Mitos de los piratas: no sólo hubo piratas del Caribe

Por Joan Comas

Mosaico de Mougga, Dionisos perseguido por los piratas

Uno de los temas más fascinantes de la era navegación a vela, fueron los piratas. Pero a causa de formar un elemento del imaginario colectivo, algunos de sus elementos han sido alterados; pero quizás el mayor y más famoso es “el tesoro”.

Sin menospreciar el fantástico relato obra de Robert Louis Stevenson, los piratas en general no enterraban tesoros, salvo que la situación temporalmente lo exigiese. De hecho se preocupaban más en gastar su botín de sus capturas, porque en caso de ser apresados no podrían ser inculpados de ningún crimen al no llevar mercancía robada.

Pese a que los ya legendarios piratas del caribe han eclipsado a sus predecesores y sucesores, esta “profesión” es tan antigua como la navegación y comercio marítimo. He aquí un relato digno de una leyenda antigua que lo atestigua:

Por el año 75 antes de Cristo un navío cruzaba el Mediterráneo, en su interior viajaba un joven aristócrata romano, que según las costumbres del momento, se dirigía a Grecia para estudiar filosofía, pero sobretodo retórica, esencial en su futura carrera política o cursus honorum.

Pero el buque jamás llego a su destino, porque cerca de la isla de Pharmakonisi fue apresado por los piratas. Al tomar al joven noble como rehén exigieron un rescate de 20 talentos de oro, una medida de peso que equivaldría a 26 kg de oro; pero el romano con una actitud arrogante, dijo que estaba muy ofendido porque sus captores pedían demasiado poco, que alguien como él valía por lo menos 50 talentos de oro; los piratas le tomaron la palabra.

Mientas su familia preparaba el desorbitado rescate, el joven paso unos 38 días en compañía de sus captores quien los entretenía con sus discursos y ejercicios de retórica. Los piratas le escuchaban atentamente y les chocaba como aquel arrogante joven les ignoraba y trataba como a barbaros cuando no le aplaudían al terminar sus discursos. Pese a todo trataron con respeto y amabilidad a su preciado rehén, quien los divertía cuando entre carcajadas les decía que cuando fuese liberado les perseguiría y les mataría a todos para recuperar el rescate.

Cuando fue liberado, el joven se dirigió a Mileto, donde contrato a un grupo de mercenarios y persiguió a sus antiguos captores. Consiguió atraparlos a todos y cumpliendo sus amenazas los llevó ante el magistrado de la zona para juzgarles; pero al ver que el magistrado estaba siendo tentado por apropiarse del botín, decidió castigar a los piratas él mismo. Según la ley, quien desafiaba el poder de Roma tenía que ser crucificado, aunque como gesto magnánimo por su amabilidad primero los degolló para que no sufriesen una muerte agónica en la cruz.

¡Ah, se me olvidaba! Por cierto, aquel joven y arrogante romano se llamaba Gaius Iulius Caesar, si era Julio César, el futuro conquistador de la Galia y dictador, quien terminaría recibiendo su propia medicina a manos de su hijo adoptivo.

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