Por Juan García (Todo a Babor)
Índice
Introducción
Hoy voy a relatarles un combate que puso punto y final a una de las más extraordinarias aventuras de un navío de línea. Los que quieran profundizar en el último viaje del navío Glorioso, con sus numerosos combates navales y la historia anterior de este buque, puede leer el no menos extraordinario libro de Agustín Pacheco, del que tomo como principal fuente en la elaboración de esta entrada.
Sobre la historia del navío relatada por Agustín Pacheco
Como tantas otras publicaciones, en Todo a babor también pusimos en la historia de este navío las típicas cuatro frases que de los combates del navío Glorioso había en la bibliografía naval. Todas, a decir verdad, tomadas de esa gran fuente de consulta que escribió Cesáreo Fernández Duro en su historia naval de España. Pero aún así no había demasiada información al detalle sobre tan singular suceso: que un navío cargado de tesoros cruzara el Atlántico y se enfrentara por tres veces a los británicos sin que estos pudieran detenerle. Bueno, hasta este último combate, claro. Y, como leerán, no les resultó precisamente fácil.
Gracias al mencionado libro de Agustín Pacheco y su gran trabajo de investigación, por fin tenemos todos los detalles de los combates del navío Glorioso. Ya no hace falta repetir mil veces los tres párrafos que ya conocemos de sobra. Ahora hay datos precisos de lo que verdaderamente ocurrió. Si quieren saber toda la historia de aquella singladura, lean el libro. Yo les cuento solo una pequeña parte que seguro les gustará y les dejará con la miel en los labios.
Antes de pasar a relatar lo acaecido contra el navío Russell, vamos a ponernos en situación. Pero solo de la última parte de su viaje.
Nuestro buque era un navío de línea de 70 cañones. No 74 como se dice en muchas fuentes, ya que hasta 1780 la Armada española no empezó a registrar a sus navíos de línea como de 74 cañones, siendo el navío Terrible el primero en ser clasificado como tal, al añadírsele cuatro cañones más.
El San Ignacio de Loyola, que era el nombre de la advocación del Glorioso (aquí ha habido un error de nomenclatura santoral que ha perdurado siglos), había salido de Corcubión el 11 de octubre de 1747 con destino a Cádiz. Previamente había logrado desembarcar todo el oro y dinero que había llevado a bordo hasta entonces. Por lo tanto, su comandante don Pedro Messía de la Zerda ahora ya no tenía ese problema sobre sus espaldas y volvía a dirigir un buque de guerra y no una especie de «furgón blindado». No olvidemos que con ese dinero que había trasladado desde América se podían haber construido unos cuantos navíos más como el Glorioso y de caer en manos enemigas hubiera supuesto un duro varapalo para las siempre sedientas arcas del Estado. Así que al dejar el oro a salvo en España, respiraron también aliviados algunos personajes más que el comandante del buque.
Además de trasladar el tesoro a tierra, en Corcubión tuvieron un grave problema de deserciones de la marinería. El propio comandante así lo indica en una misiva donde pide que se embarque alguna tropa del ejército para suplir en parte a ese contratiempo, por otra parte normal en aquella época. No olvidemos que el servicio a bordo de un buque de guerra no era precisamente ni grato para el cuerpo ni para el bolsillo, por lo que muchos marineros optaban por escurrir el bulto a la mínima.
Embarcaron por tanto varios destacamentos de infantería: uno de los batallones de marina de Ferrol y una compañía de granaderos del Regimiento Lisboa.
No solo hubo problemas con el personal. Se solicitó nada más llegar a Corcubión un más que necesario reemplazo de munición y pólvora, que tras los anteriores combates en el Atlántico habían dejado bajo mínimos de estos repuestos al navío.
Agustín Pacheco nos dice en su libro al respecto que Pedro Messía de la Zerda había pedido 1.475 balas rasas, 370 sacos de metralla, 385 palanquetas, 1.750 cartuchos y 200 quintales de pólvora. Pero el único suministro que tuvieron fue el realizado por medio de cinco embarcaciones menores, que llevaban soldados, víveres y otros pertrechos y no parece que la cantidad de munición y pólvora requerida fuera suficiente. El autor sostiene que el navío Glorioso afrontó su último combate con poco más del sesenta por ciento de la munición reglamentaria. Si no hubiera agotado su munición y pólvora, habría podido disparar casi dos mil proyectiles más. Eso, como veremos, fue primordial.
No me extenderé en lo que pasó antes del combate contra el Russell. Me refiero a que durante la navegación a Cadiz, el buque español se topó, como no, con una agrupación corsaria británica del comodoro George Walker, que comandaba una flotilla de seis buques, aunque en la persecución del navío español solo participarían tres, y de estas solo la fragata King George trabaría la mayor parte del combate.
¿Por qué unos corsarios darían caza a un buque de guerra mucho más potente que ellos? Sin duda alguna porque estos, como buenos corsarios, pensaban que el navío llevaba aún el tesoro a bordo y eso bien valía la pena participar en el combate a costa de sufrir graves daños o incluso acabar en el fondo del mar. En la persecución consiguiente, el Glorioso se quitó de encima a las fragatas a costa de daños que no fueron graves pero que mermarían el andar del buque.
A parte, había una división británica en las cercanías de buques de guerra, que emprendieron la caza. Entre ellos el Dartmouth, navío de 50 cañones, que se adelantó y estuvo combatiendo con el Glorioso hasta que explotó por causas no aclaradas pero que, seguramente, fueron debidas a un manejo poco cuidadoso de la pólvora, ya fuera rellenando la cartuchería en la “santabárbara» o una sucesión de errores en la manipulación de los cartuchos en las cubiertas de artillería. El caso es que murieron casi todos los tripulantes del buque británico.
De resultas de estos combates, nuestro navío tenía ya unos cuantos daños que le incapacitarían para escapar con la presteza suficiente. Tenía mucho aparejo destrozado, al igual que sus costados, inútiles el mastelero de gavia y sobremesana. Y es ahí cuando se les acercan las dos fragatas corsarias que se habían vuelto a animar al ver la llegada de los refuerzos: el navío Russell.
El comodoro Walker se quedó asombrado de la obstinación de los españoles dejándolo anotado de esta manera:
Y de nuevo comenzó la persecución y la conquista de su audaz y escurridizo enemigo; porque nunca los españoles, y nadie en realidad, han luchado mejor con un buque como lo hicieron ellos.
Así pues, llegamos al momento culminante de la travesía del navío Glorioso. Después de haber combatido contra los Warwick (60), Lark (40), Montagu (16), Oxford (50), Shoreham (24), Falcon (14), King George (32), Prince Frederick (26), Prince George (20) y Darmouth (50). Con daños en aparejo y costados, con 8 muertos y 25 heridos de resultas de los combates de los días posteriores a su salida de Corcubión, con pólvora y municiones bajo mínimos, se disponían a darlo todo en aquel último combate.
Durante la tarde y la noche del 18 de octubre, los tripulantes del navío Glorioso se afanan por arreglar en lo posible los desperfectos, pero pasadas las doce de la noche, bajo la luna llena, ven que un navío británico se les acerca ocupando toda la banda de estribor al aprovechar el barlovento de la ligera brisa que soplaba.
Era el HMS Russell, un navío de segunda categoría, de 92 cañones en tres puentes, aunque solo llevaba 84 montados, construido en Depfort en 1735. Estaba mandado por el capitán Matthew Buckle, un marino que se había unido a la Royal Navy con 13 años, llegando a teniente en 1739 y capitán en 1745.
En seguida ambos navíos se enzarzarían en un cruento combate.
El Russell se puso por la popa y las dos fragatas corsarias que se habían unido a la caza, la Prince Frederick y la Prince George, ambas de unos 20 cañones, se situaron por las aletas del buque español. Estas poseían artillería de poco calibre, pero en una batalla naval como aquella ofrecieron un buen apoyo al navío de línea hostigando a los españoles que debían hacer fuego a tres objetivos en vez de uno como hacían ellos.
Aun así, el combate fue de lo más reñido. El capitán Mathew Buckle escribiría:
La acción comenzó de lo más animada por ambas partes tanto como podíamos cargar y disparar.
Pero a las tres horas de combate empezó a escasear la pólvora y las municiones de metralla. A las cuatro de la mañana del día 19 ante la falta de este tipo de munición se optó por disparar todo lo que se tuviera a mano susceptible de ser utilizado como munición.
Como todavía tenían balas esféricas, optaron por dispararlas de dos en dos. Y para rematar, ya en los últimos disparos, metieron los pies de cabra que se utilizaban para el servicio de cada cañón, además de clavazón para usarlo todo como metralla.
El combate aún duraría un par de horas más. Pero con las primeras luces del día, el navío Glorioso se quedó mudo. Había agotado toda su munición. Ante esta situación, el comandante del navío no tuvo otra que rendirse.
Las bajas y daños
El buque español estaba en un estado lamentable. Todo el aparejo cortado, desarbolado del mastelero mayor, verga de mesana y sobremesana, verga mayor pasada a balazos, la del velacho rendida, los palos amenazando ruina… Las bajas fueron de 25 muertos y 105 heridos.
Como el navío Glorioso y el Russell tenían todas sus embarcaciones menores destrozadas, hubo que utilizar un bote de una de las fragatas para que don Pedro Messía de la Zerda se presentara ante el capitán Buckle para oficializar la rendición.
Y ahí pudo comprobar el comandante español el lamentable estado del navío británico. El costado de babor estaba acribillado con incontables disparos, algunos de ellos a la lumbre del agua. En concreto cinco impactos que hizo entrar tanta agua que tuvieron que disponer a muchos tripulantes para trabajar con las bombas. Los palos pasados a balazos de tal manera que en Lisboa tuvieron que reemplazarlos todos. La jarcia, los obenques, las cubiertas arrasadas,… El HMS Russell había recibido lo suyo y corroboraba que aquello no había sido ningún paseo. Por no hablar de la pérdida de uno de sus navíos.
Parece ser que durante el combate, en el navío británico los oficiales tuvieron que emplearse a fondo con la disciplina de sus hombres porque tras varias horas de fuego horroroso de los españoles, se había ido la moral al suelo. El propio comandante británico le aseguró al español que a punto estuvieron de pasar a la gente a las fragatas y prender fuego a su navío por la mucha agua que hacía, debido a uno de esos balazos a la lumbre del agua, y que fue solventado gracias a un famoso buzo que traían.
El comandante español se dio cuenta de lo cerca que habían estado de vencer al navío británico. De haber tenido las municiones en las cantidades reglamentarias aquello hubiera sido muy diferente.
Oficialmente, Buckle reportó 11 muertos y solo 10 heridos. Aquí hubo polémica porque dado el estado del navío británico no pudo haber tenido una cifra tan baja. El escritor Agustín Pacheco piensa que o bien hubo un error en el informe, intencionado o no, o que la mayor parte de la dotación abandonó las cubiertas superiores en lo peor del combate para ponerse a salvo. No olvidemos que los españoles llevaban muchos fusileros de marina y granaderos que sabían disparar y no creemos que fallaran mucho estando a tan poca distancia.
Ya sabemos por otras veces, que los británicos eso de contar las bajas propias no lo llevaban muy bien, por lo que es posible que se omitiera la cifra real en aras de la grandeza y épica de la captura.
Las fuentes españolas indicaban otra cosa, puesto que a ellos aquellas cifras tampoco les cuadraba:
Aunque los enemigos recataron el número de los que perdieron, hemos llegado a saber que murió su primer teniente, el segundo tiene un balazo en la cara, que murieron el primer y segundo contramaestre y mucha gente; y según dijo la nuestra, que estuvo alojada en el entrepuente pasaban de 80 los heridos.
A la vista de los daños está claro lo que pasó, y más si cabe cuando el capitán británico tuvo que solicitar cien hombres a las fragatas corsarias para maniobrar su navío a Lisboa.
Y así acabó este último combate de un navío que ya se había fogueado en unos cuantos lances antes de llegar aquí. A pesar de haber sido apresado, el Glorioso había logrado cumplir la misión encomendada: dejar los caudales en España y eso, vista la necesidad imperiosa de dinero, fue lo principal.
El navío no pudo ser utilizado por el enemigo porque, una vez reparado en Lisboa y llevado a Inglaterra, no lo compraron, pero los marineros y oficiales capturados regresaron a España al poco tiempo, dejando para la posteridad una hazaña que recordar.
- Fuente: El “Glorioso”, de Agustín Pacheco Fernández. 2015.
- Imagen de cabecera: “El último combate del Glorioso”, de Augusto Ferrer-Dalmau Nieto. Museo Naval de Madrid.