Por Juan García (Todo a Babor)
Entre la marinería británica del siglo XVIII no sólo había gente honrada. Al igual que pasaba en las de otros países, la Royal Navy se debía nutrir de cualquier hombre capaz de subirse a un barco, fuera diestro en las artes navales o no, o fuera un honesto padre de familia o un rufián de vida disipada.
¿Y qué pasa cuando juntas a unos cuantos de esta última clase? Pues pasa lo que tenía que pasar. Lean, y sorpréndanse de lo que es capaz una jauría de marineros enfadados o con ganas de saqueo.
Nos encontramos en 1774, concretamente el 30 de mayo; en Greenwich, por entonces una villa a dos leguas de Londres. Debía pasar a Porsmouth el navío de línea de Su Majestad Británica el Cumberland, que se acababa de botar en el astillero de Depford, que está al lado de Greenwich. De Porsmouth habían traído un cierto número de marineros para la tarea, pero los vientos contrarios obligaron a posponer la misión.
Fue entonces cuando los marineros, que son difíciles de contener entregados a la ociosidad (sic), decidieron hacer una excursión por las huertas cercanas con la intención de procurarse unos víveres para el viaje. Pero en vez de comprar amablemente a los granjeros, debieron pensar que estaban en guerra y optaron por saquear todo cuando pudieron, regresando al navío triunfantes y satisfechos.
Lógicamente los agraviados denunciaron los hechos a los jueces de Paz de Depford, quienes oportunamente mandaron arrestar a los cinco principales cabecillas del saqueo. Esto lo debieron hacer casi a escondidas, porque cuando el resto de los marineros a bordo se enteraron, en número de trescientos, salieron en tropel a sacar de la cárcel a sus compañeros. Eso sí es un gran sentido de grupo.
Cumplieron su objetivo con facilidad, derribando las puertas y liberando a sus camaradas. Pero ahí no acabó la cosa.
Aquella marabunta de marineros cabreados y soliviantados decidió que lo mejor era ahorcar a aquellos jueces de Paz. Así, sin más. Pero como a la hora de irse de juerga los marineros eran los primeros, unos doscientos más se les unieron por el camino y se dirigieron prestos a la vecina Greenwich, ya que no encontraron en Deptford a los pobres jueces de Paz que imaginamos, debían haber corrido más que en toda su vida.
Abrieron la cárcel de la localidad y se desperdigaron por las calles, prevenidos de sogas, hachas y espadas, dando espantosos gritos mientras los vecinos se fortificaban en sus casas y huían en tropel de la zona.
Informado el comandante de la Torre de Londres, mandó un fuerte contingente de infantería con la misión de aplastar la revuelta. Los marineros entonces se dispersaron, jurando regresar para quemar la ciudad.
Los vecinos de Greenwich montaron guardia toda la noche, aunque no hubo más incidentes, ya que los oficiales del navío, por fin, se hicieron con el orden de su gente, con prudencia y firmeza, restableciendo así el orden. Cuatro de los cinco marineros sacados de la cárcel fueron entregados a la justicia ordinaria, que les condenó a una buena ración de azotes y se dieron públicas gracias al comandante del Cumberland y a sus oficiales.
Así que esta es una buena muestra de lo que había embarcado en los buques de guerra de la época.
- Fuente: Gaceta de Madrid.