El Botik San Nicolás, el abuelo de la marina rusa

Por Joan Comas

El abuelo de la marina rusa

Sic parvis magna, era el lema que figuraba en el escudo de armas del corsario Sir Francis Drake y cuyo significado sería: “todo lo grande empieza pequeño”. La verdad no se ha podido encontrar una mejor cita para empezar este relato, pues el Botik San Nicolás ejemplifica a la perfección este precepto.

Nos hemos de remontar hasta 1688, a las afueras de Moscú, en una de las casas de campo propiedad de los Romanov (la familia imperial) cuando un día cualquiera un joven príncipe de diecisiete años realizó un descubrimiento que cambiaría para siempre su vida y la de su pueblo.

El hallazgo del Botik San Nicolás

En los escombros de uno de los almacenes había una forma curiosa que captó su atención, era un bote. Era un Botik o embarcación de poco calado, de 23 pies de eslora por 6 pies y 7 pulgadas de manga; su aparejo consistía es un único mástil y armado con cuatro cañones en miniatura.

Intrigado preguntó a un marino holandés de su séquito acerca de la procedencia del barco. El marinero le respondió que había sido propiedad de su abuelo y había formado parte de una flotilla, pero a causa de las revueltas cosacas su mantenimiento fue enormemente descuidado y aquella embarcación era todo lo que había sobrevivido.

Otra teoría sostiene que fue un regalo de la reina Tudor Isabel I a Iván el terrible, lo cual no resulta del todo inverosímil dado a que el Zar había sido uno de los posibles candidatos matrimoniales de la reina virgen y ambos soberanos se cartearon durante mucho tiempo.

Iván fue a su vez el primer monarca ruso que ambicionó una salida al mar para crear un comercio próspero con una potente armada; no obstante fue derrotado por las tropas polacas y la órdenes militares germanas, por lo que sus proyectos quedaron olvidados por sus sucesores más preocupados por evitar la desintegración de su país en el periodo que se conocería como Época de la inestabilidad.

Tras la explicación, el príncipe preguntó acerca de qué ventajas poesía aquella embarcación respecto a cualquier buque ruso; el marinero respondió que la diferencia radicaba en que no solo podía navegar a favor del viento sino también en contra. Aquella frase cautivo al príncipe acerca de cómo era aquella tecnología que permitía dicha hazaña.

El abuelo de la flota rusa
Cuadro de Grigory Myasoyedov titulado “El abuelo de la flota rusa”. Representando cuando el holandés Franz Timmerman habla a pedro acerca del buque. Es recordado por enseñar al soberano no solo el arte de la navegación, sino también geometría, astronomía y como construir fortificaciones.

El nacimiento de la idea de la flota rusa

El príncipe, quien más adelante seria conocido como Pedro el Grande, ordenó restaurar el buque y en las aguas del lago Pleshceyevo aprendió a navegar. Inmediatamente quedó fascinado y mientas maniobraba el timón reflexionaba acerca de los relatos de los extranjeros que había conocido a las afueras de Moscú; empezando a imaginar cómo sería comandar un gran navío y ya que estaba, porque no una gran flota en una Rusia moderna, con grandes puertos comerciales done fluirían preciadas mercancías e ideas novedosas. En aquellos momentos se estaba fraguando el futuro del imperio.

Entre 1689 y 1692 Pedro ordenó construir más buques en lo que se conocería como la “flotilla de diversión” o “flotilla de entrenamiento” en la que se simulaba el mando de una escuadra. Una de estas pequeñas embarcaciones llamada Fortuna ha sobrevivido hasta nuestros días.

Sería en estas maderas donde el futuro Zar empezó con su revolución y pese a que quedaría empequeñecido por los navíos de línea que más adelante surcaron el Báltico, su historia no termina aquí. Fue trasladado al Kremlin hasta 1701, en concreto en la catedral de la Dormición, uno de los edificios más antiguos del recinto, erigido por Iban III para conmemorar la liberación rusa del yugo de los tártaros, cosa que permitió la creación del imperio. En mi opinión un emplazamiento cargado de simbolismo ya que Pedro quería echar a los suecos pera ganar una salida al mar.

En este lugar su obispo escribió que aquel bote: “no sirvió solo como un pasatiempo de infancia, sino también para la creación de una armada de guerra que ahora vemos con asombro” y aprovechando el tipo de madera en que había sido construido realizó la siguiente metáfora: “los grandes robles nacen de pequeñas bellotas”. En un sermón hecho para elogiar a la flota afirmó que aquel barco era la semilla del árbol que es la flota y dicha embarcación era digna de ser revestida en oro.

A partir de 1722 cuando Rusia firmo el tratado de Nystad, el cual no solo ponía fin a la larga y devastadora Gran Guerra del Norte, sino que también daba al imperio el control de la costa báltica. En motivo de la paz fue expuesto hasta su traslado en la catedral de San Alexander Nevsky en San Petersburgo, la flamante capital que el zar había ordenado erigir.

Pero quizás su momento más brillante no llegaría hasta el 30 de agosto de 1723, en conmemoración de la victoria fue trasladado en el rio Neva, donde se le uniría una flota de buques de guerra y yates desde el almirantazgo en una regata desde San Petersburgo hasta Kronstadt.

El Zar presidió la comitiva desde el San Nicolás, donde era bien reconocible por llevar la tajamar (bandera de proa) en la popa en vez del pabellón de guerra y en el tope de su único mástil su estandarte imperial: una bandera amarilla con la águila bicéfala coronada, con el escudo de los Romanov en el centro y los más importante, en los picos y sus garras sostenía cuatro mapas que representaban las salidas al mar que había conseguido bajo su reinado. Realmente fue uno de los momentos más triunfales del monarca.

Botik San Nicolás
Imagen del Botik San Nicolás. Museo naval de San Petersburgo.

¿Qué pasó con el botik?

Tras la ceremonia fue llevado a la fortaleza de San Pedro y Pablo donde se colocó encima de un pilar con la siguiente inscripción:

“A partir de la diversión de un niño, se convirtió en el triunfo de un hombre”.

Pedro volvería a navegar en su primer buque el 30 de agosto de 1724 en motivo del tercer aniversario de la victoria. Satisfecho, Pedro proclamó que cada 30 de agosto se continuaría realizando dicha regata.

Tras su muerte, la embarcación se convirtió en una importante reliquia de la monarquía rusa quien la empleó en muchas de sus ceremonias, por ejemplo en 1745 la emperatriz Isabel, con el uniforme de almirante, encabezó una regata en conmemoración de su heredero, el futuro Pedro III con una peculiar princesa alemana llamada Sofía, quien al cambiar su nombre seria recordada como Catalina II la Grande. En 1760, en el seno de su poder la zarina, gran admiradora de Pedro I, ordenó la creación de un pabellón en la fortaleza para preservar mejor el preciado barco.

En 1803 con Alejandro I abordo, el San Nicolás participó en  la celebración del centenario de la creación de San Petersburgo, quien se refirió al buque como “el abuelo de la marina rusa”. En 1872 fue trasladado a Moscú por orden de Alejandro II, pues la ocasión se lo merecía ya que la ciudad estaba sumergida por la Exposición Politécnica y además se celebraba el 200 aniversario del nacimiento de Pedro I. Al entrar en la ciudad fue recibido por 101 salvas de honor como si del mismo emperador se tratara.

Pero los tiempos de gloria de los Romanov estaban connotados. En 1917, justo cuando la dinastía celebraba por todo lo alto su 300 aniversario, el pueblo ruso desencantado con el régimen autocrático, la humillación de la guerra ruso-japonesa y los horrores de la primera guerra mundial, depuso al monarca; siendo substituido por un régimen republicano que a su vez se ganó la antipatía de los ciudadanos al no querer retirar a Rusia de la guerra y más tarde los bolcheviques tomaron el poder, culminando con el estallido de una devastadora guerra civil.

Con aquel convulso ambiente muchas pertenencias imperiales fueron robadas, desaparecidas o destruidas; siendo un milagro que nada le ocurriera al San Nicolás. En 1928 fue trasladado al palacio Peterhof, irónico pues el complejo había sido construido por Pedro I quien lo utilizó como residencia principal.

Hacia 1940 por decisión del consejo del pueblo de Leningrado, fue trasladado al museo naval central de la ciudad, aunque no estaría allí por mucho tiempo, pues solo un año más tarde los alemanes invadieron la URSS. Durante este terrible periodo la figura histórica de Pedro I recobró su importancia como un valioso elemento patriótico; si bien el Zar pudo (partiendo casi desde cero y con duros costes) derrotar al todopoderoso imperio Sueco, ¿por qué no podrían ahora sus sucesores vencer a los invasores germanos?

Con el inicio del sitio de Leningrado el San Nicolás fue evacuado en una barcaza y quedo resguardado en la ciudad de Ulianovsk hasta el fin de la contienda. En 1946 regresó a Leningrado por ferrocarril, siendo aclamado como un héroe de guerra: “el vencedor de los alemanes y el ancestro de lo que sería la Armada Soviética”. Más tarde en 1971 el gobierno soviético creo un sello conmemorativo.

En 1997, lejos de quedar inmóvil, el barco realizó su primer viaje fuera de su país hacia Nueva York donde fue expuesto y a su vez los investigadores identificaron el tipo de madera en que fue construido y lo restauraron.

En la actualidad sigue siendo una de las joyas del museo naval de San Petersburgo, más con la caída de la URSS y  las ambiciones de su presidente quien sueña con emular a Pedro I, por lo que continuará siendo uno de los símbolos más importantes de Rusia.

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