Por Abraham Pickman.
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Grandes misterios y sucesos extraños navales
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Vídeo sobre el misterio de San Borondón
La Inaccesible, la Encantada o Non Trubada son solo tres de los nombres por los que se conoce a la octava isla fantasma del archipiélago canario, aunque es más conocida por el nombre de San Borondón.
La leyenda se registra por vez primera en el siglo X d.C. en una obra denominada Navigatio Sancti Brendani o La Navegación de San Brandán. Esta obra cuenta la historia de Brandán, un monje irlandés que una noche recibe en su monasterio, en Clonfert, Irlanda, la visita de un compañero de hábito, Barinto.
Este le cuenta una historia que habla de la existencia de una isla maravillosa que se halla en algún lugar del océano Atlántico, más allá de todas las tierras conocidas hasta el momento; una isla que, a ojos de todo hombre, sería el Paraíso Terrenal.
Brandán, maravillado por completo por el relato de Barinto, decide ir en busca de aquel Paraíso acompañado de otros dieciocho monjes. Partirían de sus costas natales en barco el 22 de marzo del 516 y el viaje por tierras ignotas duraría siete largos años.
Durante la travesía, Brandán y su tripulación evangelizaron las tierras del océano Atlántico y, según cuenta la leyenda, a su paso por el Gran Océano Occidental, vieron cosas increíbles, muchas de las cuales no supieron explicar. En una ocasión, divisaron una enorme columna que parecía hecha de cristal o hielo.
Salía del mar y se elevaba hacia lo alto, más allá de donde lograba alcanzar la vista; tardaron más de tres días en rodearla. También cuenta que vieron dragones, serpientes marinas, demonios y extrañas luces en el cielo que describieron como ángeles.
Según los escritos, un buen día, Brandán y los suyos desembarcaron en una isla exuberante de naturaleza, de arena negra y en la que el sol nunca se ponía. Allí pudieron ver huellas humanas, pero estas no correspondían a las de un hombre, eran mucho más grandes y profundas, por lo que pensaron que serían de gigantes.
Explorando la isla, se encontraron con un ancho río. En el momento en el que fueron a cruzarlo, se les apareció un ser de luz que les dijo que no podían pasar por allí y debían dar la vuelta de inmediato. Brandán y los suyos le hicieron caso y volvieron sobre sus pasos, decididos a acampar por allí cerca para, más tarde, seguir con el reconocimiento de la isla.
Mientras encendían una hoguera y comían, unos fuertes temblores los sobresaltó e hicieron que, aterrados, recogieran sus pertenencias y volviesen al barco a toda prisa. Minutos después y una vez ya a bordo, pudieron ver como aquella isla en la que habían estado desaparecía poco a poco hasta no dejar rastro alguno.
La historia traspasó las fronteras de las islas británicas y se extendió por toda Europa occidental haciéndose en pocos años muy popular. Brandán moriría alrededor del año 578 en la localidad de Annaghdown, Irlanda. Y fue santificado tras su fallecimiento tras haber cumplido su mayor sueño, encontrar la isla del Paraíso.
La isla reaparece
Fue hacia finales del siglo XIII cuando aparece la isla de San Borondón representada por primera vez en el planisferio de Richard de Haldingham y, de igual forma, hacia finales de ese siglo, en el planisferio del alemán Ebstorf, con una inscripción que decía:
Isla Perdida. San Brandán la descubrió, pero nadie la ha encontrado desde entonces.
Así mismo, grandes cartógrafos y exploradores de la época comienzan a plasmarla en sus mapas, al oeste del archipiélago.
Entre los mapas más destacados en los que aparece representada están el de Battista Beccario, el mapamundi de Fra Mauro, el de Toscanelli o el mapa del noroeste de África de Guillermo Delisle.
Pero es Leonardo Torriani, ingeniero encargado por el rey Felipe II para fortificar las islas Canarias a finales del siglo XVI, quien asegura haber estado en ella y le establece unas dimensiones: 30 km de largo, de norte a sur y 15 km de ancho, de este a oeste.
Torriani la cartografía con dos enormes montañas, una de ellas, la más septentrional, más grande que la otra, con un profundo barranco exuberante de vegetación entre ambas. Su zona central estaba salpicada por completo de colinas y un río la atravesaba; su agua alimentaba enormes y frondosos árboles.
En la Carta geográfica de Gautier de 1755 recoge que la posición de San Borondón se encontraría a 550 km en dirección oeste-noroeste de El Hierro y a 220 km en dirección oeste-sudoeste de La Palma. Aunque muchos testigos a lo largo del tiempo aseguran haberla visto también entre las islas de La Palma, La Gomera y El Hierro.
La isla de San Borondón también figura en documentos tan importantes como el Tratado de Alcáçovas, que se llevó a cabo el 4 de septiembre de 1479 y en el que se repartieron los territorios del océano Atlántico. Además de poner fin a la guerra entre el reino de Portugal y los reinos de Castilla y Aragón.
En aquel convenio se declaró que San Borondón pertenecería al archipiélago canario y sería propiedad de Castilla.
A lo largo del tiempo, son muchos los marineros que aseguran haberse encontrado con la isla, desembarcar en ella y ver en sus tierras cosas que nunca antes habían visto en ningún otro lugar.
Unos viajeros franceses vieron la isla cuando hacían una travesía desde Madeira a Gran Canaria. Desembarcaron y, según contaron, vieron restos de una hoguera y dos bueyes atados a un pesebre de piedra. Al no ver a nadie, aprovecharon para coger fruta, que era mucho más grande de lo normal, hierbas aromáticas y agua fresca para, más tarde y una vez en puerto conocido, poder certificar su historia.
También un barco portugués que llegaba a La Palma desde Lisboa comenzó a hacer aguas y se vio obligado a atracar lo antes posible. Cuál fue la sorpresa de la tripulación al ver que aquella isla de gran vegetación, con dos enormes montañas y con un ancho río que la cruzaba, era San Borondón.
Otro testimonio es el del canario Marcos Verde, que afirmó haber desembarcado en la isla. Algunos de sus hombres se internaron por diferentes senderos entre la espesura de la selva y comenzaron a dar gritos de terror minutos después. Volvieron al barco, levaron anclas y se alejaron de allí. Desde cubierta pudieron ver que la isla desaparecía poco a poco.
Unos franceses aseguraron haber construido en las costas de San Borondón un nuevo palo mayor para el barco, que se había roto por causa de una feroz tormenta. La tripulación, convencida de que se hallaban en la isla del Santo Brandán, dejaron como testigo una carta, unas monedas de plata y una cruz.
Un portugués de nombre Pedro Vello relató que viajaba de Brasil a Madeira, a la altura de las Islas Salvajes, cuando una tempestad lo llevó a una isla desconocida que se encontraba en el triángulo formado por La Palma, La Gomera y El Hierro, pero que no era ninguna de estas tres.
Allí también pudieron observar, en la negra arena de sus playas, unas pisadas mayores a las de un hombre. En algún punto también encontraron la carta, las monedas de plata y la cruz que aseguraron haber dejado los franceses tiempo antes. Mientras exploraban la isla, de repente, se desató un viento huracanado y Vello salió corriendo para salvar su vida, dejando a dos de sus hombres allí. Cuando volvió para recogerlos, la isla se había desvanecido.
Otro hombre, un tal Ceballos, huido de la justicia, afirmó haber estado varias veces en la isla fantasma. Según su relato, la isla tenía una enorme selva en la que habitaban pájaros que no tenían miedo a ser atrapados con las manos. La espesa naturaleza se extendía del interior hacia el exterior y llegaba hasta las playas, en las que dijo haber visto pisadas gigantes y restos de una comida preparada en platos de vidrio.
Pedro Vello y Ceballos no fueron los primeros en describir aquellas enormes huellas, ya San Brandán, en su relato, afirma haberse encontrado con ellas.
Las historias de los marineros que aseguraban haber estado en la isla, junto con más de un centenar de testimonios que aseguraban haberla divisado, sonaban tan convincentes que Hernán Pérez de Grado, primer regente de la Real Audiencia de las Canarias, decidió abrir una investigación; no podían hacer oídos sordos.
Cientos de testigos la habían visto en el mismo lugar. Todos los testimonios decían que su tamaño era tres o cuatro veces el de La Palma, aunque no tan alta, y su contorno dibujaba dos montañas. ¿Cómo era posible que todos describieran de forma exacta la misma figura?
Se prepararon grandes expediciones para ir en su busca. Dos de ellas fueron comandadas por Juan de Mur y Aguirre, Hernando de Troya y Francisco Álvarez, que volvieron a puerto semanas después sin resultados positivos. Parecía que cuanto más se buscaba, menos aparecía, y que la única forma de llegar a sus playas era de forma fortuita.
El rumor de su existencia fue tal que siempre que un navío se perdía y llegaba a nuevas tierras desconocidas los marineros decían haber estado en ella.
Edward Harvey
Sería Edward Harvey, un naturalista británico que trabajaba para la Royal Sociaty, quien haría la mayor documentación de San Borondón hasta la fecha. En 1865 consiguió los fondos para viajar a África y hacer un estudio sobre la flora y fauna de sus costas.
El 14 de enero, tras zarpar de Santa Cruz de Tenerife en su barco, Cruz del Sur, se vio envuelto en una tormenta y arribó a un lugar que más tarde llamó Los Territorios Desconocidos. Su sorpresa fue mayúscula cuando se enteró de que se encontraba en la mítica isla de San Borondón, de la que tanto había oído hablar a los habitantes del archipiélago canario.
Tras organizar a la tripulación y decidir qué harían, Harvey y algunos de sus hombres se adentraron en la selva.
El 15 de enero de 1865, él, su ayudante Simon Tilley y un marinero de nombre Ángel Cruz montaron un campamento con el fin de explorar la isla hasta que el barco fuese reparado.
En la primera incursión que realizaron, Harvey aseguró haber contemplado, junto con sus compañeros de expedición, grandes acantilados que parecían tener enormes tallas faciales, numerosas plantas desconocidas y un sinfín de extraños animales que el naturista fotografió y dibujó en su diario.
También dijo haber estado en una de las dos montañas que poseía la isla y en la que vio una especie de lagarto con dos colas que llamó Dracotely. En sus selvas crecían árboles gigantes, de anchos troncos y amplias hojas; su fruta, al igual que estos, era de enorme tamaño.
En el interior había grandes llanuras, lagos y una cascada. Hacia el oeste descubrieron amplias extensiones de zonas volcánicas.
Todo lo ocurrido durante su estancia en la isla fue descrito en su diario de forma minuciosa y lo acompañó con bocetos, dibujos y fotografías con el fin de realizar una memoria que él mismo definió con el nombre de El gran descubrimiento.
A su vuelta a la gran ciudad de Londres, grandes periódicos de la época se hicieron eco del descubrimiento del naturista, pero, por alguna extraña razón, la Royal Sociaty tachó a Harvey de demente, alegando que su estudio era demasiado fantástico y que las fotografías que había tomado parecían trucadas.
Edward Harvey fue desprestigiado y olvidado por completo por la comunidad científica británica, y aunque hubo personas de la tripulación como Simon Tilley o Ángel Cruz, que aseguraban que todo era verdad, no sirvió de nada. Harvey murió en 1903 por completo desprestigiado por la Royal Sociaty y sin apenas vestigios de su pasado científico.
La historia de Edward Harvey alimentó aún más la leyenda de San Borondón. Otros grandes personajes de la historia ayudaron de igual forma a que testimonios de cientos de marineros que aseguraban haberla avisado o visitado tomasen más fuerza y credibilidad.
El corsario John Hawkins afirmó que las corrientes marinas que rodeaban San Borondón eran tan fuertes y peligrosas que solo los más experimentados hombres de mar estaban capacitados para navegarlas y arribar en tierra firme. El historiador Juan Núñez de la Peña también describió estas fuertes corrientes y declaró que cualquier acercamiento a la isla era imposible por su causa.
Últimos avistamientos
En 1953 el diario español ABC publicó un artículo sobre su reciente avistamiento que decía: «Ha sido vista otra vez la misteriosa “Isla Sirena”, al noroeste de la de El Hierro».
Unos años después, en 1958, el mismo diario publicó una fotografía de San Borondón hecha desde La Palma, el titular decía: «La isla errante de San Borondón ha sido fotografiada por primera vez». En la fotografía se podía ver la silueta de la isla en el horizonte.
Cuarenta y cuatro años después, el 18 de octubre de 2003, Jaime Rubio, vecino de la isla de Gran Canaria, cuando se dirigía a grabar un evento folclórico, pudo filmar la isla sobre las ocho de la tarde, sin apenas luz diurna; la grabación fue emitida y comentada en la televisión española.
¿Es posible que exista una isla que aparece y desaparece por extrañas causas que aún desconocemos? ¿O es todo fruto de la imaginación de un grupo de personas alimentada por leyendas y mitos de la antigüedad? Si es así, ¿cómo se puede explicar entonces la fotografía del diario ABC o las del naturalista británico Edward Harvey?
También se dice que la isla se ve gracias al efecto conocido como Fata Morgana, una ilusión óptica originada por la inversión de temperatura que puede generar en el horizonte barcos, acantilados o islas. Pero, ¿cómo es posible que más de cien testigos oculares la describan con las mismas magnitudes y relieves? ¿Y qué hay de las personas que dicen haber estado allí y, sin conocerse entre ellas, narran historias muy similares?
Enormes huellas de gigantes en la arena, temblores, vientos huracanados que se levantan de repente, frutas mucho más grandes de lo normal o verla desaparecer tras abandonarla presa del terror.
También se dice que la isla es tan solo un cúmulo de nubes en el horizonte que cualquier persona puede llegar a confundir con tierra. Pero esto no es posible, pues además de aparecer entre la tormenta, en un mar embravecido o entre la niebla, también lo ha hecho en días de cielo por completo despejado y mar en calma.
Cabe destacar que, en las islas de La Gomera y El Hierro, después de las tempestades, aparecen en sus playas ramas de árboles hasta ahora desconocidos y sin ninguna semejanza con los del archipiélago canario o las costas de África.
¿De dónde provienen? ¿Es posible que San Borondón sea parte del famoso continente perdido de la Atlántida, que desapareció tras un cataclismo hundiéndose en el océano?
Es posible que estas cuestiones, junto a otras muchas, nunca sean resueltas. La isla fantasma de San Borondón seguirá en el inconsciente colectivo de las personas y nos acompañará a lo largo de los años, apareciendo y desapareciendo a su antojo para sorpresa de unos pocos.
Quién sabe los misterios y secretos que ocultan sus selvas, montañas y playas. Quizá aún no estamos preparados para creer en lo imposible.