Por José Luis González Mateo.
Licenciado en Economía. Aficionado a la Historia Naval Militar. Este artículo fue publicado en la Revista de Historia: “Ubi Sunt?”, nº 18, Noviembre de 2005.
Este especial se compone de los siguientes artículos:
¿Cómo se llegó? | Antecedentes | Antes de la batalla | Escuadra británica | Escuadra combinada | Columna de Nelson | Columna de Collingwood | Tras la batalla | Epílogo | ¿Por qué se perdió la batalla?
Índice
Introducción
En 2005 se cumplieron doscientos años de la derrota de la escuadra combinada franco-española en aguas próximas al cabo Trafalgar, a manos de la escuadra inglesa mandada por el vicealmirante Nelson aquel 21 de octubre de 1805.
Una fecha muy señalada por todas las repercusiones que tuvo el hecho en múltiples ámbitos: militar, político, económico, social, histórico… Por todo ello, y la fascinación que ha tenido durante estos dos siglos, se ha escrito y comentado mucho sobre ello; mucho más con motivo del año conmemorativo del bicentenario. Auténticos “ríos de tinta” manados de fuentes inglesas, francesas y por supuesto, españolas.
Por tanto apenas puede añadirse algo nuevo a lo ya expuesto por tantos y de tan diversas formas. Sería redundante y poco revelador. No obstante, cuando cualquiera lee y se documenta sobre un tema que conoce bien y se sigue con interés, surgen “cosas” interesantes y reveladoras. Me refiero a esos detalles y apreciaciones que se detectan cuando se está ante un texto sobre Trafalgar. Esto sucede cuando se verifica la información a la luz de otras fuentes más contrastadas o amplias, o cuando se suscita un debate sobre las conclusiones vertidas en esos textos.
Quiero con esto decir, que es posible escribir sobre Trafalgar de forma novedosa aunque no se cuente nada “nuevo”. No obstante, si que se puede recopilar la información aprendida de mucha bibliografía que ya se conoce, y presentarla de una forma que posiblemente resulte más amena y esclarecedora para aquel que lo lee y aún no disfruta de conocer con más profundidad un combate naval tan fascinante como Trafalgar y todo lo que implicó. Y ahí es donde entran estas líneas sobre Trafalgar, en modestamente, tratar de exponer elementos interesantes desde varios ámbitos que ilustren hasta que punto la “caprichosa” historia determinó que se perdiera la batalla de Trafalgar… es más, o que tan sólo tuviese lugar.
Ante toda la “bibliografía trafalgarológica”, posiblemente se queden muchos de esos elementos en el tintero, porque recopilar y recogerlos todos sería objeto de un amplio trabajo de investigación o materia para otro libro más. Sucede así al profundizar en ello, pero a grosso modo es muy relevante exponer lo más interesante que surge al estudiar las causas del hecho y de la derrota. Por ello espero que el presente artículo sirva para formarse una idea del alcance de aquel suceso y de cómo se combinan las circunstancias para que fuese posible que se produjera sin tener que leer varios libros sobre el tema.
Sin entrar a valorar en profundidad, pues no es lo que se pretende, se trata de mostrar desde diversos factores, cómo pudo llegarse a la batalla de Trafalgar y acabar ésta con el desastre aliado franco-español.
Se pueden agrupar dichas causas en factores estructurales y coyunturales.
Factores estructurales
En el grupo de factores estructurales se recogen aquellos elementos que tuvieron como consecuencia que se acabase por desembocar en la fuerte derrota hispano-francesa en Trafalgar. O análogamente, en la culminación del éxito inglés en la mar. Cabe señalar: De índole histórica (propios de la época), políticos, económicos, culturales y sociales y como no, militares. Son factores que conjugados ‘de raíz’ prácticamente anunciaban un batacazo de la flota combinada frente a la escuadra inglesa.
Históricos
Históricamente es una época de avances en diversos campos fruto del progresivo aumento del auge comercial; sobretodo con las colonias y de la competencia dentro del seno de las potencias europeas.
Eso generó una disputa entre las diversas naciones por ostentar la mejor posición de privilegio frente al resto, o en sacar el máximo provecho de las posiciones políticas y económicas que se disfrutaban. Así, centrándonos en los casos de Inglaterra, Francia y España, que son los países que nos interesan, vemos la clara pugna desarrollada a lo largo del siglo XVIII y principios del XIX.
Se puede decir que había una pretensión imperial común, cada una proyectándola a su manera. Cada potencia “jugaba sus cartas” como mejor sabía o podía y en ello entraban sus condiciones y alianzas políticas. Inglaterra, aislada del continente, optó por una estrategia comercial y de fuerte respaldo marítimo con una potente (y sobretodo cualificada) armada.
Francia y España en cambio, al compartir suelo continental, volcaron su esfuerzo también en campañas terrestres de conservación y expansión de los territorios de que ya disfrutaban. Como era muy difícil que las tres naciones saliesen ganando al mismo tiempo, a menudo Francia y España se veían obligadas a aliarse para contrarrestar la potencia marítima inglesa y para no desgastarse mutuamente y beneficiar así a Inglaterra.
Por tanto, se trata de una época histórica de avance y desarrollo en lo económico que generó amplias tensiones políticas entre las principales naciones europeas.
Dicha etapa tendría que acabar prácticamente a la fuerza con algún acontecimiento (o serie de éstos) que definiera la situación y disipase ese pugna secular entre ellas.
En esa línea es fácil esperar que sólo observando el periodo histórico que desemboca en Trafalgar, la rivalidad entre Francia y España aliadas contra Inglaterra debía concretarse en algún momento. Y de hecho fue así, pues en Trafalgar Inglaterra logró la hegemonía marítima y a partir de ahí la base para establecer su imperio.
Políticos
Desde un punto de vista político, es fácil deducir un comportamiento derivado de ese devenir histórico que acabamos de ver. De esta forma, España se veía forzada habitualmente a aliarse con Francia para contrarrestar la influencia británica y defender sus intereses coloniales.
Para ello se sucedieron varios pactos de familia entre ambas monarquías para sostenerse mutuamente frente a la acción inglesa. Hubo luces y sombras y la eficacia de dichos pactos fue más que dudosa.
Pero cuando se produce la Revolución francesa y seguidamente Napoleón acaba ostentando el poder en una convulsa Francia de finales del XVIII, España debe decidir en esa etapa que política seguir con ambas potencias porque el aliado tradicional francés es ahora hostil a la monarquía.
España tras una primera alianza con Inglaterra para hacer frente a los revolucionarios republicanos, se ve forzada por la presión de la Francia revolucionaria (y más cuando Napoleón se hace con el poder) a hacer equilibrios en política exterior procurando mantenerse neutral en medio de una gran inestabilidad internacional y de conflicto de intereses.
La concreción de esto fue la alianza contra natura entre la monarquía hispana de Carlos IV y la Francia revolucionaria, a partir del Tratado de San Ildefonso en 1796.
Inglaterra era fuerte en la mar e inaccesible por tierra. Francia era una fuerte potencia continental con un disciplinado y muy numeroso ejército. Cuando Napoleón expande su imperio mediante conquistas por tierra, obliga prácticamente a España a posicionarse y convertirse en su aliada para evitar ésta sufrir un probable agresión terrestre.
Napoleón además era consciente de que necesitaba la flota española para que sumada a la francesa contrarrestaran en número a la armada inglesa (en calidad era otra cuestión…). Pero a la vez, aliarse con Francia suponía ser hostil a Inglaterra pues la guerra entre ambas obligaba al resto de países a tomar partido de un lado o de otro, según sus circunstancias.
Por todo ello, Inglaterra (que también pugnaba con España pues no olvidemos que ésta también era un poderoso rival en los mercados coloniales) buscaba la entrada “oficial” de España en la guerra y la provocaba descaradamente y con alevosía recurriendo a agresiones marítimas injustificadas al no haber guerra de por medio y esgrimiendo claros falsos pretextos.
España oficialmente era ‘neutral’ pero debía pagar en metálico periódicamente a Francia para mantener esta situación. Al final la perfidia inglesa acabó con la paciencia española cuando el 5 de octubre de 1804 frente al cabo de Santa María apresa a traición cuatro fragatas españolas que traían pasaje civil y caudales de América con muy trágico desenlace para el lado español, que no comentaremos para “no cargar las tintas”.
El 12 de diciembre de ese año, España se veía obligada a entrar en guerra al lado de Francia contra Inglaterra. Y el 5 de enero de 1805, una nueva alianza ponía la flota española al servicio de Napoleón. A partir de ahí se puede evaluar si la situación política podría haber sido otra o llevada de otra manera desde España, pero quedan ya establecidos los bandos contendientes en Trafalgar: Inglaterra contra Francia, con España como aliada en la mar.
Económicos
Siguiendo con la línea argumental, también están los factores económicos que hay detrás de todo este panorama y de las claves en la sucesión y resultado de todos los acontecimientos que se produjeron.
Junto a la ostentación de poder, también eran el motivo de las maniobras políticas y la causa de los conflictos por choque de intereses de esta índole entre las potencias europeas.
El marco es la época histórica descrita, donde hay un auge comercial fruto de la expansión colonial y el desarrollo de los medios de transporte (marítimos en particular) a lo largo del siglo, así como otros notables avances técnicos que trajeron un mayor dinamismo a las economías de cada país.
De esta forma se aumentó la competencia en los mercados mundiales, y los países con mayor influencia y mejores posiciones adquiridas, lucharon entre sí por lograr ampliar sus mercados o intensificar los ya participados siempre en detrimento de los ‘rivales’ (la competencia). No es de extrañar que a menudo esa pugna acabase forzosamente en fuertes conflictos armados e intensas tensiones políticas y sociales.
Esto por un lado, y por otro, la economía también fue determinante en el resultado derivado de la batalla de Trafalgar, porque puso de manifiesto los recursos de que disponía cada bando y cómo los emplearon.
Esto es, resulta muy revelador observar la situación del capital invertido en cada flota pues refleja la situación económica de la nación que enarbola su pabellón. Es más, no sólo en cantidad de dinero invertido, sino en la forma en que se empleaba éste desde un punto de vista de eficiencia, o de la calidad de los materiales y del cuidado de “recursos humanos” a bordo de los barcos.
En el caso de Trafalgar, se concretó en una escuadra inglesa dotada de respaldo gubernamental con barcos bien pertrechados con materiales en buen estado, contando con los últimos avances de la época (por ejemplo las carronadas o las bombas de achique de doble émbolo) y pagando razonablemente bien a marineros y oficiales, lo que les reportaba mayor tranquilidad y motivación en el desempeño de su profesión.
Detrás estaba una próspera Inglaterra en continuo crecimiento económico y con notable éxito en sus empresas comerciales de ultramar. Para ello necesitaba a su vez de la protección de su Armada y por tanto, invertía cuidadosamente en la operatividad de ésta. Aspecto cualitativo fundamental a considerar en torno a Trafalgar.
Y en contraste, la situación franco-española. Francia, preocupada de su proyección continental y terrestre, en consecuencia tenía preferencia por el cuidado y mantenimiento de su ejército con el consiguiente detrimento de su Marina, que se vio más limitada en medios y recursos humanos y financieros.
Y España por su parte, ( ¡ay España…! ) con una crónica losa financiera para las exhaustas arcas públicas fruto de sufragar pasadas y frecuentes guerras, mala gestión, pérdida de hegemonía y fuertes crisis económicas.
Un panorama muy desalentador que aplicado a la escuadra española, es fácil esperar su reflejo: Barcos en su mayoría antiguos y en un estado muy deficiente de conservación y faltos de repuestos; y personal falto de su salario debido y escasamente motivado ante el estado en que se encontraba la Armada.
En consecuencia, había una baja cualificación marinera entre los marinos hispanos y franceses aunque estos últimos lo suplían en parte por su voluntarismo fruto de su inicial espíritu revolucionario.
Cabe señalar en el caso español la honrosa excepción de sus mandos, porque éstos si que eran los mejores (aunque también mal pagados…), muy competentes y excelentemente formados. Tenían un talento sin parangón y por encima incluso de los ingleses.
Ello responde en parte, al acceso a la oficialidad desde clases sociales suficientes económicamente y aristocráticas y a un cuidado sostenido de la formación de los guardiamarinas (futuros oficiales) a lo largo de varios años en el seno de la Armada española.
Aunque en Trafalgar el papel de estos “soberbios” marinos tal vez fue más el reflejo de laureles pasados y de hecho Trafalgar acabó con la mayoría de ellos. También muy significativo.
Socioculturales
De nuevo, seguimos “tirando del hilo” y desde los elementos económicos es fácil deducir los culturales y sociales que se reflejaban en le ánimo y motivación puesta en juego ante una batalla naval.
La sociedad inglesa veía amenazante a Napoleón al otro lado del Canal de la Mancha, temiendo ser invadida y sometida y ello se tradujo en un fuerte animosidad contra todo lo francés y para ellos, encima republicano. La buena situación económica favoreció unas buenas expectativas a marineros y oficiales y cimentó la ventaja cualitativa de Inglaterra en la mar frente al resto de potencias europeas.
Francia por su parte aún gozaba de la inercia revolucionaria y disfrutaba de las amplias conquistas de Napoleón en el continente, lo que le otorgaba una posición de liderazgo y superioridad sin rival en tierra en Europa; aunque con Inglaterra “enfrente”. Sin embargo, el impulso del Ejército para las campañas terrestres y que Napoleón era un general y no un almirante, contribuyó a un papel secundario de la Marina gala que redujo su efectividad en comparación con épocas pasadas.
En Trafalgar, los franceses, también limitados en medios materiales y adiestramiento, lucharon muy bien y con gran fervor patriótico impulsados por esa motivación revolucionaria. Los oficiales franceses en su mayor parte alimentaban ese entusiasmo porque ellos venían desde abajo y no por posición privilegiada; ello consecuencia de la reestructuración de la Marina francesa tras la Revolución.
Y España, de nuevo, infunde cierta lástima por ver el estado en que se hallaba su Marina, reflejo de penurias económicas agudas y de una sociedad cansada de la guerra y con escasa motivación para luchar cuando vivía sumida en fuertes crisis económicas y bajo la gestión de ineficaces gobernantes en su mayoría. Además, había antipatía a los franceses y no estaba claro qué se podía ganar en esa guerra.
España era vasalla de Napoleón y su flota era la moneda de cambio. El resultado en Trafalgar aparte del ya comentado estado de los barcos y de la excepción de la oficialidad, era una marinería y tropa forzosa, sin experiencia (gran porcentaje de presidiarios y campesinos de leva ineludible, incluso recurriendo a soldados del ejército), falta de adiestramiento y sin motivación.
Y es que, a lo largo de la historia, la escasez de marinería cualificada ha sido un mal endémico de la Armada… Afortunadamente hay que decir que en Trafalgar, lucharon muy por encima de sus posibilidades gracias al ejemplo y carisma que les infundieron sus excelentes mandos (de hecho, por lo general, los buques se rendían cuando fallecía su comandante), la disciplina y que: ¡estaba en juego su propio pellejo!
Otro elemento a considerar aquí es cómo se gestionaba el mando en las escuadras. En Inglaterra se promovía una mayor libertad en la toma de decisiones y favorecía la iniciativa e innovación de los mandos y capitanes. En España y Francia en cambio, seguía habiendo una gran rigidez en la cadena de mando, basándose en fuerte disciplina y órdenes y esquemas más bien ya anticuados para la época. Ello indirectamente también mostraba la diferente organización de las sociedades contendientes.
Militares
Y el último factor estructural a recoger es el militar. Éste resultó decisivo pues determinaba la eficacia de los medios puestos en combate y tanto desde el lado material como desde el humano que los gestionaba, determinaba el resultado de un combate (dejemos la suerte aparte).
En todo lo expuesto puede extraerse en parte ya este elemento, pero vamos a concretarlo más.
Hemos visto que la organización militar de cada flota venía dada por el respaldo político, económico y social y en función de ello se lograba establecer su nivel de eficiencia en combate. Cuantitativamente había cierto equilibrio en Trafalgar, pero en un sentido cualitativo la balanza caía del lado inglés. Disponían de los últimos avances técnicos: carronadas, bombas de achique de doble émbolo, llaves de chispa para la artillería, etc.
Los aliados por el contrario, apenas estaban empezando a experimentar e incorporar estos avances a mayor escala. Además, los barcos gozaban de un buen mantenimiento y contaban con suficientes materiales y repuestos de calidad.
Por el contrario los barcos aliados dejaban mucho que desear en este punto y presentaban graves deficiencias que condicionaban sus prestaciones en combate. Por ejemplo, recientemente se ha constatado que posiblemente parte de la pólvora embarcada a bordo de la escuadra combinada era deficiente y muy limitada en sus propiedades con lo que se reducía sensiblemente la eficacia de los proyectiles (¡!).
Con esto se ganaba ventaja táctica, por ejemplo logrando superior maniobrabilidad o mejor eficacia artillera. Cada capitán inglés sabía que tenía qué hacer en esa batalla naval en concreto (ordenes dictadas por Nelson) con iniciativa y flexibilidad táctica, apoyándose mutuamente en combate sin depender de esquemas tradicionales de línea de batalla. En oposición, los hispano-franceses debían respetar la férrea disciplina impuesta por la cadena de mando y combatir de forma tradicional en ‘línea de batalla’.
Los ingleses, fruto de su cuidado hacia su Armada tenían marineros con experiencia acumulada en amplias singladuras, bloqueos y combates y cuidaban los ejercicios de adiestramiento, así como en el manejo de la artillería. De esta forma eran más eficaces en combate, logrando un mejor servicio de la artillería y maniobrabilidad del buque, tanto solo como coordinado con otras unidades de la escuadra. Por el contrario, los aliados tenían esa fundamental desventaja cualitativa en contra.
Marineros que en su mayoría ni lo eran o apenas habían navegado, y con pocos recursos que se traducían en escaso entrenamiento y coordinación. Encima, españoles y franceses debían ponerse de acuerdo en instrucciones y maniobras y ello era muy costoso de lograr a un nivel siquiera aceptable. Por tanto: falta de experiencia y adiestramiento. De hecho, Nelson (conocedor de sus enemigos) era consciente de su superioridad cualitativa y por ello pudo adoptar una arriesgada táctica que diera lugar a un resultado decisivo… como de hecho fue.
Factores coyunturales
Como factores coyunturales se recopilan aquellos por los que el desastre anunciado se concretó finalmente en la batalla de Trafalgar y en la pérdida de ésta para España y Francia. Para exponerlos veamos la perspectiva estratégica que da lugar al hecho y la táctica que explica como se llega al desenlace del mismo.
Estratégicos
Estratégicamente se produce la batalla de Trafalgar (y su pérdida) por múltiples hechos que marcan sus características propias.
La principal causa estratégica de la derrota es achacable al mismo Napoleón que “siendo general quiso ser almirante”. Es cierto que diseñó un brillante plan, pero no escuchó a sus marinos y olvidó que los movimientos en el mar son muy diferentes a los de los ejércitos en tierra.
Pretendía invadir Inglaterra consiguiendo superioridad local en el Canal de la Mancha y así desembarcar con su inmenso ejército desde la orilla francesa. Para ello debía alejar a la Royal Navy en una maniobra de distracción y necesitaba el concurso conjunto de la Armada Española. Y por supuesto, era preciso que nada fallase… pero no fue así.
Pasó por alto vientos y mareas, estado de barcos y tripulaciones, reacción y movimientos británicos y, porqué no decirlo, tuvo mala suerte en momentos claves. Villeneuve, vicealmirante francés al mando de la escuadra del Mediterráneo debía burlar el bloqueo ejercido por el también vicealmirante Nelson sobre Tolón y prestamente unir las escuadras españolas de Cartagena y Cádiz con rumbo al Caribe, donde debían unírseles (si lograban eludir el bloqueo británico) otras escuadras francesas venidas desde Rochefort y la principal, la del océano, desde Brest.
Con el “ruido” montado atraerían numerosas unidades inglesas y lo aprovecharían para volver rápido a Europa, unir otra escuadra española en El Ferrol y aproar hacia El Canal o para levantar el bloqueo de la de Brest si ésta no lograba zarpar sin combatir (como de hecho ocurrió, por el estrecho y férreo bloqueo impuesto); consiguiendo el éxito de toda la operación.
Sin embargo, la descoordinación, el no contar con los avatares climatológicos y la calamidad que arrastraba Villeneuve con sus decisiones hicieron que los británicos pudieran cubrir a tiempo los accesos al Canal de la Mancha y echar por tierra así el plan de Napoleón de invadir Inglaterra.
Aunque esto fue más bien fruto de la presión terrestre ejercida en el este de Europa por los enemigos de Francia coaligados oportunamente por Inglaterra en una nueva coalición, lo que obligó a Bonaparte a trasladar su Grande Armée lejos de Inglaterra –éxito político y diplomático de Inglaterra-.
En realidad fue por esto por lo que no fue viable la invasión francesa de Inglaterra y no por la derrota posterior de Trafalgar como habitualmente se afirma. Sin entrar a valorar la figura tan comentada del vicealmirante francés Villeneuve, sí conviene señalar que fue quién logró escapar en 1798 de la gran derrota francesa en la bahía de Aboukir a manos de un brillante Nelson.
Por eso, por conocer y temer a su enemigo, la sombra de Nelson sobre Villeneuve fue constante y es muy probable que condicionara su comportamiento al mando de la escuadra combinada.
En toda esta maniobra estratégica de campaña previa a Trafalgar, se produjeron varios errores que influyeron en que se acabase como se acabó.
En primer lugar, cuando Villeneuve logra eludir la vigilancia de Nelson (gracias también a que éste ejercía un bloqueo distante tras el horizonte para favorecer la salida de su enemigo) y se presenta frente a Cartagena con 11 navíos para incorporar la escuadra de refuerzo del contralmirante (llamado jefe de escuadra en la Armada) español Salcedo de 6 navíos, no está dispuesto a esperar a que los barcos españoles estén listos y decide zarpar temiendo que Nelson apareciese de un momento a otro.
Después, evita sorprender a la escuadra inglesa de vigilancia del estrecho del vicealmirante Orde que tenía tan solo 5 navíos y que no esperaba “visita”; eso habría sido un golpe importante para la moral de ambos bandos; sin embargo se rechazó esa victoria que se tenía al alcance de la mano y no sabemos que habría ocurrido después…
En Cádiz sí incorpora la división española del vicealmirante Gravina (llamado teniente general en la Armada) con 6 navíos más otro francés. Parte inmediatamente hacia las Antillas y allí se planta con 18 navíos, esperando lleguen más unidades francesas… y Nelson, burlado, que se desesperaba por no poder “volar” y cazar al huidizo Villeneuve.
La potente escuadra combinada se vio reforzada por 2 navíos llegados desde Rochefort pero otras dos potentes escuadras no lograron acudir a la cita, una por falta de coordinación también salida desde Rochefort, con 5 navíos, y otra (la principal del plan) por no poder eludir sin combatir la vigilancia inglesa sobre Brest donde estaban encerrados nada menos que hasta 21 navíos.
El caso es que la escuadra combinada podría haber aprovechado mucho más su estancia en el Caribe (Gravina sugirió recuperar la isla de Trinidad para España, por ejemplo), o amenazar Jamaica o Barbados, en lugar de una espera más bien pasiva.
Y Nelson llegó… en tiempo récord para lo que es cruzar el Atlántico, e imaginamos que muy ansioso por desquitarse de la fuga de su ‘prisionero’. Pero Nelson entonces sólo tenía 10 navíos y a pesar del refuerzo de algunas unidades inglesas del Caribe (de 6 navíos, recibió 2 del contralmirante Cochrane porque se guardó 4 para defender Jamaica) estaba aún en franca inferioridad y era una ocasión favorable para doblegarle de una vez por todas.
Sin embargo, “la sombra de Nelson a pesar de su corta estatura, era muy alargada” y Villeneuve puso raudo proa hacia Europa en cuanto supo su llegada. Otra oportunidad perdida que habría cambiado el curso de la Historia…
El siguiente episodio es auténtica mala suerte porque, ¿cómo si no llamar al hecho providencial de que en medio del gran océano Atlántico, el pequeño y rápido bergantín HMS Curieux, enviado por Nelson para avisar al Almirantazgo, detectase –y escapase- a toda la flota combinada?.
Tuvo tiempo de informar de su composición y rumbo, llegando a Inglaterra y preparándole un particular “comité de bienvenida” en aguas del cabo Finisterre. Para colmo, vientos contrarios, temporales, enfermedades, falta de víveres y desperfectos en los navíos hicieron una muy lenta y penosa travesía en la vuelta a Europa.
Aún así frente al cabo de Finisterre, el 22 de Julio de 1805 había franca ventaja porque eran 20 navíos franco-españoles contra 15 ingleses bajo el mando del vicealmirante Calder, el cual “no era Nelson” y presentó la tradicional línea de batalla. Y “por una vez” los aliados tenían la ventaja táctica de disponer del barlovento. Pero el tiempo, con una cerrada niebla dio lugar a una batalla confusa donde la vanguardia española se empleó a fondo sin apenas apoyo del resto de navíos franceses.
Al final, acabó el combate y para sorpresa de todos faltaban dos barcos españoles… que se vieron después remolcados por otros británicos junto a otros muy dañados de esta nación.
Se había dejado escapar de nuevo, una oportunidad de oro y la indignación entre los marinos españoles era comprensible. En cambio, Villeneuve no logró volver a entablar combate con la escuadra británica y optó por ir a Vigo a avituallarse y “lamer sus heridas”, dejando allí tres buques averiados… Ahí Villeneuve adoleció de la iniciativa y arrojo necesarios que por ejemplo si que tenía Gravina (hasta Napoleón reconoció que “los españoles se habían batido como leones”). Desde Vigo acudió a El Ferrol y obtuvo otros 14 navíos hispano-franceses de refuerzo.
Entretanto, hubo otro hecho circunstancial que pudo haber marcado el destino de Trafalgar. Había una escuadra de 5 navíos franceses al mando del capitán de navío Allemand con uno de ellos de tres puentes y 120 cañones, la cual buscaba en la zona la unión con Villeneuve y éste despachó una fragata para anunciar su posición y lograr la deseada unión de fuerzas.
Pero a pesar de que Allemand navegaba muy cerca, antes de que se avistara la veloz fragata francesa, ésta fue interceptada y batida por otra inglesa… con lo que la “escuadra invisible” de Allemand como la llamaron los ingleses, siguió sus correrías atlánticas sin unirse a la combinada.
Es más, es interesante pensar en un Trafalgar con no sólo esos 5 navíos extra sino en especial con un soberbio tres puentes francés de nada menos que 120 “bocas de fuego”, pues en Trafalgar el mayor buque francés era de 80 en dos puentes y esos navíos franceses de 120 eran sensacionales unidades de batalla, muy resistentes y eficaces en combate.
Allemand volvió a intentar unirse a Villeneuve asomándose a Cádiz cuando éste estaba ya allí bloqueado, pero tampoco pudo unirse por la superioridad numérica inglesa que vigilaba Cádiz. De nuevo, una pena porque privó a la combinada de un potente refuerzo de cara a Trafalgar, similar a lo ya mencionado acerca de las unidades de Salcedo encerradas en Cartagena.
Y llegamos a uno de los mayores errores estratégicos de Villeneuve, precisamente el decidir rumbo sur-Cádiz y no norte-Brest. Hay controversia en los motivos que llevaron a esta decisión y al parecer, confusión con las órdenes entre Napoleón y sus almirantes.
El caso es que Villeneuve supuso a los ingleses prevenidos y reforzados por esas fechas, con lo que ya no se contaría con el necesario factor sorpresa. Pero la realidad era que el almirante inglés Cornwallis que bloqueaba a la potente escuadra de Brest había cometido un craso error que podría haber costado hasta la caída de Inglaterra.
Esto es, dividió sus fuerzas en el momento más inoportuno, haciéndose vulnerable a una eventual llegada de Villeneuve en ese momento, lo cual habría sido así si el francés hubiese ido al norte hasta con 29 navíos.
Este ‘error Cornwallis’ que apenas se nombra en textos ingleses, supuso que la fuerza de bloqueo de Brest y de acceso al Canal, que contaba con más de 30 navíos, al separar una escuadra de dieciocho hacia Gibraltar, expuso momentáneamente bajo grave peligro a la propia flota inglesa y a esa división que podría haber sido batida por la casi treintena de barcos aliados si se hubiesen cruzado e interceptado en el golfo de Vizcaya.
Y si no se hubieran encontrado, las restantes unidades británicas también estaban a merced de los aliados que encima darían la ‘luz verde’ a los 21 potentes navíos de Brest con tres soberbios barcos de tres puentes y finalmente, todas las unidades irrumpirían en El Canal de la Mancha “ganando la mano” Napoleón.
Afortunadamente para Inglaterra, Villeneuve acudía a por más refuerzos a Cádiz (entre ellos el mayor barco del mundo, el español Santísima Trinidad de cuatro puentes y 136 cañones) y poco después todas las escuadras inglesas (Nelson incluido) completaban la reunión frente al Canal y echaban por tierra el plan concebido por Napoleón. Como es de esperar, Napoleón montó en cólera y decidió destituir a Villeneuve (hecho que precipitó Trafalgar como veremos).
Pero aún hubo más errores que marcaron el destino de Trafalgar. De nuevo, Villeneuve no pone los medios para batir por sorpresa a la inferior escuadra de bloqueo del vicealmirante Collingwood que bloqueaba Cádiz; y no eran tiempos para desaprovechar una victoria naval al alcance de la mano sobre la orgullosa Royal Navy inglesa.
Todas estas oportunidades perdidas por el criterio del mando francés, a pesar de instrucciones de Napoleón de no combatir para preservar las unidades, desanimaron a franceses e indignaron a españoles. Otro error a señalar es no propiciar la mencionada incorporación de los refuerzos de las escuadras de Allemand y Salcedo antes de que se consolidara el bloqueo inglés de Cádiz y… llegara Nelson.
Y ya, en la antesala de Trafalgar, con Nelson al mando de la flota inglesa de bloqueo; el último y decisivo error que precipitó los acontecimientos, fue la decisión de Villeneuve de salir en contra de la opinión del resto de mandos (españoles principalmente) que proponía esperar la época de tiempo favorable en puerto para aprovechar los daños que sufrirían los ingleses de bloqueo ante fuertes temporales estivales que se esperaban.
Tras ellos, la salida sería más propicia y con mayores garantías para la flota combinada(… con otro mando incluso). Villeneuve precipita su salida por miedo a Napoleón cuando conoce que su relevo ya está en Madrid y Nelson le da cuartada prescindiendo de 6 navíos temporalmente con lo que la combinada en “teoría” tenía superioridad numérica y por tanto una oportunidad.
“Oportunidad inoportuna” esta vez porque era la menos favorable de todas las que hemos comentado. Y de esta forma se llegó al combate de Trafalgar.
Tácticos
Y ¿por qué se perdió la Batalla de Trafalgar?
Para responder hay que entrar en las causas tácticas.
Para empezar la flota aliada, con 33 navíos (18 franceses y 15 españoles) presentó una formación en línea de batalla compuesta por tres divisiones de 7 navíos y una reserva de 12 en cabeza al mando de Gravina. Aquí hay varios elementos a destacar, para empezar, 33 navíos en fila hacían una línea de combate tremendamente larga y frágil (varían los testimonios pero se menciona un intervalo de nada menos que entre 8 y 12 millas). Ya estaba desfasada la formación tradicional en amplia línea de combate, pero era Nelson quien iba a demostrarlo precisamente a raíz de Trafalgar
La reserva de Gravina constituía un potente y ágil recurso para la combinada, reunía los barcos más competentes y maniobreros y si se empleaba bien podía apoyar donde se la requiriese o maniobrar tácticamente con ventaja. Pero la formación adoptada, la relegó a una convencional vanguardia y una vez que se consumó la desastrosa y caótica virada en redondo ordenada por Villeneuve, quedó a cola y con escasa movilidad, sin función en una línea excesivamente larga.
Aún así, Gravina solicitó mando independiente de su división pero Villeneuve se lo negó… otros mandos españoles, buenos conocedores de su oficio, como Churruca, enseguida vieron que estaban perdidos. Esto ponía también de manifiesto que las instrucciones de combate aliados eran deficientes y limitaban demasiado la iniciativa de mandos de división y comandantes de buques. Dependían en exceso de las señales por banderas del almirante en su lejano buque insignia, muy alejado de los extremos como comentamos.
Por contraste, Nelson había preparado cuidadosamente la batalla y su concepción es sencillamente, genial, enseguida la “abordaremos”. Para terminar con la cuestionable formación inicial táctica combinada, los barcos de ambas naciones se alternaban en sus puestos lo que en principio parece hasta positivo para favorecer la cohesión en combate.
Pero es discutible, ya que los barcos eran de construcciones distintas y las tripulaciones también tenían diferente grado de adiestramiento y acoplamiento; además, las maniobras conjuntas eran más complicadas de coordinar. También existía el recelo entre ambas naciones aunque la verdad es que esto no afectó en el fragor del combate porque ambas lucharon admirablemente (salvo los barcos del contralmirante Dumanoir como veremos) y se apoyaron mutuamente causando la admiración de sus enemigos.
La causa era el combate de Finisterre donde los barcos españoles se emplearon a fondo en la pelea y a la postre se sintieron “vendidos” por sus colegas franceses que no hicieron lo propio. Para evitar esto se optó por alternar los barcos de ambas naciones. Sin embargo, parece fácil deducir que la suerte repartida en Trafalgar hubiese sido muy diferente si los barcos españoles hubieran estado agrupados en una división y zona de combate y no dispersos.
Y algunos franceses no habrían podido excusarse en huir del combate. Esta razón que se enlaza con el antecedente de Finisterre es más importante de lo que se piensa y hoy día apenas se comenta su grado de influencia en el resultado final del combate.
Entramos ahora en el ‘diseño’ de Nelson, su “toque”; recogido en un ‘Memorandum’ “memorable” para la ocasión. La escuadra británica contaba con 27 navíos dispuestos en dos columnas con misión de cortar centro y retaguardia enemigos y privarles del auxilio de la vanguardia de forma que con superioridad local en combate a corta distancia, la ventaja cualitativa inglesa inclinase definitivamente la balanza del lado británico. El objetivo era apresar el buque insignia de la combinada así como los de los almirantes de división para colapsar el mando enemigo.
Se debía romper la línea lo más rápido posible. Para conseguir esto era preciso contar con el barlovento y se dispuso situar a los navíos de tres puentes más veleros en cabeza de las columnas con el objetivo de encajar mejor el castigo de aproximación a la línea enemiga y de romperla luego con fuerza aprovechando su superior potencia de fuego con andanadas iniciales cargadas con doble bala para ser disparadas a corta distancia con un efecto devastador.
Es más, la cabeza de las columnas era dirigida por ambos almirantes al mando, Nelson (HMS Victory) y Collingwood (HMS Royal Sovereign), dando ejemplo al resto que venían en apoyo por detrás. Esto, aunque aplaudible, no obstante era un error porque exponía demasiado a Nelson y por tanto el mando de toda la flota británica y su suerte final. Tal es así, que Nelson acabó siendo víctima de su propia impetuosidad y arrojo.
Sus capitanes además tenían instrucciones concretas y flexible iniciativa que les permitían apoyarse en combate y apenas depender de señales durante la batalla. Todo un contraste con las instrucciones desfasadas y genéricas dadas en la combinada.
Nelson preparó la batalla con tanto detalle que (aparte de la famosa arenga inicial por banderas a toda la flota transmitiendo que “Inglaterra espera que cada hombre cumpla con su deber”) incluso dispuso el aspecto de los barcos para evitar confusiones en combate por ‘fuego amigo’: Iban pintados ‘a la Nelson’, con franjas alternas negras y amarillas en los puentes, con las portas bajadas negras lo que daba un aspecto ‘ajedrezado’ al casco, más mástiles amarillos en su primer tramo (palos machos) y banderas del Reino Unido en jarcias de stays. Desde entonces este esquema de pintado se impuso y lo adoptaron todas las marinas en líneas generales.
Visto el papel jugado por los navíos de tres puentes en Trafalgar parece otro elemento decisivo. Inglaterra tenía 7: 3 de primera clase y 100 cañones y 4 de segunda de 98 piezas. Los aliados, una vez que no fue posible contar con los magníficos tres puentes franceses de 120 “bronces”, tenían 4 tres puentes y todos eran españoles. Pero además contaban con 4 modernos navíos franceses de 80 piezas (entre ellos el insignia de Villeneuve: Le Bucentaure) que en potencia eran rivales dignos de los de segunda clase ingleses a pesar de contar con un puente menos (en justicia también hay que mencionar que los ingleses tenían uno de estos barcos, el HMS Tonnant capturado por Nelson en Aboukir).
Además, los tres puentes aliados, salvo el ampliado, viejo y deficiente Rayo de 100 cañones, eran muy fuertes: 2 estupendos reales de 112 cañones (Santa Ana y Príncipe de Asturias de los vicealmirantes Álava y Gravina respectivamente) y el mayor barco del mundo en su época: el mítico Santísima Trinidad de 140 piezas para Trafalgar, único cuatro puentes del mundo.
Por tanto, cuando menos es discutible el papel decisivo atribuido a los tres puentes ingleses en Trafalgar. Por ejemplo, es dudoso cuando menos que uno de 100 (Victory de Nelson) y otro de 98 (el “salvador” Téméraire) quedasen “emparejados” con 2 de tercera clase de 74 (Le Redoutable y Le Fougueux) franceses en la batalla: potencia desaprovechada.
El error crucial, o el que precipitó el desastre al favorecer las intenciones inglesas, fue la decisión de Villeneuve de virar en redondo simultáneamente 180º para tener Cádiz a sotavento. Es cierto que probablemente la batalla de Trafalgar se perdería irremediablemente pero la intensidad de la derrota o la mejor manera de contrarrestar la acometida inglesa es discutible perfectamente.
Con la virada ordenada, la línea de combate – en su orden natural establecido – que era deficiente pero aceptable, se trastocó sobremanera llegando al caos en algunos puntos.
La cabeza cola, la reserva sin función, orden y posiciones alteradas, y para colmo se le daba el trabajo hecho a Nelson pues surgieron grandes huecos en la formación por donde cortarla.
Encima procurar reestablecer la nueva formación era más difícil debido a la proximidad inglesa, a la vista y a toda vela (escaso tiempo para una maniobra coordinada de 33 navíos) y la desfavorable posición ciñendo el viento. La situación táctica de la combinada era pésima, a sotavento y muchos barcos en facha (casi parados por tanto) para recomponer la línea, el resultado era una desesperante poca maniobrabilidad en medio de un caos de puestos. Tampoco ayudó a la virada el flojo viento y el agitado mar (preludio de fuerte temporal).
Tener en cuenta la falta de destreza marinera y de coordinación entre unidades y más si son de naciones distintas. A ello hay que añadir el estado de los barcos de ambos países, muy heterogéneos en tamaños y tipos y por tanto con velocidades y radios de giro diferentes.
Otro resultado de esta orden que precipitó el desastre sin que aún no se hubiera disparado un cañonazo era el mensaje que sin querer se enviaba a todos, amigos y enemigos: que sin empezar, ya se daba media vuelta en dirección al refugio de Cádiz. ¿Huída encubierta?, más bien Villeneuve quería cubrir la retirada para tener a Cádiz bajo el viento pero lo que logró fue bajar la moral de las tripulaciones.
Cuando se inició el combate la formación combinada era tal que en su enorme extensión entre extremos, tenía sus barcos de vanguardia facheados y algunos sotaventados, los del centro mejor colocados en torno al buque insignia pero con grandes y peligrosos huecos justo detrás y frente a la división de retaguardia a la que se había añadido la reserva (que ya no tenía cometido y a la que se le negó la acción independiente recordemos).
Esta última parte de la línea tenía casi dos líneas paralelas de navíos que buscaban “aparcar” aunque ya no fuesen sus puestos originales. Se apelotonaron y ello generó aún más espacios, caos y difícil disparo hacia los ingleses que venían a toda vela aproando a esos huecos tan ‘jugosos’.
Fue de tal forma que hasta Collingwood, que mandaba la columna sur, se sorprendió y llegó a pensar que era una nueva formación táctica.
Es patente la importancia negativa de esa decisión cuando se sabe el resultado del combate. Pensar en que, sin dicha virada se habría combatido con la desventaja de tener más lejos Cádiz únicamente pero con las ventajas de una línea mejor formada y ordenada en puestos, sin moral afectada sino manteniéndose firme ante los ingleses, sin huecos por donde se colaran los enemigos a priori, con el viento por la aleta de estribor (otorgaba mayor maniobrabilidad y velocidad), y con Gravina y Churruca en cabeza en una versátil división de reserva y Dumanoir a cola sin pretexto para no implicarse en combate. En fin, habría sido otra batalla.
Tras la caótica y desastrosa virada en redondo vino el combate propiamente dicho pues los ingleses entablaron contacto y se inició el fuego generalizado. En pleno “fregado” también hay hechos a destacar que explican la derrota.
Previamente al cuerpo a cuerpo, no se logró aprovechar la ventaja táctica aliada de que los ingleses se acercasen perpendicularmente asumiendo que se les ‘cortase la T’ (la peor posición para recibir el fuego enemigo en un barco donde sus cañones están en los costados), debido a varias causas. El caos en la formación aliada no ayudó a concentrar y hacer más efectivo el fuego sobre los navíos de cabeza británicos.
El agitado estado de la mar –previo a una gran tormenta, desatada justo tras el combate- dificultaba sobremanera apuntar el tiro, la menor cadencia de disparo por poco entrenamiento acortaba el castigo a los ingleses y por último, la costumbre de tender más al disparo a desarbolar que hacia el casco como hacían los ingleses.
Aunque hay testimonios que cuestionan esto que tanto se ha “pregonado” porque, por ejemplo, el capitán Lucas de Le Redoutable, al ver desesperadamente cuántos disparos aliados se erraban ante un blanco tan franco y a la vez desafiante, ordenó apuntar a las velas para disminuir la cantidad de yerros.
Nelson se arriesgó porque conocía estos elementos y sabía que podía alcanzar la línea enemiga. No obstante, en circunstancias normales debería haber sido batido antes de siquiera tomar contacto.
Estuvo a punto de sucumbir porque el viento a pesar de serle favorable, tenía poca fuerza (cerca de dos nudos) y hacía muy lenta la aproximación con lo que el riesgo de exposición al fuego enemigo aumentaba considerablemente (hasta cerca de cuarenta minutos estuvo recibiendo balas de la combinada sin devolver ninguna inglesa).
A ello contribuyó decisivamente situar barcos de tres puentes en cabeza y liderar la formación dando ejemplo a todos los que le seguían. Por estas razones, la ventaja de la línea de batalla combinada se diluyó y perdió su sentido en esa ocasión porque cuando se trabó combate a corta distancia apenas se había sacado provecho táctico… otra ocasión perdida. Entonces, los ingleses habían cortado la línea y abrieron fuego…
En esa melé a corta distancia (a tiro de pistola) que buscó Nelson, a priori tenían ventaja los aliados por la opción del abordaje donde se eliminaban la ventaja artillera inglesa a distancia y se disponía de mayor número de tropa a bordo de los buques para ganar el asalto. Pero en la práctica el panorama era otro: antes de llegar a tiro de pistola el machaque y castigo de los navíos aliados los dejaba exhaustos y muy mermados, en especial por la terrible acción de las carronadas inglesas sobre los hombres de la combinada y el destrozo de jarcias que ocasionaban.
Los ingleses además se apoyaban mutuamente y no se exponían sin sentido sino coordinados hasta rendir uno a uno a los buques enemigos que debido a su desfavorable posición táctica y a los daños que acumulaban, tenían casi nula movilidad mientras que los barcos británicos se incorporaban a la batalla sucesivamente, frescos y con gran maniobrabilidad, ocupando las mejores zonas tácticas de fuego (donde “das y no recibes”).
Esta situación deja muy claro cómo fue la batalla. La resistencia sólo pudo ser heroica a bordo de los barcos hispano-franceses e incluso desesperada, sufriendo un enorme castigo en bajas y daños. Tal es así que prácticamente no se rendía el navío hasta que no caía el capitán que sostenía la acción de sus hombres. Por eso Trafalgar está lleno de épica y heroísmo y causa tanta admiración a todos, como entonces suscito a los propios enemigos.
Hay otro factor que pudo contribuir a incrementar el grado de la derrota y que recientemente ha adquirido relevancia. Se trata de la pólvora de la combinada que en parte, al parecer estaba en mal estado y restaba eficacia a la fuerza de los proyectiles y de esa manera se pueda contribuir a explicar tanta diferencia en el número de bajas y daños entre ambas flotas.
Las cifras: 1.690 bajas (muertos y heridos) británicas y (datos aproximados) 6.586 en la combinada (2.405 españolas y 4.181 francesas) -contando pérdidas en naufragios, puesto que los ingleses no perdieron ningún barco, tampoco en el temporal desatado tras el combate- . Es más, la partida de pólvora defectuosa embarcada fue detectada en Cádiz y Gravina se lo comunicó a Villeneuve pero éste estaba a punto de salir y no se decidió investigar como se debía a pesar de la gravedad y el riesgo que entrañaba para todos.
Hay que mencionar que a pesar de las distintas nacionalidades y del precedente de Finisterre, sí se produjo apoyo mutuo en combate cuando la maniobrabilidad lo permitió entre españoles y franceses. La deshonrosa excepción estuvo en la vanguardia del contralmirante Dumanoir donde éste desobedeció las órdenes de virar y combatir y optó por dejar el combate.
Algunos valientes capitanes se negaron a seguir al jefe de división y ante la situación, si viraron para obedecer las órdenes y auxiliar a sus camaradas, pero al no ser una maniobra generalizada para toda la división de vanguardia, sino aislada por navíos sueltos, éstos se encontraron sin apoyo cuando entraron en combate y fueron batidos impunemente por varios ingleses que los cercaron.
Cada uno que viró lo hizo tarde, despacio y como estimó oportuno; justo lo previsto por Nelson: que “la vanguardia no podría auxiliar a la cola”. Aún así se batieron con admirable decisión. Hay que destacar (y en justo reconocimiento) al español Neptuno (80) comandado por Valdés y al francés L’ Intrépide (74) de Infernet.
Es preciso plantearse cómo hubiera influido que Dumanoir no hubiese sellado la suerte de estos valientes capitanes y si se hubiese empleado en combate obedeciendo las órdenes que se le dieron. Aunque su decisión arrastró a 4 barcos y los ingleses maniobraron para contrarrestar la amenaza del contraataque, éste desde el ganado barlovento habría sido interesante. Ciertamente podría sólo haber contribuido a aumentar aún más las pérdidas aliadas… ¡o no!; máxime cuando los cuatro fueron apresados de todas formas días después por otra escuadra inglesa. Pero de lo que no hay duda es que la ‘espantada’ de Dumanoir fue otro elemento decisivo en el resultado final de la batalla.
Por último, hay más elementos curiosos que podrían haber decantado la suerte del combate pero esos fueron fruto de la propia lucha y aparecen cuando se estudia la batalla con detalle barco a barco. Sólo señalar prácticamente el más destacado, que fue la casi rendición del buque insignia inglés HMS Victory (100) a manos del francés Le Redoutable (74) del bravo capitán Lucas. Éste había entrenado a conciencia a sus hombres en la lucha cuerpo a cuerpo y en puntería de fusilería y logró barrer y despejar las cubiertas del Victory (paso previo al abordaje), sus tiradores acabaron con Nelson (el “logro” aliado de Trafalgar), que a partir de entonces entraba en la leyenda como mito; y cerró las portas de su batería inferior para que los artilleros también participaran del abordaje mientras los opuestos del Victory seguían abriendo fuego a bocajarro.
Y en efecto, ambos barcos estaban en paralelo, enredados y a pesar de la altura del tercer puente inglés –cañones incluidos-, redes e inclinación del mismo, los franceses con Lucas a la cabeza afilaban sus armas para irrumpir en las casi desiertas cubiertas superiores del Victory. Su barco se iba a pique pero iban a asaltar el enemigo. Con su capitán al frente todo estaba preparado y de verdad, que la suerte del barco de Nelson parecía echada. Pero apareció en escena el providencial ‘guardaespaldas’ de su líder, el también tres puentes HMS Téméraire de 98 cañones, capitán Harvey, que decantaría la batalla precisamente no perdiéndola.
Surgió de repente barriendo a bocajarro la popa del barco francés (lo peor para un buque, las balas lo recorren longitudinalmente) con su andanada inicial cargada con doble o triple bala incluso y carronadas “a saco” (de hasta 68 libras de calibre y cargadas con sacos de 500 balas de mosquete); y los franceses… pendientes del inminente asalto al Victory desprevenidos… La carnicería fue brutal, y los daños decisivos (Le Redoutable se hundió poco después del combate), anulando su capacidad de resistencia y combate por verse muy mermado ante tantas bajas súbitamente.
Es más, el Téméraire también “aparcó” en batería por el costado libre de estribor del Redoutable haciendo de éste un “bocadillo” de un “pan” de tres puentes ingleses. Mientras, el Victory trataba de separarse desesperadamente del francés pues sabía su delicada situación y Nelson agonizaba (tuvo 159 bajas). El Téméraire abordó al bravo Redoutable, ya al límite. Lo único «positivo» fue que de entre tan sólo 121 valientes supervivientes al menos el bravo Lucas no cayó, a pesar de ser herido, y eso que de los 643 miembros de la dotación, el número de bajas ascendió nada menos que a 522 …
Para completar este “cuadro”, también llegó otro invitado, el 74 francés Le Fougueux de Badouin. Desde la retaguardia vino a apoyar al centro y “aparcó” a estribor del Téméraire con la mala fortuna de que éste tenía cargada su andanada inicial de estribor y se la endosó íntegra a quemarropa con otro golpe decisivo de “bienvenida”. Acto seguido, pasó también a abordar al Fougueux. Con cierta razón, se suele afirmar que el Téméraire ganó Trafalgar para Inglaterra (tuvo 123 bajas). Admirable pensar en esos cuatro barcos alternos en paralelo.
La cuestión sobre estos hechos es imaginarse cómo podría haber influido en la moral de ambos bandos el ver nada menos que el buque insignia de Nelson capturado (recordemos que ningún buque inglés lo fue en el combate). En ese supuesto resulta una incógnita saber si la batalla hubiera acabado de forma similar a como lo hizo.
Conclusión
“¿Por qué se perdió la batalla de Trafalgar?”, pues parece que “porque tenía que perderse”. Da la impresión de que la única forma segura de haber evitado el desastre era evitar que hubiese combate. La flota combinada no estaba preparada cualitativamente para batir a la inglesa.
Y Nelson lo sabía, pero los aliados no lo tenían tan claro (sobre todo Napoleón) y eso precipitó la derrota. Por otra parte, parece inevitable que un “Trafalgar” llegara a producirse, era cuestión de tiempo, del dónde y cuando. Como hemos visto, los factores de índole estructural comentados llevan a un inevitable choque decisivo, y los elementos coyunturales ayudan a explicar las causas concretas de la derrota. Aunque, como siempre, la caprichosa suerte también juega su papel en el destino de la Historia.
Por ejemplo, ¿se imaginan si el bergantín inglés Curieux no se topa en medio del Atlántico con la combinada?, o ¿si el Téméraire no surge de repente para barrer la popa de Le Redoutable junto antes de que sus partidas de abordaje salten a bordo del Victory?
El hecho real es que hace doscientos años las flotas inglesa e hispano-francesa se encontraron finalmente frente al cabo de Trafalgar… y se perdió.
Bibliografía de referencia
Como obras buenas y contrastadas, es oportuno citar algunos libros básicos de referencia para tener una amplia consulta y poder profundizar en el conocimiento del entorno y de todo lo que conlleva al combate naval de Trafalgar.
- Trafalgar. Hombres y naves entre dos épocas. José Cayuela Fernández y Ángel Pozuelo Reina. Ed. Ariel 2004
- La campaña de Trafalgar (1804-1805). Corpus Documental. Tomos I y II. contralmirante José Ignacio González-Aller Hierro. Ministerio de Defensa 2004
- Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y de Aragón. Tomo VIII. Museo Naval 1973
- Trafalgar y el mundo atlántico. Agustín Guimerá, Alberto Ramos y Gonzalo Butrón (coordinadores). Marcial Pons 2004
- Trafalgar. John Terraine. Wordsworth Military Library. 1998 edition.