La expulsión de los ingleses de Menorca (primavera de 1756).

A finales de marzo de 2007, Sarah Saunders-Davies, descendiente directa del almirante británico John Byng, se lamentó en la iglesia de Southill, Beds, (Inglaterra): “su corte marcial fue una farsa, con testimonios apócrifos, intimidación de testigos y confabulaciones; todo para tapar el fallo del gobierno”. Más de 250 años después del  ajusticiamiento de su tristemente famoso antepasado, la señora Saunders-Davies recibió la negativa del ministerio de defensa británico a su petición de que se concediera a aquél el perdón póstumo. El exhausto gobierno de Tony Blair se excusó blandiendo una evasiva: “el capítulo Byng se contempla como agua pasada y la clemencia no haría otra cosa que sentar un precedente. ¿Quién sería el siguiente? ¿Ana Bolena o Juana de Arco?”. Días antes el ministerio de defensa británico había otorgado la clemencia final a varios soldados sospechosos de sedición ejecutados durante la primera confrontación mundial, alegando que “todavía existen personas que los conocieron”, fundamentando así la diferencia con el caso Byng.

Los herederos de los genes del malhadado almirante conservaron con mimo su cripta en la iglesia de Berfordshire (Inglaterra) en cuya lápida, con rabia, cincelaron el siguiente sollozo: ”A la perpetua desgracia de la justicia pública. Fue un mártir de la persecución política (...) cuando el valor y la lealtad no eran garantía suficiente para la vida y el honor de un oficial naval”.

Ya durante el inicio de aquel fatídico año de 1757 para Inglaterra, la opinión pública generalizada, y no sólo en la isla, fue que aquella ejecución no había hecho otra cosa que señalar a un chivo expiatorio para aliviar la mala conciencia del gobierno del duque de Newcastle, que no se había preocupado de adoptar las medidas necesarias para mantener la soberanía de la isla de Menorca. Incluso del otro lado del canal llegaron indicios de que la pena capital infligida a Byng había sido desmesurada e ilícita cuando Voltaire, en su novela Candida, afirmó socarrón: “en Inglaterra es de sabios matar a un almirante de vez en cuando para espolear a los otros”.

Durante la guerra de Sucesión española, Inglaterra capturó Menorca en 1708 y permaneció en ella hasta que Francia la invadió en 1756 y expulsó de ella a todas las posiciones británicas, siendo el último escollo la guarnición del castillo de San Felipe (puerto de Mahón). Como represalia a los continuos ataques por parte de corsarios franceses a puertos británicos en las indias occidentales, el gobierno inglés había capturado varios buques franceses con destino a Québec y encarcelado en Inglaterra a cerca de 2.500 súbditos del monarca galo Luis XV. Aun cuando el departamento de marina inglés recibió información a finales de 1755 que indicaba la inminente llegada a Menorca de la flota gala de desembarco desde Toulon, el gobierno no sólo miró el asunto con indiferencia, sino que incluso firmó varias solicitudes de permiso a los oficiales destinados en San Felipe para que se solazasen en Gibraltar. A esto se añadía el hecho de que el gobernador de la isla y comandante de las tropas británicas en Menorca, general William Blakeney, tenía 82 años y estaba postrado en cama, si bien conservaba suficiente lucidez como para haber enviado varios informes al gobierno del duque de Newcastle quejándose reiteradamente de la precariedad de su guarnición y tratando de convencerle de que Menorca fuese tenida más en cuenta ante una eventual llegada de tropas enemigas.

Estaba claro que las islas Baleares no contaban entre las prioridades imperiales inglesas, a pesar de que la ciudadanía cercaba al gobierno para que reforzase su única posición en el Mediterráneo. La mirada de los miembros del gabinete de Newcastle se dirigía a las indias occidentales y orientales, donde se compensaría el descalabro de Menorca mediante el desbaratamiento de casi todas las posesiones borbónicas en estos lejanos parajes a la conclusión de la guerra de los 7 años, cuya detonación fue el choque galo-británico por aquella isla balear. Las aspiraciones inglesas de ubicuidad eran demasiado grandiosas para ser alcanzadas mediante recursos tan rácanos como los que designó el almirantazgo inglés para la empresa de Mahón.

En consecuencia, el 11 de marzo de 1756 el vicealmirante John Byng fue puesto al frente de una escuadra de 10 navíos de línea y cuatro fragatas con destino a Menorca, a la que se uniría la fuerza que velaba en el Mediterráneo por la salvaguarda de la isla. El contra-almirante Temple West fue nombrado 2º de Byng. El nombramiento y la organización de la expedición fueron hechos a marchas forzadas y su dotación y pertrecho, a regañadientes. De hecho, tuvo que dejar a una buena parte de la marinería para hacer sitio a las tropas de desembarco. Y no era por escasez de efectivos veleros: el almirantazgo mantenía hasta 27 navíos de línea en el canal de la Mancha y en la bahía de Vizcaya y otros tantos rondando por Inglaterra e Irlanda, amén de un sinfín de pequeños bajeles comisionados en distintas ubicaciones portuarias británicas. Esta acumulación de navíos en la franja de agua que separa a ambas potencias no era una fruslería, pues hay que decir, en descargo de sus señorías, que otros informes no menos fundamentados narraban como las proas de asalto francesas tenían intención de dirigirse a la Gran Bretaña y someter al reino anglicano.

Byng partió de St. Helen el 6 de abril y debía dirigirse a Gibraltar y recoger a los oficiales de Blakeney que estaban de permiso, así como un regimiento de fusileros reales al mando del coronel Robert Bertie. Desde que se dispuso el éxodo de la flota fue palmario que las autoridades de la armada inglesa no se tomaban la expedición demasiado en serio y John Byng sentía un especial desasosiego ante la cantidad de inconvenientes que tuvo que sufrir para surtir su escuadra. Y no acabarían ahí. Cuando el 2 de mayo arribó a la Roca, otra posesión británica conseguida tras la guerra de sucesión española, se las vio y las deseó para que el gobernador de Gibraltar, teniente general Fowke, colaborase con la expedición, a pesar de portar órdenes escritas del departamento de marina. El gobernador argumentó que tratar de repeler a los franceses en Menorca sería muy azaroso y que Gibraltar no podía permitirse el lujo de desprenderse de los hombres que reclamaba Byng (equivalente a un batallón de infantería) sin quedar peligrosamente debilitada. Tras deliberar con sus inmediatos, Fowke accedió finalmente a ceder 240 soldados, muchos menos de los que esperaba el vicealmirante. Al día siguiente llegó la flotilla que al mando del capitán de navío Edgcumbe había sido expulsada de Menorca y éste informó a Byng de la fuerza de la escuadra gala.

A principios de la primavera de 1756 la fuerza naval inglesa en el Mediterráneo era de 3 navíos de línea y algunas embarcaciones pequeñas al mando del mencionado capitán. Esta flotilla era toda la defensa y protección de la isla. Cuando la flota de Byng se hallaba apenas doblando el cabo Finisterre en dirección a Gibraltar, el 18 de abril los adormilados centinelas de la torre de vigilancia de Monte Toro (Menorca) vislumbraron por el noreste una nube de velas embolsadas que arrumbaban directamente hacia la bocana del puerto de Mahón. Este bosque de trapo enemigo lo formaban casi 200 barcos, entre los que se encontraban 12 navíos de línea y 4 fragatas comandados por el almirante marqués de Galissonniere a bordo del insignia Foudroyant (80), y habían partido de Toulon (Francia) hacía 10 días transportando 24 batallones de infantería al mando del mariscal Louis François Armand du Plessis, duque de Richelieu, que viajaba en el citado navío, con el objetivo de desembarcar y desalojar a los ingleses de Menorca.

  • Órdenes de batalla (según el estado mayor francés)
  • Inglaterra (Byng, 11 navíos de línea, dos de 50 cañones y 5 fragatas)
  • Vanguardia

  • - Defiance 60

  • - Portland 50

  • - Lancaster 66

  • - Buckingham 68/70 (insignia del contra almirante Temple West)

  • - Captain 64

  • - Intrepid 64

  • Retaguardia

  • - Revenge 64

  • - Princess Louisa 60

  • - Trident 64

  • - Ramillies 90 (insignia del vicealmirante y jefe de escuadra Byng )

  • - Culloden 74

  • - Kingston 60

  • - Deptford 50

Francia (Galissonniere, 10 navíos de línea, 2 de 50 cañones y 5 fragatas)
  • Vanguardia

  • - Orphée 64

  • - Hippopotame 50

  • - Redoubtable 74 (insignia del contra almirante M. de Glavendez)

  • - Sage 64 (cap. Durevest)

  • Centro

  • - Guérrier 74

  • - Fier 50 (cap. d'Herville)

  • - Foudroyant 80 (insignia del almirante marqués de Galissoniere)

  • - Téméraire 74

  • Retaguardia

  • - Content 64

  • - Lion 64

  • - Couronne 74 (insignia del contra almirante M. De la Clue)

  • - Triton 64 (cap. Mercier)

Los peores presagios de Edgcumbe, que se había hecho eco de los rumores de invasión y patrullaba cerca de la costa con la fragata Chesterfield (40), se habían cumplido. Señaló al capitán Carr Scrope, en la Dolphin (22), que se encontraba bajo la protección de las baterías  del muelle, levar anclas y soltar trapo, mientras él desaparecía rumbo sur con el resto de la escuadrilla de defensa. Galissonniere ordenó perseguir a los ingleses sólo durante un rato, ya que su objetivo era tomar la isla. Después de una angustiosa pero infructuosa caza, el Phoenix (40), del capitán Augustus Hervey, se resguardó en el puerto de Palma y quedó allí taponado por tres fragatas francesas y no se zafaría hasta que la llegada de la flota de Byng obligó a Galissonniere a reagrupar su fuerza. A pesar de que la rada estaba tapizada de embarcaciones y otros atascaderos hundidos por los ingleses, el grueso de la escuadra gala penetró y sitió puerto Mahón, mientras los ingentes efectivos militares de Richelieu fueron desembarcados en las inmediaciones sin oposición y comenzaron los planes para asfixiar al general Blakeney en San Felipe. Los soldados británicos de la fortaleza se habían tomado la molestia de inutilizar las vías de comunicación con Mahón y, particularmente, con el castillo, y Richelieu tuvo que emplear algún tiempo en labores zapadoras y de ingeniería para allanar el camino a sus piezas que, finalmente, fueron clavadas a escasos 150 de las murallas del bastión. La popularidad del rey inglés en la isla era bastante mediocre pues, cuando las autoridades coloniales solicitaron voluntarios a la población civil para repeler a los franceses, sólo 250 menorquines se alistaron a las órdenes de Blakeney. Esta ojeriza quedó patente cuando los subordinados del gobernador reclutaron a la fuerza a 25 panaderos para aprovisionar a la tropa dentro del castillo de San Felipe. 

Plano de la bocana del puerto

  • Plano con la bocana del puerto de Mahón y el fuerte de San Felipe. Original de la época. Arxiu de la Autoritat Portuària de Balears.

Habiendo partido el día 8 de mayo con dirección a las Baleares y con viento desfavorable, la flota de Byng surgió en las inmediaciones de Menorca el 18 al anochecer y el Phoenix, que había quedado bloqueado en Palma, pudo unirse a sus hermanos. Los franceses no estaban a la vista y Byng comisionó al capitán August John Hervey al mando de la Phoenix, Chesterfield y Dolphin a inspeccionar la bocana del puerto de Mahón y a comunicarse con el castillo de San Felipe, la única posición que había resistido el hostigamiento francés, con el objetivo de informar al general Blakeney que siguiese firme, ya que la flota estaba allí para apoyarlo. Apenas se habían separado, los navíos de Galissoniere doblaron el extremo norte de la rada y aparecieron en dirección a puerto Mahón, con lo que Byng ordenó volver a la avanzadilla.

Byng reagrupó su escuadra durante la madrugada y primeras horas del día siguiente y a las 2 de la tarde ordenó formar la línea de batalla al norte-noreste, lo que consiguió a duras penas mientras observaba con detenimiento el movimiento enemigo, que avanzaba lentamente buscando cerrar su línea. Asimismo, señaló que las dotaciones de las fragatas fuesen trasvasadas a los navíos con falta de personal y acordó que la Phoenix, que había sido declarado inútil para la acción, se preparase para ser utilizado como barco incendiario llegado del caso. A las 6 la flota gala (12 navíos y 5 fragatas) orzó en línea paralela a la costa. 50 minutos más tarde Galissonniere, que mandaba el centro, voló la señal de arrumbar al este para ganar barlovento. La línea francesa estaba ahora a casi 10 kilómetros de la británica que había iniciado a su vez un movimiento similar para frustrar la maniobra de su oponente. Durante la penumbra que siguió, ambas flotas se obstinaron en ganar la ventaja del viento e impedir el objetivo ajeno.

La primera escaramuza tuvo lugar nada más despuntar el día 20. Dos bajeles pequeños de refuerzo enviados a Galissonniere por el oficial al mando de la ofensiva contra la isla, el mariscal Richelieu, fueron sorprendidos por el inglés Defiance (60),  que estaba algo retrasado en la línea. Después de una corta carrera y unos cuantos cañonazos a la arboladura, uno fue apresado, mientras que el otro consiguió unirse a la escuadra francesa.

Ese día el viento era un suave levante y encontró a las flotas en línea y con la proa al norte-noreste, si bien la retaguardia británica estaba un poco rezagada. La gala tenía Mahón a babor y a la escuadra de Byng a estribor. Pero ambas líneas estaban lejos de ser paralelas, ya que las vanguardias se hallaban a tiro de cañón mientras que entre las retaguardias había el triple de distancia, después de la maniobra ordenada mediante señales en el palo mayor del Ramillies y que tenía por objeto punzar y doblar la línea francesa. El vicealmirante inglés, conocedor del destino sufrido por su colega y paisano el almirante Thomas Matthews hacía más de una década (1), buscaba mantener la línea cerrada y cortar la enemiga en perpendicular. Esta maniobra es bastante similar a la que utilizaría Nelson en Trafalgar y que le granjearía una sonada victoria. La diferencia es que aquí los primeros navíos ingleses fueron repelidos por el certero y demoledor fuego francés de Galissonniere que entorpeció su avance, deshizo la línea y ofendió su arboladura. Byng veía que él mismo en el centro y su retaguardia estaban demasiado alejados de la vanguardia que ya empezaba a sufrir el impacto de los disparos enemigos y, para ello izó la señal a todos los barcos de su división –retaguardia- para que se apretasen en la línea, maniobra muy cansina con aquella brisa. A su vez, la vanguardia francesa, al mando del contra almirante M Glavendez cuya insignia volaba en el Redoutable (74) y que ya había empezado el estruendo bélico sobre los primeros de la línea británica, mantenía una formación prieta en línea, con una cadencia de fuego de 2 andanadas cada 5 minutos. Los tres primeros navíos ingleses fueron desarbolados de masteleros, mientras que el quinto (Captain) y el sexto (Intrepid), ambos de 64 cañones, quedaron sotaventados, sobre todo el primero, al final de su línea, con serios daños en la arboladura: éste sufrió la pérdida del mastelero de trinquete. El contra almirante M de la Clue, que dirigía la retaguardia francesa desde el Couronne (74) y se estaba quedando sin objeto de fuego, ordenó a sus navíos centrarse en la vanguardia enemiga, para lo cual las cureñas de las baterías se alzaron lo máximo posible y la distancia con los matalotes anteriores y posteriores se redujo casi hasta el contacto físico. La línea gala era ahora una compacta y casi recta muralla de buques en facha que soltaba hierro sin cesar. Al ver el efecto demoledor que estaba causando al enemigo, el Foudroyant de Galissonniere seguía enarbolando la bandera de apuntar al aparejo, mientras las fragatas se cercioraban de que la alineación francesa no dejase un solo resquicio entre buques mediante la comunicación puntual y presta a los distintos capitanes de navío.

El contra almirante Temple West, al mando de la vanguardia inglesa en el 70 cañones Buckingham, veía como sus unidades iban quedando incapacitadas metódicamente, ya que en su avance frontal apenas pudieron devolver algún cañonazo con las piezas del castillo de proa. La tradición francesa de disparar a la arboladura para reducir la movilidad enemiga dio aquí pingües beneficios. La línea británica quedó deshecha y hasta 5 navíos se apelotonaban en lo que había sido la vanguardia.

Ataque al Castillo de San Felipe

  • Ataque de los franceses al castillo de San Felipe.

El Ramillies disparaba desde muy lejos y con poca efectividad. Byng, desde el castillo, oteaba el horizonte y veía como los navíos franceses estaban casi inmóviles en el centro del mar rodeados por su propia nebulosa de pólvora, pero impolutos e intactos. Intentó reordenar la alineación repetidas veces pero, debido a que varios navíos de la vanguardia estaban desmantelados y en una melé, entendió que la situación tenía pocos visos de mejorar y ordenó retirarse de la acción para, en lo posible, reparar los cuantiosos daños y volver sobre la flota francesa con garantías.

Entretanto, desde el puerto el duque de Richelieu observaba el choque y se encolerizó cuando comprobó como, ante la retirada de los ingleses, Galissonniere no exterminaba o capturaba a toda la flota británica y se mantenía al abrigo de la costa, a pesar de contar con una excelente oportunidad. Éste aseguró posteriormente que el verdadero objetivo de la confrontación era la recuperación y aseguramiento de Menorca, mientras que la captura de algún navío enemigo no pasaba de ser algo subsidiario.

El enfrentamiento podría haberse calificado de indeciso pues las bajas en ambos bandos fueron similares, aunque los galos no perdieron ningún oficial, mientras que los comandantes Andrews del Defiance (60) y Noel del Princess Luisa (60) perecieron bajo el fuego francés. Asimismo, los buques ingleses llevaron la peor parte en la arboladura, mientras que en el otro bando únicamente desapareció un mastelerillo. Lo más importante y la finalidad para la que Byng había sido enviado (conservar la soberanía británica en la isla)  no se había conseguido, ya que la flota francesa quedó posicionada en las proximidades del castillo de San Felipe, todo el contorno de la isla de Menorca estaba en manos de Galissonniere y el baluarte, acosado por las tropas de Richelieu.

Byng reagrupó su maltrecha escuadra y, tras comprobar los desperfectos y celebrar un consejo de guerra a bordo del Ramillies en donde todos los oficiales coincidieron en la inutilidad de resumir la acción, decidió poner proa a Gibraltar. Durante la travesía los operarios trataron de restañar las heridas de los navíos y fragatas, que afectaban principalmente a la sección superior de las arboladuras del Defiance, Phoenix, Princess Louisa, Trident, Intrepid y Dolphin. A los dos primeros hubo que reemplazarles los palos de trinquete al llegar a la Roca, mientras que el Intrepid y la Dolphin habían perdido toda la mantelería anterior, amén del bauprés y una buena proporción de jarcias y obenques.
La resistencia del castillo, con la escuadra inglesa desalojada de las inmediaciones, no fue más que una formalidad y su capitulación, que no tardó en llegar, la firmó Blakeney el 28 de junio con el consenso de casi todos los oficiales tras un corto consejo de guerra.

La primera buena noticia para Byng en toda la campaña vino en forma de ascenso. El 4 de junio el almirantazgo aplicaba un bálsamo al calvario de Byng y lo elevaba a almirante, amén de enviarle refuerzos al mando del comodoro Thomas Broderick, cuando ya la conciencia del departamento de marina estaba carcomida por el remordimiento de haber enviado a Byng con una flota menor a una misión de mucha enjundia. Además de la tropelía de encargarle semejante comisión con esa escuadra y tropas ridículas, el ejecutivo británico se percató que estaba incurriendo en una flagrante violación del código naval ya que, aún siendo pocos bajeles, la formación que se dirigía a Menorca –más de 15 unidades de guerra tras la incorporación de las unidades de Edgcumbe- tenía que ser comandada por un almirante, por lo que se apresuró a promover a Byng y a hacérselo saber durante la campaña, para evitar que tal negligencia a la hora de ordenar la expedición pudiera utilizarse como arma arrojadiza en un posible contencioso ulterior.

Sin embargo, las buenas nuevas no tardaron en avinagrarse. Un informe que se atribuye a Galissonniere llegó a las manos del almirantazgo en Londres antes de que Byng pudiese explicarse por escrito ante sus superiores. Ese despacho galo supuso un nudo en la garganta del gabinete del duque de Newcastle y provocó las iras del ministro de marina que fulminó a Byng ordenándole volver a Inglaterra de inmediato junto con West y los reemplazó por el vicealmirante Edward Hawke y el contra-almirante Charles Saunders. En él se venía a decir que los ingleses apenas entraron en acción cuando se dieron cuenta de la superioridad francesa, a pesar de asignar 13 navíos de línea al enemigo y 12 a sí mismo; además decía que una parte de flota británica permaneció pasiva para evitar el castigo y desapareció de la isla con sus efectivos muy desbaratados. Es decir, según este informe, Byng rehuyó la batalla y no cumplió con su deber de marino.

Cuando la opinión pública inglesa fue informada de este ignominioso proceder en un almirante de la Royal Navy,  un clamor de revancha resonó a lo largo de todo el Támesis. Los antepasados marinos de Byng, que curiosamente habían participado en la captura de Gibraltar, se agitaban en sus tumbas. El apellido cayó en desgracia y la implacable maquinaria de disciplina naval se puso en movimiento. El dedo acusador señaló primero al gobernador Fowke por no haber cedido efectivos suficientes a Byng como se le había ordenado. El 25 de junio se recibió en Londres el despacho oficial de la batalla que Byng había redactado a bordo del Ramillies un mes antes, todavía en la costa de Menorca, para terminar de inflamar a los lores del almirantazgo. Con el objeto de hurgar en la herida de la indignación pública y generar animadversión hacia el desgraciado almirante, el departamento de marina lo editó y lo publicó en la London Gazzette.

En este periódico podía leerse una confabulación contra el comandante de la flota mediante la presencia de todos los pormenores que lo incriminaban y la extracción de aquellas líneas en donde Byng aportaba la evidencia de su desventaja ante los franceses por mor de la inoperancia y negligencia del ejecutivo inglés. Entre esos hechos, Byng se queja de que, cuando la escuadra inglesa llegó a Menorca, no había un solo punto en toda la isla para desembarcar las tropas, pues todos los parajes estratégicos estaban ya en manos francesas y la Union Jack únicamente ondeaba en los torreones del castillo de San Felipe, en donde se había embutido toda la resistencia inglesa y cuyos accesos estaban sitiados por la flota de Galissonniere y, por tanto, hacía impracticable toda comunicación con él. También que los galos, como consecuencia, disfrutaban de la posibilidad de evacuar a sus heridos a tierra y de reemplazarlos al momento, además de estar en posesión del puerto de Mahón para reparar sus bajeles.  El artículo también omitía las resoluciones adoptadas en el consejo de guerra posterior al primer día de combate y que, por unanimidad de todos los oficiales tanto navales como del ejército, acordaban que, teniendo en cuenta el estado de la flota, era imposible liberar Mahón y procedía regresar a Gibraltar para, una vez reparados los navíos y evacuados los heridos, volver a Menorca con los refuerzos que esperaban llegarían de Inglaterra, combatir a la flota gala y recuperar la isla.

La malvada edición del informe de Byng que apareció en la gaceta londinense también ignoró el escepticismo y la negativa a colaborar vertidos por el gobernador de Gibraltar cuando Byng le comunicó su misión al llegar allí desde Inglaterra con semejante flota, pues en la Roca ya se había filtrado inteligencia respecto a la cuantía del contingente galo de desembarco y al estropicio que estaban haciendo en Menorca y que éstos, además, recibirían refuerzos desde Toulon de un día para otro. Igualmente, del informe se extrajo el lamento del jefe de escuadra de que el gobernador Fowke era de la opinión de que, con la actual presencia naval británica en el Mediterráneo, había que elegir entre Gibraltar o Menorca y que los franceses, tarde o temprano, acabarían por tomar la isla, por lo que era preferible asegurar la Roca, razonando así su negativa a colaborar con la misión de Byng.

La añagaza contra el almirante había sido urdida desde los más altos estamentos gubernamentales para eludir las responsabilidades de sus propias decisiones, pero algunas voces discordantes expresaron su reserva respecto a la objetividad en el tratamiento al almirante y veían que, con su linchamiento, el departamento de marina sólo pretendía escurrir el bulto del fiasco menorquín –del que era el único responsable- y ofrecer una cabeza de turco.

La fragata Antelope trajo a Byng a Inglaterra bajo arresto decretado por el almirantazgo. Con él viajaban los capitanes Gardiner y Everitt y los tenientes del Ramillies Gough y Basset, que actuarían como testigos de cargo en el proceso contra su otrora jefe. Byng fue recluido en Greenwich desde el 19 de agosto hasta el 23 de septiembre de 1756, cuando fue conducido al navío St George, en el puerto de Portsmouth, en donde se le juzgó en un raudo procedimiento.

La sentencia dictada el 27 de enero por un tribunal compuesto de 12 miembros siguiente fue especialmente dura, tanto que el vicealmirante John Forbes –uno de los lores del almirantazgo- se negó a firmar la pena que llevaba aparejada. Byng fue encontrado culpable de 4 cargos, a saber: a) ineficacia y duda al mantener la línea de combate y caer sobre el enemigo cuando éste se presentó en formación; b) no asistir con la suya a la división del contra-almirante West (vanguardia) cuando ésta estaba siendo batida por el enemigo y justificarlo en la ortodoxia de conservar el orden de batalla; c) acordar que el Ramillies (su buque) sostuviese el fuego aún estando el enemigo fuera de alcance, lo que no sólo supuso un despilfarro, sino que el humo provocado le impidió ver la realidad del combate al frente; y d) volver a Gibraltar en lugar de reparar los daños e intentar comunicarse con el castillo de San Felipe y haber hecho todo lo posible para su liberación.

Según el artículo 12 del código de guerra británico, Byng tenía que ser ejecutado. Este precepto establece que “cualquier persona de la flota que por cobardía, negligencia o desinterés se retire de la acción, se mantenga al margen o no haga todo lo posible por capturar o destruir los barcos que su deber exija, o asistir a todos los navíos de su majestad o sus aliados, habiendo agraviado de esa forma y hallado culpable en una corte marcial, debe recibir la pena capital”.

El almirantazgo estaba satisfecho con la sentencia, si bien algunos de sus miembros intentaron paliar la pena de Byng solicitando al parlamento una dispensa del juramento secreto, que los obligaba a no desvelar los votos u opiniones de cada uno en estos casos, aduciendo que tenían algo crucial que decir respecto al decreto mortal. Además, otro escrito pidiendo clemencia llegó al almirantazgo. En el mismo, firmado por los miembros del tribunal que juzgó al almirante, se decía que estaban destrozados por haber tenido que indicar la pena de muerte para un oficial que en realidad únicamente había incurrido en un error de apreciación, y que sus conciencias y la integridad y honorabilidad de Byng les empujaba a rogar benevolencia para el convicto.

Esta misiva tenía su origen en la resolución número 37 del fallo, que explicaba como, según los testimonios prestados en el juicio por el coronel Bertie, el teniente coronel Smith y el capitán Gardiner, todos ellos a bordo del Ramillies durante la acción, Byng no adoleció en ningún momento de cobardía, confusión o hesitación y dispensó las órdenes con frialdad y precisión y el tribunal creía, en consecuencia, que el reo debía ser objeto de indulgencia. A todo esto, Byng asistió a las sesiones del juicio sin perder la compostura en ningún momento.  

El almirantazgo se mostró inflexible ante las voces que imploraban laxitud en la aplicación de la ley. La cámara de los lores desestimó la solicitud de exención de aquellos miembros del tribunal que aseguraban poder aportar datos vitales respecto a la sentencia. Parece ser que lo que impedía dormir por las noches a los afligidos integrantes de esa corte era la enorme carga de conciencia que suponía ser responsables de que se infligiera la pena máxima a un jefe de escuadra por primera y única vez en la historia.

El 14 de marzo de 1757 amaneció con un cielo plomizo y vendaval de norte en Portsmouth. El puerto estaba abarrotado de pequeñas embarcaciones desde las cuales los capitanes de los distintos barcos fueron obligados a presenciar el espectáculo. Byng apenas pudo pegar ojo esa noche y desayunó con desgana. Del camarote del St George en el que estuvo confinado durante el proceso había sido conducido el día 12 al que fuera su navío, Monarch, fondeado también en ese puerto meridional inglés. En este buque de 74 cañones Byng había hecho honor a su linaje marinero y librado muchas batallas que dieron brillo al nombre de Inglaterra, y, en él, hallaría su camino postrero.

Sus numerosos camaradas y amigos habían conseguido que, a pesar de lo ordenado por el almirantazgo, se evitase el baldón de consumar la felonía en el castillo de proa. Después de muchos ruegos se mostraron indulgentes y el pelotón de fusilamiento se alineó en la toldilla. Allí, 9 marines, en filas de 3 unos detrás de otros, los tres primeros rodilla en tierra, formaron con uniforme de gala.

Fusilamiento del almirante Byng

  • The Execution of Admiral Byng, 14 March 1757. Autor desconocido. Pintura del National Maritime Museum, Lóndres.

Exactamente a las 11.59 de la mañana dos guarda marinas del Monarch entraron en el camarote donde estaba Byng y los tres salieron dos minutos después, el almirante en el medio con su traje y condecoraciones. Erguido y con los ojos fijos en el horizonte, Byng recorrió los escasos 20 metros a lo largo de la batería con paso firme. A ambos lados, una fila de robustos y uniformados marines presentaron sus armas al que un día fuera su comandante. Devolvió en saludo con la cabeza y elegancia marinera. Una vez en la popa, el almirante se detuvo al lado de un cojín rodeado de serrín. Allí se arrodilló frente a las bocas de los 9 fusiles y se puso una venda en los ojos. A las12.15 fue acribillado por una descarga a bocajarro y se desplomó sobre la tablazón. Varios oficiales, entre ellos el mariscal del almirantazgo, habían apartado la vista en el último momento, claro síntoma de la compunción gubernamental.

  • (1) Thomas Matthews fue expulsado de la marina después de ser incapaz de destruir a una inferior flota enemiga en la batalla de Toulon (1744) por no haber combatido en línea.