Por Santiago Gómez Cañas
Autor del libro: «Historiales de los navíos de línea españoles, 1700-1850»
Índice
Introducción
Las batallas conocidas como La Naval de Manila, fueron cinco batallas navales que se desarrollaron en las islas Filipinas en 1646, donde dos galeones españoles se enfrentaron a las escuadras holandesas formadas por un total de 18 buques de guerra, y vencieron.
Estas victorias fueron atribuidas a la intervención de la Virgen María, bajo el título de Nuestra Señora de La Naval de Manila, y declaradas milagrosas por la Archidiócesis de Manila en abril de 1652, dando lugar a las numerosas festividades de Nuestra Señora de La Naval de Manila.
Desde abril de 1662 se celebra en Manila, cada segundo domingo de octubre, la festividad de La Naval de Manila en homenaje a los soldados que vencieron a los enemigos con la intercesión de la Virgen Nuestra Señora del Rosario.
Antecedentes
Los ataques holandeses a las Filipinas están enmarcados en la guerra de los Ochenta Años, conocida en España como guerra de Flandes y en Holanda como guerra de independencia de los Países Bajos.
Esta guerra comenzó en 1568, cuando las provincias de los Países Bajos se rebelaron contra su rey Felipe II. La guerra finalizó en 1648.
Los holandeses ya habían atacado las islas Filipinas desde comienzos del XVII.
Oliver Van Noort salió de Rotterdam en 1598 con cuatro buques para atacar la costa americana del Pacífico. Aunque capturó varias naves, no tuvo demasiada suerte en su empresa, con la pérdida de dos naves, las enfermedades, que causaron numerosas bajas, las tensiones internas entre los comandantes, más la buena defensa encontrada.
Decidido a probar suerte al otro lado del Pacífico, Van Noort llega a Filipinas en octubre de 1600. Con solo dos naves y solo 150 hombres no podía ocupar Manila, pero podía capturar numerosos buques.
Se enfrentó en diciembre de 1600 a los buques españoles al mando de Antonio de Morga, que perdió al galeón San Diego. Van Noort consigue regresar a Rotterdam en agosto de 1601 a bordo de su buque insignia Mauritius, convirtiéndose en el primer holandés en dar la vuelta al mundo.
Otra escuadra holandesa de cuatro naves, al mando de Francois de Wittert, atacó Manila en 1609.
El gobernador de Filipinas, Juan de Silva, derrota a los holandeses en la llamada batalla de Playa Honda, en la que fallece Wittert. Atacan de nuevo en octubre de 1616 con una escuadra de 10 galeones al mando de Joris Van Spilbergen, bloqueando la bahía de Manila.
Este nuevo enfrentamiento dio lugar a una segunda batalla de Playa Honda en abril de 1617, donde los siete buques al mando de Juan Ronquillo, rechazan de nuevo a los holandeses.
Entre 1640 y 1641 se estacionan en el estrecho de San Bernardino tres buques holandeses para capturar a los galeones españoles que llegaban de Acapulco. El sacerdote jesuita Francisco Colin idea un sistema de señales en el embocadero del estrecho de San Bernardino, por lo que los galeones españoles pudieron evitar al enemigo.
Al poco de hacerse cargo del gobierno de Filipinas, el gobernador Diego Fajardo Chacón (1644-1653), se enfrentó a una situación desesperada.
Tuvo que hacer frente a varios conflictos con los sultanes nativos, el comercio estaba debilitado, el situado de Nueva España faltaba desde hacía dos años, las tropas estaban casi en cuadro, las unidades navales eran escasas por los naufragios y la construcción de nuevos galeones estaba paralizada por la falta de recursos y pertrechos.
Un año después, la situación no había mejorado y para colmo de males, Manila sufrió un gran terremoto el 30 de noviembre de 1645 y una réplica el 5 de diciembre que causó numerosas víctimas.
Mientras tanto, los holandeses, desde su base de Batavia, actual Yakarta, viendo la debilidad española en Filipinas, comenzaron los preparativos para el golpe definitivo, que no era otro que apoderarse de las islas Filipinas.
Buscando dominar el comercio marítimo con el sudeste asiático, realizaron actividades corsarias en aguas filipinas, atacando los sampanes y juncos de China y Japón para interrumpir el comercio español.
Los planes holandeses de invasión de Filipinas
A mediados del siglo XVII, los holandeses se sentían fuertes desde posesiones en la actual Indonesia.
En 1642 se habían apoderado de la isla de Formosa y enviaban numerosos buques para destrozar el comercio español, capturar sus buques y, sobre todo, evitar la llegada de refuerzos y caudales desde Nueva España.
Estaban convencidos que iban a asestar el golpe definitivo a los españoles y se apoderarían de las islas Filipinas, apoyados por su poderosa V.O.C. (siglas en neerlandés de la Compañía de las Indias Orientales).
Para entender la euforia holandesa, basta decir que disponían en Asia de no menos de 150 buques de todos los tipos, desde galeones a pequeñas embarcaciones, bien armados y equipados.
Era el momento de asestar el golpe definitivo.
Para evitar los fracasos anteriores, a pesar de contar con superioridad en buena parte de los casos, en esta ocasión prepararon la invasión con mayor número de tropas y una escuadra infinitamente superior a la española.
La situación de las Filipinas
Mientras los holandeses disponían de tales fuerzas, las islas Filipinas pasaban por una situación desesperada. Entre 1633 y 1640 hubo varias erupciones volcánicas.
Numerosas guerras contra los musulmanes se cobraban vidas y recursos, como la rebelión en la isla de Mindanao del sultán Kudarat en 1635, o la rebelión de Sangley entre 1635 y 1640.
El comercio con Asia y América estaba deteriorado a causa de los numerosos naufragios, además de reducir al mínimo las fuerzas navales españolas en Filipinas.
A mediados de agosto de 1644 llega a Manila Diego Fajardo Chacón, nuevo gobernador y Capitán General de las Filipinas. Se encontró que solo había tres galeones, en mal estado, una galera y algunos pequeños bergantines.
Ante la falta de recursos, envió a Acapulco a los galeones Nuestra Señora de la Encarnación y Nuestra Señora del Rosario.
Regresaron a Filipinas en julio de 1645 al mando del capitán Lorenzo de Orellana con numerosos caudales, pertrechos y reclutas, a pesar de ser hostigados por tres buques holandeses.
El tercer galeón, el San Luis, se perdería posteriormente en un naufragio en la costa de Cagayán, el 26 de julio de 1646, cuando regresaba de Acapulco.
Ese mismo año de 1645, el 30 de noviembre, un terremoto asola Manila, destruye numerosos edificios y se cobra muchas vidas. Una réplica del terremoto el 5 de diciembre acaba por destruir los pocos edificios que se habían salvado del terremoto anterior, al haber aumentado la destrucción la inundación provocada por los ríos desbordados.
El ataque holandés
Reunidos en su base de Batavia, actual Yakarta, los representantes de la V.O.C. holandesa planean el golpe decisivo en las Filipinas.
Al mando del almirante Maarten Gerritsz Vries (Fries), veterano navegante y explorador, destinan 18 buques de guerra a la campaña, divididos en tres escuadrones.
El primer escuadrón estaba formado por cuatro galeones y un patache y tenía por destino Ilocos y Pangasinan, con la misión de capturar a los buques chinos que se dirigían a Manila y agitar a los nativos contra los españoles.
El segundo escuadrón estaba formado por cinco galeones (insignia de 46 cañones y 4 de 30 cañones) y dos brulotes. Su destino era el embocadero del estrecho de San Bernardino para capturar el Galeón de Manila.
El tercer escuadrón era de seis galeones, su insignia de 45 cañones y el resto de más de 25 cañones. Su misión era cortar las comunicaciones navales españolas con Terrenate y Macasar, de donde podrían llegar socorros españoles, además de servir de refuerzo a las dos escuadras anteriores.
Pasada la época de los monzones, los tres escuadrones debían converger en la bahía de Manila para atacar la ciudad.
El 1º de febrero de 1646 llega a Manila la alarmante noticia de la llegada de una escuadra holandesa a la costa de Ilocos.
Los holandeses trataron de convencer a los nativos prometiendo independencia y librarles de impuestos. Al negarse estos, los holandeses saquearon las poblaciones.
Esta masacre de la población solo finalizó con la llegada algunas compañías de tropas españoles, que obligaron a los holandeses a embarcar en su escuadra. El gobernador Fajardo, conocedor de las intenciones del enemigo, convoca consejo de guerra para determinar las acciones de defensa que se debían adoptar.
Solo contaba para la defensa con los galeones Encarnación, que hacía de capitana, de 800 toneladas, y Rosario, almiranta, de 700 toneladas, llegados a Cavite desde Nueva España en julio de 1645.
Son habilitados lo más rápidamente posible y armados con 34 y 30 cañones, puestos al mando de Lorenzo Ugalde de Orellana (aparece en varios documentos como Lorenzo Orella y Ugalde), nombrado general, y su segundo al mando Sebastián López, en la almiranta.
En la capitana irían embarcados los pilotos Domingo Machado y Francisco Romero y en la almiranta Esteban Ramos y Andrés Cordero.
Se embarcaron cuatro compañías de infantería, dos en cada galeón, mandadas por los capitanes Juan Enríquez de Miranda y Gaspar Cardoso en la capitana, Juan Martínez Capelo y Gabriel Miño de Guzmán en la almiranta, contando con un total de unos 400 hombres en cada galeón, aunque algunas fuentes mencionan que solo llevaban unos 200 tripulantes más 100 de guarnición.
Primer combate (Cabo Bolinao)
El 3 de marzo zarpan de Cavite los dos galeones españoles. Al llegar a la isla Mariveles y no encontrar a la escuadra enemiga, a pesar de varios informes que la situaban allí, tomaron rumbo al norte, donde el 15 de marzo encontraron en la costa de Pangasinan, concretamente en la isla Bolinao, situada en el extremo oeste del golfo de Lingayen a los buques holandeses.
A las nueve de la mañana navegaba la nave almiranta en cabeza con viento noroeste y a media legua de distancia de la capitana, cuando lanzó dos cañonazos como indicativo de haber descubierto la escuadra enemiga.
El combate comenzó a las tres de la tarde del 15 de marzo. La almiranta española se había puesto a popa de la capitana.
La escuadra holandesa formó en línea y, sin pretender lanzar una andanada, pasó a babor de la capitana española, disparando un cañonazo el buque insignia holandés.
La respuesta del galeón Encarnación fue de dos disparos, destrozando el tajamar de proa del buque insignia enemigo, continuando la marcha.
Los holandeses concentraron sus disparos sobre el galeón Rosario, que era de menor desplazamiento y creían peor armado, pero respondió con varias andanadas. Mientras tanto, la capitana española pudo disparar con más libertad contra los cuatro buques enemigos.
Tras unas cinco horas de combate, los buques holandeses se retiraron amparados en la oscuridad y con los faroles apagados.
Los dos galeones españoles los persiguieron hasta el cabo Bojador, en el extremo norte de la isla de Luzón. Al amanecer del día siguiente no había rastro de la escuadra holandesa, y el general Ugalde ordena regresar a la isla Bolinao para reparar los daños del combate y atender a los heridos, enviando despachos para informar al gobernador Fajardo.
Los dos galeones tenían solo daños menores y las bajas eran de varios hombres heridos.
Asedio de Ticao
El general Ugalde recibe instrucciones del gobernador Fajardo: poner rumbo al embocadero de San Bernardino para proteger la llegada desde Acapulco del galeón San Luis, que se esperaba para el mes de julio, encontrarlo y escoltarlo hasta la bahía de Manila.
Los dos galeones de Ugalde, tras soportar calmas y vientos contrarios, llegaron al puerto de San Jacinto, en la isla de Ticao, el 1º de junio de 1646. Allí apostados podían observar la llegada del galeón en su entrada por el embocadero.
A mediados del mes de abril de 1646 entró en el archipiélago filipino el segundo escuadrón holandés, poniendo rumbo a la isla Jolo, en el actual archipiélago de Sulu, donde la guarnición española había abandonado el lugar por orden del gobernador Fajardo.
La escuadra holandesa puso rumbo a la península de Zamboanga, en el extremo suroeste de la isla Mindanao. Consiguen capturar a dos de los cinco buques que los españoles tenían dispuestos para ser enviados a Ternate (Terrenate), en las Molucas, el llamado “Socorro de Ternate”, la flotilla enviada anualmente desde Manila a las Molucas para mantener a la guarnición con pertrechos, víveres y caudales.
Las otras tres naves españolas consiguen huir y refugiarse en Zamboanga. Al ser rechazados en su ataque frontal a la fortaleza de Zamboanga, los holandeses desembarcan ese mes de abril en la ensenada de Caldera para atacar la fortaleza por otro flanco.
El capitán Pedro Durán de Monforte, con 30 soldados españoles y 200 hombres de dos compañías de tropas nativas filipinas, causan casi cien bajas al enemigo y los obliga a reembarcar.
La escuadra esperó varios días la llegada de las tres naves españolas que habían escapado. Cumpliendo las órdenes, el comandante holandés levó anclas y puso rumbo al estrecho de San Bernardino.
El 22 de junio fueron vistos acercándose a la isla de Ticao los siete buques de guerra holandeses y 16 lanchas de desembarco de tropas.
Al día siguiente descubren a los dos galeones españoles en el puerto de San Jacinto comenzando un bloqueo naval para impedir que escaparan los dos galeones.
Después de un consejo de guerra, Ugalde y sus oficiales deciden no entablar combate con un enemigo muy superior. El galeón de Acapulco no había llegado y los dos galeones españoles tenían que encontrarse en las mejores condiciones para protegerlo.
Dos buques de la escuadra holandesa lanzaron un cañonazo como inicio del ataque a los españoles, respondido los españoles con otros dos cañonazos, pero no salieron del puerto.
Al día siguiente los siete buques y 16 lanchas enemigas fondearon a la entrada del puerto de forma que los españoles no pudieran escapar.
En uno de los extremos de su línea los holandeses podían formar una cabeza de playa para atacar a los españoles por la espalda.
Los españoles se dieron cuenta del peligro y desembarcaron 150 soldados al mando del sargento mayor Agustín de Cepeda, que auxiliado por el capitán Gaspar Cardoso y algunos cañones se prepararon para rechazar al enemigo.
A las 10 horas de la noche llegaron cuatro lanchas con tropas para reconocer el puerto. Los españoles permitieron que se acercaran y desembarcaran, momento en que las tropas al mando de Cepeda realizaron una descarga de fusilería que diezmó a los atacantes, obligándoles a reembarcar.
En los días siguientes, las lanchas realizaron ataques contra los dos galeones, y siempre son rechazadas.
Pasó más de un mes sin que los holandeses consiguieran, no ya una victoria, sino disminuir la defensa española. Un día vieron acercarse a cuatro hombres nadando desde los buques holandeses.
Eran cuatro prisioneros que se habían escapado. Recogidos por las lanchas, informaron al general Ugalde de muchos detalles de la escuadra holandesa y de sus planes.
La información más importante fue la existencia de otra escuadra holandesa y sus planes de converger en Manila para su conquista.
Era el 24 de julio cuando el comandante holandés decide abandonar el asedio del puerto de San Jacinto y poner rumbo a Manila.
Creyendo que el Galeón de Manila había recalado en alguno de los puertos cercanos al embocadero, el general español ordena hacerse a la vela al amanecer del 25 de julio y enfrentarse a la escuadra holandesa.
En realidad, el galeón San Luis, que había salido de Acapulco el 2 de abril de 1646, llegó a la altura del embocadero y recaló en el puerto de Cagayán tras haber perdido parte de la arboladura en los temporales que encontró.
Arrastrado por las corrientes chocó contra las rocas y se hundió el 26 de julio. Antes de su naufragio se habían desembarcado los caudales, la tripulación y parte de la carga. Posteriormente se recuperaron los cañones y pertrechos.
Segundo combate (Marinduque)
Cuando la escuadra española zarpa del puerto de San Jacinto, al amanecer del 25 de julio, la escuadra holandesa había puesto rumbo a la bahía de Manila.
Ugalde, que ya conocía los planes holandeses de atacar Manila, sabía que la plaza se encontraba indefensa, sin buques de guerra y falta de cañones, ya que varios de los cañones de la plaza se habían embarcado en los galeones.
No tenía otra opción que perseguir a la escuadra holandesa, forzar la vela y alcanzar al enemigo. En 28 de julio avistaron a dos buques de la escuadra holandesa, continuando la aproximación durante el resto del día y la noche.
Al amanecer del 29 de julio ya se encontraban a la vista los siete buques de guerra holandeses navegando juntos, y venían desde barlovento al encuentro con los dos galeones españoles.
Las dos escuadras se encontraban en el mar de Sibuyan, al sur de la isla de Marinduque, entre esta isla y la de Banton. Al mediodía, la escuadra holandesa viró en redondo.
Ugalde, cansado del juego del enemigo, realizó varios disparos a las cinco de la tarde para provocar el combate.
Durante varias horas, los holandeses no respondieron a las provocaciones, esperando la llegada de la oscuridad al tener planeado el almirante holandés Maarten Gerritsz van Vries lanzar sus buques más pequeños, los brulotes, y así destruir a los dos galeones, pero, por suerte para los españoles, cuando empezó a oscurecer la mar estaba en calma y había luna llena.
Los holandeses esperaron a la caída del sol para comenzar el combate, y poniendo dirección este, cayeron los siete galeones y rodearon a la capitana Encarnación.
El intercambio de disparos comenzó violentamente entre los siete holandeses y el galeón español, al que disparaban por todos los lados.
En cualquier situación parecida cualquier buque hubiera sido rendido, abordado o hundido, pero no sería este el caso. Hubo un momento de grave peligro cuando la capitana se acercó a dos de los galeones holandeses que estaban en situación comprometida, pero se acercó demasiado a la almiranta holandesa, que aprovechó el momento para lanzar cuerdas y garfios con intención de abordar a la capitana.
Ante la seguridad de que se hubieran unido al abordaje otros galeones, el peligro de captura era grande, pero varios soldados españoles y filipinos se lanzaron a cortar las cuerdas, liberando las dos naves.
Mientras tanto, el galeón Rosario, que se encontraba fuera de la melé del combate, disparaba libremente contra los galeones holandeses, que tenían centrada su atención en capturar o hundir la capitana, causando muchos daños en los cascos y arboladura del enemigo.
Nuevos peligros llegaron para la capitana española al enviar los holandeses un brulote para incendiarla.
Una andanada detrás de otra lanzó la capitana contra el brulote desde la banda de estribor, hasta que el brulote se acercó a la popa del galeón.
El comandante ordena disparar con los cañones cazadores de popa, alcanzando de lleno al brulote en varias ocasiones. El desviado brulote se acercó a la almiranta española que le disparó tan acertadamente que finalmente se hundió en medio de fuertes explosiones.
A bordo de la almiranta llegó una lancha de la capitana, que cargada con soldados y marineros había lanzado al agua para atacar al brulote.
La lancha recogió del agua un tripulante del brulote, que informó los planes de su comandante de lanzar otro brulote. Ya estaba amaneciendo cuando cesaron los combates.
Hasta ese momento, la capitana tenía a bordo numerosos heridos, pero ningún muerto, y la almiranta tenía a bordo cinco muertos y varios heridos.
Tercer combate (Mindoro)
Perseguidos los buques holandeses por los dos galeones, son alcanzados el 31 de julio, entre la isla Mindoro y la isla Maestre de Campo, llamada actualmente como Sibale.
La escuadra española navegaba con viento norte y se encontraba a barlovento del enemigo.
Comenzó el nuevo combate a las dos de la tarde entre los dos galeones españoles y seis holandeses.
Los holandeses se centraron en la almiranta española, siendo rechazados por el apoyo de la capitana. El buque insignia holandés intentó ponerse al costado de la capitana española, retirándose al poco tiempo, al encontrarse en mal estado para soportar un duro cañoneo y tuvieron que poner a trabajar a muchos hombres en las bombas de achique de agua.
En tan mala situación se encontraba que izó señales se estar en peligro de hundirse. Los españoles, que conocían las señales del enemigo, por un holandés rescatado del agua en el combate anterior, redoblaron sus esfuerzos contra el galeón holandés.
Hasta ese momento, los holandeses habían combatido a la defensiva, pero intentaron destruir a los españoles enviando otro brulote, que al tener las velas destrozadas, tuvo que ser remolcado por varias lanchas y escoltado por dos galeones holandeses.
Desde la banda de estribor, por donde venía el brulote, comenzaron a disparar los cañones contra el buque y las tropas contra los marineros del brulote, con tan buena fortuna o puntería que el brulote se hundió.
Desesperados por no poder derrotar a los españoles y muy maltratados, abandonaron el lugar del combate poniendo rumbo a la costa. Perseguidos por los dos galeones, desaparecieron de la vista al llegar la noche y apagaron sus faroles.
En la almiranta española hubo otros 8 muertos y varios heridos.
El gobernador de Filipinas, enterado de las victorias de los galeones españoles, ordena al general Ugalde regresar a Cavite.
El general abandonó la búsqueda de la escuadra enemiga y puso rumbo al norte, llegando a Cavite el 31 de agosto.
Las tripulaciones desembarcaron para un merecido descanso tras seis meses navegando y los dos galeones fueron debidamente reparados.
En escritos posteriores a estos combates el comandante holandés Vries afirmó que los galeones españoles estaban mejor construidos y armados.
Justificó sus derrotas afirmando que su escuadra navegó durante cinco meses sin descanso, careciendo de suficientes municiones, pólvora y, sobre todo, de víveres frescos.
Olvida este comandante que los dos galeones españoles estuvieron navegando y combatiendo los mismos meses que los holandeses, aunque los españoles pudieron reponer agua y víveres mientras estuvieron fondeados en Bolinao y San Jacinto.
Cuarto combate (Cabo Calavite)
Confiando el gobernador Fajardo en que las victorias obtenidas habían desmoralizado al holandés, ordena al general Cristóbal Martínez de Valenzuela, capitán del galeón San Diego, hacerse a la vela rumbo a Acapulco, bien surtido de mercancías para el comercio.
Este galeón, que había sido botado y alistado en 1646, zarpa de Cavite el 1º de septiembre de 1646. El gobernador Diego Fajardo, creyendo que los holandeses habían desistido en sus intentos de atacar las defensas españolas del archipiélago, ordenó que el galeón zarpara sin escolta.
Aunque así lo hubiera dispuesto, los galeones Encarnación y Rosario se encontraban muy dañados y estaban en reparaciones.
El tercer escuadrón holandés, que desconocía lo ocurrido en los combates anteriores, seguía el plan trazado y se dirigía rumbo a la bahía de Manila para unirse a los otros dos escuadrones.
Habiendo pasado el galeón San Diego la costa de Mariveles, cerca del islote llamado Fortuna, en la costa de Nasugbu, descubre a tres de los seis galeones holandeses.
El general Martínez de Valenzuela, comandante del galeón, sacó a cubierta cinco de sus pequeños cañones y comenzó a disparar contra el primer holandés que le daba caza, al que se unieron el resto de buques enemigos.
El galeón español consigue escapar de la persecución con rumbo norte y entrar de nuevo en la bahía de Manila, arribando a Cavite, donde informó al gobernador Fajardo.
El gobernador mandó al sargento mayor Manuel Estacio de Venegas desplazarse a Cavite para aprestar la escuadra española y combatir a la holandesa.
En una semana se encontraban listos para zarpar los galeones Encarnación, Rosario y San Diego, los tres armados en guerra.
Los nuevos mandos correspondían en esta ocasión a Sebastián López, general de la escuadra, a bordo de la capitana, el sargento mayor Agustín de Cepeda es el nuevo almirante y el nuevo sargento mayor de la escuadra era el capitán Francisco Rojo, que se puso al mando del San Diego.
Por cabos de las compañías de infantería se nombraron a los capitanes Salvador Pérez y Felipe Camino, embarcados en la capitana, y los capitanes Juan de Mora y Francisco Pérez Inoso en la almiranta.
La escuadra fue aumentada con una galera, armada con un cañón de 35 libras por bala y varias culebrinas, puesta al mando del almirante Francisco de Esteibar, y cuatro bergantines, armado cada uno con un cañón a proa, mandadas por los capitanes Juan de Valderrama, Juan Martínez Capelo, Gabriel Miño de Guazmás y Francisco Vargas Machuca.
La escuadra se hizo a la vela el 15 de septiembre y al día siguiente se encontraba frente a Nasugbu, donde no encontró a la escuadra enemiga.
Navegando con rumbo descubrió a la vista de punta Calavite, en el extremo noroeste de la isla Mindoro a la escuadra holandesa, navegando entre las islas Ambil y Lubang.
El combate comenzó a las cuatro de la tarde del 16 de septiembre.
Los disparos se realizaron a gran distancia y el viento contrario impedía a los españoles acercarse.
Una hora después, las corrientes acercaron a la almiranta Rosario a la escuadra enemiga, viéndose al poco rodeado por los galeones holandeses, mientras que el resto de buques españoles tuvo dificultades para acercarse y socorrer a la almiranta, que luchó durante casi cuatro horas con tres galeones holandeses que la rodeaban.
En el momento más álgido de la batalla, con pérdida de vidas y muchos daños en casco, jarcia y velas, el almirante Agustín de Cepeda ordena, entrada la noche, cesar el fuego.
Su intención no era otra que hacer creer a los holandeses que estaba en situación apurada y provocar que lo abordaran, como así ocurrió.
Los tres comandantes holandeses acercaron sus buques para abordar y rendir el galeón confiados en su captura. Cuando se encontraban a tiro de pistola, Cepeda ordena lanzar andanadas y disparos de fusilería por las dos bandas, barriendo las cubiertas enemigas y causando tantos daños al enemigo que se retiraron del combate a las dos de la madrugada.
Ya al amanecer del 17 de septiembre la capitana Encarnación se acercó a los buques holandeses y realizó varios disparos para continuar el combate. Los holandeses se refugiaron entre los bancos de arena del cabo Calavite, donde los galeones españoles no podías acercarse.
El general Sebastián López ordenó seguir dando escolta al galeón San Diego. Al ser galeón de nueva construcción y no haber realizado las pruebas de mar suficientes, pronto se demostró que navegaba mal y era muy arriesgado que en época tan avanzada y con vientos contrarios cruzara el océano Pacífico.
El general López mandó regresar a la bahía de Manila, fondeando el San Diego en la costa de Mariveles, mientras se informaba al gobernador Fajardo para que decidiera lo que se debía hacer.
Quinto combate (Corregidor)
El 3 de octubre de 1646 se encontraba fondeado en Mariveles el galeón San Diego, con la galera y los cuatro bergantines, la capitana Encarnación estaba en la entrada a la bahía de Manila, mientras que la almiranta Rosario se encontraba muy a sotavento, a causa de las fuertes corrientes, a unas dos o tres leguas.
Al día siguiente llegaron tres galeones holandeses, armados con 45, 32 y 30 cañones. Al ver que los tres galeones españoles se encontraban separados, llegaron decididos al ataque.
El general Sebastián López decide seguir fondeado al ancla al temer ser arrastrado por las corrientes como le ocurrió a la almiranta y, si esto sucedía, dejaba paso libre a los holandeses para dirigirse al San Diego y capturarlo.
Al quedarse en su puesto sería atacado por los tres buques enemigos y sin posibilidad de recibir apoyo de los otros dos galeones.
El general Sebastián López tuvo la previsión de recoger las anclas en el momento oportuno y quedarse anclado con un cable a una boya, que le daba libertad de movimientos.
En el momento en que estaba en peligro de ser abordado por los enemigos, López ordena izar las velas y descargar varias andanadas contra el enemigo.
Cuando el combate ya duraba unas cuatro horas, los holandeses empiezan a alejarse, con la mala suerte de cesar el viento.
La galera, al mando de Esteybar, se había acercado a los buques enemigos con la fuerza de sus remos y les disparó a placer al encontrarse inmovilizados.
La nave capitana holandesa estaba a punto de hundirse cuando regresó el viento.
La capitana y la galera emprendieron la caza hasta la llegada de la noche, desapareciendo la escuadra holandesa al navegar con los faroles apagados.
La capitana tuvo cuatro tripulantes muertos y varios heridos y ninguna víctima mortal en la galera.
Los holandeses se retiraron definitivamente. Habían fracasado, a pesar de su abrumadora superioridad. Habían perdido unos 500 hombres, dos brulotes y el resto de buques estaban seriamente dañados. Las bajas españolas no llegaban a 20 muertos, aunque hubo numerosos heridos.
Consecuencias
La principal es obvia, las islas Filipinas seguían siendo parte de España, y lo fueron por otros 250 años. Pero los holandeses, a pesar del varapalo recibido, lo intentaron al año siguiente, cuando el almirante Martin Gertzen atacó Filipinas y es derrotado en la llamada batalla de Cavite el 10 de junio de 1647.
Se habían acabado las oportunidades para los holandeses, pues en 1648 se firmó la paz de Münster. La guerra con los holandeses terminó con el Tratado de Westfalia de 1748, donde las Provincias Unidas consiguen su independencia.
En cuanto a las Filipinas, se estipuló en el tratado que los holandeses renunciaban a sus tentativas de invasión, y los españoles no extenderían sus posesiones al archipiélago de las Molucas.
Bibliografía
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