Por Joan Comas
A lo largo de la historia hemos sido testigos de cómo distintas batallas y campañas navales han llegado a influir en el desarrollo y posterior desenlace de un conflicto armado, hasta incluso llegar a doblegar naciones.
Pero no siempre ha sido así, aquí presentamos una curiosa táctica de cómo hacer frente sin realmente luchar de forma directa. Es el caso de Fleet in being.
Dicho término fue acuñado por el Primer Lord del Almirantazgo británico Arthur Herbert, primer conde de Torrington en 1690; para describir las actuaciones de una flota que al no poder hacer frente a otra escuadra (ya sea por inferioridad numérica, potencia de fuego y/o igualdad de fuerzas) opta por no salir del puerto (donde técnicamente está segura) obligando a la escuadra enemiga a ejercer un bloqueo, pues al no haber destruido a la flota rival, esta continua siendo un peligro; pues de no ser destruida puede salir y atacar objetivos estratégicos del enemigo como la costa, sus ciudades o sus buques mercantes. Por lo que la escuadra “sitiadora” no puede abandonar el bloqueo.
Este tipo de “lucha” parece contradecir los principios clásicos de la Royal Navy de asegurarse el dominio del mar al principio de un conflicto armado y de escaso valor, pero no lo es. Porque provoca a la flota sitiadora graves problemas logísticos, pues al no poderse retirar, tiene que mantener abastecidos a sus navíos de armas, víveres, combustible, medicinas… También hay que destacar que cualquier desperfecto (ya sea estructural o en el aparejo) puede ser mucho más difícil de reparar; sin mencionar que toda la escuadra queda a merced de las inclemencias meteorológicas/marítimas y el estado de la tripulación ante el cansancio y la imposibilidad de tratar a los enfermos en un hospital.
Aunque parezca que la flota sitiada quede temporalmente reducida a la inmovilidad total; nada más lejos de la realidad porque tiene que evitar que la escuadra sitiadora penetre o bloquee la entrada del puerto. También aprovechando que el enemigo no puede abandonar su cerco, puede hostigarlo con buques más rápidos de menor tamaño mediante incursiones de poca durada, cosa que desmoraliza a los sitiadores y debilita sus fuerzas; por no mencionar que en caso de poseer otra flota, se puede enviar a forzar el bloqueo, atrapando la escuadra sitiadora entre dos fuerzas (como una tenaza).
Esta táctica ha sido utilizada de diferentes maneras a lo largo de la historia, e incluso fue propuesta por el alto mando de la flota española al vicealmirante Villeneuve tras regresar a Cádiz después del desastroso periplo por las Antillas:
Si les hacemos pasar un invierno en alta mar, sufrirán desperfectos equiparables a los que sufrirían en una batalla… entonces se puede valorar atacar o no.
Pero ya conocemos como terminó la “aventura”. En la primera guerra mundial se dieron muchos casos, por ejemplo, salvo por algunas excepciones, la Flota de Alta Mar alemana se quedó en puerto al no poder competir con la Gran Flota británica y está también al no poder abatir a su enemigo, no podía acudir en ayuda de dos aliados en los otros teatros del conflicto. Una actuación muy similar por parte de la armada de Austria-Hungría frente a las escuadras de Italia y Francia. Durante la Segunda Guerra Mundial, pese a que también se dieron casos, con los combates de Mers el-Kebir, Tarento y Pearl Harbor quedó patente que un puerto no siempre es el lugar más seguro para guardar una escuadra y su vulnerabilidad ante el arma aérea.
Quizás el ejemplo más reciente lo podemos ver en la Crisis Crimea de 2014, donde la flota de Ucrania, pese a tener buques de guerra equiparables a los de las demás armadas europeas, no eran rivales contra la más numerosa flota rusa del mar negro; por lo que optaron no salir a combatir y actuar según la táctica ya descrita. El único problema fue que los almirantes rusos se percataron de su estrategia e inutilizaron la entrada del puerto mediante el hundimiento de un viejo buque obsoleto y más tarde se apoderaron de parte de los navíos de Ucrania.