Por Juan García (Todo a Babor)
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Índice
Introducción
La batalla naval que vamos a relatar hoy en Todo a babor es otro de esos combates desconocidos que se han perdido en el tiempo, como tantas otras. No fue una batalla decisiva ni se logró alcanzar ningún objetivo determinante, pero sirvió para corroborar que los marinos españoles seguían siendo una fuerza temible.
Nos referimos a la batalla del Cabo Lizard del 18 de febrero de 1637. Una batalla a la que ni siquiera se le dio un nombre aquí.
¿Donde está el Cabo Lizard?
Pues ni más ni menos que en la «boca del lobo», es decir, en Inglaterra. Aunque no fue un enfrentamiento entre ingleses y españoles, sino entre holandeses y españoles. En aquel tiempo España e Inglaterra se hallaban en paz. Aquí hubo un ataque español cuarenta años antes. Pero esa es otra historia.
EL Cabo Lizard (Lizard Point) se encuentra en el extremo sudoeste de Inglaterra, en la región de Cornualles (Cornwall). Situado a menos de un kilometro de la aldea de Lizard. Es el punto más meridional de Gran Bretaña, sin contar las pequeñas islas de la zona. Y como todos los lugares de paso, fue un lugar proclive a enfrentamientos navales.
En este mismo punto hubo otra batalla del Cabo Lizard entre franceses y británicos el 21 de octubre de 1707.
Antecedentes
Este enfrentamiento se englobaba dentro de la Guerra de los Ochenta Años, un conflicto entre España y las Provincias Unidas holandesas que tuvo multitud de batallas tanto en tierra como en el mar, con victorias y derrotas por ambas partes.
En el lado español destacaron muchos grandes marinos, pero el que nos ocupa en esta entrada es un completo desconocido que, como tantos otros, merecería mayor recuerdo. Se trata del almirante Miguel de Horna, un decidido hombre de armas que se hizo cargo de la escuadra española de Dunkerque cuando su anterior comandante en jefe, el almirante flamenco Jacob Collaert murió en La Coruña de una enfermedad tras grandes servicios a la corona española.
En 1635 la Armada real española contaba con 47 galeones con un total de 22.347 toneladas, más dos pequeños embargados a los franceses en Cádiz. La Armada del Mar Océano tenía que hacer frente a cometidos en diversas partes del Atlántico, como Brasil y la carrera de Indias. Si bien su número era satisfactorio, al lado de franceses y holandeses era claramente inferior. Por eso se fomentó el corso con la esperanza de recibir ayuda por esa parte, algo que, vistas las cifras de los apresamientos de nuestros corsarios, resultó muy provechoso. El periodo de 1636 a 1639 es tenido como el más fructífero del corso en aquella zona. Además, los corsarios hacían de correos y buscaban noticias del enemigo logrando una buena función de informadores tan necesaria en aquella época.
La batalla del Cabo Lizard
Como decimos, Miguel de la Horna zarpó de Dunkerque con seis galeones y dos fragatas, con una mezcolanza de orígenes de comandantes que decía mucho de lo poco que se preocupaba el almirantazgo por esos temas. El que valía tenía mando, fuera de donde fuera. Así, tenemos a Antonio de Anciondo que era vizcaíno; a Marcos van Oben y Cornelis Meyne, que eran flamencos y Antonio Díaz y Salvador Rodríguez que eran castellanos.
Salieron el 8 de febrero, acercándose a Calais, donde les recibieron con disparos de artillería gruesa, que no pudo impedir que la escuadra española se hiciera con un mercante delante de sus narices.
Cruzando el Canal de La Mancha, avistaron sobre el Cabo Lizard una flota de 28 naos holandesas y 16 inglesas que estaba escoltada por seis galeones de guerra.
Miguel de la Horna no se lo pensó mucho y dio la orden de atacar. La exigua escuadra hispana no disparó un solo tiro hasta que no estuvo a tocapenoles del enemigo.
Entre el enemigo
Lo primero que hizo el almirante español fue atacar al buque insignia holandés.
Parecía la capitana holandesa un monte por lo alta: sobre ella descargó nuestro almirante artillería y mosquetería sin perder tiro, de suerte que en poco tiempo la dejó tan mal parada que tomó por avante para repararse.
Estando el enorme galeón holandés en esa delicada situación, el galeón de Antonio Díaz la abordó, logrando meter unos cuantos hombres dentro. Pero los holandeses lucharon con bravura y lograron rechazar el abordaje, no sin que los españoles se llevaran antes la bandera de popa.
Miguel de Horna aprovechó para embestir a su vez, metiendo el bauprés de su galeón por la mesa de guarnición mayor del galeón enemigo. Al cabo de media hora de lucha cuerpo a cuerpo, los españoles debieron retirarse de nuevo. La presa era grande y se notaba.
Pero en esta ocasión habían quedado bastantes españoles en el buque insignia holandés que lo habrían pasado mal si Marcos van Oben, uno de los capitanes de Dunkerque al servicio de España, no hubiera aparecido por la otra banda, aferrándose al galeón holandés.
Antonio de Anciondo también intentó el abordaje, pero un balazo a la lumbre del agua lo dejó inutilizado. Tuvo que ser el otro capitán de Dunkerque, Cornelis Meyne, quien lo secundara y terminase el trabajo, rindiendo por fin a tan obstinado enemigo.
El escenario de la batalla estaba cubierto de una espesa niebla producto de los disparos, a los que se añadían los de los mercantes, que intentaban hacer alguna defensa. Por ello no se veían los buques unos a otros.
Tres de los galeones de guerra holandeses se fueron a pique, mientras que los otros dos que aún combatían tuvieron que rendirse. El convoy de mercantes terminó por dispersarse tratando todos de escapar por donde fuera. Los españoles fueron incapaces de alcanzarlos a todos debido a su poco número y a la caída de la noche.
Aún así, apresaron unos cuantos. El buque de Anciondo amaneció a más de nueve millas a barlovento de la escuadra de Horna. Sin embargo, pudo reunirse con su almirante, volviendo con él a puerto, a donde llevaron los tres galeones de guerra apresados y catorce mercantes cargados de municiones y pertrechos que pudieron apresar. Como dijimos, en el fondo del mar quedaron los otros tres galeones de guerra de la escolta holandesa.
Las bajas personales son desconocidas, aunque debido a la intensidad del combate debieron ser cuantiosas por ambas partes.
Consecuencias
A parte del gran botín que se obtuvo y del descalabro de los holandeses en pérdidas para su marina, Miguel de Horna evitó al almirante holandés Phillips van Dorp, que andaba por la zona con una veintena de buques de guerra. Esta escuadra intentó un bloqueo a la escuadra española de Dunkerque, pero Horna no tuvo excesivas dificultades en burlarlo y seguir haciendo estragos al enemigo.
En julio atacó a varios convoyes holandeses, apresándoles doce mercantes. También fueron interceptados un convoy que venía de Venecia para Amsterdam, otros catorce de la Compañía de las Indias Orientales holandesa y otros ocho que llevaban regalos a Luis XIII de Francia.
Este bravo marino español aún tendría más actuaciones destacadas que ya repasaremos a su debido tiempo. De momento, quédense con otra actuación digna de admiración de la que no se acuerda nadie. Ni siquiera en su propio país.
Fuentes:
- Armada española desde la Unión de los Reinos de Castilla y León. Fernández Duro, Cesáreo
- Los corsarios españoles durante la decadencia de los Austrias. El corso español del Atlántico peninsular en el siglo XVII (1621-1697). Otero Lana, Enrique