La comida a bordo de los buques de la Armada del siglo XVIII

Por Juan García (Todo a Babor)

Este especial se compone de los siguientes artículos:
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Puede ampliar la información con más detalle en:
Aspectos del servicio naval y la vida a bordo en las flotas reales
El servicio, disciplina y policía a bordo
La alimentación en la Armada española en la edad moderna

Comer a bordo

A popa del palo trinquete, en la cubierta del combés, iban instalados el horno de panificar y la cocina. Sobre los buques, guisar es una fuente de problemas. Las reservas considerables de leña son necesarias y el fuego debe ser mantenido encendido, lo que hace correr riesgos permanentes de incendio. Cuando había temporal o mar gruesa no había comida caliente.

Había tres clases de raciones en los buques. La primera se llamaba de carne salada o cecina y tocino; la segunda de bacalao, aceite y vinagre, y la tercera de queso y aceite. Con cada una de estas raciones se suministraba bizcocho, vino, menestra fina, agua y sal. La ración de agua normal era de cuatro cuartillos diarios.

Su distribución a lo largo de la semana se hacía de la siguiente forma:

DIASCLASE DE RACIÓN
DomingoDe tocino
LunesDe carne salada
MartesDe tocino
MiércolesDe carne salada
JuevesDe tocino
ViernesDe bacalao
SábadoDe carne salada

La ración de queso sólo se suministraba en temporal, ya que los fogones estaban apagados por la evidente peligrosidad del movimiento del barco. Durante la Cuaresma se proveía a la dotación de la ración de bacalao el viernes y el sábado de cada semana, así como desde el Domingo de Ramos hasta el de Resurrección.

La ración de dieta para enfermos se componía de bizcocho blanco, gallina y carnero. El bizcocho de mar era conocido como galleta, se la cocía varias veces para darle la dureza y sequedad necesarias para su almacenamiento durante largas temporadas, no era raro comerlas dos años después de su cocción.

El alimento forma parte de la remuneración de las tripulaciones. Las raciones son reglamentadas y suficientes en calorías, incluso superiores a las raciones de otras categorías sociales en tierra.

Calculadas para alimentar a un obrero, se sitúan por encima de 5.000 calorías, por hombre y al día. Pero si la alimentación es abundante, las raciones pecan por su toxicidad, monotonía, el desequilibrio en glúcidos y en proteínas y la carencia de vitaminas. De 55 a 65 % de las calorías son aportadas por el pan o el bizcocho (torta de pan, cocido dos veces, muy duro, muy seco, poco levantado y destinado a ser conservado mucho tiempo).

También comprenden verduras secas, salazones (el bacalao salado se conserva un mes, el buey dos meses, la carne de cerdo, dieciocho meses) y condimentos (vinagre, para digerir la alimentación salada y poco variada y combatir avitaminosis, mostaza, pimienta y guindillas).

Los alimentos frescos (carne fresca, frutos y verduras) se agotan rápidamente y son reservados para las escalas. Para los grandes viajes, los animales son embarcados vivos.

Esta práctica perjudica a la higiene, pero resuelve en parte el problema de los víveres frescos. Sobre las cubiertas, jaulas de aves de corral con patos, gansos o pavos, que no sufren el mal de mar, y son preferidos a las gallinas que pueden morir de eso.

Todo este corral está destinado a mejorar la dieta del estado mayor y a abastecer el «caldo de ave», que revitaliza los enfermos y los heridos. Pero más larga es una travesía menos.

Por otro lado, una parte importante de las calorías es aportada por el alcohol: un litro de vino al día y por hombre, completado por una porción de aguardiente, pudiendo ser utilizado para recompensar a los hombres, galvanizar a los combatientes o reconfortar a los heridos. Gracias al complemento de reservas clandestinas, sumamente disimuladas, el alcoholismo constituye uno de los peligros del barco, grescas, principio de rebeliones, desobediencia y accidentes.

Aunque esto se dio más en la marina británica, donde las bebidas eran más fuertes. Los británicos tomaban cerveza, si esta se acababa tomaban vino o ron, según en que mar se hallaran. En la escuadra inglesa del Mediterráneo tenía entre sus bebidas favoritas el vino dulce español de mistela al que llamaban cariñosamente «Miss Taylor».

Entre la oficialidad británica los buenos vinos franceses y españoles regaban las comidas y cenas. Algo parecido ocurría entre los españoles.

Disposición de las mesas en la cubierta de un navío:

En la parte superior una imagen de la primera batería de un navío de 74 cañones, con la dotación preparada para el rancho en las mesas y bancos previamente instalados.
En la parte superior una imagen de la primera batería de un navío de 74 cañones, con la dotación preparada para el rancho en las mesas y bancos previamente instalados. 

Desde finales del siglo XVIII y principios del XIX a la hora del rancho los miembros de la dotación del navío (la tripulación y guarnición) armaban mesas y bancos con tablas subidas de la bodega.

Estas mesas eran sólo unas toscas tablas que permitían montarse y desmontarse en poco tiempo. Después de terminar el rancho se volvían a desarmar para dejar los puentes despejados.

Los rancheros se agrupaban entre los sirvientes de cada cañón. Las piezas estaban abatiportadas fuertemente para evitar su movimiento por el balanceo del buque.

Se ponían las mesas y bancos montados, traídos del sollado, al igual que los útiles para el rancho. Nada de lujos, algunos tazones, vasos y vasos de madera y sin cubiertos de ningún tipo, excepto el pequeño cuchillo que cada marinero llevaba siempre encima para sus quehaceres diarios y que bien valía para comer.

Anteriormente a este sistema la tripulación comía donde podía, normalmente en el suelo sin mesas ni bancos. De hecho, si la tripulación estaba a la espera de grandes faenas o zafarrancho de combate era como se hacía.

En la imagen superior podemos observar la disposición de los ranchos entre los cañones.
En la imagen superior podemos observar la disposición de los ranchos entre los cañones.

Los oficiales de guerra eran los únicos que podían permitirse una comida relativamente lujosa. A diferencia de la dotación estos recibían una paga para procurarse alimentos frescos.

La llamada gratificación de mesa permitía comprar ganado, alimentos variados y bebidas tales como vinos de calidad y aguardientes.

Los pajes y criados servían los alimentos a los oficiales y se encargaban de preparar la cámara para los altos mandos como si de un banquete cortesano se tratara.

El resto de oficiales de más baja graduación y guardiamarinas, aún sin tanto boato gozaban también de estos privilegios alimenticios.

Vista de perfil de una cubierta con las mesas montadas.
Vista de perfil de una cubierta con las mesas montadas.

Ración diaria de un marinero:

  • 550 gramos de bizcocho
  • 80 gramos de tocino salado
  • 120 gramos de judías secas
  • 69 cl de vino
  • 93 cl de agua

El problema de la conservación de los víveres

Los víveres están siempre bajo la amenaza, inevitable sobre una embarcación, de escapes de agua salada. Así, en el momento de los grandes cruceros, se corrompen: los salazones se estropeen y las verduras se pudren.

A pesar de las precauciones para protegerlos de ratas y conservarlas (tablas de abeto, dobladas con telas y por láminas de hierro), los bizcochos de mar son particularmente frágiles. Mal cocidos, se estropean, enmohecen y se hacen añicos, o cachitos, que sirven para alimentar las aves de corral embarcadas.

Como la harina, son invadidos por gorgojos, y por otros huevos de insectos. Este desperdicio y las depredaciones causadas por los roedores existen en proporciones tales que los cálculos de las raciones se vuelven rápidamente caducas y se reducen a lo casi vital.

Esta mala alimentación tiene efectos devastadores sobre tripulaciones cuyo estado inicial de salud es a menudo malo debido a la desnutrición, a avitaminosis y\o debido a alcoholismo.

Alimentos de sustitución son probados, como las tabletas de caldo, muy de moda al fin del siglo XVIII, pero que no fueron la panacea esperada.

Es conocido el caso del motín de la «Bounty«, un buque de la Royal Navy británica que tenía como misión buscar el «árbol del pan» en los mares del Sur para poder alimentar a su flota.

Para intentar mantener el nivel cualitativo de las raciones, los oficiales valoran en probar el bizcocho o el pan de los marineros, los alimentos de los enfermos y el caldo de la tripulación.

Cada dos semanas, deben prestar asistencia a la visita del cirujano para examinar «la boca y las encías» a miembros de la tripulación.

Las ordenanzas son prudentes, no se refieren a los dientes, por la razón que desaparecieron a menudo desde hace tiempo, y que se cayeron a causa del escorbuto. En aquella época, el marinero con escorbuto es un individuo desdentado, incapaz de comer alimentos sólidos. Puede consumir sólo papilla o el bizcocho mojado en un líquido cualquiera.

El problema del agua

En las marinas del mundo, el agua plantea un problema no resuelto hasta el siglo XIX. En efecto, cada hombre consume por término medio tres litros de agua al día (uno para la bebida, uno para la sopa y uno para la preparación de las comidas).

La capacidad de radio de acción de un navío es de tres meses, pero varía con arreglo a la cantidad de toneles de agua dulce embarcado.

El agua se altera rápidamente en estas barricas de madera, colocadas en la bodega o sobre el puente. Al cabo de algunos días, un olor repelente sale de ellos debido a la descomposición de los sulfatos contenidos en el agua, que se transforman en sulfuros al contacto con la madera de los toneles.

Al aire libre, los sulfuros vuelven a ser unos sulfatos y el ciclo se produce repetidas veces. Según la tradición, el agua debía «pudrirse» tres veces antes de ser potable.

Los abastecimientos de agua dulce pueden ser renovados en aguadas a lo largo del litoral, todavía hace falta que el agua recogida sea bacteriológicamente sana, lo que es a menudo lejos de ser el caso.

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