Por Rafael Vidal Delgado
Este especial se compone de los siguientes artículos:
Fuerzas en presencia | La batalla desde el punto de vista naval | La batalla desde el punto de vista terrestre | Consideraciones | Según el Gibraltar Chronicle | Según los ingleses | Según la Gaceta de Madrid | Juicios del combate de Algeciras
No será fácil contemplar la batalla naval desde el punto de vista terrestre, fundamentalmente porque ninguno de los protagonistas artilleros dejaron constancia de lo que verdaderamente hicieron.
Se dispone de diversas fuentes navales, españolas, francesas e inglesas, que han podido ser contrastadas y con las que se ha elaborado el capítulo anterior, pero como ya se ha comentado, nadie ha querido hacer protagonista a las baterías de costa, los primeros porque la victoria no les atañía, doblegados por el desastre del Estrecho una semana más tarde; los segundos porque no querían empañar la gloria de las armas francesas y los terceros porque les resultaba insultante poder ser vencidos ante la Artillería de Costa, aunque de hecho las tres batallas que perdió Inglaterra en la época de Nelson, lo fueron al enfrentarse a los artilleros españoles, y de esta forma, Santa Cruz de Tenerife, Cádiz y Algeciras, son tintes de honor de nuestra Arma.
Mandaba la Comandancia de Artillería de Algeciras, el coronel don Juan de Riosoto, y lo escribimos así, por constar de esta forma en la Academia de Artillería, aunque en el Gibraltar Chronicle desuniera el apellido, Río Soto, y don Jorge Vigón, no le pusiera el «de» (102).
Don Juan terminó la carrera en 1769, siendo promovido a subteniente de Artillería. En el último curso tuvo el honor de tener de profesor a uno de los artilleros más insignes de todos los tiempo, don Tomás de Morla, que le dio clase durante el curso 68-69 desde las 09:30 horas a las 11:00, siendo sus compañeros de clase: don Ignacio Barrios, don Joseph Allende, don Nicolás Cifuentes, don Joseph Guillelmi, don Joaquín González, don Joaquín Rubín, don Cristóbal Contador, don lsidro Gómez, don Francisco Herrera, don Eustaquio de Arce, don Luis de Álava, don Francisco Gacitúa, don Joaquín Vivanco, don Francisco de Bos, don Andrés de Echevarría y don Juan Riosoto; en total diez y seis alumnos (103)
Poco más se conoce de don Juan de Riosoto. Después de salir subteniente fue destinado a la guarnición de Melilla, participando en el sitio a que fue sometida la ciudad en los años 1774 y 1775. Veinticinco años más tarde lo vemos mandando la Comandancia de Algeciras, con el empleo de coronel, uno de los diecisiete con que contaba el Cuerpo (104) distinguiéndose en la batalla naval, por sus acertadas disposiciones, así como por haber conseguido superar la situación anómala en que se encontraba las baterías, unos años antes, de hecho y según consta en los informes generales del Cuerpo, exponiendo textualmente lo que indica Jorge Vigón:
Uno de los más graves defectos del nuevo código era el desorden que dejaba subsistir en punto a la defensa de costas; la situación, por lo que tocaba a Andalucía, era en extremo deplorable, hasta tal punto que en el Campo de Gibraltar algunos almacenes y polvorines se hallaban en casas particulares de Algeciras y San Roque, ocasionándose, por sus malas condiciones, el deterioro de los efectos y municiones; escaseaba el personal, carecía la tropa de instrucción; resultaba imposible ejercer la debida vigilancia sobre los destacamentos, dado lo numeroso que estos eran y la falta de oficiales de que se adolecía; había perdido esta tropa suelta todo hábito militar y de disciplina, pues los artilleros se encontraban en lugares aislados sin relevo, sin vigilancia, complementando tan desdichado cuadro el que en muchos fuertes solo hubiera algunos cañones desmontados o en cureñas viejas, incapaces de hacer fuego (105).
El coronel Riosoto, se dedicó con ahínco a superar dichas deficiencias, de tal forma, que cuando se produce la batalla, todas las baterías se encuentran perfectamente artilladas, los cañones funcionando, con sus correspondientes dotaciones de pólvoras y municiones.
La fortificación, aunque no era competencia de la Comandancia de Artillería, sino de la de Ingenieros, se arregló en lo que se pudo, de tal manera que podría decirse que volvía a ser Algeciras, una plaza fuerte.
Los ingleses que tenían espías en todos los sitios, no pudieron imaginarse que el artillado, que hacía pocos años estaba completamente inoperativo, volviera a ser una eficaz arma de combate, siendo el efecto sorpresa una de las claves de la victoria.
Volviendo a la biografía del coronel Riosoto, podemos decir, que tras la batalla se pierde su pista, no sobresaliendo en ninguna de las acciones (o al menos no tenemos constancia de ello), que se produjeron con posterioridad, como por ejemplo, la batalla de Trafalgar, en donde se embarcaron muchos artilleros para atender la artillería naval; la guerra contra Portugal; la campaña del Norte, en Dinamarca o la Guerra de la Independencia, porque por la edad no hubiera podido participar en más acciones.
Entre las disposiciones que ha de tomar don Juan de Riosoto es la de convertir los antiguos fuertes, fortines y baterías en auténticas obras de fortificación dotadas de la artillería necesaria para la defensa de la Bahía de Algeciras, y aunque en el Parque de Artillería existían muchas piezas, no todas se encontraban en las mejores condiciones para ser artilladas, ni eran de los calibres que prescribían las Reales Ordenanzas (106), concretamente el calibre de 18 libras no era reglamentario.
El estudio para cada uno de los puntos fuertes fue exhaustivo, pretendiéndose abarcar con los fuegos el máximo de las posibilidades del enemigo, de esta forma si una posición artillera podía ser objeto de desembarco, se le dotó de los correspondientes morteros, al mismo tiempo que la gama de calibres y de tipo de bocas de fuego, se hizo para cada uno de ellos, de acuerdo con sus necesidades, es decir cañones de 24 libras para las grandes distancias (entre 1000 y 3000 metros), de 18 libras para más próximos y los obuses para las zonas no batidas por la trayectoria tensa de los cañones.
En pocos años, gracias a la labor de fortificación del marqués de Roben, nieto del insigne ingeniero militar y fundador del Cuerpo, don Próspero Verboom, y de los artilleros, como el coronel Riosoto, el Campo de Gibraltar se convirtió en una eficaz máquina guerrera, tan perfecta que no sólo derrotó a los ingleses en Algeciras, sino posteriormente en Estepona y de nuevo en Algeciras en 1805, y por último, al mando del teniente general, don Javier Castaños, se enfrentó a las huestes napoleónicas, en los campos de Bailén, derrotándolas de la forma más estrepitosa en la batalla de su mismo nombre, convirtiéndose en punto de inflexión de la efímera por el tiempo, aunque perdurable por sus resultados, gloria del emperador de los franceses, Napoleón I.
Uno de los colaboradores inmediatos del coronel Riosoto fue el capitán don Manuel Velasco y Coello (107), seguramente capitán segundo, dado que solamente llevaba ocho años de servicios en clase de oficial.
A Velasco le fue encomendado el mando del Fuerte de Santiago, dedicándose con verdadero empeño en mejorar la fortaleza de sus muros, en adecuar el artillado a las necesidades de la defensa y a efectuar el acopio de pólvoras y municiones, de tal forma que en pocos meses las baterías que integraban el Fuerte se encontraban en disposición de constituir, junto con las baterías de isla Verde y las del resto de la Comandancia, una barrera de fuego que protegiera el fondeadero y puerto de Algeciras.
Riosoto tenía en gran consideración al capitán Velasco, hombre más dado a la acción que a los estudios científicos, tan normales a los artilleros de la época. En la biografía del capitán Velasco se puede observar sus principales rasgos de carácter, rayano algunas veces en un valor suicida, cuando en el sitio de Zaragoza corregía el tiro de sus cañones puesto en píe en las murallas, mientras una lluvia de balas silbaba a su alrededor.
Se mantuvo fiel al compromiso de los artilleros de no aceptar ascensos por méritos de guerra dentro de su escala, por lo que fue ascendido a brigadier de Infantería y posteriormente a mariscal de campo de dicha arma.
Tras la llegada el día 4 de julio, a las 4 de la tarde, al puerto de Algeciras, el almirante Linois se entrevista con el Comandante de Armas de la ciudad, mariscal de campo, don Adrián Jácome. Asiste a la reunión el Comandante de la Artillería, coronel Riosoto.
Linois expone su plan, consistente en esperar al enemigo en la Bahía, al mismo tiempo que se avisaría por tierra al almirante Moreno, para que con el resto de la escuadra tomar de revés a los ingleses y destruirlos. Se le informa de las disponibilidades de las baterías y de las disposiciones tomadas en los años anteriores para que se encuentren en perfecto estado de operatividad, aunque con una cierta falta de personal. Jácome ofrece para proteger los flancos de la línea francesa con catorce cañoneras españolas, siete militares al mando del capitán de navío, Lodares, de las pertenecientes a la serie del almirante Barceló, y otras siete de las dedicadas al corso, al mismo tiempo que remite al Comandante General, conde de Saint-Hilaire, un informe de la situación.
Las disposiciones que se toman son las de formar en línea de batalla, a trescientos metros de la costa a los navíos galos, a retaguardia la fragata Muiron, en los bordes las cañoneras, y prestos a actuar por el fuego las baterías de costa.
A las autoridades civiles (108) que asisten a la reunión, se les recomienda que nada más avistarse la flota británica, toda la población deberá abandonar la ciudad y refugiarse en la parte alta, en San Isidro, donde se encontraría resguardada de los fuegos del enemigo.
Pero Linois no se fía de la pericia de los artilleros españoles y exige que las piezas sean dirigidas por oficiales del cuerpo de desembarco, que manda el general Devaux, a lo que don Adrián Jácome se niega, asumiendo exclusivamente que los soldados franceses guarnezcan los fuertes, para proteger a la artillería de posibles desembarcos ingleses.
A regañadientes así se decide. Las dotaciones de las baterías de la Isla, Santiago, Almirante y Palmones se reforzarían con soldados de los Regimientos Provinciales de Ronda y Xérez, y con los del batallón de infantería de Jaén, que ha sido enviado a marchas forzadas por el Comandante General.
Por su parte las tropas republicanas desembarcarían en la Isla y Fuerte de Santiago, por considerar que son las posiciones más críticas, que más daño pueden causar al enemigo y por tanto que con mayor empeño querrán neutralizar y destruir.
El Fuerte de Santiago es reforzado también con soldados de caballería, del Regimiento de Dragones del Rey, uno de cuyos escuadrones se encontraba de guarnición en la ciudad (109), al mando del capitán, don Francisco Cabrera, que fue un eficaz auxiliar de Velasco.
El día 5, por la tarde, el Comandante Militar de Tarifa, envía un mensaje a don Adrián Jácome, informándole que la flota británica ha sido avistada a la altura de la isla de las Palomas, el punto más meridional del continente europeo.
Se manda aviso a todas las baterías, desde la del Tolmo al Fuerte de San Felipe, en la línea de contravalación, de que el enemigo se acerca, ordenándoles el aviso inmediato, mediante señales visuales de su posición (110).
Al despuntar el sol, el Fuerte del Tolmo, armado con dos cañones de 24 libras y tres de dieciocho, avistan las orgullosas velas inglesas, pero no hacen fuego sobre ellas.
A continuación pasan frente al Fuerte de San Diego, situado en la llamada Punta del Fraile, artillada de la misma manera que el anterior, y posteriormente por Punta Carnero, artillado con cuatro cañones de 24 y uno de 18.
Al llegar al frente de la batería de San García, artillada con cinco cañones de 24, uno de a 18 y dos morteros, se ordena abrir fuego sobre las velas británicas, eran las ocho de la mañana del 6 de julio de 1801, comenzaba una gloriosa jornada para la Artillería de Costa.
La artillería naval no responde al fuego y sigue avanzando en dirección a la flota francesa, que mantiene sus barcos fondeados cerca de la costa.
Desde las alturas de las baterías se observa a los buques enemigos, con toda su cubierta llena de hombres armados, por las troneras de los cañones se divisan las llamas de los artificieros, prestos a lanzar su masa de fuego sobre el objetivo que le fijen sus jefes.
La lucha se presenta desigual, ya que una andanada de cualquiera de los navíos británicos era capaz de enviar simultáneamente 24 cañonazos sobre una de las baterías y destruirla. Los artilleros españoles están expectantes y los oficiales hacen sus cálculos para suplir con la precisión la falta de masa de sus fuegos.
A las ocho y media de la mañana la batalla se ha generalizado y los doce cañones de a 24, de isla Verde y Santiago, vomitan la muerte desde sus bocas de fuego. Cada disparo que da en el blanco hace saltar montañas de astillas de las cubiertas.
Los ayes de dolor de los marineros y soldados heridos, se mezclan con el ruido de los cañones, y las aguas de la Bahía se van tiñendo de rojo.
Saumarez ordena fondear y desde la quietud, disponer de más fáciles objetivos en los navíos franceses, aún no le da importancia al daño que le pueden causar las baterías españolas, pronto se da cuenta de su error, y el «Pompee» se convierte en un amasijo de maderas, casi sin posibilidad de defensa, impedido que se estrelle contra la costa por la sujeción de barcazas que lo alejan del peligro.
Sobre las diez de la mañana se levanta una ligera brisa del sur, que aprovecha el almirante inglés para ordenar levantar amarras e intentar tomar entre dos fuegos a los buques franceses.
Linois se da cuenta del peligro y ordena cortar amarras y el mismo viento del sur hace tocar fondos a sus barcos, en ese momento se encuentran, la inmovilidad de la flota francesa, frente a la movilidad inglesa, parece que la batalla está prácticamente decidida a favor de los segundos. Pero al intentar desbordar por el norte al «Formidable«, el «Hannibal» encalla en la roca, que a partir de entonces se llama del «navío», y que como se ha dicho anteriormente, ha perdurado dando nombre a uno de los muelles del superpuerto de Algeciras.
Pero encallado, el «Hannibal» no está vencido, dispone de sus 74 cañones, y mediante mensajes con señales, su almirante le comunica que ordenará que los botes preparados al efecto procedan a desencallarle. Las cañoneras, militares y corsas, se acercan a tiro de cañón, pero la ventolina ligera del noroeste que se ha levantado, agita las aguas de la Bahía, y el fuego de las frágiles embarcaciones no es lo efectivo que con el mar en calma.
Los cañones del inglés hacen estragos en las cañoneras, resultando hundidas muchas de ellas. El «Formidable» es el buque francés más cercano, pero se encuentra también encallado, siendo sus disparos inoperantes y las dos artillerías navales se encuentran a límites de alcance.
Solamente queda la batería de Fuerte de Santiago, cuyos tiros certeros van demoliendo, aunque a costa de grandes sacrificios y pérdidas humanas, la estructura del poderoso navío británico. Más de una hora duró el incesante cañoneo, un duelo en el que se enfrentaban la masa de fuego del «Hannibal«, que la mayoría de la veces rebotaban sus salvas en el farallón de tierra y rocas, en cuyo alto estaba el fuerte, contra el tiro preciso, cañón a cañón de la artillería española.
Al final el capitán Ferris, ordena arriar la bandera de combate, ha perdido la mitad de su tripulación y se siente incapaz de continuar en la batalla. Justo en ese momento llegan las barcas, cargadas de bravos marineros ingleses, prestos a remolcar el navío, pero se le advierte que se han rendido.
La batería inicia sus fuegos contra los botes y mediante señales les conmina también a la rendición, a lo que para evitar más derramamientos de sangre, Ferris accede, incluyendo a estos hombres en su deposición de las armas.
Por su parte, la batería de isla Verde, que al principio de la batalla se encontraba detrás de la línea francesa, al acercarse ésta a la costa, ahora se encuentra a vanguardia, impidiendo con sus tiros que se aproximen los británicos para hacer más mortíferos sus fuegos.
Saumarez decide una acción desesperada, el desembarco de un cuerpo de marinos en la isla, para apoderarse de ella mediante un golpe de mano.
Lo intenta dos veces, la primera no puede llevarlo a efecto porque los botes de desembarco se encontraban remolcando al «Pompée«; al medio día lo intenta de nuevo, los botes cargados de intrépidos soldados se aproximan a la costa.
Los artilleros de isla Verde preparan sus cuatro morteros de 12 pulgadas, y las compañías republicanas del general Devaux, despliegan entre las rocas. Los ingleses logran acercarse a tiro de fusil, pero los cañones de a 18 y los morteros siembran la muerte a su alrededor, varias de las embarcaciones son hundidas y lo marinos nadan, unos hacia la costa y otros hacia los barcos; mientras tanto los cañones de a 24 siguen manteniendo a raya al «Caesar» y al «Audacious«.
Saumarez ordena la retirada de los botes que quedaban. La batalla comienza a ser perdida por los orgullosos británicos.
Las baterías de isla Verde y Santiago continúan con sus fuegos, forman como una muralla delante de la ciudad, prolongándose con los de San García, Almiranta y Palmones.
Nada queda por hacer, el almirante Saumarez no tiene más remedio que admitir su derrota, no ante el poder naval francés, sino ante el sorpresivo poder de la artillería de costa española.
Pasada la una de la tarde, ordena regresar al Peñón. Vítores y gritos de alegría recorren la costa. Los artilleros y soldados españoles y franceses, sudorosos, ennegrecidos por la pólvora y extenuados, lanzan sus gorras al aire en son de triunfo, la batalla ha terminado.
Para reiterar el protagonismo de la artillería de costa, traemos el texto, ya expuesto en la introducción, de Robert Semple:
Más a pesar de su pobre aspecto, Algeciras es hoy famosa por dos motivos. En 1801 una escuadra inglesa, que bajo el mando de Sir James Saumarez atacó a otra de barcos franceses y españoles anclada al amparo de las baterías costeras, fue rechazado, y uno de sus barcos — el Hannibal — encalló, mientras cruzaba fuego con el de las baterías, perdiendo la mitad de su tripulación. Por este solo hecho el nombre de esta ciudad saltó a la fama. Pero si un inglés, curioso, pregunta por la batería que pudo con el Hannibal, se sorprendería al ver una especie de fortín, rodeado de un muro bajísimo, con seis u ocho cañones pesados de bronce. Hay algunos cañones más, situados, situados a lo largo de la playa, por la parte alta, y finalmente como a medio tiro de fusil de la misma playa, una islita rocosa en la que se ha construido un fuerte de cierta importancia. Y es todo en cuanto a defensa de los ataques que pueden venirle de la mar.
Las bajas españolas fueron relativamente pocas, muestra de la efectividad de nuestras fortificaciones y del mayor alcance de la artillería de costa sobre la naval, que mantuvieron alejados a los buques ingleses.
En la batería de Fuerte de Santiago murió un soldado, y el Guarda-Almacén, don Antonio Sánchez, fue herido en un brazo por una bala de metralla.
La sangre derramadas por don Antonio Sánchez es muestra del heroísmo que siempre han dado muestra el personal civil de los Parques de Artillería, actual Unidad de Servicios, Talleres y Municionamiento (UST y M) de nuestro Regimiento de Artillería número 5.
En isla Verde murieron 14 hombres, 11 de las tropas republicanas y tres de las Milicias Provinciales de Ronda, todos ellos en el rechazo del desembarco (111).
La escasa sangre española derramada no debe empañar la gloria que obtuvo la artillería de costa. La ciudad de Algeciras sufrió a causa del intenso bombardeo, totalmente indiscriminado, dada la dificultad de batir a las baterías españolas. No obstante parece que no hubo bajas, ya que el libro de defunciones de la parroquia no registra ninguna, solamente muchos edificios destruidos o dañados, no cayendo ninguna granada en la iglesia de La Palma, el edificio más alto de la localidad.
Terminada la batalla se procedió a desembarcar los prisioneros, junto con los heridos y muertos, como relata el Gibraltar Chronicle, «El Magistrado ocurrió con oportunidad y eficacia a la conducción de heridos y muertos; procuró obviar el desorden que se origina en tales casos, y su prudencia estuvo en todo».
Las fuentes históricas no señalan el lugar donde fueron enterrados la gran cantidad de muertos ingleses, franceses y los españoles, es probable que los primeros fueron entregados en Gibraltar, que los segundo fueran llevados por los buques franceses y sepultados en el mar, y de los españoles no hay constancia de ellos en los cementerios de la zona.
Se conserva un relato de excepción, el de lady Sarah Fyers, hija del ingeniero jefe de la Roca (112), la cual cuenta la escena tal como vivió, desde la muralla del mar de Gibraltar. Sarah cuenta que el cañoneo era tan intenso que la ciudad de Algeciras parecía que ardía y que toda la población huía hacía las alturas que se encontraban detrás de la ciudad.
Las noticias que llegan al Peñón son que los heridos ingleses del «Hannibal» se encontraban en una situación deplorable y sin asistencia sanitaria, por el gobernador se solicita el intercambio de heridos, a lo que se opone Linois, indicando que no tenía órdenes para ello, pero asegura la atención de los heridos adversarios, los cuales son trasladados a un hospital de sangre, ubicado en Jimena.
No obstante se conoce que 14 heridos ingleses murieron a los pocos días del combate.
Notas
- (102)- Vigón, Jorge. «Historia de la Artillería Española». Tomo III. Madrid 1947. Pág. 538.
- (103)- Herrero Fernández-Quesada, Maria Dolores. «Ciencia y Milicia en el siglo XVIII. Tomás de Moda, artillero ilustrado». Segovia 1992. Pág. 50
- (104)- La plantilla de la Artillería en 1802, era de:
– Inspector o Director General: 1
– Mariscal de Campo o Subinspectores: 5
– Brigadieres Jefes de Escuela: 5
– Coroneles: 17
– Tenientes Coroneles: 26
– Sargentos Mayores: 5
– Jefes de Brigada: 15
– Capitanes Primero: 68
– Capitanes Segundo: 70
– Tenientes: 71
– Subtenientes: 133
– Tropa: 5.965 - (105)- Vigón. Ob. cit. Pág. 22
- (106)- Según la Ordenanza de 1718 de Felipe V: «Prescribiendo las proporciones y reglas con que se han de hacer las fundiciones y pruebas de bronce», los calibres de la Artillería quedaban circunscritos a 4, 8, 12, 16 y 24 libras
- (107)- Velasco y Coello, Manuel de: Nació en Villa del Prado en 1776 y murió en Cádiz en 1824. A los 13 años ingresó en el colegio de Artillería de Segovia, del que salió a los 17 años con el empleo de subteniente (14 de enero de 1793). Tuvo una vida accidentada, desdichada y heroica. Fue Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando. Distinguido en los campos de batalla de Irún y Algeciras (mandando la batería de Santiago, artífice de la victoria), heroico en Valencia, afortunado en el desastre de Tudela, cubierto de gloria en el segundo sitio de Zaragoza, de tal modo que siendo comandante, Palafox le promovió al empleo de brigadier (1808), empleo que le fue confirmado en 1814. Palafox, en el parte oficial, del 19 de febrero de 1809, dice: «Llevó su bizarría serenidad e inmutable presencia de ánimo hasta el peligroso extremo de ponerse de pie varias veces a cuerpo descubierto sobre el parapeto, con el fin de observar los movimientos y direcciones del enemigo, y correr de una a otra Batería para contenerle y rechazarle». Prudente y diestro en Tortosa; laureado en La Bisbal, Cerdeña y Cardona y prisionero en Murviedro. Ascendió en 1815 a mariscal de campo, siendo leal a Femando VII. A partir de dicha fecha sus actuaciones fueron desafortunadas, ya que amigo de Riego y los suyos, intentó nadar entre dos aguas. Fue utilizado por Riego y mezclado en su política. Opuesto a la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, se unió posteriormente a Angulema. A partir de 1815 fue gobernador militar de Madrid y comandante general de Extremadura. Durante el trienio constitucional fue capitán general de Andalucía. Al entronizarse el régimen absolutista y llevarse a cabo una depuración de responsabilidades, desapareció de la vida pública, refugiándose en Cádiz en una buhardilla de un amigo suyo, donde murió en la mayor miseria a los 48 años de edad, siendo enterrado con nombre supuesto para que la policía no molestara a la persona que lo había ocultado en su casa.
- (108)- El Gibraltar Chronicle del 31 de julio habla del «Magistrado» como autoridad civil, sin conocerse su equivalencia en el consistorio algecireño.
- (109)- Este escuadrón tenía su cuartel en el edificio actual del Gobierno Militar del Campo de Gibraltar, incluso la plazoleta que hay delante del edificio, los viejos del lugar le siguen llamando «plaza de los caballos». En el edificio se conservan las bóvedas de las cuadras.
- (110)- Las señales se remitían a través de las torres costeras, de las que muchas existen hoy en día, algunas reconstruidas.
- (111)- Gibraltar Chronicle de 31 de julio.
- (112)- Ellicot, Dorothy. «Our Gibraltar. A short history of the Rack». Págs. 53 y siguientes.