Por Juan García (Todo a Babor)
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Grandes misterios y sucesos extraños navales
El “buque fantasma”
Fue una gran sorpresa para el capitán David Morehouse cuando uno de sus tripulantes le informó del avistamiento del Mary Celeste.
Supo entonces el capitán del bergantín mercante canadiense Dei Gratia, que algo extraño estaba pasando aquel 5 de diciembre de 1872 cuando, además, aquel vigía afirmó que aquella embarcación parecía encontrarse a la deriva.
Morehouse conocía ese barco y a su capitán. Además, aquel buque había salido de Nueva York ocho días antes que él. Por lo tanto, debería haber llegado ya a su destino en Génova.
En aquellos momentos se encontraban a 400 millas al este de las Islas Azores.
Daba así comienzo uno de los más famosos misterios de la historia naval. Quizás el más misterioso de los «buques fantasma» que ha cautivado a mucha más gente que otros casos.
Un misterio que no hubiera sido conocido si no es por el célebre escritor escocés Arthur Conan Doyle quien escribió para el Cornhill Magazine un artículo sensacionalista sobre lo ocurrido al Mary Celeste que desató la imaginación del público.
Desde entonces, el misterio del Mary Celeste ha tenido su buena ración de leyendas, algunas más ridículas que otras, que han alimentado el mito.
Sólo hasta fechas recientes investigadores como la documentalista Anne MacGregor, han dado a conocer, en base a métodos forenses actuales, nuevas pistas sobre lo ocurrido a este “buque fantasma”.
Pero antes de pasar a conocer a qué nuevas conclusiones se han llegado, vamos a relatar lo que de verdad se sabe del Mary Celeste y aquel extraño viaje.
Los hechos
El Mary Celeste era un bergantín norteamericano de 282 toneladas que había salido de Nueva York el 7 de noviembre con una carga de 1.701 barriles de alcohol desnaturalizado con destino a la ciudad italiana de Génova.
Estaba mandado por el capitán Benjamin Briggs, un hombre con experiencia bien conocido en el gremio que destacaba por tener una gran moralidad producto de una férrea fe cristiana.
“Nunca hubo dudas de que haría algo irracional”, afirma Anne MacGregor, quien en 2004 visitó la ciudad natal del capitán, Wareham, Massachusetts, investigando y entrevistando a descendientes de aquel.
Su tripulación estaba elegida con cuidado, por lo que se trataba de hombres experimentados que conocían de sobra su oficio: El primer oficial Albert G. Richardson, el segundo oficial Andrew Gilling, el sobrecargo Edward William Head y cuatro marineros alemanes “pacíficos y de primera clase”.
Por lo tanto, no eran hombres ni de carácter pendenciero ni poco profesionales.
Briggs también se llevó a su mujer y a uno de sus hijos, la pequeña Sophia Matilda, de apenas dos años, quedándose su hijo Arthur al cuidado de una abuela.
En total eran diez personas a bordo de un buque que se encontraba en perfectas condiciones, tal y como el propio capitán había expresado en una carta a su madre poco antes de zarpar.
Tras divisar al bergantín norteamericano, el capitán Morehouse, del Dei Gratia, despachó un bote con su primer oficial Oliver Deveau y a su segundo John Wright para que se informaran de lo que pasaba a aquel buque que navegaba de forma errática.
En cuando ambos oficiales se acercaron al Mary Celeste, comprobaron que había algo extraño: las velas estaban dispuestas de forma extraña para el viento que recibía el buque en ese momento.
Pero fue poner un pie en la cubierta y corroboraron lo que sospechaban: que aquel bergantín no tenía ningún tripulante a bordo.
Ambos marinos registraron de proa a popa al Mary Celeste, descubriendo que el cuaderno de bitácora del capitán Briggs tenía su última anotación fechada a las ocho de la mañana del día 25 de noviembre; nueve días atrás. En las notas de ese día se detallaba que el buque se encontraba a la vista de la isla de Santa María, en las Azores.
¿Acaso intentaron ir hacia aquella isla que parecía tan cercana, puesto que no hubo más anotaciones en el cuaderno de bitácora? Pensemos que no había tierra más cercana desde ese punto hasta que fue encontrado por el Dei Gratia a 400 millas de allí.
Dudas, como todo en este caso. Lo que es seguro es que, desde aquel día de la última anotación del capitán, hasta el 5 de diciembre había ocurrido algo en aquel buque que había hecho desaparecer a diez personas sin dejar ni rastro.
Deveau y Wright informaron a su capitán de lo que habían descubierto. Además de la falta de la tripulación, su exploración había revelado que faltaba el único bote del Mary Celeste, además de una yola, que es una embarcación muy pequeña estibada normalmente encima de la escotilla principal.
También advirtieron que gran parte de los aparejos estaban dañados y que muchos cabos colgaban de los costados, algo lógico tras unos cuantos días a la deriva a merced de los vientos y corrientes.
La escotilla principal se encontraba perfectamente asegurada; por el contrario, las escotillas de la proa y de la enfermería se encontraban abiertas.
Las pertenencias de la tripulación estaban en su lugar; no había nada robado. En la cabina del capitán Briggs todo parecía correcto, aunque con muchas de sus cosas esparcidas por doquier.
Sí echaron en falta allí los papeles del barco al igual que los instrumentos de navegación. Junto con la desaparición del bote, parecía que la tripulación había abandonado el buque sin violencia.
La brújula de la bitácora estaba desplazada de su lugar y el cristal de su cubierta estaba roto. La cocina tenía todo en orden. El panorama se presentaba como una mezcla de absoluta normalidad con ciertos aspectos extraños.
En la sentina descubrieron que había 3,5 pies de agua, algo que se consideró normal en un buque de esa clase.
Hallaron una bomba de achique desmontada. La carga de alcohol industrial estaba intacta en la bodega, aunque nueve de los barriles estaban vacíos.
El capitán del Dei Gratia recibió el informe de sus subordinados y tomó la decisión de repartir su tripulación entre ambos buques para dirigirse a Gibraltar, dejando a su segundo Deveau como capitán provisional del buque estadounidense.
Según las leyes marítimas, el rescatador de un buque derrelicto (abandonado en la mar) tenía derecho a una recompensa en proporción a la carga y el valor del buque.
Llegaron a Gibraltar el 12 de diciembre de 1872, no sin pasar por su propio calvario en el viaje. El Mary Celeste lo haría al día siguiente.
Sin embargo, para Morehouse comenzaba un largo y desagradable proceso abierto en la colonia británica por parte del Almirantazgo británico. Aquel era un asunto muy extraño y las autoridades no iban a permanecer impasibles.
El proceso
El 17 de diciembre de 1872 comenzó en Gibraltar la investigación de lo sucedido. Presidía el juez James Cochrane, presidente de la Suprema Corte del Vicealmirantazgo.
Lo primero que hizo Frederick Solly-Flood, el fiscal general del caso, fue investigar a fondo el buque, que se encontraba en el puerto de Gibraltar desde que arribó con el Dei Gratia.
Junto con varios investigadores más, observaron algún deterioro en la proa del Mary Celeste producto, según el fiscal, de cortes con algo afilado.
Frederick Solly-Flood pensaba al principio que todo aquel asunto se trataba de una estratagema del capitán del Dei Gratia, para estafar a la compañía aseguradora. Alguno incluso pensó que Morehouse y su tripulación habían atraído de alguna forma a la tripulación del Mary Celeste y los mataron a bordo del Dei Gratia.
El fiscal creyó después que el motivo era más siniestro. Se trajeron expertos de la Royal Navy que llegaron a confirmar que habían descubierto algunas manchas sospechosamente parecidas a la sangre cerca de la borda, así como en la espada del capitán.
Todo esto hizo pensar a Frederick Solly-Flood que había habido una matanza a bordo y así lo expuso en sus conclusiones que redactó y envió a la Cámara de comercio de Londres el 22 de enero de 1873.
Según este informe del fiscal, los marineros se habían emborrachado con el alcohol y habían asesinado al resto del pasaje, luego habían realizado unos golpes y cortes en la proa, para simular algún tipo de choque y, por último, se deshicieron de los cuerpos y huyeron en la yola, siendo su destino final desconocido.
El armador del barco, James H. Winchester, llegó a Gibraltar para intentar liberar la carga, pero el fiscal le pidió 15.000 dólares para ello, lo que no pudo satisfacer aquel.
Winchester aseguró que el capitán Briggs era un hombre de una moralidad intachable y que nunca hubiera abandonado su buque sin una buena razón.
Pero las conclusiones del fiscal se toparon con la realidad: Un examen de las manchas supuestamente de sangre arrojó que no se trataba de eso. Además, el capitán norteamericano Shufeldt, que había investigado los golpes en la proa por requerimiento del consulado estadounidense en el Peñón, llegó a la conclusión de que aquellas marcas eran normales en un barco debido al oleaje continuo durante las travesías.
Por fin, el 25 de febrero, el fiscal general dio su brazo a torcer y sin prueba alguna que sustentase su teoría, dejó al Mary Celeste a cargo de su armador.
Para Morehouse, del Dei Gratia, el rescate no le salió provechoso, puesto que el 8 de abril el juez Cochrane sentenció que estos recibieran como pago por el rescate la sexta parte del valor del seguro que era de 46.000 dólares. Aquello sugería que las autoridades no estaban convencidas del todo de la inocencia de los rescatadores.
Aquello daría pie a la teoría de que el Dei Gratia estaba de alguna manera implicado en aquel turbio asunto y así perduró en la opinión pública.
¿Qué paso a bordo del Mary Celeste? Posibles causas
Como se puede uno imaginar, las teorías sobre la desaparición de la tripulación del Mary Celeste son variadas y algunas de ellas ciertamente fantásticas, como aquella que hablaba de monstruos marinos y a la cual nadie da ya crédito alguno. Al menos nadie con un mínimo de seriedad.
La investigadora a la que aludíamos anteriormente, Anne MacGregor, ha sido de las últimas personas en intentar esclarecer los hechos.
A través de una serie de documentales sobre el tema, realizados en 2001, esta investigadora se ha basado en técnicas forenses para intentar discernir lo que pasó.
Así, dedujeron que, en base a los datos recogidos por el International Comprehensive Ocean-Atmosphere Data Set (ICOADS), el capitán había estado utilizando un cronómetro inexacto y que su barco en realidad se hallaba a 120 millas al oeste de donde en realidad se encontraba.
Según MacGregor, basándose en los últimos movimientos registrados en el cuaderno de bitácora del Mary Celeste, y utilizados en el tribunal que investigó la causa en Gibraltar, el buque había cambiado de rumbo justo un día antes de llegar a las Azores, dirigiéndose al norte de la isla de Santa María, quizás buscando refugio de los temporales, a los que se había tenido que enfrentar días antes.
La noche anterior a la última entrada en el cuaderno de bitácora, el Mary Celeste había sufrido fuertes marejadas y vientos de más de 35 nudos.
Aun así, esta investigadora no cree que el tener un cronómetro defectuoso y una simple tormenta hubiera hecho abandonar el buque a un marino experimentado como Briggs. Debía haber algo más.
Descubrió que en un viaje anterior el buque había transportado carbón y que, además, había sido reparado recientemente, lo que pudo haber ocasionado, entre el polvo del carbón y los escombros de la obra, un atascamiento de la bomba, lo cual explicaría que se la encontrasen desmontada los hombres del Dei Gratia.
Con la bomba inoperativa, el capitán del Mary Celeste no sabía cuánta agua de mar estaba entrando en el buque.
MacGregor explicó:
En ese punto, Briggs, habiendo atravesado un temporal, habiendo avistado finalmente y con retraso tierra y no teniendo forma de determinar si su barco se hundiría, bien podría haber emitido una orden de abandonar el barco.
Algunas de estas conclusiones descartaban algunas leyendas sobre este misterio. Como la que decía que la tripulación se había amotinado producto del alcohol que habían consumido de aquellos barriles vacíos.
Además de que el alcohol que transportaban no era apto para el consumo humano, la investigadora ya daba las claves que echaba por el suelo aquella posible causa: la madera de estos era diferente a la de los demás barriles.
Según MacGregor, los nueve barriles vacíos estaban fabricados con madera de roble rojo, siendo el resto de roble blanco. Esto que puede parecer una nimiedad cobra sentido cuando comprobaron que la madera del roble rojo es más porosa que la del roble blanco y, por lo tanto, más propensa a filtrarse.
Otra teoría decía que los vapores del alcohol habían hecho estallar esos barriles, pero cuando los del Dei Gratia subieron a bordo comprobaron que la escotilla principal estaba sellada, lo cual no podía haber sido así de haber estallado parte de la carga. Pero volveremos sobre esto un poco más adelante.
La teoría del marinero homicida, escrita por Conan Doyle en su infame artículo, estaba sugerida, además de por la propia investigación del fiscal general del caso, por otra investigación que se hizo sobre los hermanos Volkert y Boye Lorenzen, dos de los marineros alemanes de los que no se encontraron sus pertenencias a bordo.
Sin embargo, un descendiente del último de estos, aseguró que estos lo perdieron todo en un anterior naufragio que habían tenido a principios de 1872.
Aunque las teorías de Anne MacGregor están bien fundamentadas y alejadas de fantasías, no se puede saber a ciencia cierta lo que verdaderamente sucedió, ya que la principal prueba, el Mary Celeste, hace ya muchos años que desapareció, esta vez en un naufragio el 3 de enero de 1885 cerca de Haití, cuando su capitán llamado Gilman C. Parker, al parecer lo hizo estrellarse contra un arrecife con la intención de cobrar del seguro.
Parker se enfrentó al juicio que se hizo, logrando salir libre, pero su reputación estaba acabada y murió tres meses más tarde en la más absoluta miseria.
El escritor Paul Begg, uno de los muchos que han relatado la historia del misterio del Mary Celeste, escribió:
Si el tribunal del hombre no pudo castigar a estos hombres […] la maldición que había abrumado la nave desde que su primer capitán, Robert McLellan, murió en el viaje inaugural, podría llegar más allá de la acuosa tumba del barco y brindarles su propio terrible castigo.
Un científico de la UCL (University College London), el doctor Andrea Sella, en 2006 hizo una réplica de la bodega del Mary Celeste, utilizando cubos simulando los barriles con alcohol, además de gas butano, provocó una potente explosión.
El profesor Sella explicaba:
Lo que creamos fue un tipo de explosión de ondas de presión. Hubo una espectacular ola de llamas, pero detrás de ella, había aire relativamente frío. No quedó hollín ni nada quemado.
«Es la explicación más convincente«, concluía el doctor. «De todas las teorías sugeridas, esta es la que mejor se ajusta a los hechos y explica por qué estaban tan ansiosos por salir del barco«.
Lo que no tiene en cuenta este doctor es que la escotilla principal estaba cerrada, cuando él mismo afirma que de haberse dado aquella deflagración todas las escotillas debían de haberse abierto. Y así fue, al menos dos de ellas sí lo estaban, pero no la principal.
¿Acaso tras la explosión la tripulación la volvió a cerrar y aterrados todos se dispusieron a abandonar el buque por si ocurría una nueva explosión?
Quizás nunca se llegue a saber lo que ocurrió. Jamás apareció el cuerpo de alguno de los desaparecidos y aunque algunas de estas conjeturas que hemos relatado pueden estar basadas en fundamentos realistas, el caso es que ninguna de ellas es concluyente y el caso del misterio del Mary Celeste se quedará todavía mucho tiempo en el imaginario colectivo como el que es, seguramente, el “barco fantasma” más famoso de la historia.