La batalla de San Vicente, 1681. La primera gran batalla naval de los alemanes

Por Joan Comas

mapa brandeburgo
Naranja: Brandenburg antes de 1608 Rojo: adquisiciones Johann Sigismund 1608-1619 Verdes y amarillos: adquisiciones del gran elector 1640-1688

La batalla de San Vicente de 1681

Al oír el nombre de batalla de Cabo de San Vicente, seguramente a más de uno le vendrá a la mente la “derrota” que sufrió la real armada gracias a la actuación de un independiente pero a su vez brillante comodoro con un futuro más que prometedor al llegar a almirante.

Pese a todo, este cabo ha llegado a ver como más naciones han cruzado las armas en sus aguas a lo largo de la historia; pero sin duda la batalla de San Vicente, 1681 resulta una de las más desconocidas y no por eso menos interesante ya que España combatió y derrotó al futuro embrión que daría luz a la Alemania unificada, Brandeburgo.

Situación inicial

Si algún europeo occidental del siglo XVII se le preguntase dónde está Brandeburgo, difícilmente respondería, ya que por entonces era uno de tantos estados que formaban el vasto Sacro Imperio Romano-Germánico;  situado cerca de la frontera polaca, sin salida al mar, rodeado por países más poderosos, vasallos de un emperador electo no hereditario y sin grandes recursos.

La verdad no parecía un futuro muy prometedor, aunque poco a poco sus soberanos los Margraves (marqués) y electores (uno de los encargados de votar la candidatura del emperador alemán) fueron aumentando paulatinamente sus dominios; pese a que se sus posesiones occidentales ni siquiera eran limítrofes.

La situación cambió con Federico Guillermo I (no confundir con su nieto) apodado el “Gran Elector” porque sentó las bases en las que se erigiría un poderoso estado al hacerse con la Pomerania Sueca, cosa que le permitió un acceso al mar Báltico; sin mencionar la adquisición del ducado de Prusia unas tierras pertenecientes al reino de Polonia que jugarían un gran papel en el futuro.

Una de las ambiciones del Gran Elector fue sin duda la creación de una flota de guerra de alta mar y la verdad es un mérito que merece su mención ya que excepto algunos casos como la todopoderosa liga hanseática, se carecía de experiencia; por lo que no es de extrañar que se buscase inspiración en la floreciente Holanda, por entonces una prospera república oligárquica que prácticamente monopolizaba el comercio mundial y era capaz de plantar cara a la aparentemente invencible Royal Navy.

Para que el lector vea que no es una mera exageración, casi 59 años después de los sucesos que se están narrando el tataranieto del Gran Elector, el rey Federico II escribiría:

En Holanda sólo verán islas pantanosas y estériles surgiendo del regazo del océano: una pequeña república de no más de 48 millas de largo por 40 de ancho. Pero este pequeño cuerpo está lleno de nervios. Una innumerable cantidad de personas vive en él y este industrioso pueblo es muy poderoso y muy rico. Se sacudió el yugo de la dominación española que en ese momento era la monarquía más formidable de Europa. El comercio de esta república se extiende hasta los confines de la tierra y no le va demasiado en zaga al de los reyes. En tiempos de guerra puede mantener a un ejército de cincuenta mil hombres, sin contar a una numerosa y bien mantenida flota.

Anti-Maquiavelo Capítulo V.

Si bien es cierto que en su primera etapa los buques procedían de construcción holandesa, pero pronto Federico Guillermo contó con sus propios astilleros en Pillau, Kolberg y Havelbrger.  Y para fomentar el comercio naval se creó la compañía de Brandeburgo-África (Barndenburgisch-Afrikanische Compagnie).

Pronto por los mares surcaron sus navíos con la enseña blanca y el águila roja de Brandeburgo con los cetros y emblemas de su soberano, mientras sus marinos llevaban una faja roja y blanca como identificación.

Al cabo de un  tiempo empezaron a cosechar sus primeros éxitos, cuando arrebataron el fuerte Arguin (en la actual Mauritania) de manos portuguesas y  consiguieron crear su primera colonia en la costa del oro (actual Ghana) con un fuerte para evitar incursiones de potencias rivales.

La proeza que realizada solo es comparable a la del Zar Pedro I cuando tiempo después fundó desde cero la armada rusa.

La flota de Brandeburgo
La flota de Brandeburgo, obra de Lieve Pietersz Verschuir (1684) Bandera de la flota. Uniforme de los marinos.

Las furias azotan

Pero tales hitos pronto se enfrentaron una prueba cuya dureza ni su afamado soberano se podrían haber imaginado, la guerra franco-holandesa (englobado dentro de la guerra Escanesa) el gran conflicto fue largo y muy caro incluso para el bando vencedor y al terminar la contienda las arcas del Gran Elector estaban vacías y su nueva armada se resintió enormemente al carecer de fondos para mantenerla. De hecho los buques construidos en el astillero de Havelbrger  tuvieron que ser vendidos.

Fue entonces  cuando saltaron las chispas, según los germanos la corona española les debía un total de 1.800.000 Talers (moneda de plata) en concepto de fondos de ayuda para la guerra, en la cual España había combatió como aliado de Holanda al lado de Brandemburgo y Dinamarca; pese a todo la corona se negó a pagar tal desorbitada suma.

Ante la negativa Benjamin Rules, director de la armada del elector, propuso iniciar una campaña de corso contra el comercio español. Una apuesta arriesgada, pero contaron con el apoyo de Dinamarca que les permitió el paso por el estrecho de Øresund (ya que España también les debía dinero) aunque no se involucró directamente.

Pronto el comodoro Claus von Bevern cosechó su primera victoria la captura del buque Carolus Secundus con un valioso cargamento que se vendió en Pillau por 100.000 Talers y cerca de Glückstadt (Alemania) consiguieron capturar otro buque. 

Tales sucesos no pasaron por alto a la monarquía hispánica, sus aliados y sus enemigos, por lo que todos los buques que pasaban por el canal de la Mancha ya estaban avisados, cosa que propició que los marinos de Brandeburgo cambiasen su teatro de operaciones.

La batalla

Cegados por sus recientes éxitos los mandos germanos decidieron hacerse con el broche dorado de su carrera, un elemento que no solo les daría prestigio, sino que también un gran botín y a la vez golpearían uno de los puntos más delicados de la economía española: intentarían apresar a los galeones que transportaban los ricos cargamentos de oro y plata de las colonias americanas.

Para ello reunieron una flota compuesta por distintos tipos de buques al mando de Thomas Alders, un oficial holandés que tras entrar al servicio de Brandeburgo logró el rango de comodoro. Su fuerza consistía en:

  • Markgraf von Brandemburg (Margrave de Brandeburgo) ex Carolus Secundus, de porte 50. Buque insignia del comodoro.
  • Fuchs (Zorro) con 20 cañones
  • Rother Leo (León Rojo) fragata de construcción holandesa artillada con 20 cañones
  • Eichhorn. 12 cañones
  • Prinzess Maria (Princesa María) 12 cañones
  • Wasserhund. 10 cañones

Para no desvelar sospechas el comodoro dividió su flota, de este modo no llamaría la atención una idea muy astuta que les dio un buen resultado; pero esta vez no les resultó tan fácil, las fuerzas españolas estaban avisadas de los ataques alemanes y por lo tanto no contaban con el factor sorpresa que tan bien les había servido hasta la fecha.

A parte hay que mencionar que en caso de haberse encontrado cara a cara con un convoy, la real armada contaría con la superioridad numérica y de potencia de fuego de los buques y también la experiencia proporcionada tras los múltiples azotes de los corsarios ingleses y holandeses.

Por su parte marqués de Villafiel, capitán general de Galicia, conocedor de lo dañino que resultaría que el enemigo cumpliese con sus objetivos, partió del Ferrol con 12 potentes galeones y 3 buques incendiarios dispuesto a pararles los pies.

Ambos contendientes, como no, se tenían que encontrar en el mencionado cabo de San Vicente en un combate que duró unas dos horas y pese al arrojo de Alders y sus hombres, poco pudieron hacer con la superioridad de la real armada.

Con diez muertos y treinta heridos huyeron al puerto portugués de Lagos, donde su artillería de costa obligo a la real armada a desistir en su persecución.

Este combate se considera la primera batalla de alta mar de Alemania, irónicamente fue una derrota ya que Alders regresó a Brandeburgo con las manos vacías y la comunidad internacional del momento protestó porque las acciones de corso del gran elector entorpecían el comercio.

Finalmente, Federico Guillermo se vio obligado a claudicar y renunció a realizar nuevas operaciones navales contra España en el futuro.

Para la real armada se cerraba una mera anotación sin mucha importancia dado a que nunca más existió hostilidad con el Margrave, no sería hasta la revolución cantonal y los posteriores días oscuros de la guerra civil cuando la armada se volvería a cruzar en combate con una flota germana.

Respecto a su derrotado adversario las consecuencias fueron mucho más complejas.

Legado

Para pena del Gran Elector sus descendientes carecieron del mismo interés acerca de una marina y sus esfuerzos cayeron totalmente en sacos rotos.

Su hijo Federico I centró sus ambiciones en consolidar Prusia como un reino al ver como el emperador germánico le concedió tal ambicionado título (Rey en Prusia) por su apoyo a la causa de los Habsburgo en la guerra de sucesión española, aunque el soberano alemán solo reconocía nominalmente ya que dentro del imperio solo era un duque.

Viendo conseguida una fuerte alianza con sus vecinos (Holanda y Dinamarca) y ante la dificultad de defender sus posesiones coloniales y falta de fronteras naturales defendibles, optó por vendérselas a Holanda.

Su nieto Federico Guillermo se consagró exclusivamente en tener el mejor ejercito ya que creía que era la única forma que una nación tan frágil pudiese mantener su soberanía; se podría decir metafóricamente que el águila roja de Brandeburgo quedó eclipsada por el águila negra de Prusia.

Otro monarca, Federico II “el grande”, realmente creía que ante los desafíos terrestres que se le presentaban con la presión simultanea de Suecia, Rusia, Austria y Francia; su reino nunca debería tratar de tener una marina de guerra, ya que nunca podría estar a la altura de las grandes armadas de la época.

En pocas palabras, era preferible tener el mejor ejército de toda Europa que uno mediocre junto a una de las peores flotas de su momento.

De ahora en adelante se centrarían en consolidar sus dominios en tierra al intentar que sus posesiones quedasen unidas; la armada de guerra solo sería una pequeña fuerza temporal que se construiría si fuese necesario. Este curioso enfoque estratégico tiene dos vertientes, cada una con un resultado diferente:

A nivel terrestre fue una buena decisión ya que permitió a este “joven” reino mantener su existencia librándose del yugo de Austria y plantando cara al Gran Corso; el reconocimiento de su gobernante como “Rey de Prusia” y no como un vasallo más de sacro impero usando el “en”. Y finalmente el agente que completaría la reunificación alemana.

A nivel de mar fue un desastre ya que demostró ser ineficaz y más que una armada parecía solamente un guardacostas glorificado. Su única acción fue la batalla de Frisches Haff durante la guerra de los siete años, donde una flota sueca compuesta por 28 embarcaciones barrió a los 13 buques prusianos.

Aunque hay que decir que pese a esta “aberración” por las armadas, los reyes prusianos no descuidaron sus intereses y fomentaron el comercio de ultramar, aunque claro estaba, sin colonias.

No sería hasta después de las guerras napoleónicas y con el inicio de las revoluciones de 1848 cuando se empezarían los primeros intentos serios de una armada permanente alemana, pero este tema ya se tratará en otra ocasión.

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