El naufragio de la corbeta correo Cantabria

Por Juan García (Todo a Babor)

Introducción

Naufragios ha habido muchos a lo largo de la historia, pero la mayoría de las veces no ha quedado constancia de los pormenores de los mismos, bien porque no hubo supervivientes o porque si los hubo no trascendió lo ocurrido.

El historiador español Cesáreo Fernández Duro recopiló y publicó en 1867 una serie de naufragios dados en buques de la Armada española que es, a día de hoy, una gran mina de información1.

La historia que les traigo hoy la descubrí en aquel libro, donde Duro incluyó de forma íntegra el informe escrito por uno de los oficiales de la embarcación (Manuel de Álvarez) y que bien pudiera parecer una novela de aventuras por lo espectacular del suceso.

Tiene como protagonista a la corbeta correo Cantabria. Este tipo de buques de Correos Marítimos pasaron a depender de la Real Armada desde marzo de 18022, un servicio que antes hacían buques mercantes con permiso de la Corona.

Sello conmemorativo del servicio de correos marítimos con una corbeta de finales del siglo XVIII,
Sello conmemorativo del servicio de correos marítimos con una corbeta de finales del siglo XVIII, que debía ser muy parecida a la Cantabria de esta entrada. Stamps of the world.

Y como la fecha del naufragio de la corbeta Cantabria ocurrió el 11 de octubre de 1802, dicha embarcación pertenecía por escasos meses de diferencia a la Armada.

Los buques correos eran embarcaciones ligeras, normalmente corbetas, bergantines o goletas, que iban con poca tripulación y escasa artillería, ya que su cometido era navegar rápidamente y rehuir cualquier conflicto.

Salida de la corbeta Cantabria de Montevideo

El 30 de agosto de 1802 salió la corbeta correo del puerto de Montevideo con destino a La Coruña.

Llevaba pliegos del Real servicio y correspondencia pública, además de caudales y efectos a cuenta del comercio y algunos particulares de la zona. Estaba bajo el mando de Juan del Busto.

Todo parecía ir bien, a pesar de unos vientos fuertes que, al menos, les eran favorables, hasta el 10 de octubre.

Aquel día vieron que el tiempo se estaba poniendo muy mal, de hecho la situación parece ser que era de urgencia cuando el comandante ordenó prepararse para lo peor.

La tempestad

Efectivamente, a las tres y media de la tarde descargó por el SSE una turbonada tan fuerte y violenta que obligó al comandante mandar dar la popa, quedándose únicamente con la trinqueta y trinquete.

La oscuridad era tal que con dificultad se podían discernir unos a otros.

A las cuatro se calmó el tiempo, pero no duraría mucho ya que les sobrevino un viento del norte acompañado de un intenso diluvio, oscureciendo cada vez más el horizonte.

Los vientos racheados eran de tal violencia que en una de las ocasiones se desarboló el trinquete, sucediendo lo mismo con la trinqueta de tal modo que la corbeta apenas obedecía el timón…

… gobernando siempre las mares y el viento á la popa, llegando á tal extremo la violencia de tan terrible huracán, que toda la atmósfera parecía un puro fuego, causando más horror aquel aspecto y feo semblante, por la cerrazón que había por todas partes.

A la vista de tan espantoso panorama, la mayoría se encomendó a Dios y a la Virgen del Carmen.

Al rato pareció aplacarse la furia de los elementos, lo que les llenó de júbilo y esperanzas.

La Cantabria se hunde

Sin embargo, a las cinco de la tarde el despensero informó al comandante que había agua en la despensa.

Rápidamente el carpintero fue hacia las bombas para registrar en la sentina si había agua.

En un primer momento había comprobado que no, pero con aquel nuevo aviso halló que en esa ocasión que sí que había, por lo que la tripulación se dispuso a dar a las dos bombas, relevándose durante toda la noche.

El comandante Juan del Busto reconoció la despensa y mandó sacar el pan de los pañoles y desguazar el forro de dentro, para intentar descubrir por dónde entraba el agua, ya que en un principio pensaron que era del agua que había entrado por la cubierta a consecuencia del temporal.

Mientras se hicieron estas eficaces diligencias subsistía la penosa é incesante fatiga de echar agua afuera con bombas, baldes, ollas y platos, hasta que al amanecer el día 11 resolvió se echase al mar todo lo que había en el entrepuente, cámara y buzones; las anclas y todo lo posible á fin de que la corbeta suspendiese, sin descansar un solo momento oficiales, pasajeros y tripulación.

Pero la suerte estaba ya echada. A pesar del trabajo con las bombas, que los dejó a todos rendidos, la corbeta Cantabria se hundía irremediablemente.

Era hora de ponerse a salvo.

Se echó al agua la lancha y el bote; dentro llevaron los instrumentos, agujas de marear, un poco de pan y agua que se pudo conseguir, además de tres barriles de vino que embarcó el comandante.

Este, después de comprobar que no había nada que hacer, mandó embarcar en la lancha y bote a la tripulación, siendo Juan del Busto y sus oficiales los últimos en hacerlo.

Pero el comandante se arrepintió en el momento y ordenó regresar a la corbeta: quería hacer un último intento de reflotarla.

Así, se fueron por la borda todos aquellos elementos que no eran indispensables, como los cañones, cables, horno, pipería, cajones y demás. También ordenó pasar una vela por debajo de la quilla, con la esperanza de estancar el agua que entraba por la desconocida vía.

Todos habían trabajado sin descanso, desde las siete y media de la mañana hasta las cinco y media de la tarde, en cuya hora Juan del Busto, ahora sí, determinó que ya no se podía hacer nada más. Salvo una improvisada jangada3 con vergas y masteleros, donde embarcaron algunos tripulantes y efectos.

En las dos embarcaciones menores irían el resto de pasajeros, y pasajeras que también las había.

El comandante se quedó lleno de confusión en medio de aquel conflicto.

A fuerza de ruegos é importunaciones, se embarcó en el bote, manteniéndonos por la popa de la corbeta con tres remolques, expuestos á la inclemencia é intemperie, sin más asilo, ni esperanza ni remedio humano, sino el de la Divina Omnipotencia, llenos de opresión, trémulos y mirándonos unos á otros sin articular palabra.

Comienza la odisea de los supervivientes

Debido a las malas condiciones a causa del frío y el agua, algunos de los tripulantes de la jangada hubieron de mudarse a la lancha y el bote para resguardarse un poco mejor, habida cuenta de que muchos de ellos ni siquiera llevaban ropas de muda y hambrientos por no haber comido nada desde el día anterior.

Así, la tripulación de la ya casi perdida corbeta Cantabria quedaba repartida de la siguiente manera:

  • En la lancha iban 48 personas de ambos sexos, entre los que se incluía el segundo comandante Joaquín Machuca.
  • En el bote iban 13 personas, entre ellas el comandante y el tercer oficial Manuel de Álvarez (autor del diario en cual nos basamos para este artículo).
  • En la jangada iban 30 personas, entre ellas un soldado licenciado y un pasajero.

Quedó en la malograda Cantabria un marinero, que allí pereció. Lamentablemente, no sabemos por qué se quedó allí aquel hombre, si estaba herido o qué pasó para suceder aquello.

A la espantosa sensación de quedarse solos en medio del océano se les unía la contrariedad de tener las embarcaciones menores con mucha agua dentro, teniendo que achicar esta sin descanso y por turnos.

La corbeta correo Cantabria se hundiría por completo a las nueve de la noche de aquel día 11 de octubre, después de un balance, cuando metió la serviola4 de estribor y de golpe de sumergió.

La tragedia fue que, justo antes del hundimiento, las tres embarcaciones estaban amarradas todavía a la corbeta.

Y aunque se picaron los cables para no acabar en el fondo, los remolinos hundieron la jangada, que por no disponer de remos como los otros dos botes, no pudo salir de la zona a tiempo.

La treintena de personas que había en el agua intentaron llegar a la lancha y el bote, pero no se los pudo recoger porque no había sitio donde acogerlos. El comandante tomó la penosa decisión de dejarlos allí.

La sumersión de la corbeta, los penetrantes y vivos clamores de aquellos pobrecitos para que los recogiéramos, el horror de la noche, la mar atravesada y gruesa y las inevitables reflexiones que cada uno hacia al ver que con la mayor velocidad se acercaba su última hora, y todos los funestos efectos de una suerte tan atroz y desgraciada, nos representaban la escena más horrible.

Según el parte del comandante de la Cantabria, la embarcación naufragó en las siguientes coordenadas: 27º latitud norte y 28º longitud Oeste de Cádiz.

Es de imaginar la espantosa situación de aquellas pobres gentes que no pudieron subir a la lancha y el bote.

No olvidemos que entonces no había botes salvavidas en los buques, ya que las embarcaciones menores que se encontraban a bordo de los buques eran para auxiliar en las maniobras o para traer y llevar personas y efectos de los buques a los puertos o a otros buques.

Por lo tanto, cuando alguien se embarcaba en un buque lo hacía sabiendo que en aquellos casos de emergencia no había sitio para todos en las embarcaciones menores.

Los supervivientes siguieron en la lancha y el bote durante toda la noche con el único consuelo de rezar, sobre todo a la Virgen del Pilar, ya que estaban a día 12 de octubre.

Rescatados y nuevas penurias

Al amanecer avistaron por la proa una embarcación que los demoraba al SSO. Aquello los sorprendió y llenó de júbilo.

El comandante, con el bote que era más ligero y disponía de una vela, fue a cortar la proa a aquella embarcación, que al descubrirlos tuvo el detalle de atravesarse para esperarlos.

Al subir a bordo, Juan del Busto informó al capitán de aquella pequeña embarcación del naufragio de la Cantabria y la desesperada situación de los supervivientes.

Al poco llegó la lancha, que se puso abarloada al buque. Los tripulantes de este buque, además de su capitán, demostraron toda clase de humanidad con los rescatados, no reparando en atenciones.

Dicho buque era un bergantín mercante portugués llamado Santa Ana, alias el Buen Feliz, que llevaba carga, desde Río de Janeiro, de azúcar, aguardiente, miel de caña, cueros y otros efectos con destino a la isla de Fayal, en las Azores.

El amable capitán se llamaba José Felipe Núñez y demostró ser una persona muy generosa, ya que dejó a los supervivientes sus propias ropas y todo cuanto hiciera falta para aliviarlos.

Reflexionando que tenia á su bordo el considerable número de 61 individuos, sin incluir los de su dotación, y por otra parte hallándose solo con seis cuarterolas de agua y total escasez de pan (que eran los efectos de primer necesidad), determinó se hiciese cada 24 horas una sola comida caliente, y que igualmente se franquease un poco de agua tomada por una bombilla; y en medio de que en los primeros días, movido de conmiseración, se esforzó á proporcionarnos á la oficialidad, el alivio de tomar por la tarde algún sustento, que se reducía á té ó café con su mantequilla y un poco de pan; pero dilatándose el viaje por la tenacidad de los vientos contrarios, le fue forzoso suspender alguna vez este corto socorro.

Encuentro con otro buque

El día 15 de octubre, sobre las dos de la tarde, avistaron otro bergantín.

Largaron la señal de socorro al tiempo que se dirigían hacia él. En aquel año de 1802 no había guerra, así que no había peligro de encontrarse con corsarios o buques de guerra enemigos.

A las cuatro de la tarde el Buen Feliz alcanzó al bergantín desconocido, que resultó ser un mercante español llamado Begoña, alias Ligero, mandado por Pedro Azna, que había salido de La Coruña con destino Puerto Rico y La Habana.

Dicho capitán también se mostró muy humanitario, cediendo seis barriles de agua, dos de pan, dos de harina y nueve de vino, llevándose también a once hombres, lo que alivió en gran parte a los del bergantín portugués.

Con este nuevo refuerzo hemos continuado nuestra navegación, y manteniéndonos en los límites de un arreglo el más equitativo y moderado sin que por la misericordia del Señor y acertadas disposiciones que se han tomado llegásemos á la extrema necesidad de perecer por falta de alimento; advirtiendo que la una sola comida que diariamente se nos daba era abundantísima, pues con el mayor desinterés nos franqueaba el capitán no solo lo que pertenecía á su franquicia y regalo, sino también de los efectos comestibles propios del cargamento que conducía.

El día 1 de noviembre avistaron la isla de Flores, en el archipiélago de las Azores, fondeando el día 3 a las dos de la tarde en el puerto de la isla de Fayal.

Los náufragos, con el comandante, oficiales, pasajeros y tripulación, se presentaron ante el cónsul español de aquella isla.

El cónsul les dio inmediatamente alojamiento y arregló la manutención diaria de toda aquella gente.

Así permanecieron hasta que arribó el bergantín de la Real Armada Descubridor, que los transportó a el Ferrol, donde llegarían el 20 de diciembre.

No se olvidaron del amable capitán portugués José Felipe Nuñez, cuya humanitaria y generosa conducta se propuso premiar el Gobierno.

Este se negó a recibir el reintegro de lo gastos ocasionados por los náufragos, aunque sí admitió las consideraciones de capitán de fragata de la Armada, con el sueldo de tal empleo durante su vida, pasando a su fallecimiento a su mujer e hijos, tal y como había sido acordado por Real Orden de 23 de abril de 1803.

Y así terminó una de las muchas odiseas que suceden a los náufragos. En este caso no terminó del todo mal, a pesar de la treintena de ahogados de la jangada. Podía haber sido mucho peor, como en tantas otras ocasiones en la que la mar se llevó barcos y tripulaciones enteras como si nunca hubieran existido.

Notas

  1. Se trata de «Naufragios de la Armada Española: relación histórica formada con presencia de los documentos oficiales que existen..». Se puede leer online, incluso descargarlo de forma legal, en varias direcciones de Internet, accesible con una sencilla búsqueda.
  2. Godoy aprovechó la Paz de Amiens de marzo de 1802 para reorganizar la Armada. Así, el 6 de abril de 1802 este hizo públicas las Reglas bajo las cuales, según ha determinado S.M., han de quedar reunidas a la Real Armada los Correos marítimos. Entre otras disposiciones, durante un periodo transitorio de dos años los buques correo serían mandados, mitad y mitad, por oficiales de la Armada y de Correos.
  3. Una jangada es una balsa improvisada hecha con maderos unidos.
  4. Serviola: f. Mar. Pescante muy robusto instalado en las proximidades de la amura y hacia la parte exterior del costado del buque. En su cabeza tiene un juego de varias roldanas por las que laborea el aparejo de gata. RAE

Fuentes

  • «Naufragios de la Armada Española: relación histórica formada con presencia de los documentos oficiales que existen…» (1867) – Fernández Duro, Cesáreo.
  • Los navíos de aviso y los correos marítimos a Indias (1492-1898). José María Vallejo García-Hevia.

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