Los combates del bergantín San Joseph

Por Juan García (Todo a Babor)

Corsario español
«Bandera de corso», de Carlos Parrilla.

En la tarde del día 19 de junio de 1781 apareció en el puerto de la Luz de Las Palmas de Gran Canaria un bergantín mercante español muy maltratado, con evidentes muestras en su casco y aparejo que debía haber sostenido algún terrible combate.

Pero, ¿qué había pasado?

El bergantín en cuestión se llamaba San Joseph, y estaba al mando del capitán don José Aldecoa. El buque estaba armado en corso y mercancía con 12 cañones de a 8 libras y ocho obuses.

Tenía por tripulación a 40 hombres y llevaba carga a cuenta del Rey y que además conducía desde Bilbao a La Habana a don Miguel Ampura con algunos pliegos importantes del Real servicio. Era, por tanto, un mercante con patente para hacer el corso en un momento dado si las condiciones eran propicias para ello.

El San Joseph había salido de Bilbao el 10 de mayo en conserva de 4 fragatas y un bergantín de Boston (eran norteamericanos, pero en aquella época los llamaban así porque nos encontrábamos todavía metidos de lleno en la guerra de la independencia de Estados Unidos).

Por los avatares de la mar dicho convoy se dispersó el día 13 y nuestro bergantín quedó sólo desde Cabo Ortegal. Y era mal lugar para que un buque pequeño se quedara en esa situación. A pesar de navegar con precaución el día 21 en la latitud 46º y longitud 2º 20′ se descubrieron tres velas.

Una de las embarcaciones, que estaba a sotavento, les pareció a los del bergantín que era sospechosa por lo que orzaron para separarse, viendo cumplidas sus sospechas cuando aquel forzó de vela para perseguirlos.

A las 4 de la tarde alcanzó al San Joseph, pudiendo entonces ver que el cazador era una goleta armada con 20 cañones y muchos pedreros, con gallardete y bandera inglesa.Vamos, un buque de guerra. Y eso quería decir que era un hueso duro de roer.

El bergantín, inferior en artillería y tripulación, se preparó para el combate e izó la bandera corsaria española y acercándose a tiro de fusil rompió el fuego con la mayor viveza.

Así estuvieron hasta las 7 de la tarde, separándose la goleta a tiro de cañón para recomponer en algo sus averías de los daños que había recibido en su casco y aparejo. Mientras, en el bergantín hacían lo mismo sin perder de vista a la goleta, que toda la noche les estuvo siguiendo.

A la mañana siguiente la goleta inglesa volvió al combate disparando con sus cañones de proa, siendo contestado por las de popa del bergantín, que continuaba su rumbo. A las 9 de la noche la goleta se puso a su costado, a tiro de pistola, intimando a la rendición a lo que contestaron desde el San Joseph que antes de rendirse perecerían.

Y como queriendo dar más énfasis a esto último descargaron todos los cañones, siendo respondido en iguales términos por la goleta.

En el San Joseph quedó entonces herido el capitán, y el encargado de los pliegos también quedó muy grave, aunque ambos quedaron en el alcázar animando a la gente, la cual por el continuo fuego de día y de noche, y tras caer el Guardián muerto, y con seis heridos, empezaba a desfallecer moral y físicamente.

Pero no fue la visión de su capitán herido, que se desgañitaba en animarlos y dar ejemplo lo que les convenció para seguir dando candela a los ingleses, sino algo más mundano y poco romántico como la promesa de una recompensa si se lograba llegar al destino. 

Total, a los marineros no les daba de comer el honor, y el sonido de las monedas futuras quedó tan grabado en sus mentes que volvieron al combate con más brío, continuando el fuego hasta las 4 de la mañana del día 23.

En ese momento la goleta se separó de nuevo y al ver que los españoles arreglaban su aparejo (que estaba al borde del desarbolo) y que lograron mantener el rumbo y componerse, por fin desistieron.

Orzaron, y tras despedirse con un cañonazo sin bala, se fueron definitivamente. Esa despedida bien pudo ser un reconocimiento de los enemigos ante la bravura demostrada por el mercante español. Estos observaron que la goleta había quedado desarbolada de los dos masteleros.

Y ustedes dirán que vaya gran batalla que tuvieron que soportar, ¿no?. Pues ahí no acabó la cosa.

Con vientos contrarios, pero libres del enemigo, el San Joseph siguió su derrota arreglando su gente a bordo todo lo que podían, pero el día 1 de junio en la latitud 30º avistaron a su proa un bergantín de 14 cañones, que por más que lo intentaron no pudieron perder de vista. A las 12 del mediodía ya lo tenían encima con la bandera Realista (sic) izada.

El San Joseph mostró otra igual para ver si se iban. Pero al ver que el bergantín español seguía forzando de vela, y no haciendo caso a los cañonazos de intimación que se le hacían, largó bandera de Boston y a tiro de fusil preguntaron que de donde habían salido y a donde iban.

Los españoles, que para algunas cosas no será pero a veces les salía el gracejo en los momentos adecuados les soltaron:

Que venían de la mar y que iban a la mar.

Los del otro bergantín, indudablemente sin ese gracejo, no se lo tomaron muy bien y arriaron la bandera de Boston e izaron la inglesa. Y al igual que hizo la goleta anterior les intimaron a la rendición, y al igual que en aquella ocasión fue una ración de hierro lo que les fue contestado.

Y así, desde las 4 de la tarde hasta primera hora de la noche, se maltrataron mutuamente quedando el bergantín inglés por la popa hasta las 11 del día siguiente, que renovó el fuego por el costado, y habiéndole correspondido con bastante acierto hasta las 3 de la tarde, terminó por retirarse.

En el San Joseph de nuevo se pusieron a remediar averías por si se le ocurría volver, pero no fue así afortunadamente.

En este segundo ataque la exhausta tripulación había padecido la desgracia de que se quemaron considerablemente el Contramaestre y 2 marineros. A pesar de ello el primero volvió a cubierta en lo recio del combate para continuar en su puesto. A otro marinero se le rompió una pierna.

El San Joseph, de resultas de tantos combates, tenía 5 cañones desmontados, el mastelero de gavia caído, los parapetos maltratados, dos juegos de velas destruidos y la popa arruinada, sobre todo por jugar tanto tiempo con su artillería de guardatimones en el segundo combate.

Vistas las averías y la falta de gente para llegar a su destino se optó por ir al primer puerto de las Canarias a arreglar los desperfectos.

  • Fuente: Gaceta de Madrid.

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