Por Santiago Gómez Cañas
Autor del libro: «Historiales de los navíos de línea españoles, 1700-1850»
Primer y último combate del galeón San Diego, que se enfrentó a un galeón holandés y naufragó cerca de Manila en diciembre de 1600. Con este combate se inició una serie de varios enfrentamientos con los holandeses durante todo el siglo XVII.
Índice
Antecedentes
Con la llegada y posesión española de las islas Filipinas en 1565, se tuvo que hacer frente a numerosos enemigos, como los piratas chinos, o los piratas malayos de los estados musulmanes del sur, sobre todo en Mindanao y en el archipiélago de Joló, mientras la política española en la zona estaba por definir, pues tenía que compaginar su política de expansión con las buenas relaciones con los estados vecinos.
En este contexto, ya de por sí complejo, por los numerosos enemigos locales, se sumarían las potencias europeas, como los corsarios ingleses, que se limitaron a actuar en la costa americana del Pacífico y el objetivo principal de capturar alguno de los galeones que hacían la ruta a Acapulco. El pirata inglés Thomas Cavendish capturó al galeón Santa Ana en 1587 cerca de Acapulco.
Los principales adversarios fueron los holandeses, con su poderosa Compañía de las Indias Orientales, la Verenidge Oost Indische Compagnie (VOC) fundada en 1602.
Con la unión de las dos Coronas de España y Portugal, en 1581, la primera se vio inmersa en nuevos conflictos para defender a los lusitanos de los ataques holandeses, sobre todo en el archipiélago de las Molucas.
La primera expedición holandesa a las indias Orientales salió de Ámsterdam el 2 de abril de 1595, con cuatro buques y 284 hombres al mando de Cornelius van Houtman.
Por el cabo de Buena Esperanza llegó a Sumatra y Java al año siguiente. Comerció en aquellas aguas e intentó llegar a las Molucas, pero no lo consiguió, regresando a Ámsterdam en agosto de 1697. No obtuvo demasiados resultados económicos, pero sí políticos, al darse cuenta los holandeses de que aquellas tierras de las especias estaban mal defendidas por sus enemigos portugueses y españoles.
Mucho más productiva fue la siguiente expedición de ocho buques y 560 hombres, que salió de Texel en mayo de 1598, al mando de Jacob van Neck, y regresó a Ámsterdam en julio de 1599 con un rico cargamento de especias, después de establecer sus primeras bases en la isla de Java y en las islas Molucas.
Se hizo evidente para los holandeses que en aquellas lejanas tierras de Oriente los asentamientos portugueses y españoles eran muy débiles en tropas y armamento suficiente.
Los holandeses, decididos a expulsarlos, pensaron que la mejor estrategia era disponer de superioridad naval y terrestre. Solo tenían que hacer llegar al lejano Oriente una importante expedición que les proporcionara la superioridad.
La escuadra holandesa de Van Noort
Con 200.000 florines reunidos por comerciantes de Rotterdam y Ámsterdam, además del capitán invertido por el propio Oliver van Noort, este fue nombrado comandante de una nueva expedición y armó dos galeones, el Mauritius, insignia de Noort, de 275 toneladas, y el Henrik-Frederick, de 350 toneladas, al mando de Jacques Claasz, y dos más pequeños, el Eendracht (Concordia) y el Hoop (Esperanza), ambos de 50 toneladas, mandados por Pedro de Lint y Juan Huidecooper.
El almirante Oliver van Noort salió de Rotterdam el 13 de septiembre de 1498 con sus cuatro buques. Hicieron escala en Plymouth para embarcar al piloto Melis, que había navegado con el inglés Thomas Cavendish en su campaña por el océano Pacífico.
Noort tenía instrucciones de Mauricio Nassau, gobernador de las Provincias Unidas, de abrir nuevas rutas comerciales en África, América y Asia, atacar a los buques portugueses y españoles y atraer a su causa a los indígenas.
Con una penosa navegación, llegaron al estrecho de Magallanes en el mes de noviembre de 1599, tardando otros cuatro meses en atravesar el estrecho por las tempestades y los ataques de las tribus indígenas.
Las enfermedades causaron muchas bajas y comenzaron las rivalidades internas, teniendo Van Noort que abandonar a Claasz el 14 de enero de 1600, su segundo al mando, en una pequeña isla con unas pocas provisiones.
No acabaron sus penalidades, pues uno de sus buques tuvo que ser abandonado por sus muchas averías y otro se perdió, el Henrik, se supone que en un naufragio, al desaparecer en la niebla en el mes de marzo y no se volvió a saber más de él.
Poco después descubren un buque costero, el Buen Jesús, de 60 toneladas, al mando del patrón Francisco de Ibarra. Desembarcan a la dotación en tierra, quedándose con el piloto Juan de Sanaval, dos negros y dos mulatos. Poco después atacó Valparaíso, donde capturó otro pequeño buque y quemó a otros dos.
Siguió rumbo norte con la esperanza de encontrar al Galeón de Manila. Antes tuvo que abandonar al buque Buen Jesús, que hacía mucha agua, lo mismo que al piloto español, lanzado al agua a finales de junio cuando ya no fueron necesarios sus servicios. Antes torturó al piloto y a un negro para descubrir si había joyas y dinero en el barquichuelo.
Las autoridades españolas, que conocían la presencia de la escuadra holandesa, estaban preparadas para la defensa, enviando a la espera del enemigo a la escuadra al mando de Juan de Velasco. Noort decide poner rumbo al Oeste antes de ser interceptado por los buques de guerra españoles.
Llegó a la isla Guam, de las islas de los Ladrones (en la actualidad islas Marianas) en septiembre de 1600. Haciéndose pasar por un marino francés, con autorización del rey para comerciar, consigue víveres y pilotos que le ayudaron a entrar en Filipinas por el estrecho de San Bernardino en octubre de 1600 y llegar hasta Manila.
Aunque los españoles no tardaron en darse cuenta del error, el mal ya estaba hecho. Antes de llegar a las inmediaciones de Manila, pasaron varios días cerca del puerto de Capul esperando la llegada del Galeón de Manila.
El plan de Noort ya no era ocupar Manila con solo dos galeones y una dotación reducida de 150 hombres, sería más productivo para sus intereses apostarse a la entrada a la bahía y capturar a todas las embarcaciones que intentaran entrar o salir de la bahía de Manila, sobre todo juncos chinos cargados de ricas mercancías como sedas, porcelanas y especias.
Preparativos para la defensa
En ese momento, la población de Manila era muy escasa y con pocas defensas. La mayoría de las tropas y buques de guerra se encontraban en una expedición contra los piratas de Mindanao.
Francisco Tello, gobernador de Filipinas desde 1596, convocó a los vecinos principales para informar y tomar decisiones conjuntas. Tuvo que improvisar las defensas ante la alarma y preocupación causada por la presencia de los buques enemigos.
De la defensa de Cavite se encargó Antonio de Morga, oidor de la Audiencia, hombre de letras y poco entendido de las cosas de armas, pero con capacidad de organización, cavando trincheras y distribuyendo a 150 hombres armados con mosquetes, situando en la playa a doce cañones de bronce de mediano calibre, de los pocos que había disponibles, y dos culebrinas de mucho alcance a la entrada del puerto.
Bien pronto se dieron cuenta que la intención de los holandeses no era atacar la bahía de Manila. Se esperaba la llegada del galeón Santo Tomás, de regreso de Acapulco con un rico cargamento en mercancías y más de un millón y medio de pesos, producto de la venta de los productos en Acapulco y el dinero enviado por el virrey de Nueva España. Su captura supondría la ruina de Manila.
Había que armar los buques disponibles y salir al encuentro del enemigo.
Solo había un mercante reparándose para realizar el viaje a Acapulco, el galeón San Diego, de 300 toneladas, propiedad de los comerciantes Luis de Belver y Antón Thomas, además de un aviso o fragata llamada San Jacinto, propiedad de un portugués, recién llegado de las Molucas, y que se estaba también reparando.
En el mismo puerto de Cavite había dos galeras en construcción y otro buque de 50 toneladas, recién botado, la galizabra San Bartolomé, mixta de velas y remos.
Con las buenas dotes organizativas de Morga, los buques fueron alistados y armados, el galeón con 14 cañones de bronce y el recién botado con 10, pero la mayoría de escaso calibre.
También se alisto el patache portugués, que se puso al mando de Esteban Rodríguez Pérez. Para dotar estos buques, se reclutaron unos pocos centenares de hombres, menos de la mitad eran españoles, el resto eran naturales filipinos, algunos negros libres y hasta mercenarios japoneses.
El oidor Antonio de Morga, quizás por falta de un jefe más experimentado, es elegido el 2 de diciembre de 1600 por el gobernador para mandar al galeón mercante San Diego, mientras que Juan de Alceda es nombrado segundo jefe y comandante de la galizabra San Bartolomé.
Morga se excusó, diciendo que era un civil y no era entendido en asuntos militares, pero acató la orden llegada a su mano por escrito.
Por un inglés que había desertado de los buques holandeses, se pudo conocer la fuerza de los holandeses. El galeón insignia de Noort, el Mautitius, disponía de 24 cañones, igualando el solo el artillado de los dos buques españoles, y de mayor calibre, y 100 hombres.
El más pequeño Eendracht (Concordia), estaba artillado con 10 cañones y dotado con 40 a 50 hombres. Los españoles solo superaban a los holandeses en el mayor número de hombres embarcados, pero las dotaciones holandesas estaban más experimentadas en la maniobra, el combate y manejo de la artillería.
Los oficiales, las tropas y los marineros embarcaron el 11 de diciembre de 1600 en el San Diego y el San Bartolomé. Solo en el galeón San Diego irían embarcados más de 450 hombres, demasiados para las dimensiones del pequeño galeón.
La batalla
Antonio de Morga se hace a la vela el 12 de diciembre de 1600. A falta de otras opciones, su plan era embestir contra el galeón insignia holandés y desentenderse del más pequeño.
Fondearon en Mariveles a la espera de noticias del enemigo, y se prepararon para el combate. Al conocer dónde se encontraban fondeados los buques holandeses, en la punta Balaitegui, la noche del 13 de diciembre se hacen a la vela los dos buques españoles, tomando la delantera el San Diego.
Al amanecer del día siguiente, 14 de diciembre, van Noort ve acercarse a Morga, suelta las amarras y se hace a la vela, lanzándole varias andanadas a larga distancia, mientras el español, sin contestar al fuego enemigo, se acercaba a toda vela con intenciones de abordarle.
A mucha velocidad el San Diego chocó contra el holandés por el costado de estribor, momento en que los arcabuceros y mosqueteros dispararon sobre la cubierta del Mauritius, mientras se lanzaban los garfios para mantener unidos a los dos galeones, saltando a la cubierta enemiga un abanderado con 30 soldados.
Se apoderaron de la cubierta, el castillo y la toldilla, llevando al galeón español los estandartes del holandés. Muchos holandeses se encontraban aún bajo cubierta, solicitando la rendición a cambio de respetar sus vidas.
Los holandeses se habían rendido después de seis horas del inicio del combate.
Al poco llegó el San Bartolomé disparando fuego sobre el galeón holandés, hasta que se oyeron los gritos de los españoles, los holandeses se habían rendido.
Cambió de objetivo, dando caza al Eendracht cuando huía hacia el sur. Al ser alcanzado, comenzó el combate entre estos dos pequeños buques.
Con la táctica tradicional de los españoles, barrieron las cubiertas con el fuego de los infantes y saltaron al abordaje. Después de sufrir dos muertos y algunos heridos españoles, el capitán holandés Viesmann se rindió junto a 25 supervivientes.
Pérdida del San Diego
La victoria era completa para los españoles, y a costa de pocas bajas.
Tras el combate, llega el momento de descanso y calma a bordo de los dos galeones. Los holandeses, ya rendidos, seguían bajo cubierta, y Morga no hizo nada para controlarlos o tenerlos vigilados.
Quizás Morga desconocía la estratagema que los piratas o corsarios holandeses solían hacer al ser capturados por los españoles. Si tenían ocasión, volaban su buque apresado y se llevaba de paso a sus captores. En el mejor de los casos, de salir vivos, serían condenados a servir en galeras, o condenados a la horca por piratas.
Pese a haber sufrido 7 muertos y 26 heridos, Noort animó a sus hombres para lanzarse de nuevo al combate, sabiendo que el San Bartolomé se encontraba lejos, y Antonio de Morga y sus hombres estaban descuidados, quizás preocupados por la enorme vía de agua que tenía el galeón a resultas de los cañonazos y de la fuerte embestida contra el holandés.
Era demasiado para un buque mercante que no había sido fabricado para soportar los cañonazos de los enemigos en combate.
Empezó a salir humo y llamas del interior del Mauritius, llegando estas desde la popa al palo mesana, y cundió el pánico entre los españoles, que temieron la voladura del galeón, pasando todos a bordo del San Diego por orden de Morga.
Un jesuita que estaba a bordo arengó a las tropas españolas para volver al galeón holandés, sabiendo que el español estaba condenado al hundimiento. Los holandeses apagaron las llamas y se hicieron dueños del buque.
Al poco de haber soltado las amarras el galeón español, el peligro de hundimiento era inminente e intentaron acercarse a la cercana isla deshabitada Fortuna, a unas dos leguas de distancia, pero no lo consiguieron, el San Diego se hundió rápidamente.
El mar se llenó de náufragos, muchos todavía con sus armaduras, que intentaban no irse al fondo, pidiendo ayuda a los holandeses. Noort ordenó dispararles con cañonazos, mosquetes y golpearles con las picas, y otros simplemente se ahogaron.
En esta escena dantesca perdieron la vida casi 250 españoles y filipinos. Un centenar se salvaron en botes y agarrados en todo lo que pudiera flotar, entre ellos el propio Morga, que fue el último en lanzarse al agua y no soltó los dos pabellones holandeses capturados, símbolo de su victoria frustrada, nadando durante cuatro horas hasta la desierta isla.
Oliver van Noort, con su buque hecho trizas, sin más palo que el trinquete, se alejó lentamente de la zona. Tuvo suerte, pues Juan de Alcega había puesto rumbo a Manila con el San Bartolomé y su presa. No se había enterado del hundimiento del galeón San Diego.
A pesar de haber perdido al galeón San Diego, la victoria era española. Habían capturado un buque, dañado otro, y librado del peligro holandés, puesto que Noort solo pensó en regresar a su patria.
Consigue llegar a Borneo, donde repara su galeón, se hace de nuevo a la vela el 5 de enero de 1601, pasa entre Java y Bali a primeros de febrero, el cabo de Buena Esperanza a mediados de abril y llega a Rotterdam, o Ámsterdam, según las fuentes, el 26 de agosto de 1601, mientras sus compañeros del Eendracht eran ajusticiados en Manila.
Aunque su campaña fue un fracaso, al llegar con las manos vacías, al menos pudo alardear de ser el primer holandés en completar la vuelta al mundo.
El combate según los testigos
Antonio de Morga escribió un libro en 1602, que publicó en México en 1609, que corrobora el libro escrito por Oliver van Noort, publicado en 1602. Los investigadores que llevaron a cabo las excavaciones del San Diego, buscaron relatos de testigos de los hechos, puesto que había contradicciones entre los datos escritos en ambos libros y el de sus investigaciones.
Apareció en Madrid el relato del padre jesuita Alonso Bernal, embarcado en el San Bartolomé, y en el monasterio de San Cugat, en Barcelona, el relato del padre Pedro Chirino, según el cual, el combate tuvo lugar a media legua de la isla Fortuna, y no a dos leguas como asegura Morla.
Parece imposible que Morga nadase dos leguas, más de un kilómetro, e incluso seis leguas, como afirman otros, llevando en sus manos los estandartes holandeses.
Ya he mencionado que Morga era oidor, un abogado civil, con pocos o ningún conocimiento sobre cuestiones militares y navales.
Después del combate y posterior naufragio, se recogieron en Manila muchos testimonios de supervivientes. La mayoría contradicen la versión escrita por Morga en su libro. Es de sentido común creer en estos testimonios, que coinciden en sus versiones de los hechos, y demuestran que Morga cometió muchos errores, dada su nula experiencia militar.
Uno de los primeros errores, ya mencionado, es el excesivo número de hombres embarcados en el galeón. El mismo día del embarque no se presentaron varios oficiales y soldados en desacuerdo por el nombramiento de Morga como almirante. Morga los reemplazó con mercenarios.
Llenó el buque de jaulas de gallinas, baúles, camas y todo tipo de estorbos. El mismo propietario del galeón, Luis de Belver, aconsejó a Morga sobre el asunto y, según su opinión, debía lastrar el buque adecuadamente, al ir sobrecargado con los cañones, una carga excesiva y demasiados hombres. Lo mismo le recomendó el capitán Alceda, pero no hizo nada para remediarlo.
Morga ordenó al capitán Ordiales bajar las cajas bajo el puente, por lo que los hombres tenían que dormir en el castillo de proa. El desorden en el buque era enorme, según los testigos, y Morga no supo cómo remediarlo.
A pesar de las órdenes que tenía de no separarse, Morga ordenó hacerse a la vela sin avisar a Alceda, por lo que el San Bartolomé partió con una hora de retraso.
Como ya se ha dicho, mientras el galeón de Morga se acercaba al holandés, era recibido con balas de cañón, pero el San Diego no respondió a los disparos.
La razón es que no podía. Los artilleros y los cañones estaban listos, pero no había espacio para maniobrarlos, con toda la carga abarrotado a su alrededor. Solo pudieron disparar con un cañón ligero que estaba en el puente.
Recibiendo muchos daños de la artillería enemiga, Morga no tiene más opción que embestir al holandés y abordarlo, sin esperar el apoyo del San Bartolomé. Tras el abordaje y rendición del enemigo, varios soldados entregaron a Morga en el San Diego los estandartes capturados, quedando a la espera de sus órdenes, pero Morga estaba en el puente, mudo, como sobrepasado por los acontecimientos, a los que no estaba acostumbrado.
Había 300 hombres esperando sus órdenes a bordo del buque holandés, pero Morga no daba órdenes.
En ese momento llega el San Bartolomé y comienza a disparar sobre el Mauritius, pero es avisado para que no dispare, que el holandés se había rendido. Un secretario de Morga ordena a Juan de Alceda perseguir al Eendracht, que huía y estaba a más de dos leguas del combate.
Cinco horas después de iniciado el abordaje sigue Morga sin dar órdenes de reducir a los holandeses que estaban bajo cubierta.
En esos momentos, el agua ya entraba a raudales en el San Diego, anegando casi el primer puente. Los oficiales informaron que no se podía hacer nada, el desorden era indescriptible, ni se podía acercar a la vía de agua por la cantidad de cajas y estorbos que había flotando.
Los holandeses incendian su galeón haciendo cundir el pánico. Se debía decidir si quemarse los dos galeones o soltar amarras y hundirse en solitario.
Morga, salido de su postración, decide soltar las amarras que le unen al holandés. El padre jesuita Diego de Santiago le aconseja que antes de hacer tal cosa, debía asegurase la posesión del galeón holandés, apagar el incendio y pasar allí toda la dotación, exhortando a los hombres a seguir combatiendo, puesto que son los holandeses los que estaban ahora disparando, pero Morga repite la orden de cortar las amarras.
Aunque en el relato de Morga, él es el último en abandonar el buque, antes de hundirse de proa, varios testigos manifiestan que es de los primeros en abandonarlo y sube a una balsa.
En ella queda con los estandartes, empujando la balsa su secretario y dos marineros, llegando de los primeros a isla Fortuna. En el naufragio pierden la vida 350 hombres.
Morga llega a Manila en una canoa para redactar un informe con su versión de los hechos, que se convierte en la historia oficial.
Pero con la llegada de los supervivientes y sus testimonios, surge el escándalo, al acusar estos y las familias de los fallecidos y náufragos a Morga de incompetente, e incluso de cobardía.
Se abre una investigación, pero Morga intenta acallar los testimonios. El gobernador estaba interesado en que no se divulgara el asunto, al ser responsable de haberlo nombrado comandante de la escuadra.
En julio de 1601, los investigadores envían un informe al rey. Morga también le escribe, acusando a estos de querer perjudicarle, solicitándole un cambio de destino.
La decisión del rey fue nombrarle en 1603 miembro de la Audiencia de México, actuando de juez en las causas criminales.
Bibliografía
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