Por Joan Comas
Índice
Introducción
Es interesante llegar a conocer el primer enfrentamiento naval de un país, pues permite adentrarse en el embrión de sus tradiciones navales. Es cierto que dependiendo de que nación, los orígenes pueden ser bastante más recientes respecto a otros países; no obstante por esto no deja de ser menos interesante. En otros casos hace falta remontarse varios siglos atrás, como es el caso de la primera batalla naval de Japón.
Ocurridas apenas con unas semanas de diferencia, fueron el colofón final de un duro enfrentamiento conocido como las guerras Genpei 1180-1185; si bien ocurridas hace mucho tiempo su resultado todavía patente su efecto en el Japón moderno, ya que algunos de los ritos o costumbres más famosos se originaron en este periodo, siendo un tema predilecto en pintura, obras de teatro, poesía, etc. Estando a la misma altura que los grandes relatos europeos como los ciclos artúricos.
Un país dividido
El Japón del siglo XII se fracturaba, desde hacía años, el poder del emperador fue declinando paulatinamente y con la caída del clan que tradicionalmente se encargaba de las regencias y cargos administrativos de la corte, se abrió la puerta del poder a dos poderosas familias con vínculos con la casa imperial e inmensamente ambiciosas. Se trataba de los clanes Minamoto y Taira.
Ambos habían destacado por sus brillantes servicios militares, el primero por sofocar las rebeliones del norte de la nación y el segundo por combatir exitosamente contra los piratas que hostigaban las rutas comerciales entre China, Corea y Japón.
Las tensiones finalmente explotaron como consecuencia de la sucesión del nuevo soberano, ya que cada facción tenía su candidato y su triunfo representaría la gloria de uno y la destrucción del otro. En este contexto no es de extrañar que al tener distintos intereses estas familias se enzarzaran en brutales guerras y rebeliones para hacer pesar su opinión.
Finalmente el clan Taira resultó vencedor y su líder Taira no Kiyomori se convirtió en el gobernante de facto de Japón. Únicamente, se le considera que cometió un error que más tarde lamentaría; tras haber aniquilado a su rival, se enamoró de la viuda de su oponente, ella accedió a convertirse en su concubina con la única condición de que perdonase la vida a sus dos hijos llamados Yoritomo y Yoshitsune. Convencido de su poder Kiyomori aceptó y los mandó separados a dos lejanos monasterios para que fueran educados como monjes.
Poco imaginaba que cuando crecieran ambos chicos jurarían vengar a su padre y su clan. Ya que tras unos años Yoritomo reclamó su título como heredero del clan Minamoto e inició una rebelión para derrocar a su odiado enemigo. Pese a todo el clan Taira prevaleció y aunque ganaban batallas, nunca podían terminar de derrotar al joven enemigo.
Poco más tarde se le añadió el hermano menor Yoshitsune, quien tanto por sus valores como proezas se convirtió en el prototipo del samurái perfecto para todas las futuras generaciones de guerreros. Parte de su vida todavía es un misterio mezclado con la leyenda, se dice que huyó del monasterio y en su periplo aprendió artes marciales de la mando del rey de los Tengu, una especia de hombres-pájaro de nariz protuberante y de grandes poderes; antes de conocer en un duelo a su futuro escudero y fiel amigo, el monje guerrero Benkei.
Finalmente se produjo el colofón de los Taira, tras varios arreglos matrimoniales Kiyomori consiguió que su nieto Antoku fuera nombrado como nuevo emperador. Aunque este resultó su último éxito ya que el anciano guerrero murió no sin antes ordenar a sus sucesores que en vez de rezar por su alma procurasen traer las cabezas de sus enemigos encima de su lápida.
La batalla de Yashima
Para pena de Kiyomori sus sucesores no fueron capaces de derrotar a sus enemigos, lo que tenía de brillante Yoritomo como político, lo tenía Yoshitsune como general y pronto tomaron la capital y parte del país mientras los Taira se vieron obligados a retirarse a sus dominios periféricos junto al emperador y su corte.
Todavía les quedaba el mar, donde sus comandantes, tras sofocar a los piratas gozaban de experiencia. A parte de que con ellos estaba el soberano (considerado un ser divino) y también desde la retirada de la capital, llevaban los tres tesoros sagrados de Japón: un collar de jade, un espejo de bronce y una espada del mismo material.
Pueden parecer de poco valor, pero cada elemento posee su propia leyenda y están estrechamente vinculados con la diosa del sol, supuesto antepasado de la casa imperial quien entregó estos tesoros al primer monarca nipón como símbolo de su derecho al trono. Todo ello motivó en parte a subir la moral, la situación seria comparable a los ejércitos cruzados con la Vera Cruz; creían en la victoria porque el cielo les apoyaba al tener una reliquia.
Entre tanto Yoshitsune preparó una flota; en tierra había sido un gran comandante, pero nunca había combatido en el mar. Para hacer esta tarea más difícil, sus fuerzas eran menores a las del enemigo y terminó discutiendo con uno de sus vasallos acerca de la estrategia para el combate que pronto se desarrollaría. Como propina la noche anterior se produjo una terrible tormenta y muchos de sus guerreros se negaron a embarcar. Yoshitsune amenazó con ejecutar a todo aquel que no embarcase; finalmente algunos accedieron a acompañarle.
Tras unas horas de navegación, llegaron cerca de una fortaleza enemiga, separada de tierra y accesible únicamente por barco o cuando bajaba la marea. Yoshitsune ordenó prender grandes hogueras cerca de la fortificación, su truco funcionó ya que los Taira creyeron que le atacaba un enemigo muy superior. Tomaron al niño emperador y las insignias sagradas y se apresuraron a movilizar su flota.
Los Taira se sorprendieron al ver que el enemigo era mucho menor del que habían creído inicialmente y en un gesto de desprecio colocaron un abanico en un mástil, como si quisiesen decir: “tus flechas no valen nada, intenta apuntar aquí”. Irónicamente, y pese a la distancia, un samurái a caballo consiguió hacer blanco en el primer intento antes de que empezara el combate.
Ante tal panorama y viendo su fortaleza en llamas los Taira optaron por retirarse a un emplazamiento donde les fuese más favorable barrer al enemigo.
Cerca del estrecho de Kanmom que separa dos de las islas más grandes que conforman el archipiélago nipón, es el lugar donde los Taira y los Minamoto saldarían cuentas de una vez por todas en un enfrentamiento comparable a la batalla de Lepanto para los europeos.
El comandante de los Taira era Tomomri, un samurái experimentado que durante la guerra había derrotado a los Minamoto en tres grandes batallas, incluyendo una escaramuza naval donde había unido los buques para hacerlos más estables, cosa que permitió a los arqueros barrer a sus oponentes y luego lanzó un ataque con caballos para perseguir a los vencidos por la costa. En esta ocasión dividió la flota en tres escuadrones. Planeó usar la marea del estrecho para lanzar un gran ataque que desgastase al enemigo.
Las fuerzas se congregaron, los Minamoto enarbolaron sus banderas blancas con el blasón de su casa, tres flores de genciana entre hojas de bambú y los Taira banderas rojas con una mariposa (su emblema). El duelo a muerte había empezado.
Las tácticas navales japonesas no eran muy distantes de un combate terrestre. Primero se acercaban mientras intentaban tomar la iniciativa; acto seguido los arqueros intentaban diezmar al oponente y finalmente se procedía al abordaje con una brutal lucha cuerpo a cuerpo. A diferencia de otros tipos de soldado, el samurái buscaba el combate individual y por encima de todo cortar la cabeza del comandante enemigo, como prueba de su valor en la lucha y llevársela a su señor para ser recompensado; especialmente con tierras.
El inicio del combate favoreció a los Taira, pues Yoshitsune sufrió terribles pérdidas incluso su buque insignia fue abordado y él pudo escapar in extremis de ser capturado. Gracias a su complexión atlética pudo saltar a otro barco, mientras que el general enemigo que le perseguía terminó cayendo al mar donde se ahogó por el peso de su armadura.
Las cosas no pintaban bien, pero Yoshitsune ordenó a los arqueros que en vez de centrar el fuego contra los soldados, lo hicieran contra los timoneles y tripulaciones. La idea funcionó y pronto los buques enemigos iban sin control; de propina la marea cambió y ahora favorecía a los Minamoto. Un capitán de los Taira, arrió el pabellón rojo e izó una bandera blanca: estaba desertando. Este capitán reveló a Yoshitsune cuál era el buque del monarca con las insignias sagradas.
La batalla sufrió un grave revés y el nuevo líder de los Taira acababa de morir en combate, ya solo quedaba el buque insignia con el niño-emperador y los cortesanos. Sabiendo que les esperaba un humillante cautiverio y una brutal ejecución, muchos combatientes optaron por quitarse la vida, la mayoría arrojándose al mar tiñéndolo de sangre y siendo el último en saltar el mismo Tomomri tras ponerse una doble capa de armadura y atarse con el ancla de su buque.
Una cortesana se iba a lanzar al mar para suicidarse, pero una flecha enemiga se le clavó en una manga impidiendo su muerte. De los pliegues de su kimono cayó rodando por cubierta una caja que al abrirse desveló el collar de jade.
Tras la batalla naval, samuráis y pescadores peinaron la zona buceando y consiguieron recuperar el espejo de bronce. Pero la espada legendaria se perdió para siempre, aunque otras historias afirman que reapareció más tarde.
Durante muchos años todo tipo de navegantes, ya fueran ricos comerciantes o humildes pescadores, evitaban cruzar el antiguo escenario de la batalla, pues se consideraba un emplazamiento maldito, donde durante la noche se podían divisar extrañas luces en el horizonte y ruidos parecidos a los de una batalla eran llevados por gélidos vientos.
Fue tal el pavor que provocaron las historias de las huestes fantasmales del caído clan, que se construyó un santuario y un cementerio con las lapidas de todas las personas que fallecieron en aquella jornada, con la esperanza de que las almas de los difuntos pudiesen encontrar la paz.
Aunque con eso no pararon los relatos de apariciones, de hecho por la zona se pesca un tipo de crustáceo, llamado cangrejo heike cuyo caparazón recuerda un rostro y se pensaba que eran las rencarnaciones de los guerreros caídos.
Una nueva era en Japón
Con la destrucción del clan Taira los Minamoto se hicieron con el poder y su líder Yoritomo entronizó a un nuevo emperador favorable a sus intereses, pero asumió en 1192 todo el poder político y militar bajo el título de Shogun.
El Shogun era un cargo temporal cuyo nombre completo se traduciría como “generalísimo que somete a los barbaros”. Otorgado por el monarca a un general mientras se desarrollaba una campaña militar para que actuase como comandante en jefe respecto los demás generales y señores feudales. La innovación de Yoritomo consistió en que lo convirtió en un cargo vitalicio y hereditario.
Mercaderes y misioneros europeos relataron esta curiosa forma de gobierno como el Shogun como una especie de rey o dictador militar y el Emperador como un Papa de Roma, un líder meramente espiritual.
Excepto por un breve inciso de cinco años en el siglo XIV, ningún emperador japonés volvió a tener ningún tipo de poder hasta 1868, empezaba pues la era del samurái.
Fuente:
- Carol Gaskin, Vince Hawkins. Breve historia de los samuráis
- Frederick Hadland Davis. Mitos y leyendas de Japón