Por Juan García (Todo a Babor)
El 4 de mayo de 1801 apareció por la hermosa localidad asturiana de Llanes un corsario inglés que tenía intención de «pescar» algo en aquel puerto. En concreto quería hacerse con un patache vizcaíno que se hallaba al abrigo de la batería que defendía la entrada del lugar. Su intención era hacer un abordaje audaz y sacar de allí a la embarcación española. Esta operación si bien tenía mucho riesgo podía hacerse en cuestión de poco tiempo y a veces compensaba con creces el peligro al que se exponían.
El buque era un bergantín que estaba armado con 20 obuses de 12 libras (en la Gaceta pone obuses pero al ser inglés y por la fecha me inclino a pensar que debían ser más bien carronadas. Los obuses españoles al ir montados sobre cureñas parecidas podían dar pie muchas veces a esta confusión) y tripulado por 90 hombres, parte ingleses y parte portugueses que habían salido de Londres 7 días antes, de donde eran sus armadores. Se presentaron con bandera norteamericana.
El corsario inglés además intentaba engañar a los de la plaza asturiana enviando delante una lancha de pesca, que habían apresado anteriormente, y que tripulado por su gente intentaba hacerse pasar por pescadores de la zona. 8 se disfrazaron con las ropas de los antiguos pescadores mientras otros 20 se ocultaban en la lancha.
Todo parecía ir bien hasta que el vecindario de Llanes, alertados por el vigía que había sospechado aquel movimiento, acudieron muy animosa con sus armas hacia las playas y la costa. Tengan en cuenta que aquella zona la frecuentaban 5 corsarios enemigos que hacían la vida muy difícil a aquellas gentes. Si ese día podían despachar a uno de ellos y darse el gustazo de hacerlo no era de extrañar aquella concentración de parroquianos.
La batería del puerto corría a cargo normalmente de los milicianos de la localidad, que eran los que la guarnecían, pero casualmente se encontraban en Llanes, de paso para la Coruña, 20 soldados de artillería con su alférez don Manuel Herrera y el sargento don Tomás López. Un inestimable refuerzo de gente entrenada y profesional que no dudaron un instante en ponerse al pie del cañón y demostrar sus dotes.
Los ingleses no tardarían en comprobarlo.
Los de la lancha se dieron cuenta de aquel movimiento de soldados con uniforme y se quedaron al pairo, no atreviéndose a abordar al patache sin la protección del bergantín. Cuando este se puso a tiro de cañón empezó la fiesta.
Los artilleros empezaron a disparar y lo hicieron con mucho acierto. El primer tiro, con un cañón de a 24 libras, atravesó de parte a parte la cámara del buque corsario, causándole notable daño. El segundo le derribó el juanete, lo que le hizo virar al temer mayor estrago.
Si con los dos primeros cañonazos habían tenido esos daños, no había que ser un lince para saber lo que pasaría si se quedaban mucho más tiempo por allí. Una batería de tierra era mortal si estaba bien dirigida, como era el caso.
Eso sí, antes de huir dispararon toda su andanada de estribor con bala y metralla, pero en vez de hacerlo a la batería que les ofendía lo hicieron al pueblo. Así ven que clase de gente eran. Se corrobora la opinión que se tenía entonces de que muchos corsarios británicos eran unos hijos… de la Gran Bretaña, que además no habían enarbolado su auténtico pabellón hasta aquel momento.
Afortunadamente, la villa no sufrió más que un poco de daño en el tejado de la capilla de Santa Ana y en el de una casa particular. Los corsarios eran malos hasta para eso.
La lancha pudo ser recuperada y devuelta a sus dueños. El bergantín corsario se hubiera apoderado al día siguiente de otro barco vizcaíno procedente de Ferrol, al que persiguió con su lancha y 2 botes, a no ser por el pronto y oportuno socorro que se le dio por el vecindario de Llanes, conduciéndolo a aquel puerto a remolque desde el palo de Poó a presencia de los enemigos y con menosprecio de sus fuegos.
- Fuente: Gaceta de Madrid