Por Juan García (Todo a Babor)
Índice
Introducción
Las Antillas son las islas del Mar Caribe que en un principio pertenecieron en su totalidad a España, pero que debido al poco interés que se tuvo en conservarlas (es lo que tenía un imperio tan enorme) fueron muchas de ellas poco a poco colonizadas por ingleses, franceses y holandeses, sobre todo las más pequeñas al este.
Preciosos archipiélagos que, sin embargo, albergaban también nidos de piratas, que se aprovechaban de aquel laberíntico mar salpicado de infinidad de islas e islotes donde ocultarse de los buques guardacostas que, a duras penas, podían abarcar aquella área del enorme territorio del Imperio español.
Debido a esto, florecieron piratas, bucaneros y filibusteros, además de las armadas legales de los países mencionados y sus respectivos corsarios. Era, en definitiva, un lugar peligroso.
Neerlandeses e ingleses en las islas antillanas
Durante la Guerra de los Ochenta Años contra los neerlandeses, España luchó contra sus flotas en medio mundo. Y una de estas zonas, como no, eran las Antillas. Los holandeses querían hacer todo el daño posible a la monarquía hispana donde fuera y el Caribe les ofrecía un buen lugar donde ejercer el contrabando y la piratería.
Así ocuparon islas pequeñas o deshabitadas, donde ejercer sus negocios. Como la de Fonseca, la de Tabago, la de Curazao (la más importante), ante la mirada atenta de los ingleses, que a la hora de atacar a un enemigo común siempre estaban dispuestos a aliarse con aquellos.
Estos últimos tenían las Barbados con 1.700 hombres al mando de un gobernador de origen escocés. También poseían la isla de San Andrés entre otras muchas. Pasaban de ochenta el número de buques que estos poseían a la vela.
Franceses e ingleses en la Isla de San Cristóbal (Saint Kitts)
Los franceses, que en un principio se habían quedado atrás en el reparto isleño, pronto quisieron cambiar esto. Pierre Belain d’Esnambuc, aventurero y corsario francés, cansado de que le maltrataran los buques españoles, se refugió en la isla de San Cristóbal (Saint Kitts para los ingleses) donde encontraron al capitán inglés Thomas Warner que tenía el mismo problema.
Uno y otro informaron a los respectivos gobiernos de la utilidad que podría reportar, situada como estaba en la cadena de las pequeñas Antillas, próxima a Puerto Rico y ambos consiguieron la formación de compañías explotadoras. La francesa autorizada por Richelieu el 31 de octubre de 1626 para fundar colonias en el lugar que mejor le pareciera, desde 11 a 18 grados de latitud norte, y singularmente en las islas de San Cristóbal y la Barbada, que se halla a la entrada del Perú.
Con esta patente, salió d’Esnambuc de Havre con tres buques y 500 hombres en 1627, al igual que hacia por la misma época desde Inglaterra Warner con una escuadra similar.
Ambos ocuparon la isla de San Cristóbal y se repartieron la misma mediante un tratado. Ambos se aliaron también para acabar con los indios caribes que vivían todavía por la zona, provocando una matanza de más de dos mil indígenas.
Y así como estos habían ocupado la islilla de Nieves, al sur, hiciéronlo ellos con la de San Eustaquio, al norte, fortificándose.
Los españoles reaccionan
Avisados los españoles de lo que estaba sucediendo en la Isla de San Cristóbal se decidió poner fin a aquellos alojamientos.
Para ello salieron de Sanlúcar las flotas del año de 1629, bajo el mando de don Fadrique de Toledo, que llevaba 17 galeones fuertes. Iban a sus órdenes el almirante real don Antonio de Oquendo y el general de la flota don Martín de Vallecilla.
A don Fadrique ya lo conocemos en Todo a babor gracias a la batalla de Gibraltar de 1621 en la que venció a una escuadra holandesa en el estrecho.
El caso es que ya en alta mar, se abrieron los pliegos con las órdenes, tal y como era costumbre para evitar el espionaje, con la instrucción de desalojar a los enemigos de las Antillas, nido de colonos extranjeros y piratas.
Entre las Islas Canarias avistaron ocho buques sospechosos, que fueron cazados por los galeones de vanguardia, que se metieron entre medias, recibiendo así mucho daño al no poder ser socorridos por el resto. Sin embargo, aquellos terminaron desapareciendo por barlovento.
Desembarco en Nieves y San Cristóbal
El 17 de septiembre recalaron en la Isla de Nieves (Nevis para los ingleses), yendo en la vanguardia Vallecilla con cuatro galeones, que sorprendieron a diez corsarios en el puerto que intentaron huir. Sólo dos lo conseguirían metiéndose en los bajos. El resto fueron apresados.
Uno de los galeones que habían sido enviados de reconociento, el galeón Jesús María, mandado por el capitán Tiburcio Redin, varó a tiro de arcabuz frente a un pequeño fuerte que tenía dos cañones. Estos no lo desaprovecharon e hicieron fuego sobre los españoles, que lo hubieran pasado mal de no acudir Oquendo, quien tendió el ancla primero y saltó después con sus hombres a tierra para acabar con los artilleros enemigos. Los del fuerte perdieron 22 hombres y el resto huyó a la selva.
Al día siguiente los ingleses que habitaban toda aquella isla, parlamentaron e hicieron entrega de cuanto tenían.
Los españoles desmantelaron el fuerte, incendiaron los almacenes de tabaco, sacaron al galeón Jesús María de nuevo a la mar y se acordó seguir hasta la Isla Cristóbal, al norte, donde sabían que vivían ingleses y franceses.
Los ingleses tenían al sur un fuerte bien situado, de nombre Charles, que dominaba el fondeadero con 22 piezas de artillería de hierro y 9 pedreros; su guarnición constaba de la respetable cifra de 1.600 hombres.
Los franceses poseían dos fuertes: uno a 9 millas del Charles, que llamaban Basse terre, con 11 cañones y otro fuerte en el norte, en un lugar inaccesible para buques de gran calado.
La flota de Fadrique de Toledo se dirigió a este último lugar. Con gran dificultad para llevar un desembarco en una costa tan brava, sin conocimiento de los fondos, los galeones corrieron un serio peligro a la hora de acercarse a dichos fuertes.
Tras reconocer los parajes donde desembarcar, se llevó a cabo el ataque, aún a costa de las trincheras que habían situado los defensores en aquellas zonas.
El gobernador de Basse Terre murió en el ataque y la defensa se vino abajo, que huyeron al interior y abandonaron el fuerte.
Los españoles se ocuparon de destruir las fortificaciones. En ese tiempo los ingleses solicitaron la capitulación, aceptando las duras condiciones que les exigió don Fadrique.
Se capturaron así 129 cañones, 42 pedreros, 1.350 armas de fuego portátiles y abundante munición.
El tercer fuerte de los franceses llamado Richelieu, visto lo visto, también se rindió y entregó sus 14 cañones.
A los 2.300 prisioneros de ambas islas se les facilitó seis buques y raciones para viajar a Inglaterra y Francia, a condición de abonar el valor, asegurado con rehenes.
Consecuencias
Todo esto ocurrió en tan sólo 17 días. El 4 de octubre la flota de Fadrique de Toledo continuó su viaje a Portobelo y la Habana donde recogieron el tesoro, para regresar a Sanlúcar y Cádiz el 1 de agosto de 1630 en un viaje sin ninguna incidencia, tras casi un año desde que partieron en su misión.
Venía don Fadrique satisfecho de su jornada, y no era para menos, deshechos en su creencia dos nidos de piratas y trayendo, a más de los caudales, una compensación en las vicisitudes de la guerra, alcanzada en corto espacio, con pérdida que no llegó a 100 hombres, y buen correctivo a la impresión que produjera la última agresión holandesa de Santa Marta.
Se refiere esto último a los veinte buques holandeses que habían entrado en aquel puerto el 16 de febrero, desmantelando el fuerte español con 4 cañones y se apoderaron de la ciudad sin resistencia, saqueándola y destruyendo todo a su paso durante ocho días.
La invasión de la Isla de San Cristóbal y de la isla Nieves fue importante, por supuesto, pero no sirvió de mucho, porque tan pronto como la armada invasora se fue de allí regresaron los ingleses y franceses, que ignoraron las capitulaciones firmadas. Para colmo, los franceses se esparcieron también por las islas de Antigua, San Bartolomé y Monserrat.
Al menos las flotas del tesoro pudieron llegar aquellos años a España y a América, ya que el general Larraspuru, en los viajes de 1629-1630 y 1631-1632, burló a los numerosos enemigos al utilizar rutas ya en desuso mientras aquellos los esperaban por donde siempre. En 1632 Oquendo repetiría este éxito.
No acabaron las incursiones españolas ahí. El capitán Benito Arias Montano, tras reconocer la isla Tortuga, que servía a los holandeses para proveerse de sal, llegó a la playa el 10 de julio de 1631 con seis piragüas con 40 españoles y 117 indios y tras un ataque sorpresa se llevaron dos buques que allí había.
El más grande de 600 toneladas, con 20 cañones, que fue abordada por las piragüas cuando trataban de huir se rindió tras perder a su capitán, piloto y condestable. El otro buque de 300 toneladas y 6 cañones fue apresado poco después. Con ambas embarcaciones regresó a la Guaira el 16 de julio.
La cosa no acabó ahí, pero para no alargarnos mucho lo dejaré para otra ocasión. Relataré lo que le pasó a la escuadra de don Lope de Hoces cuando se dispusieron a atacar la Isla de San Martín.
Fuente:
- La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Cesáreo Fernández Duro.