano.
Si en un naufragio aparecen restos humanos, eso complica las labores de extracción, ralentizándolas por ley para tratarlos con respeto y depositarlos en un lugar adecuado.
Curiosamente, los cazatesoros que trabajan en naufragios españoles e informan a posteriori, nunca encuentran restos humanos, pero sí de animales (cerdos, gallinas, etc.).
Casualidad, supongo…
El tesoro de El Cazador no resultó ser El Dorado que mucho creyeron. Para
empezar, casi todas las monedas fueron hechas en México en 1783, siendo exactamente iguales.
La gran mayoría era pesos, monedas de a 8 reales antecesoras de los duros de plata de nuestros abuelos, aunque el buque también llevaba piezas de a 4, 2 1 y medio real.
Numismáticamente hablando, eran monedas corrientes y baratas, además, al restaurarlas tras estar dos siglos bajo el mar, quedan con un moderno brillo que espanta a los coleccionistas, por ello se ofrecieron al público general interesado en la historia.
Tuvieron que hacer una gran labor de marketing para ir dando salida al tesoro y aún hoy quedan muchas monedas por vender.
Da la sensación de que la venta de semejante cargamento dio más quebraderos de cabeza que beneficios.
DOCUMENTACIÓN:
- Archivo General de Indias, Audiencia de Santo Domingo, legajo 2609. Disponible en: pares.mcu.es
- Archivo General de Simancas, Secretaría del Estado y del Despacho de Guerra, legajo 6841, 153 (folios 646-650). Resumen disponible en pares.mcu.es
- Biblioteca Virtual de Defensa, documento con referencia BMDB20150099105
- “Mercurio Histórico y Político”, Mayo 1780
BIBLIOGRAFÍA:
- “Naufragios de la Armada Española”. Cesáreo Fernández Duro. Reedición de 2009 de la Editorial Renacimiento.
- www.elcazador.com
- www.todoababor.es