Por Juan García (Todo a Babor)
Accidentes en la mar ha habido miles, incontables pérdidas de buques y vidas humanas por las más variopintas razones. Esta que pasamos a relatar sería quizás una de las más tontas sino fuera porque murieron, en cuestión de minutos, más de mil personas.
Ayer mañana se puso sobre el costado al navío Royal George, de 100 cañones surto en Spithead, insignia del Contralmirante Kempenfeld. Esta operación se ejecuta pasando de un bordo a otro la artillería y cuanto peso puede contribuir a ladearlo, para que queden fuera del agua las obras vivas de todo un costado; cuyo fin de esta maniobra con dicho navío era registrar por donde hacía agua. El carpintero que dirigía el trabajo tuvo la imprudencia de dejar abiertas las portas de la batería baja, y una ráfaga de viento que sobrevino repentinamente impelió e introdujo las olas por dichas portas con tanta violencia y prontitud que en breves momentos se fue a pique el navío.
Hallábanse en él a la sazón más de 1.300 personas, entre las cuales muchas mujeres de marineros de la tripulación, y gran número de otras de mala vida. Las lanchas de la escuadra lograron libertar a más de 300 personas; pero el valeroso Kempenfeld ha sido víctima de la imprudencia del carpintero quien también pereció. El buque tenía a bordo víveres para más de 6 meses, y su pérdida se regula en 100.000 libras esterlinas. Era el más antiguo de los navíos de primer orden, y su construcción empezó en el año de 1751 no se concluyó hasta el de 55.
La corbeta Lark cargada de municiones que estaba a su costado se fue también a pique, por el remolino y la mucho agua que levantó el Royal George al tiempo de sumergirse, y muchas personas que se hallaban a su bordo perecieron igualmente. En poco estuvo que se librase Kempenfeld. Habíase agarrado a un gallinero sobre el cual estaban dos soldados de marina; pero habiéndole desprendido uno de ellos se asió el Almirante, y los dos desaparecieron al tiempo en que se acercaba una lancha para recogerlos. El otro soldado se tuvo firme y libertó su vida. Algunos refieren de otro modo la muerte de Kempenfeld, asegurando que estaba leyendo en su cámara cuando entró un negro esclavo suyo a avisarle que el navío se iba a pique; cayósele el libro de las manos y sin tener tiempo de proferir una palabra se hundió el buque. El negro se arrojó al mar por una ventana de la cámara y salió a nado.
Debemos creer que este accidente servirá para que los comandantes de navío y sus tripulaciones pongan todo su cuidado en semejantes ocurrencias, pues no habría sucedido tal catástrofe a no ser el descuido de no cerrar las portas de la primera batería.