Por Juan García (Todo a Babor)
Esta entrada pertenece a la serie:
El servicio en los buques de guerra españoles de principios del siglo XIX
Obligaciones de los oficiales
Tal y como pasaba con el resto de la tripulación de un buque de guerra, los oficiales subalternos, entendiéndose como tales a los tenientes y alféreces de navío y fragata, debían obedecer todo lo que su comandante les ordenase. Y no solo dentro del navío, sino para cualquier comisión que el comandante les ordenara en tierra.
Los oficiales no podían salir del buque sin el permiso expreso del comandante o del oficial que sustituyera a este a bordo. Y, por supuesto, a la hora de embarcarse debía hacerlo son su uniforme e insignias correspondientes, debiendo así mismo presentarse a cualquier acto público con la «decencia que le es propia y asegure su respeto«.
Sin embargo, ya hemos visto que esto no siempre se cumplía y que algunos oficiales gustaron de vestirse a la moda de entonces, que no siempre correspondía con el decoro que exigía el cargo. De ahí que en las sucesivas ordenanzas se incidiese en su cumplimiento.
Las guardias
Para las guardias los oficiales se repartían según su número, procurando que fueran cuatro trozos (o grupos), siendo los jefes de los mismos el más antiguo en el cargo.
En puerto las guardias eran de 24 horas, empezando por el trozo del jefe más moderno y acabando por el más antiguo. En el mar las guardias eran de cuatro horas, como las de la tripulación.
Se dividirá uno de los cuartos de la tarde, y empezarán constantemente por el comandante más antiguo, que se entregará de ella desde que el navío esté sobre un ancla, o que no se halle en puerto seguro.
El modo de realizar una guardia por los oficiales era el siguiente:
Guardias en puerto
Las guardias de puerto empezaban a las ocho de la mañana, siempre que el general de la escuadra no mandase otra cosa, teniendo los oficiales entrantes y salientes reunirse en el alcázar con la tropa.
El oficial saliente le entregaba al otro entrante el libro de las guardias, comunicándole también las órdenes del comandante del buque, también explicará los trabajos que se estaban haciendo en el buque, qué amarras tenían y como se hallaban tendidas, y si están claras las anclas que hay prontas, las embarcaciones y gente que había en el buque, así como los que estuvieran presos y todo aquello que pudiera ser de interés para el oficial que entraba en su guardia.
Pasaba a ser así responsable del buque durante las próximas 24 horas.
Siempre que se mudaba la guardia en puerto se debía pedir permiso al comandante del bajel, tanto entrante como saliente. Si era entrante el oficial de guardia recibía las oportunas órdenes del comandante y sólo aquel podía dar cuenta a su superior de las incidencias que hubiera habido en la guardia.
El oficial de guardia podía arrestar y asegurar al que contraviniese las disposiciones y régimen establecido, o cometiese algún delito. Pero no podía imponer un castigo sin la orden expresa del comandante del buque, a quien debía informar de lo ocurrido.
Tampoco podía el oficial de guardia dar licencia a nadie ni despachar una embarcación fuera del buque, ni mucho menos mandar alguna cosa de entidad sin avisar antes al comandante.
El puesto del oficial de guardia era el alcázar cuando no hubiera alguna urgencia que tuviera que ir a otra parte del barco.
¿Qué otras cuestiones podían estar bajo el cometido de un oficial de guardia?
Pues todas aquellas ordinarias del servicio, u otras más singulares que el mismo comandante le hubiera prevenido antes. Y en la ausencia del comandante el oficial de guardia no podría resolver cualquier cuestión importante sin orden del oficial a bordo más antiguo que él.
Guardias en la mar
Como hemos visto, las guardias a bordo de un buque navegando eran cada cuatro horas. Para evitar pérdidas de tiempo se prescindían de los rituales de la toma de armas y se pasaba directamente el oficial de guardia saliente a explicarle al entrante la disposición del velamen que se tenía en ese momento, el rumbo y la posición del navío insignia si fuera pertinente.
Además, si era de noche, se informaba de los buques que se encontraban a su alrededor si se iba en escuadra o el convoy que se llevara en conserva. También, si se navegaba cerca de tierra, la distancia a esta o los bajos más inmediatos.
En general se informaba de todo aquello que pudiera ser de interés para la buena navegación del buque y poder así dar las oportunas órdenes.
El oficial entrante no tomará su puesto si no se observasen todas aquellas disposiciones y deberá comunicarlo al comandante del bajel para su conocimiento.
Algo lógico, ya que así el oficial entrante se curaba en salud de las posibles imprudencias que se cometieran en su turno por no haber sido informado debidamente por el oficial de guardia saliente.
Según hemos visto, y si no se encontraba el comandante del buque, el oficial podía bajo su guardia largar y acortar vela, variar de rumbo y virar de bordo sin orden expresa del comandante y siempre por los motivos justificados que la navegación exigía. Eso sí, en presencia del comandante el oficial de guardia siempre tenía que pedir permiso antes de iniciar cualquier maniobra.
Ningún oficial del buque podía oponerse en las disposiciones del oficial de guardia que tomara durante su guardia, al tiempo que estaban obligados a cumplir lo ordenado por este y ayudarlo en las maniobras, advirtiéndole cualquier descuido, ocurrencia o novedad que pudiera haber. Si el oficial de guardia no aplicaba remedio los oficiales subalternos tenían derecho a dar aviso al comandante.
Como ya indicamos al principio del artículo, por oficial subalterno se entendía a todo oficial de un buque desde teniente de navío, inclusive, hacia abajo. Estos…
…alternarán en los trabajos y salidas que se ofrezcan dentro o fuera de él, exceptuando los comandantes de las guardias, que no han de abandonar el alcázar por los de la bodega, despensa u otra parte, a que destinarán a sus subalternos.
Y de estos, empezarán las salidas para trabajos ordinarios los oficiales con menos antigüedad, siendo las salidas de guerra destinados los oficiales más veteranos, algo lógico dada la importancia de aquellas comisiones.
Cuando un oficial subalterno debía salir en bote o lancha para una facción de guerra, tenía que examinar el armamento militar y marinero del que estaba dotada la embarcación, así como el armamento dispuesto por el comandante para los hombres.
La ordenanza subrayaba que los oficiales subalternos «sufrirán con resignación las reprehensiones de su comandante«. Es decir, que debían tragar con cualquier reprimenda por muy injusta que esta les pareciera.
De hecho, estaba severamente castigado que un subalterno tuviera queja sobre algún superior o hiciera algo (o dijera) cualquier cosa que denotase desobediencia. Esto ya lo hemos visto en otras secciones. Primero era la disciplina y luego si había que quejarse de algo debía hacerse por los cauces reglamentarios y a su debido tiempo.
De no hacerlo así, el agraviado no solo perdía su derecho a la justicia, si no que sería castigado por insubordinación.