Los valientes gallegos del corsario Espadarte

Por Juan García (Todo a Babor)

Lancha similar al corsario Espadarte
Lancha vasca. Copia del óleo hecho en Baiona por el pintor G. Gréze, el año 1878″. Óleo, obra de Simón Berasaluze Aginagalde. José Lopez. De la web guipuzcuacultura.net

Estamos en junio del año de 1800. Las aguas están infestadas de privateers británicos, buques de la Royal Navy y demás embarcaciones de la pérfida.

Como eso del corso,  si hay suerte, es un negocio provechoso, son muchos los que hacen de armadores e intentan sacar tajada. En Madrid aparecen varios de estos sujetos que arman un corsario en Galicia, para intentar ver multiplicada su inversión con las presas que se hicieran.

Sin embargo, el dinero invertido no debió ser muy grande ya que el buque corsario que armaron tenía un sólo cañón y un obús y estaba tripulado por 20 hombres.

El corsario Espadarte en acción

El barco corsario en cuestión era una lancha que llevaba por nombre San Francisco Xavier, alias el Espadarte (vocablo gallego que quiere decir pez espada).

El capitán era don Lorenzo Olveyra. Todos ellos de Bayona, localidad gallega de donde se armó y saldría el corsario.

El 1 de junio salieron de aquel puerto con vistas a apresar cualquier buque que se les pusiera por la proa.

Pero la cosa no se les dio bien. A pesar de ser un lugar muy transitado no pudieron pescar nada. Se tiraron un mes y tres días de bordada en bordada y de virada en virada frente a las costas de Lisboa, esperando que algún mercante se les pusiera a tiro de su único cañón.

Los días pasaban y las vituallas se consumían y los gastos aumentaban. Había que hacer algo y hacerlo ya. Entonces, el día 4 de julio descubrieron un convoy británico de 45 mercantes que llevaban rumbo norte, al parecer de regreso a los puertos ingleses. Iban escoltados por un navío de línea de 74 cañones, una fragata y una goleta, todos ellos de guerra.

Pero el capitán Olveyra no huyó. El bravo, o temerario capitán, se plantó delante de su tripulación y les explicó su plan: seguir al convoy, meterse en medio de él y abordar alguno de esos mercantes para llevárselo. Sin duda algo temerario.

La tripulación se mostró, lógicamente, reacia a meterse en un convoy enemigo. Las probabilidades de tener éxito no eran buenas y así se lo hicieron saber a su capitán.

Pero este, lejos de amilanarse, pasó a animarlos y lo debió hacer bien porque al final la tripulación convino con él y se dispusieron a intentarlo.

Aprovechando la oscuridad, el Espadarte gracias a su pequeño porte, se incorporó al convoy británico sin que saltase la voz de alarma. Tienen que tener en cuenta que muchos de los mercantes llevaban algún tipo de artillería de pequeño calibre y que con un simple cañonazo podían alertar a la escolta y acabar con la función en un santiamén. De ahí la intrepidez que demostró esta gente.

Olveyra se acercó a un bergantín y junto con cuatro de sus hombres lo abordó y apresó sin perder un sólo minuto. La presa era el Ceres, un bergantín de 350 toneladas que tenía por capitán a un tal John Mestreman (sic).

Llevaba 12 hombres de tripulación (que habían sido reducidos por los cinco corsarios) y a bordo tenían 4 cañones de 12 libras, que eran de respetable calibre para ser un mercante y que podían haber hundido al Espadarte si hubieran tenido la ocasión.

Además, portaba dos esmeriles de bronce y un buen repuesto de municiones. Su carga, que era lo que de verdad les iba a reportar buen botín, consistía en 185.970 libras de algodón en rama, 100 quintales de palo de Brasil y 19 pipas de vino.

Sacaron sin problemas al bergantín del convoy, que seguían su rumbo sin sospechar nada, y se dirigieron a Lisboa. Suponemos que al oficial al mando de la escolta del convoy no le haría mucha gracia, a la mañana siguiente, saber que les faltaba uno de sus mercantes. 

En la inmediación del puerto portugués cruzaba una fragata de guerra británica, que hubiera apresado a los españoles y su presa sino hubiera sido porque el capitán Olveyra era un lobo de mar y junto a su piloto don Diego Entralgo dio acertadas maniobras para escurrirse de ellos.

Una acción limpia y rápida. Y es que no había mejor aliciente para la intrepidez que la perspectiva de hacerse con un botín. Los británicos se habían dado cuenta de eso hacía mucho tiempo y es por ello que se mostraban siempre tan audaces algunas veces.

Este mismo corsario protagonizaría más acciones parecidas. Pueden leerlo en esta entrada sobre la insistencia del corsario Espadarte.

  • Fuente: Gaceta de Madrid.

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