Por Joan Comas
La bandera de Bermuda se parece a cualquiera de las banderas de tantas islas pequeñas que Reino Unido aún conserva; es decir proporciones 1:2, la Union Jack en el canto superior izquierdo y un escudo que represente el territorio. Aun así lo que destaca no es la predominancia del color rojo, ya que en la mayoría de las banderas de las colonias del imperio británico en ultramar emplean el color azul; sino su escudo.
Dicho blasón que sujeta el león (que representa Inglaterra) entre sus garras, narra una historia increíble sobre la audacia y a la vez mala suerte de un gran marino del pasado; del cual valdría la pena dedicar unas palabras.
El origen del escudo de la bandera de Bermuda
Nos hemos de remontar hasta 1609 cuando la compañía de Virginia había preparado una flotilla de suministros para la colonia de Jamestown, junto a más colonos. La expedición estaba al mando del almirante Georges Somers, un veterano marino que había combatido en la guerra anglo-española navegando a las órdenes de Drake. Distinguido por su valía en las batalla, fue ennoblecido por el rey con el título de Sir.
Pero mientras cruzaban el Atlántico, estalló una terrible tormenta, lo más seguro es que se tratase de un huracán y la flotilla se dispersó. Pero por si todo aquello no fuera suficiente para el pobre Somers, su navío insignia, el Sea Venture de 300 toneladas, hacia aguas. Al parecer, el agua se filtraba por el casco, quizá a causa de su recién fabricación.
En aquellas condiciones el almirante pasó lo que sin duda seria la peor noche de su vida, incluso ordenó echar por la borda algunos de sus cañones para aligerar la carga y evitar el naufragio mientras peleaba contra los vientos de Eolo durante los tres días que estuvieron envueltos entre la tempestad.
Por la madrugada los vientos aflojaron y Somers había podido mantener a flote su navío con toda la tripulación intacta. Pero aquí la suerte se le volvía a escapar, pues el buque estaba sentenciado. Ya tenía 2,7 m de agua inundando sus bodegas y el nivel continuaba subiendo, no había forma de evitarlo, si el almirante no tomaba una decisión rápido su tripulación (agotada tras haber estado achicando agua) perecería.
Entonces divisó una isla con arrecifes y tomó una drástica decisión en una fracción de segundo: decidió estrellar su buque contra la isla. Puede parecer una barbaridad, pero no había muchas opciones. Gracias a esta acción de estampar un buque nuevo, valorado de 1.500 libras de la época, sus 150 tripulantes salvaron sus vidas. Aquel emplazamiento fue bautizado como la bahía del descubrimiento.
La isla en cuestión era Bermuda, deshabitada por aquel entonces. Aunque hay que destacar que el emplazamiento no era nuevo, de hecho fue descubierto por los españoles; pero solo había sido un lugar de paso para recalar provisiones ya que sus peligrosos arrecifes dificultaban su acceso y la creación de cualquier colonia. Gracias a su desdicha, se convirtió en el primer asentamiento “permanente”, lo que la hizo formar parte de los dominios británicos.
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Los náufragos construyeron un asentamiento y dos buques durante los diez meses que estuvieron preparándose para hacerse de nuevo a la mar. Seguramente fue un periodo que puso a cada tripulante a prueba en todos los sentidos; el mismo Somers tuvo que ejecutar a un hombre quien junto a otros náufragos pretendía huir con parte de las raciones de comida.
Finalmente el almirante se hizo a la mar junto a los 142 supervivientes en una difícil travesía, hasta que fueron hallados por una flotilla que traía suministros para la colonia virginiana; por entonces azotada por la terrible hambruna.
Por su parte Somers regresaría otra vez más a Bermuda para obtener más alimentos y justamente allí fallecería en 1610. Curiosamente el almirante pidió ser sepultado en la isla, si bien se le respetó su petición, su corazón conservado fue enterrado en Inglaterra.
Se dice que dicha epopeya inspiró al dramaturgo William Shakespeare en su obra “la Tempestad”.