Marineros asesinos. Una historia (real) de terror en el mar

marineros asesinos
Jack in the bilboes: pintado por G. Morland; grabado de W. Ward.

Esta entrada que les traigo hoy parecería el guión de una película de terror, si no fuera porque sucedió en realidad. Tiene los ingredientes típicos para pasar un mal rato leyéndolo: un lugar donde no hay escapatoria posible (un barco), un escenario donde nadie puede ayudarte (el mar) y unos marineros asesinos dispuestos a matar a todo lo que se les ponga por delante.

En Todo a babor ya hemos visto en otras entradas lo cruel que puede llegar a ser un ser humano. O lo que el alcohol puede hacer con la marinería. Así que no se extrañarán al leer esta sobrecogedora historia de asesinos en alta mar.

La tripulación, el buque y su carga

Estamos en noviembre de 1766, el día 30 para ser exactos. El buque mercante inglés Earl of Sandwich regresa de las Islas Canarias a Londres con carga de vino, seda y cochinilla. Una carga normal como la de tantos cientos de mercantes que recorren el Océano Atlántico. Pero en este buque hay algo más que hará despertar la codicia de algunos marineros.

Piensen que, en la mar, ha habido siempre gente que se ha enrolado en un buque con un pasado más que dudoso. Gente que trata de dejar atrás algún turbio problema o escapar de las garras de la Justicia. Otras veces el embarque de muchos ha sido la búsqueda de botín y dinero rápido, yendo de puerto en puerto tratando de que la diosa Fortuna ponga sus brazos en ellos.

A lo que voy es que, a bordo de un buque mercante, como también pasaba en los de guerra, había de todo. Desde honrados padres de familia a la peor canalla sacada de presidio o del peor barrio londinense, gaditano o marsellés. En este caso se trataba de cuatro irlandeses, pero podían haber sido de cualquier otro lado.

marineros del siglo XVIII
Marineros de la Pallas. Por Gabriel Bray.

El Earl of Sandwich estaba mandado por el capitán Cockeran y tenía una tripulación de siete hombres. En los mercantes era normal ir con una tripulación tan ajustada. A menos hombres, más barato le salía al armador, pero el trabajo de los mismos se multiplicaba.

Como manera de aumentar los ingresos, algunos capitanes aceptaban pasajeros a bordo. Y en este viaje se embarcó un oficial británico, llamado Glass (sic), con su mujer, una hija y un criado.

Y el detonante de la locura que vino a continuación fue la carga adicional que transportaban: una gran cantidad de pesos, oro molido y algunos lingotes del mismo metal. ¿Qué hacía este pequeño tesoro a bordo y a dónde iba? No lo sabemos. Contrabando, pago de alguna clase o vaya usted a saber. El caso es que los marineros sabían lo que se transportaba.

Los marineros asesinos comienzan la matanza

Son las 11 de la noche. El capitán Cockeran se dispone a entrar en su cámara tras ser relevado y poder así descansar un par de horas. Es en ese momento cuando los cuatro irlandeses le echan encima un grueso barrón de hierro. Suponemos que se referirá a que le atizan con algún tipo de palanca.

Al instante, producto de los alaridos y gemidos del pobre capitán, dos marineros y el señor Glass, vuelan hacia allí para investigar lo ocurrido. Los primeros en llegar son los dos marineros, que son golpeados por la cuadrilla irlandesa y tirados al mar.

El oficial Glass, que ve lo ocurrido, regresa a su camarote a por su espada. Pero uno de los marineros asesinos, que se ha percatado, lo sigue y le espera escondido. No tarda en regresar el oficial inglés con la espada en la mano. El marinero escondido salta sobre él y le impide el uso de su arma. Otro marinero corre al auxilio de su compañero y se hace con la espada, atravesando al desdichado oficial múltiples veces, tras lo cual arrojan el cuerpo al agua.

La esposa e hija de Glass, que han salido detrás de su marido cuando este recogió su espada, han visto la mayor parte de lo ocurrido. Se arrojan entonces al suelo, implorando clemencia a los asesinos, que, lejos de apiadarse de las lágrimas y ruegos de estas, toman a ambas y, abrazadas la una a la otra, son arrojadas al mar.

No contentos con todo lo hecho, acaban con la vida de los demás marineros que no habían participado en la masacre, excepto a un paje de escoba y al criado del oficial Glass, que aún eran muy jóvenes.

Huída a Irlanda

Dueños del buque, los marineros ponen rumbo a Irlanda y a diez leguas de Waterford echan a pique el barco, después de sacar todo el oro y plata que pudieron llevar en el bote.

La piedad que habían mostrado con los dos jóvenes se esfuma al momento, cuando se dan cuenta de que es mejor no dejar testigos y hacer más sitio al oro en el bote, dejándolos abandonados en el buque que se hundía.

El paje de escoba implora que le dejen subir al bote, pero no le hacen caso. Viendo que todo estaba perdido, se echa al agua e intenta subir al bote de los asesinos. Se agarra a la borda, pero uno de los marineros le propina tal golpe en el pecho que el chico se va para el fondo.

marineros en bote
Marineros en bote. Acuarela del siglo XVIII

Al llegar a la orilla, deciden enterrar parte del botín (como auténticos piratas de libro) y después se encaminan a Ross, y de allí a Dublín, donde gastan mucho dinero en juergas.

Pronto se sabe que en la costa ha naufragado un bajel, sin que se encuentre a bordo a nadie. Esta noticia, junto con el dinero, especialmente de moneda extranjera que habían movido los cuatro marineros asesinos, da lugar a que se sospeche de ellos. Al final, esto, junto con otros indicios, hace que sean arrestados, confesando su delito.

Y aquí termina esta truculenta historia. No sabemos cómo acabarían estos marineros, pero dado los delitos que habían cometido con toda probabilidad no les esperaba otra cosa que ser condenados a morir en la horca.

  • Fuente: Gaceta de Madrid.

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