Por Juan García (Todo a Babor)
Índice
Introducción
El navío Dragón era un veterano navío de línea de 64 cañones que en 1783 estaba bajo el mando del brigadier don Miguel Alfonso de Sousa.
Los navíos de 64 cañones todavía seguían en activo en las principales marinas europeas, principalmente la británica y la española; entre los primeros también había unos cuantos de 50 cañones. La francesa poco a poco iría abandonando este tipo de navíos para decantarse por los de 74 cañones como porte mínimo.
En la Armada española los navíos de 64 cañones hacían una labor inestimable en el Caribe, ya que eran buques muy potentes en su artillería, con batería principal de cañones de 24 libras y la segunda de 18 libras, más que suficiente para enfrentarse con fragatas y buques corsarios de gran porte, sin tener que movilizar plataformas más grandes y costosas como eran los navíos de 74 cañones.
En tiempo de guerra la cosa cambiaba, pero también eran utilizados en línea de combate si hacía falta.
Ya vimos cómo precisamente el Dragón, junto con el navío América, apresaron un navío argelino, lo que dice mucho de las cualidades de este buque.
El 22 de mayo de aquel mismo año, el navío Dragón salió en conserva del navío San Leandro, también de 64 cañones. Su destino era Veracruz. De Sousa iba al mando de la división.
El día 24 tomaron la Sonda de Campeche, ya que el piloto del Dragón consideraba como más seguro para evitar el riesgo del arrecife de Mujeres, en que tantos buques han desaparecido arrastrados por las corrientes.
Continuaron con la derrota del OSO. A pesar de las precauciones tomadas, el día 27 el navío Dragón varó pasada la media noche en el Bajo Nuevo de Campeche.
Al parecer, el piloto no sabía muy bien ni dónde estaba:
El piloto, confuso con el accidente, no podía decir en cual de los bajos se encontraban, limitándose a repetir que su cálculo solo podía haber errado en la velocidad de la corriente que los había adelantado prodigiosamente; pero sus escusas no podían remediar el mal; el navío estaba varado.
El brigadier Miguel de Sousa no perdió el tiempo e hizo disparar de inmediato unos cañonazos y hacer señales para evitar que el San Leandro acabara de la misma forma.
Tras esto, se calaron las vergas y masteleros, enviando las embarcaciones menores a reconocer el fondo del navío.
Se descubrió encontrarse el Dragón en el bajo Nuevo, agarrado solo de proa y teniendo a muy corta distancia por la popa 5 brazas de agua.
Pero no todo estaba perdido. El viento era bonancible y la mar llana, lo cual hizo recobrar los ánimos a la tripulación y pensar que podían sacar el buque de aquel atolladero rápidamente y sin averías.
Intentos para reflotar el buque
Y eso hicieron. Tendieron por la popa un ancla y tres anclotes, aliviando al navío de peso por la proa, tirando al mar la artillería de aquella parte y otros pertrechos.
Tirando de cabestrante, al final cedió y el buque quedó a flote a las diez de la mañana del día 29, aproado al viento que, afortunadamente, seguía siendo bonancible, del ENE.
Sin perder el tiempo se procedió a preparar el aparejo para dar a la vela. Sin embargo, antes de que se pudiera terminar estos trabajos, el tiempo empeoró sobremanera, levantando mar que rompía con estruendo en el bajo, dejando al navío Dragón de nuevo en serio peligro.
Y aunque se tendió otra ancla, tanto esta como las anteriores garraron. Para colmo de males, uno de los cables falló y a las diez de la noche de nuevo el navío estaba con la popa sobre las piedras.
Pero, a diferencia de la primera varada, esta vez el mar estaba embravecido y las olas sacudían al Dragón de tal forma que ya nadie dudaba del funesto destino que le aguardaba.
Segunda varada
Del navío San Leandro tampoco llegaban buenas noticias; le faltaron las amarras de las dos anclas que había tendido a tres millas de distancia del bajo.
Afortunadamente, consiguió ganar algo de barlovento y logró mantenerse a la vela, enviando sus tres embarcaciones menores a auxiliar al malogrado navío Dragón.
Las cosas iban de mal en peor en el Dragón, que acabó tumbado en una banda, obligando a la tripulación a abandonar el barco. Disponían para ello de las propias embarcaciones del navío, las del San Leandro y algunas jangadas hechas a toda prisa (estas eran unas balsas hechas con las maderas del propio navío).
La mar se estaba engruesando por momentos, al tiempo que el navío San Leandro era sotaventeado por la corriente, alejándolo diez o doce millas de distancia; una travesía difícil para las embarcaciones menores que iban sobrecargadas de gente.
Sin embargo, todas las embarcaciones menores lograron llegar al Leandro, poniendo a la gente a salvo, excepto las improvisadas jangadas de las que no se supo nada de ellas, ni de los sesenta hombres que las tripulaban.
Pero el navío San Leandro no abandonó a aquellos desaparecidos. Estuvo hasta el 1 de junio cruzando aquella zona, con vigías en los topes de los palos, pero no consiguieron divisar aquellas precarias embarcaciones. Todo apuntaba a lo peor.
Aquel día se reunió la junta de oficiales de los dos navíos y se decidió seguir hasta su destino de Veracruz, pues los víveres no alcanzarían para una dotación tan crecida.
Nada más llegar a aquel puerto, se despachó una balandra al mando de un oficial que fue a buscar de nuevo por la zona del bajo. Desgraciadamente, no encontraron a los náufragos ni a los restos del navío Dragón, que había desaparecido de forma definitiva.
El 30 de enero de 1784 se celebró el preceptivo consejo de guerra al brigadier Sousa, por la pérdida de su navío. Este consejo estuvo presidido por Francisco de Borja. De resultas, se absolvió de toda culpa a su comandante.
Fuente:
- Naufragios de la Armada Española. 1867. Cesáreo Fernandez Duro