Por José Luis Alonso
Máster en Historia Militar
A consecuencia de la instalación de la Junta de Buenos Aires, un buen número de oficiales navales que servían en la escuadra española surta en Montevideo y que eran vecinos de Buenos Aires o que se encontraban cumpliendo órdenes de las autoridades del Apostadero, se negaron a reconocer las nuevas autoridades y solicitaron sus pasaportes y sin oposición alguna, regresaron a la capital de la Banda Oriental.
Sus partidas, si bien autorizadas, fueron motivos de disputa entre los nuevos gobernantes, antes, durante y después de su alejamiento, por temor que tomaran las armas a favor de la causa realista, como efectivamente sucedió.
Entre los que partieron se hallaban los capitanes de fragata José Laguna y Jacinto de Romarate y el capitán de navío Juan Ángel Michelena, quién dejaba atrás a su esposa e hijos vecinos de la ciudad.
En Montevideo el Brigadier Joaquín de Soria y Santa Cruz ejercía las funciones interinas de gobernador, a la espera de la llegada de un nuevo virrey.
Si bien este funcionario tenía experiencia administrativa, había desempeñado el cargo de Gobernador de las Misiones, y ostentaba el título de Comandante General de la Campaña de la Banda Oriental, su carácter débil y su precario estado de salud lo habían llevado a delegar el control de la ciudad en manos del Comandante General de la Marina José María Salazar.
La adhesión a los postulados políticos del cabildo abierto del 25 de mayo había sido seriamente valorada por las autoridades de Montevideo, pero el arribo del navío español Nuevo Filipino, trayendo noticias de la instalación del Consejo de Regencia en Cádiz fue determinante en la decisión de los cabildantes.
Ellos aceptaban reconocer al gobierno de la Primera Junta solo si los juntistas, previamente reconocían al mencionado Consejo como autoridad valida, condición que no fue aceptada.
El Comandante General defendió a ultranza la representatividad y derechos del Consejo y los esfuerzos del enviado de Buenos Aires, Juan José Paso, fueron en vano.
El marino español, con el apoyo de tropas de infantería de marina reprimió a los integrantes de la llamada sociedad Secreta de Montevideo, que intentaban seguir los pasos de Buenos Aires, y sus seguidores fueron apresados, las tropas que compartían su posición, Cazadores y Voluntarios del Río de la Plata, fueron desarmadas y las plazas de Colonia del Sacramento y Maldonado aseguradas para la causa real.
La ejecución de Liniers y sus seguidores produjo gran impacto en la capital de la Banda Oriental y las autoridades obedientes al Consejo de Regencia, declararon el cierre del puerto de Buenos Aires, mientras el gobierno de la Provincias Unidas respondió con la expulsión del enviado de Montevideo, el capitán de navío José Primo de Rivera.
El 3 de septiembre las fuerzas navales del Apostadero Naval de esa ciudad pusieron en marcha un bloqueo naval de la rebelde ciudad. La medida tenía por objetivos demostrar la fuerza y convicciones del gobierno realista a la vez que buscaba impedir el envió de ayuda por parte de la Primera Junta a los rebeldes del interior de la Banda Oriental.
Buenos aires respondió con igual medida. El 1° de agosto Miguel de Azcuénaga y Mariano Moreno advirtieron al Capitán del Puerto “que por ningún motivo obedezcan disposición alguna del Comandante de marina de Montevideo”.
Por carecer de navíos de guerra, las Provincias Unidas, no tenían posibilidad de hacerlo efectivo, pero prohibieron la salida de barcos de su puerto.
El bloqueo del puerto de Buenos Aires dio comienzo el 3 de septiembre de 1810 y fue llevado a cabo por una flota realista de nueve naves al mando del capitán de navío Primo de Rivera.
En la escuadra navegaban la corbeta Mercurio, como nave capitana, con 24 piezas (18 cañones de 8 libras y 6 obuses de 18), los bergantines Cisne y Belén, dos sumacas: Nuestra Señora de Aránzazu y Nuestra Señora del Carmen, el lugre San Carlos y tres faluchos el San Martín, el San Luis y el Fama.
Esta poderosa fuerza, para el medio donde navegaba, en las primeras 48 horas de su partida logró hacer presa a cuatro lanchas que surcaban el río con productos alimenticios hacia Buenos Aires.
La poderosa colonia de comerciantes ingleses presentes en ambas orillas del Río de la Plata, protegidos y “representados por sus barcos de guerra”, intervino activamente en el conflicto, viendo peligrar sus intereses.
La mayoría de ellos, para no malquistarse con las autoridades de Montevideo, aceptaron, no sin quejas, y parcialmente, el bloqueo, pero una minoría viendo peligrar sus intereses económicos apeló contra la medida ante las autoridades navales.
Por su parte, las naves inglesas negaban la autoridad de los marinos españoles para detenerlos. El conflicto que más de una vez pudo pasar a mayores, obligo a la comunidad inglesa a apelar al encargado de los asuntos ingleses en Río de Janeiro, Lord Strangford.
El poderoso ministro apoyó al bando que reclamaba rechazar las acciones bélicas de Montevideo, privilegiando los intereses comerciales de sus connacionales.
La presencia de navíos de ambos bandos en la zona incrementó la tensión. El 17 de octubre de 1810 dos mercantes ingleses fueron detenidos por la corbeta Mercurio.
Esta nave se vio enfrentada por el buque inglés Mistletoe quien negó el derecho a la nave española de detener a barcos de bandera inglesa y exigió la libertad de las presas. José Primo de Rivera, ante el peligro de una confrontación internacional, liberó a los buques capturados.
El comandante del Mistletoe fue recibido como un héroe en Buenos Aires y un desautorizado y abatido Primo de Rivera fue reemplazado en el mando por Jacinto de Romarate Salamanca, continuando con el bloqueo ordenado.
El nuevo comandante era un vizcaíno de 35 años, veterano de las guerras contra Francia. Su carrera naval lo llevó al Apostadero Naval de Montevideo.
Participó en la reconquista de Buenos Aires de las manos inglesas y más tarde en la exitosa defensa de la misma ciudad frente al mismo enemigo.
Su desempeño lo llevó a recibir el grado de capitán de fragata, sirviendo a las órdenes de los virreyes Liniers y Cisneros. No reconociendo la autoridad de la Primera Junta, se alejó de Buenos Aires para continuar sirviendo en los navíos reales surtos en la Banda Oriental.
El 6 de enero de 1811 la escuadra española que sitiaba a Buenos Aires, abandonaba el mismo y se retiraba hacia el puerto de Montevideo, al mando de Jacinto de Romarate, que navegaba en la corbeta Mercurio.
Si bien la presencia de los navíos británicos en el estuario y en las cercanías de ambas ciudades no había facilitado el accionar de las fuerzas sitiadoras, los momentos de tensión entre británicos y españoles parecían haber quedado atrás y no justificaban el brusco fin de la misión encomendada.
En treinta manuscritos conservados en el Archivo General de Marina “Álvaro Bazán”, bajo el título Expediciones a Indias. Siglo XIX, se encuentran registradas, por los participantes, las causas que motivaron la insólita acción.
En ellos los protagonistas dieron cuenta detallada de la causa que motivó la desobediencia a la orden recibida y la retirada de los navíos sin que mediara combate alguno.
Ya en tierra, el 10 de enero, Romarate, dio cuenta al Comandante General de la Marina del Apostadero Naval, de los motivos que lo habían llevado a tomar la insólita conducta de abandonar la misión ordenada.
Con fecha 7 del corriente mes, participe a V.S., desde la isla de Hornos, que me había visto el día anterior en la dura precisión de dar vela de balizas sin decirle el motivo que había tenido para semejante determinación. El callarle entonces fue por precaución de que dicho oficio no cayese en manos de alguno de los individuos de la guarnición y tripulación de este buque, cómplices en una conjuración que tenían bien tramada. Para apoderarse de mi persona y de los demás oficiales, dando después vela con la corbeta a Buenos Aires. Tengo asegurado en prisiones sobre 30 de los principales cómplices. Aunque juzgo que hay muchos más, he tenido que valerme de estos para la seguridad de los otros. El alférez de fragata Don Juan Navarro está tomando, a mí orden, declaraciones para la averiguación del caso. Estas pasaré a usted luego que reciba sus órdenes para el arreglo de mi conducta en este puerto.
La corbeta Mercurio, poderosamente armada, embarcaba una tripulación de 98 hombres de mar o marineros, más 34 infantes de marina, de ellos 10 de Artillería de Marina.
El número de los apresados, las características del navío amotinado, agregado al hecho de ser la nave capitana, dan idea de la gravedad del suceso (Martínez Moreno, Homero. El apostadero Naval de Montevideo.1968. Instituto de Historia de la Marina. Madrid).
Revistaba a cargo de la Secretaria de la Comandancia General del Apostadero Naval de Montevideo, el veterano teniente de navío Pedro Hurtado de Corcuera, al cual le fue enviado una nota con copia a Romarate, con fecha del 10 de enero haciendo referencia a los hechos ocurridos en la escuadra.
… he quedado impuesto de que el poderoso motivo que ha obligado a abandonar el bloqueo de balizas ha sido una conjuración tramada por una gran parte de la dotación de la corbeta, para apoderarse de la persona del comandante Romarate, de los oficiales y meterse con el buque en balizas entregándose a los enemigos. También tengo conocimiento que tiene asegurados en prisión 30 de los principales cómplices, de cuya causa tiene encargado al alférez de fragata Juan Navarro.
Desde luego usted dispone de esta Comandancia general la más breve conclusión de la causa, a cuyo efecto doy todas las disposiciones convenientes a fin de no dilatar el severo castigo de los delincuentes y evitar que se repitan semejantes atentados que arruinarían todos los vastos dominios de S.M. en donde la traición se va haciendo muy común y espero que así como el interés de S.M. exige que olvidando la clemencia se atienda solo a la justicia de la causa y castigo de los delincuentes, del mismo modo pide también que se le de cuenta exacta a S.M. de los que más se han distinguido por su honor y patriotismo en descubrir el crimen, al efecto me informara de ello y desde luego manifiesto mi satisfacción por la notable y sagaz conducta que ha tenido en la delicada ocasión, consiguiendo con ella atajar el grandísimo e incalculable que se hubiera seguido a toda esta América…
Las autoridades realistas de Montevideo, temerosas de la propagación de las ideas nacidas en Buenos Aires entre las otras tripulaciones de la escuadra, aceleraron la formación del proceso de los prisioneros.
Estos serían juzgados por las rigurosas Reales Ordenanzas Navales de 1802 que regían la vida a bordo de los navíos de guerra de España. Si bien había castigos específicos para oficiales, tropa y marinería ellas establecían que ante una grave infracción al reglamento los culpables serían sometidos a un consejo de guerra.
Entre los castigos reglamentados, siempre proporcionados a la falta cometida, se establecía que los responsables directos de un motín serían ahorcados, independientemente de su número.
Salazar dio aviso el 15 de enero de 1811 al Secretario de Estado y del Despacho Universal de Marina, en Cádiz, de la marcha de los acontecimientos y reclamando la exhaustiva investigación de los orígenes del motín, atribuyéndolos a desafectos del gobierno de Montevideo o a partidarios de la Primera Junta.
… he encargado al ayudante Secretario de esta comandancia la formación del proceso sobre la referida sublevación para que la concluya con toda actividad y celo y que los reos sean juzgados con arreglo a ordenanza y sufran todo el rigor de la ley afín de contener un mal que se va haciendo común en los pueblos y buques, por la impunidad en que se han dejado unos delitos que atacan la soberanía y el ánimo social. Tengo particularmente recomendado al oficial a cargo que indague con sagacidad si en la causa hay complicados algunos sujetos de este Pueblo, pues parece imposible que la Junta no haya sido la autora de esta maldad dando indicios de ello el que una de las Gacetas de diciembre, según creo, decía, hablando de los marinos de Montevideo pronto seríamos reducidos a polvo. Algunas cartas provenientes de la capital nos avisaban viviésemos alerta pues se tramaba una gran tramoya con los buques del crucero.
Si bien la complicidad del gobierno de mayo de 1810 no resultaría probada, no sería de extrañar que el mismo hubiese estado involucrado en el audaz golpe de mano. El cronista continúo describiendo la disconformidad de las tripulaciones con las políticas del gobierno de Montevideo.
Según lo que se va actuando no resulta complicado en la intentona ninguno de los demás buques, pero no me queda duda que dado el golpe en la comandante, todos los demás hubiesen seguido su ejemplo. El disgusto entre las tripulaciones era general, bajo varios pretextos: la falta de pagos, de trabajar mucho sin fruto, por que entraban los ingleses sin impedimento, que el bloqueo no lo había mandado el Rey, que los de Buenos Aires se llamaban “vasallos del rey don Fernando VII” y que son nuestros hermanos, decían también que esta ciudad había tenido Junta y que S.M. la aprobó y que no sabían si no sucedería lo mismo con la de Buenos Aires. Esto es con lo que más guerra nos hacen los revolucionarios y con otras especies de que se valen los amigos de la independencia para adormecer a los pocos que desde el principio escucharon nuestros gritos de alarma.
Los términos empleados de “revolucionarios” y de “amigos de la independencia” para denostar a los miembros del gobierno de Buenos aires son prueba que la pretendida “máscara de Fernando” nunca pudo ocultar los verdaderos designios de los hombres de mayo.
Otra causa se ha contribuido a la intentada la intentada revolución, que no es difícil adivinar, pero si aplicar el remedio en las críticas circunstancias actuales, no tener fuerzas suficientes para sostener la digna y necesaria reputación de los jefes, por esto y por la seguridad de la Plaza, que milagrosamente se conserva, pedía a V.S, en mi oficio del 28 de junio próximo pasado que si no se podían reunir los 4.000 hombres de tropa, que juzgaba preciso, se dignara mandarnos por lo menos 1.000. Estos no han venido y cada día nuestros apuros y compromisos son mayores y solo la providencia nos ha ido sacando de ellas…
Entre los documento hallados en el Archivo General de la Marina “Álvaro Bazán” se halla una comunicación dirigida al Secretario de Estado y del Despacho Universal de Marina donde con fecha 9 de marzo, informaba que “habían se hallado tres cabecillas, dos extranjeros y un español, este procesado por bigamia, y enviado a Cádiz en 1809, que había regresado sin saberse cuando ni porque a Montevideo”.
El Comandante General de la Marina del Apostadero Naval José María Salazar, comunicaba a sus superiores en Cádiz el 7 de mayo que celebrado el consejo de guerra de oficiales para sentencia del levantamiento intentado en la corbeta Mercurio han sido sentenciados a muerte, confesos y convictos, dos individuos enviados a presidio y el resto a trabajos en obras públicas.
Teniendo el virrey toda facultad judicial sobre los miembros de la armada, fue consultado sobre un indulto para los condenados, siendo su respuesta negativa.
Salazar confirmo las sentencias y brindo cuenta detallada de los inculpados y de su suerte.
Fueron pasados por las armas por falta de verdugo y después colgados de los penoles del mismo buque la tarde del 7 de mayo que corre, el español Juan Antonio Fort, casado dos veces, la última con una parienta del sanguinario Castelli y el granadero del regimiento de Infantería de Buenos aires, Dionisio Leyton, que había servido el distinguido cuerpo de infantería ligera de la nación portuguesa. El Consejo de Guerra procedió con aquella madurez y cordura propia de los tribunales españoles, pues limito la sentencia de muerte a los dos más señalados, convictos y confesos. El juicio se hizo con todo el aparato solemne de la Ordenanza, ya para no parecer a los asesinos de la Junta revolucionaria de buenos aires, que sin, formalidad de causa fusila a los inocentes a las cuatro horas de aprehendidos. La principal utilidad que se debía sacar del castigo impuesto era el atemorizar a los perversos y hacerles ver que la justicia será inflexible para ellos y tan pronto como lo ha sido esta., pues en medio de ser una causa con 17 reos y por consiguiente muy complicada y de variados incidente ha sido conducida por el interino secretario de esta Comandancia, el teniente de fragata Pedro hurtado de Corcuera con la brevedad que se nota.
Archivos
- Archivo General de Marina “Álvaro Bazán”. Expediciones a Indias. Siglo XIX. Manuscritos. Biblioteca Virtual de Defensa. Ciudad Real.
- Archivo General de Marina “Álvaro Bazán”. Asuntos Particulares. Siglo XIX. Caja 47. Documento 11. Ciudad Real.
- Archivo General de Marina “Álvaro Bazán Reales Ordenanzas Navales para los bajeles de S.M. 1802. Reglamentos. Ciudad Real.
Bibliografía
- Martínez Moreno, Homero. El apostadero Naval de Montevideo.1968. Instituto de Historia de la Marina. Madrid.
- De Marco, Miguel Ángel. José María de Salazar y la marina contrarrevolucionaria en el Plata, 1996, Inst. de Historia Política Argentina. Buenos Aires.
- Acevedo, Eduardo. Anales Históricos del Uruguay.1933. Montevideo.
- De Gandía, Enrique Historia del 25 de Mayo: nacimiento de la libertad y de la independencia argentinas. 1960. Volumen 4 de Biblioteca de historia. Editorial Claridad. Buenos Aires.