La temeraria acción de un oficial español de la marina del Duque de Osuna

Por Juan García (Todo a Babor)

Una batalla naval entre cristianos y turcos
Una batalla naval entre cristianos y turcos. Pintura de Johannes Lingelbach (1622–1674). York Museums Trust.

Introducción

Durante el virreinato del Duque de Osuna en Sicilia, las embarcaciones españolas hicieron estragos a los turcos allá donde los encontraban. Ya hemos leído en Todo a babor muchas de sus hazañas, así que ya no debería extrañarnos las cosas que podían llegar a realizar estos hombres que provocaron el terror a los corsarios del Mediterráneo y llegaron a arrinconar a los turcos en su propia casa.

Esta entrada que les traigo hoy es lo más parecido que he econtrado a una película de aventuras de esas de antaño, de piratas y combates navales, con marineros saltando al abordaje, cañoneos furiosos y asaltos a tierra en busca de botín. Y, además, el oficial al mando es un conocido de esta web por protagonizar una de las hazañas más memorables de la historia naval: la del combate de Celidonia. Nos referimos a Francisco de Ribera.

Breve nota biográfica sobre Francisco de Ribera

Este bravo marino nació tierra adentro, en Toledo en 1582. Fue hijo de un hidalgo que murió cuando el pequeño Francisco apenas tenía cuatro años. Debido a la imposibilidad de pagarse una educación, decidió optar con buen ánimo por la carrera militar. El chico apuntaba maneras desde pequeño.

Paso la adolescencia entre galanteos y pendencias, tal y como era costumbre entre esta clase de hombres en aquella época (los hidalguillos). Se iba así forjando el carácter aventurero de un hombre destinado a algo más que a duelos por insultos o peleas de taberna.

Precisamente, huyendo de la justicia, fue a parar a Cádiz donde sentó plaza de soldado de la armada de don Luis Fajardo.

Don Luis de Vélez Guevara reunió sus datos biográficos en su Comedia famosa. El asombro de Turquía y valiente toledano. En aquella obra se dice sobre aquel episodio:

Una noche que quisieron prenderme, a seis hombres juntos les di tantas cuchilladas, que habiendo ya muerto a uno, en los demás que quedaron me entretuve por mi gusto, hasta que los envié a cuchilladas al uso.

Como se ve, era un hombre de armas tomar. En Cádiz empezaría a adquirir la experiencia necesaria en la mar que tantos éxitos le reportaría en el futuro. Sin embargo, de nuevo tendría problemas al matar en un lance a un capitán, siendo él alférez, y decidió poner un poco más de tierra por medio. Al parecer, aquel capitán desmintió alguna afirmación hecha por Ribera y este, ofendido, le apuñaló.

Fue entonces a Sicilia y allí solicitó entrar al servicio del Duque de Osuna, quien no era nada escrupuloso al elegir a su gente, siempre que fueran gente de brío. Sabía que sólo con hombres decididos tendrían sus galeras un buen servicio. Así que le mantuvo el empleo de alférez y le dio el mando de un galeón de 36 cañones.

La primera gran acción de Ribera en la marina del duque de Osuna

Con fecha de 26 de diciembre de 1615, el duque de Osuna fue promovido a virrey de Nápoles, aunque quedaba a la espera de su relevo. Mientras tanto, había despachado a don Pedro de Leiva con las galeras para unirse a las de Malta y Florencia a llevar un auxilio de armas y municiones a los maynotas (de la región de Mayna). De camino apresaron once caramuzales con mercancías y la galera capitana de Azan Mariol. Rescataron a 150 cristianos y se hicieron 200 prisioneros turcos, que fue buena expedición pero no suficiente, ya que aparecieron embarcaciones de vela corsarias por la zona.

Es ahí donde aparece Francisco Ribera, que salió contra aquellos con su galeón de 36 cañones y una tartana, también del duque, llevando cien mosqueteros y ochenta marineros.

Mientras que la tartana, reforzada de gente, reconocía una nao sospechosa, aparecieron dos tunecinas de 40 y 36 cañones de bronce, con 300 hombres cada una, que enseguida marcharon contra el galeón de Ribera.

Este resistió durante cinco horas sin que las naos corsarias se atrevieran a abordarle. Por la noche se encendió un fanal en el galeón español, dando a entender al enemigo que ellos allí estaban y que no se iban a retirar. Vamos, que los esperaban.

Estos entendieron que aquello les venía grande y se retiraron.

Galeón español de mediados del siglo XVII
Galeón español de mediados del siglo XVII. Pintura de Andries van Eertvelt, 1628. National Maritime Museum, Greenwich, London, Palmer Collection. Este buque sería muy parecido al que protagoniza esta gesta.

El galeón de Ribera entró en Trápana, al sureste de Nápoles, a reponerse del combate. Tras ello volvieron a salir e hicieron dos presas. Supieron que los asaltantes tunecinos habían ido a la Goleta y para allá que se fue Francisco de Ribera. A la mismísima boca del lobo, en Túnez. Esa era la clase de hombre que buscaba el duque de Osuna.

El galeón español entró en la bahía enemiga, suponemos que bajo el asombro de los que allí estaban, como no creyendo lo que veían sus ojos. Ribera y los suyos rindieron cuatro corsarios con 18 y 20 piezas cada uno, matando a 37 turcos en ellos, tirando al resto al agua. Rescataron a 19 flamencos que estaban prisioneros. Cuando empezaron a sufrir los fuegos del castillo que protegía el puerto, se hizo a la mar como si tal cosa, sacando las cuatro presas delante de las narices de los tunecinos.

Una de las presas acabó hundiéndose debido a los daños, como casi le pasó al galeón que contabilizaba 42 cañonazos a la lumbre del agua, sin contar los que se le hicieron en la cubierta superior. Aquello dice mucho del horroroso fuego con que se le recibió en aquel fortificado puerto. Milagrosamente, los españoles no tuvieron más que tres muertos y treinta heridos.

Y es que, imagínense la escena. Entra un galeón enemigo a un puerto que es una de las bases más importantes del corso berberisco, bajo un terrible fuego de artillería que, no obstante, no amedrantó a un hombre como Francisco de Ribera, que estaba dispuesto a todo y vaya si lo consiguió. Desde luego, es digno de admiración.

Lograron llegar a Trápana con las tres presas, donde fueron recibidos con asombro. El duque de Osuna elogió con gran satisfacción aquella hazaña, aunque no sólo por esta acción sino otras que ya acumulaba el temerario Ribera y por ello elevó al rey una petición para que se le diera a Ribera el empleo de capitán.

Osuna elogió sobre todo el arrojo de aquel bravo marino:

…en este tiempo en que hay tan pocos de quien se pueda echar mano para esto.

Sin embargo, en contra de otras veces en que el Consejo del rey había agradecido las acciones de los buques de Osuna en aquellas aguas donde no había los buques del rey, en esta ocasión no les pareció bien lo de hacer el corso.

Que el servicio de Ribera fue en cosa que contravenía las ordenes de S.M. enviando bajeles en corso; y pues demás de haberse faltado a esto había ido por beneficio de don Pedro Girón [el duque de Osuna], a él tocaba satisfacerle.

En definitiva, que como no se les había ordenado hacer el corso por aquellas aguas, ahora el rey no tenía por qué dar ninguna gratificación a Ribera por su gran hazaña. Eso se lo dejaba al duque, ya que este era el que se había beneficiado del negocio.

El caso es que desde España, en vez de alegrarse de estas acciones que sólo iban en beneficio del país, parecía que había algunos que veían en el duque a una especie de espabilado que quería lucrarse. Sin embargo, el duque, ajeno a estos sinsabores, iba a lo suyo. El historiador Fernández Duro apunta:

Contra la intederminación y debilidad de los consejeros del rey, pretendía [el duque] llevar adelante su voluntad, a fin de que España fuera, como por naturaleza lo es, nación marítima.

Como mencionamos al principio, Francisco de Ribera protagonizaría un poco más tarde un combate tan épico que hasta la corte tuvo que reconocerlo y colmar a su protagonista de recompensas. Y es que, a veces, España supo recompensar a sus héroes.

Fuente:

  • El Gran Duque de Osuna y su marina, por Cesáreo Fernández Duro.

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