Rechazando a los piratas a pedradas

Por Juan García (Todo a Babor)

cañonero de vapor español Panay, con una fuerza de 30 caballos, entabló combate con tres navíos piratas, dos Gubanes y un Garay;

En tiempo de guerra, cuando un buque de una armada atacaba a otro, se podía esperar una cierta humanidad en el trato de los prisioneros. Por eso, cuando ya no había más remedio, se rendía uno y sabía que, en general, el trato que iba a recibir de sus captores era infinitamente mejor que el que les podrían dar, por ejemplo, los piratas.

Y es ahí a donde voy. Les traigo un caso en el que la tripulación de un buque intentó salvarse como pudo del abordaje de unos sanguinarios piratas en Filipinas. ¿Lo consiguieron? Lean, por favor.

Estamos en 1861, el 16 de mayo en concreto. En el archipiélago de las Filipinas, por entonces posesiones españolas. Un bergantín-goleta mercante español nombrado Nuestra Señora de la Paz se encuentra al ancla en la ensenada de Campo-Manes de la isla de Negros, cuando se les echaron encima seis embarcaciones de piratas mahometanos, conocidos por su crueldad, que evidentemente pensaron que aquella sería una buena presa. Y no se equivocaron.

Los piratas no eran tontos y no se acercaron a tiro de cañón del bergantín-goleta, sino que se quedaron muy cerca, haciendo uso de sus armas de fuego portátiles y aprovechándose de la inmovilidad del buque español para mantenerse a salvo de su artillería.

Sable de abordaje de la Armada Española
Sable de abordaje de la Armada Española, modelo estándar de 1862 inspirado en la versión Británica. Fabricado en Toledo. Sables parecidos a estos son los que utilizarían los tripulantes de la embarcación española de esta entrada para su lucha cuerpo a cuerpo, algo que afortunadamente no tuvieron que utilizar gracias a su «artillería improvisada». Imagen de Militaria.es

Los del Nuestra Señora de la Paz, desesperados por no poder echarlos al fondo con sus pequeños cañones, optaron por una de esas decisiones que sólo pueden venir de la desesperación del momento: arrearon piedras del lastre de la embarcación y se pusieron a repartir pedradas como si fuera metralla entre los piratas mahometanos, que seguramente se quedaron de piedra (perdón por el chiste).

Y lo debieron hacer muy bien los del mercante español, porque rechazaron no una, ni dos veces, de ser abordados, sino ¡cuatro veces consecutivas! Logrando por fin, que estos huyeran descalabrados.

Enterado todo el mundo de aquella proeza, se decidió agraciar al capitán de la embarcación, Andrés García, con la cruz de San Fernando de plata, pensionada con 30 reales. Al marinero Félix Gengos con la cruz de María Isabel, pensionada también con 30 reales, que había quedado gravemente herido en la refriega, sin perjuicio de lo que el capitán general de las Filipinas resolviera a este último en exención de trabajo comunal por ser indígena.

También adjudicaron la misma cruz, pensionada con 10 reales, a los marineros Ambrosio Gelbos y Juan Sepigón, heridos levemente.

Ya lo han visto, cuando no se puede echar mano de la artillería convencional, bien valen unos cuantos cantos para poner las cosas en su sitio.

  • Fuente: Gaceta de Madrid.
  • Imagen: Una acción naval en Filipinas en 1861 Foro Gran Capitán. La imagen no tienen nada que ver con el suceso que relatamos, pero aconsejamos leer el enlace para saber más sobre ese episodio protagonizado por un cañonero español contra piratas filipinos.

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