Un insólito combate naval entre franceses y españoles en 1688

Por Juan García (Todo a Babor)

Navío del siglo XVII saludando
Navío del siglo XVII efectuando un saludo. Pintura de Willem van de Velde el joven. Rijksmuseum de Amsterdam.

Introducción

En el siglo XVII se hizo universal la costumbre, que se tenía ya desde mucho tiempo antes, de efectuar saludos mediante salvas en los buques. Estos saludos se hacían en honor y cortesía de algunas personas relevantes o como testimonio de público reconocimiento entre las naciones. Se saludaban entre buques o escuadras y a las plazas costeras.

Los estandartes reales de los navíos y armadas de Su Majestad son las señales y trofeos que representan su dominio, magnificencia, grandeza y dignidad real, y así, luego que se reconozcan, deben ser venerados, abatiéndoles las banderas, amainándoles las velas y haciéndoles el saludo correspondiente. Esta demostración y obediencia es, no solamente precisa entre las armadas y navíos del Rey, sino también en cualesquiera bajeles de amigos o confederados que encontraren armadas, escuadras o navíos de S. M., de modo que el que omitiere o negare este abatimiento y reverencia, hace injuria bastante a la majestad para que el cabo de la armada o escuadra pueda proceder hostilmente a la satisfacción; y cuantos actos ejecutare en defensa de este derecho son lícitos, dando todos los escritores por justa la guerra que se rompiere en consecuencia de esta prerrogativa.

Cárlos de Abreu, Tratado jurídico político sobre las presas marítimas. 1746

Había, eso sí, países que eran más puntillosos que otros a la hora de dar y exigir estos saludos protocolarios.

Inglaterra fue de los que más, diciéndose única soberana de los mares comprendidos entre Noruega y el cabo Finisterre. Llegando a exigir, en 1671, uno solo de sus buques el saludo a toda una escuadra holandesa de 41 buques fondeada en aguas de Escalda, llegando a disparar contra ella al no ser atendida su demanda.

Francia no le andaba a la zaga y, como veremos, también tenía la costumbre de pedir ser saludada primero.

Y es que, se tuvo que regular el tema de los saludos, porque, como comprobaremos a continuación, esto dio pie a numerosas situaciones rocambolescas que rayaban en el ridículo.

El saludo vino a ser manantial perenne de competencias y cuestiones, de notas diplomáticas, de pretensiones absurdas, y, lo que es más sensible, de encuentros formales, de combates de buques y de escuadras en que fueron sacrificadas muchas vidas en plena paz a la vana satisfacción de no saludar o de ser saludado.

Cesáreo Fernández Duro. Disquisiciones naúticas.

Hay muchas relaciones sobre incidencias debidas a los saludos. Pero el que traemos hoy es, sin duda, el más representativo de la locura que podía llegar a ser este asunto cuando se daban ciertas circunstancias.

El extraño combate naval de 1688

Explica Fernández Duro, en su obra «Disquisiciones naúticas», que este combate no figura en ninguna colección de documentos, en ningún parte o relación de combate alguno, pero que, como veremos también, hay otros documentos en que por referencia se lo menciona, por lo que, según el autor, debe suponerse que sucedió.

Sin embargo, en el libro en francés «Règles internationales et diplomatie de la mer, Volumen 1«, de Théodore Ortolan, escrito en 1845, hay un informe del propio Papachino, el almirante español que se encontró en este combate que pasaremos a relatar, al igual que el que hizo el almirante Tourville, su contraparte.

Fernández Duro sí que recogería finalmente estos documentos en su obra sobre la Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón.

Seguimos, por tanto, el parte dado por el mando español incluido de forma íntegra más adelante.

Honorato Bonifacio Papachino era el nombre del almirante de origen saboyano que estaba al servicio de España.

Este era un hombre de gran valía como marino, que estuvo en muchos de los numerosos frentes de batalla que tenía España por aquel entonces.

De Nápoles venía Papachino (había salido el 28 de mayo de 1688) con un galeón, almiranta de Flandes, el Carlos II y una fragata nombrada San Jerónimo, mandada por Juan Amant Bli. Iban hacía Málaga a incorporarse a una escuadra destinada a asistir al socorro de Orán, que estaba asediado por el Dey de Argel.

El 1 de junio a la vista de Altea en Valencia, se encontró con tres buques franceses mandados por el vicealmirante conde Anne Hilarion de Costentin de Tourville, otro marino de gran experiencia y arrojo.

Su escuadrón estaba formado por los siguientes navíos:

  • Le Content de 55 cañones. Al mando de Tourville e insignia.
  • Le Solide, de 45 cañones. Al mando del marqués François Louis Rousselet de Chàteau-Renault.
  • L’Emporté, de 45 cañones. Al mando del conde Victor Marie d’Estrées.

También iba una tartana, que era un pequeño buque de aviso pero que no participó en el combate. Tenemos así, dos condes y un marqués a bordo de los buques franceses.

Navíos franceses del siglo XVII
Navíos franceses del siglo XVII. «Les Attaques de la ville de Gennes, et du fauxbourg de S.t Pierre d’Arène, par l’armée navale du Roy commandée par le marquis du Quesne le 24 may 1684». Por Claude-Auguste Berey. Collection Michel Hennin. Estampes relatives à l’Histoire de France.

Según el parte de Tourville, la nave principal española tenía 66 cañones y una tripulación de 500 hombres. Mientras que a la fragata le adjudicaba un porte de 54 cañones y 300 hombres. Ambas embarcaciones pertenecían a la escuadra de Flandes, que según el almirante francés eran sus mejores marinos.

El historiador Fernádez Duro, basándose en el estado general de la Armada de aquella época, afirma que el galeón Carlos II tenía 903 toneladas, 70 cañones y 383 hombres, y la fragata San Jerónimo tenía 703 toneladas, 60 cañones y 294 tripulantes.

La balanza estaba del lado francés por número de buques, hombres y cañones.

Punto muy importante: recordemos que en ese momento Francia y España estaban en paz.

Se inician las hostilidades

Los franceses quisieron dejar las cosas claras desde el principio:

Por medio de una tartana me hicieron saber que el señor de Tourville exigió que tenía que saludarlo.

Parte del amirante Papachino.

El vicealmirante francés demandaba que se debía saludar primero a la escuadra francesa con los nueve disparos de cañón sin bala preceptivos, tras lo cual ellos harían lo mismo.

Para ello se basaban en las leyes dictadas por el ministro Jean-Baptiste Colbert, que dictaba que se debía saludar primero a la bandera francesa.

Evidentemente, los españoles tenían sus propias reglas al respecto, por lo que el almirante Papachino despachó a los de la tartana con la negativa a realizar tal acción, aduciendo que, según sus tratados, los buques extranjeros debían ser los primeros en saludar a una embarcación de guerra del lugar.

Esto debió esperarlo Tourville, porque ya andaba listo con sus navíos a barlovento y preparado para combatir.

Inmediatamente, los buques franceses cayeron sobre los españoles. El Content de Tourville se puso a tocapenoles con el insignia español, haciéndole gran fuego con los cañones y fusilería, además de las granadas de mano de su tropa de granaderos.

La verga de trinquete y la cebadera se habían enredado con el buque francés y costó mucho desatrancarse, pero Papachino lo consiguió a la media hora.

No obstante, otro de los navíos franceses se le acercó, el L’Emporté del conde d’Estrées. El navío Le Solide, del marqués de Chàteau-Renault, se había ido a combatir a la fragata española.

En un momento dado, la fragata San Jerónimo, que hasta ese momento estaba apoyando bien a su insignia, vio cómo la bandera del Carlos caía (por un disparo) pero pensaron que se habían rendido y ellos también lo hicieron, dejando a solas al galeón español con los tres navíos.

Así, estos combatieron durante tres horas contra el buque español. ¿Acaso no vieron desde la San Jerónimo lo que pasaba? Quizás por ello su comandante tuvo que sufrir un Consejo de Guerra tras aquello.

Y pasó lo inevitable. Se desarboló el palo mayor que cayó justo tapando una banda, haciendo esta inútil al combate, lo que fue hábilmente aprovechado por Tourville para atacar por esa zona.

El almirante Papachino pudo desembarazarse de aquellos escombros que ocupaban aquella banda y reanudó la lucha, pero el daño era horroroso y a las dos horas no quedaba palo entero ni verga a la que dar vela.

Por fin, se hace el saludo

Tourville mandó un bote a pedir de nuevo que se saludara a su bandera o continuarían las hostilidades.

Papachino, a la vista de su destrozado galeón y previo consejo con sus oficiales, con 120 bajas, se determinó a saludar por fin a la bandera. Eso sí, quedando bien registrado que lo hacía por la fuerza, tal y como así había sido.

Pero no quedó la cosa ahí, porque al regresar el bote francés a su navío, y esperar el protocolario saludo de las nueve salvas, estas no ocurrieron.

De nuevo regresó el bote al galeón español y constataron que Papachino era reticente a cumplir lo pactado. Ante la nueva amenaza de reanudar el combate, al fin, los españoles dispararon los nueve tiros de cañón, a lo que contestaron los franceses con otros nueve.

Aquella aparente nimiedad había costado la vida de decenas de hombres y múltiples daños en los buques implicados.

Tras el combate

Tourville volvió a mandar un bote, esta vez para interesarse por el estado de los españoles, como si no hubiera pasado nada. De hecho, expresó su pena por lo ocurrido y se ponía en disposición de los españoles, por si deseaban que se les diera ayuda.

Papachino, suponemos que más que escamado con el francés, respondió que nada necesitaba.

Los navíos franceses se marcharon entonces del lugar y los buques españoles lograron llegar, no sin dificultades, a Benidorm, donde tras varios días de arreglos, pusieron rumbo a Alicante donde arribaron el 6 de junio.

Allí elevó un informe al rey, que es el siguiente:

Señor. Habiendo salido de Nápoles el 28 del pasado con esta Capitana y la fragata San Jerónimo con dirección á Alicante, cumpliendo las órdenes de V. M., llegué á la vista de Altea, costa de Valencia, el 1° de este mes, deteniéndome allí los vientos contrarios. Seguí el viaje al siguiente día con ayuda del terral, y al salir el sol avisté tres navíos que venían de Poniente. Al estar próximos, y habiendo reconocido que eran franceses, vino de ellos una embarcación, cuyo cabo me dijo que Mr. de Tourville pedía que le saludase, y contestando yo que no haría semejante cosa, se retiró haciendo una señal con la bandera. Al verla Mr. de Tourville, que estaba á barlovento, arribó sobre mí con tal violencia, que las vergas de su bajel se tocaron con las del mío, y en esta disposición empezó á hacer fuego con artillería y mosquetería y á arrojarme granadas de mano. Yo hice lo propio con gran diligencia; y como la verga de mi trinquete y la de cebadera se habían enredado con las suyas, nos batimos así más de media hora, á cuyo tiempo observó que la mosquetería de mi navío le incomodaba mucho, y trató de desatracarse, como en efecto lo hizo. Vino en seguida otro navío, que no se aproximó tanto, y haciéndole una descarga, lo mismo que al tercero que le seguía, se apartaron todos; pero virando volvieron á renovar el combate, de suerte que, de vuelta y vuelta, nos batimos más de tres horas y media.

Hasta este momento me secundó muy bien la fragata San Jerónimo; mas habiendo cortado una bala la driza de mi bandera, viéndola caer, creyó que me rendía, y lo hizo ella, dejándome solo contra los tres navíos. Partiéronme el palo mayor, y advirtiendo que al caer había embarazado toda la artillería de una banda, me cargaron por allí con ventaja, si bien me desembaracé del estorbo, cortando y picando todo lo que era menester, y seguí el combate por ambas bandas. Dos horas después se alejaron, dejándome malparado de tal suerte, que no me quedaban palos, vergas, velas, ni siquiera guardines del timón. Entonces el jefe francés envió embarcación con un oficial para decirme que considerase el estado en que me hallaba, y que hacía ya dos horas que la San Jerónimo se había rendido. Pregunté qué quería decir con esto, y contestó que insistía en el saludo.

Reuní entonces á los oficiales para reconocer la situación del buque y saber si eran de opinión que se continuara el combate, y dijeron unánimes que el navío no estaba en disposición de navegar; que había á bordo 120 hombres muertos ó heridos, y que no pudiendo auxiliarnos la fragata rendida, quedábamos como una boya, enteramente al descubierto, y que podrían tirar sobre nosotros como se tira al blanco. Con este dictamen protesté altamente al oficial francés que saludaría forzado por la necesidad, pero haciendo constar que era contra mi voluntad. Á poco volvió la embarcación para decirme el oficial que por qué 110 cumplía lo ofrecido, á lo que dije que me costaba mucho trabajo decidirme, y viendo que tardaba, añadió que tenían órdenes precisas de su Rey pan exigir el saludo y que se veían obligados á cumplirlas. Al fin, considerando no haber otro remedio, tiré nueve cañonazos sin bala y me contestaron otros tantos, y vino por tercera vez la embarcación á decirme de parte de Mr. de Tourville que sentía mucho lo ocurrido, y que aunque él estaba muy malparado, sin embargo, si yo necesitaba alguna cosa, todo lo que él tenía estaba á mi disposición. Respondí que no necesitaba nada, y se marchó con sus buques con rumbo á Levante.

Yo hice lo que pude para acercarme á tierra, lo que conseguí en Benidorm, donde estuve cuarenta horas, y de allí me he dirigido á este puerto, en que fondeé anoche y esperaré órdenes mientras se descargan los efectos que este buque y la San Jerónimo traen para V. M. y reparo las averías. Dios guarde la persona real de V. M.—
Alicante, 7 de Junio de 1688.

«Règles internationales et diplomatie de la mer»

El vicealmirante Tourville también elevó su propio informe. Más o menos diciendo lo mismo que el español, pero con detalles que delatan una clara arrogancia de su parte.

Cuando el galeón español se trabó con la arboladura del insignia francés, Tourville explica que fueron ellos los que lo tenían enganchado para abordarlo y que la casualidad hizo que dejaran de estarlo. Como vimos, Papachino había dispuesto que su tripulación lograra destrabarse, así que nada de casualidad.

Retrato del conde de Tourville
Retrato del conde de Tourville (1642-1701). Este es el retrato de Anne Hilarion de Costentin de Tourville que existe en el Musée national de la Marine de Paris.

Tourville se propone así mismo como candidato a mandar escuadras de su majestad francesa, ya que, según él:

No creo, mi señor, que haya muchos ejemplos en la marina, que un buque de guerra real se haya acercado a otro de quinientos tripulantes bien entrenados como los de Papachin, que es héroe de España, sin haber disparado ningún cañón y que sería muy desafortunado después de treinta años de servicio en el mar, que el Rey no me juzgara muy capaz para comandar sus flotas.

En las tres horas que duró el combate, el mando francés reconoció sufrir 62 bajas. Confesó también que el almirante español sólo acabó cediendo a efectuar el saludo forzado por ello, y eso tras consultar con sus oficiales, los cuales respondieron al unísono ¡Sí, señor! (en español en el original) al refrendar que Papachino era obligado a saludar.

Sumando el número de cañones, desde luego que los franceses no eran inferiores, ya que disponían además de más buques. Por no hablar que el galeón español no tenía medio millar de hombres, si no 383. Pero eso lo omite en pos de una épica que no había.

Prueba de la dureza de la acción, Tourville comenta el mal estado de su buque, y que mientras escribía aquella carta, se había incluso caído el mastelero de gavia del navío Le Solide. El propio vicealmirante había recibido un astillazo en la cara y otro en una pierna que le obligaban a guardar cama.

El navío de Chàteau-Renault había sufrido también muchas bajas, además de cuantiosos daños materiales, lo cual dice mucho del comportamiento en batalla de los marinos españoles aún en aquellas condiciones.

En total, los franceses habían sufrido casi dos centenares de bajas. Un número muy similar a las cifras dadas por los españoles, que además de esas 120 bajas del insignia español había que sumar el aproximadamente medio centenar correspondiente a la fragata. Por supuesto, las bajas de ambos engloban a los muertos y heridos.

El vicealmirante Tourville fue promovido en 1689 como comandante en jefe de la escuadra de Levante (Flota francesa del Mediterráneo). Por lo que se puede deducir que en su corte vieron correcto su proceder ante Papachino.

El historiador Cesáreo Fernández Duro comenta de la siguiente manera las dos formas de ser del español y el francés en sus respectivos informes:

En la narración concisa y digna del comandante español no hay una sola palabra para disculpar el vencimiento ni para fijar la atención en la fuerza superior del contrario: calla Papachino la que pudo apreciar que tendrían los tres navíos franceses, y no omite en cambio el acto de cortesía de haberle ofrecido servicios después del combate.

El caballero de Tourville, con otra escuela, encarece el porte, bizarría y pericia de los españoles; desde su buque consigue, no tan sólo contar los cañones del navío y la fragata, sino también los tripulantes de uno y otra, no creyendo tan necesario hacer parangón con los suyos, ni aún decir los muertos y heridos que tuvieron los buques de Chasteaurenaut y d’Estrées.

Tampoco peca de modesto al juzgarse a sí propio como marino sin par en la maniobra y el combate, ni deja de hallar natural la presentación de memorial para el ascenso á jefe de escuadra, utilizando tan propicia ocasión.

El lector sabrá apreciar sólo con estos datos el mérito de los contendientes; los contemporáneos en España, lejos de encontrar exagerada la fuerza de la armada que describe Tourville, la elevaron á hipérbole que, habiendo llegado á nuestros días, hace exclamar á los marineros cuando quieren rebajar el concepto de una flota:

«La escuadra de Papachin, Un navio y un bergantín.»

No obstante, como veremos después, también se hizo lo necesario para que aquel suceso no volviera a ocurrir.

En España pasó otro tanto con el beneplácito del monarca a su almirante:

El Rey.—Almirante Real Honorato Bonifacio Papachino, Gobernador de mi armada naval de Flandes. En carta de 7 del corriente dais cuenta del día en que salisteis de Napoles con esa capitana de la armada de Flandes y la fragata San Jerónimo; que habiendo dado vista á estas costas, descubristeis el día 2 del corriente en la de Valencia tres navíos de Francia, que por medio de una tartana que traían en su conserva os envió á pedir el saludo Mr, de Torbila, comandante dellos, y que respondisteis negándosele, de que resultó acercarse á esa capitana hasta tocar unas vergas con otras y daros y recibir la carga, peleando desta suerte alternadamente con sus tres navíos por espacio de tres horas y media, hasta cuyo punto os asistió muy bien la fragata San Jerónimo, cesando en ello después por el motivo que decís y haber arribado, con que quedando vos solo os desarbolaron y pusieron incapaz de navegar, á que se siguieron diferentes demandas y respuestas (que por menor referis) de una y otra parte sobre el punto del saludo, y que, en fin, con parecer de los oficiales (fundado en el destrozo de vuestro bajel y en la falta de la gente por los muchos muertos y heridos) saludasteis, protestando no hacerlo voluntariamente, sino movido de la necesidad, y os correspondieron con igual número de piezas, enviándoos después un oficial á manifestaros el sentimiento del suceso, y que también habían padecido mucho daño, ofreciéndoos lo que hubieseis menester de sus bajeles, á que respondisteis que nada necesitabais, con que se hicieron á la vela la vuelta de Levante, y vos pudisteis dar y disteis fondo en ese puerto de Alicante el dia 6. Y habiéndose puesto en mis manos vuestra carta expresada, y enterado por menor de su contenido, quedo satisfecho del valor con que os portasteis en este combate, que es muy conforme al que habéis mostrado en todas ocasiones. De Madrid á 3 de Julio de 1688. — YO EL REY. — Por mandado del Rey nuestro señor, D. GABRIEL BERNARDO DE QUIRÓS.

Colec. de Sans de Barutell. Simancas, art. 3°, doc. núm. 1562

El propio almirante Papachino siguió gozando de la confianza del rey y tras este incidente siguió su carrera en la Armada, llegando a encontrarse en 1691 con uno de los mandos de Tourville con que se batió en 1688, el conde d’Estrées, ya en guerra contra Francia, en otro combate donde Papachino les apresó un navío de 34 cañones, otro de 22 y otro menor. Una dulce venganza, sin duda.

En 1694 este veterano almirante fue nombrado jefe de la Armada del Mar Océano.

Intentos de acordar los saludos entre naciones

Aquella insólita agresión francesa fue bien comentada en toda Europa y fue el acicate necesario para intentar regular de una manera clara el tema de los saludos, para que no volvieran a repetirse situaciones desagradables como la ocurrida en aguas españolas.

Los propios franceses se dieron cuenta del problema y pusieron los medios para evitarlo en lo posible.

Según el historiador francés Mr. A. Jal. en su Glosario Náutico relata que en el «Extrait des ordres du Roy de 1691 á 1698» se dejaba bien claro que había que tener cuidado con este tema:

Los saludos han sido motivo de discusión entre Francia e Inglaterra, porque esta Corona pretendía la superioridad en el mar de la Mancha, en razón a los puertos que allí tiene, como si Francia no los tuviera igualmente. Para evitar choques en tiempo de paz, se convino que no se saludasen los buques de uno y otro Estado cuando se encontrasen en dicha mar, pero en los otros quedaba cada cual dueño de mantener sus pretensiones. En el mismo escrito existe una circular a los comandantes de los buques, diciendo que S. M. ordena que a los bajeles de guerra particulares de Holanda, Venecia, Génova, Argel, Túnez y Trípoli se exija el saludo, y que si lo rehúsan se les fuerce, si hubiere medios para hacerlo con ventaja. Luis XIV y sus ministros, comprendiendo que era locura turbar la paz asentada entre dos naciones por una cuestión de vanidad, ordenaron en 3 de Junio de 1699 a Mr. de Relinques, teniente general de las armadas navales, que arbolase gallardete en lugar de estandarte ante el puerto de Cádiz, para que no se viese obligado a exigir saludo. Muchos otros ejemplares hay del empeño que dicho Rey puso en evitar choques en la mar después del que ocurrió con Papachino.

Como vemos, aquí se hacía una diferenciación de países, con las principales monarquías de Europa, como la británica y la española por una parte y las Repúblicas por otra, a los que no se consideraban como iguales y que todavía debían saludar primero a los buques franceses.

En España, desde tiempo antes ya se intentó regular los saludos y se hizo también hincapié en aquella diferenciación de países:

Felipe III parece haber sido el que primeramente estipuló la reciprocidad en los capítulos firmados con Inglaterra en 1619, estableciendo que los españoles saludarían primero en las costas y puertos de la Gran Bretaña, contestándoles con igual número de tiros; que los ingleses harían lo propio en España, y que en alta mar saludarían a la vez sin abatir los estandartes ni arriar las velas. Estas reglas fueron generalizándose entre los soberanos coronados, sin que ningún de ellos concediera la paridad a las repúblicas.

Fernández Duro.

Y no sólo se hizo por evitar posibles equivocaciones, ya que en el tema de los saludos también hubo muchos abusos, que se hacían saludar los tenientes en las ciudades y partes donde residían.

Todo el mundo quería darse aires de importancia a costa de la pólvora del rey.

Llegó á suceder que en algún buque faltara pólvora para batirse por haberla consumido en salvas.

Fernández Duro.

Así, poco a poco, se fueron reglamentando los saludos protocolarios entre buques. Gracias a las sucesivas ordenanzas en tiempos de Carlos II y Felipe V hasta llegar a las Ordenanzas Generales de la Armada de 1748 y 1796 en que se determina sin género de duda el proceder en todo lo relativo a los saludos.

Un ejemplo de cómo los españoles obligan a saludar a otros buques de otras naciones

No vayan a pensar que los españoles fueron sólo víctimas de esta clase de equívocos o malentendidos por el riguroso y excesivo celo en el cumplimiento de los saludos navales.

En septiembre de 1682 el marqués de Villafiel se encontraba con su escuadra de galeones en la bahía de Cádiz, esperando a hacerse a la vela. Lo que aconteció el día 16 por la tarde.

Pasaba por las inmediaciones en ese momento un convoy de naos genovesas. Justo al lado del insignia del marqués pasó una nao gruesa que no saludó al insignia español como correspondería, esto es con gallardete en el tope del palo mayor.

Resultó ser la llamada Capitana de Génova, que al parecer había excusado el saludo por haberlo efectuado ya a la plaza.

Ni corto ni perezoso el buque del marqués partió en solitario hacia la capitana genovesa, con resolución si no saludaba de echarle los árboles abajo y en caso necesario a pique.

A distancia de mosquete del buque insignia español, fue un oficial a exigir a los genoveses el saludo. Estos respondieron que lo ejecutarían, lo que efectuaron prontamente con salvas de quince cañones, respondiendo con tres el buque español como a bajel que manda escuadra.

A la vista de lo acontecido algunos buques holandeses de guerra que no habían saludado lo hicieron:

…intentando primero ser respondidos desde el insignia con dos piezas menos; pero entre el agasajo que les hice y la resolución que les manifesté, hubieron de ceder, a mi entender porque podía más, saludando con quince y con once.

Fuentes

  • «Règles internationales et diplomatie de la mer, Volumen 1». Théodore Ortolan, 1845
  • Disquisiciones náuticas. C. Fernández Duro.
  • «Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. C. Fernández Duro.

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