Por Juan García (Todo a Babor)
Este especial se compone de los siguientes artículos:
Información general | Organización | Higiene | Descanso | Comida | Enfermedades | Disciplina | Tácticas y combate
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Índice
Generalidades
Los buques españoles se caracterizaban por sus grandes dimensiones, buenas cualidades marineras, la elegancia de líneas del casco y la solidez y perfección de su estructura: quilla, roda, codaste, cuaderna y baos, en la que se empleaban maderas de roble, caoba y teca de la mejor calidad procedentes de Cuba, Honduras y Filipinas, resistentes no sólo a la temida broma sino también al gusano teredo navalis, pesadilla de los carpinteros de ribera.
El navío de línea de fines de siglo XVIII y principios del XIX difería poco en cuanto aparejo del Real Felipe de principio de mediados del XVIII. Sólo los foques sustituían a la antigua cebadera, la vela cangreja a la latina del palo mesana y el bauprés, con una longitud de siete onceavos de la total del palo mayor, tenía una inclinación de 45º respecto a la línea de flotación. Llevaban instalados pararrayos dotados de cadenas conductoras de electricidad que llegaban hasta el agua en el tope mayor o de trinquete.
Por Real Orden de 10 de septiembre de 1793, y a propuesta del ministro Valdés, se dio libertad para tallar los mascarones de proa con figuras alusivas al nombre o «alias» del barco, abandonando la tradicional figura del león engallado que figuraba en todas las embarcaciones de la Armada hasta entonces.
También se había abandonado la nomenclatura santoral en los navíos de nueva construcción, siguiendo la costumbre británica y francesa también a este respecto.
La popa había dejado de lado las ostentosas ornamentaciones del siglo precedente y consistían en balconadas, con poca o nula ornamentación.
Los navíos franceses y españoles incluían el nombre del buque en una cartela de estilo rococó muy elaborada en la parte del friso del espejo de popa, aunque también podía hallarse situado, en los navíos de línea, en la parte central de la balconada.
Los navíos británicos hasta 1778 no incluían el nombre del buque. Aunque posteriormente lo añadieron también, aunque simplemente estaba pintado con grandes letras en blanco.
Tras la guerra contra Inglaterra de 1779-1783 los navíos españoles adoptaron el forro de planchas de cobre para la obra viva, con el fin de mantener limpios los fondos y lograr que los buques mantuvieran sus propiedades como veleros.
La no aplicación de este útil invento en la pasada guerra provocó que los buques españoles no lograran alcanzar más velocidad que sus homólogos británicos y provocando que se perdieran algunas batallas, como la de Rodney al alcanzar a la de Lángara en 1780, o no ganar batallas que podían haber sido históricas, como la de Espartel en 1782 o cuando la escuadra combinada al mando de Luis de Córdoba dominó el Canal de La Mancha y persiguió una escuadra británica.
De esta última el gran Mazarredo, siendo mayor general de la misma, comentó:
Amargo día el 12 de Julio en que por la pesadez de la escuadra combinada perdió la insignia española la gloria de destruir veintitrés navíos enemigos y de forzarles a pedir de rodillas la paz. Pero lo que más fatigaba el ánimo es reflexionar que si cuarenta navíos ingleses hubiesen encontrado a veintitrés de los nuestros era una merienda que ni a los gatos les hubiese quedado que lamer.
Tras dicha guerra se intentó mejorar este aspecto con las pruebas entre el sistema de Gautier y el de Landa, además de forrar de cobre todos los buques de la Armada, logrando por fin unos estupendos veleros y buques de guerra.
Aunque los buques eran excelentes no se puede decir lo mismo de sus arboladuras, sobre todo desde 1788 a 1808, el historiador Duro comenta al respecto:
En el punto al aparejo, críticos de autoridad, cual lo eran don Luis María de Salazar y D. Alberto Sesma, consideran la exageración de la arboladura, que había ido creciéndose a fin de obtener mayor marcha, sin tener en cuanta el riesgo de averías, y midiendo un navío ingles de 110 cañones superficie velica de 64.283 pies cuadrados, a los españoles del mismo porte se había dado la de 72.290. Los palos y masteleros eran de mal pino de la tierra, por economizar el mayor coste que tenían las perchas de Riga; las jarcias desproporcionadas en menos y lonas de mediana calidad, con lo que cualquier temporal ocasionaba desarbolos.
Según Las Ordenanzas de Arsenales de 1776 en el Titulo XXIII, Artículo 627 dice sobre la pintura de los buques de la Real Armada:
Se pintará igualmente de dos en dos años los navíos, fragatas y demás embarcaciones de guerra que lo necesiten. El Ingeniero General observará que no se emplee otro color en la talla exterior y galones que el amarillo y negro: en las cámaras, el de porcelana y azul; y en los entrepuentes y castillo la tierra roja, a menos que no haya una orden particular mía para variarlo en algún navío. Las falúas del Comandante General del departamento, Intendente e Ingeniería General, se pintaran de verde; los botes por la parte exterior, sus palos, botavaras y bicheros de amarillo y negro y la interior de roja a diferencia de la popa que debe ser de porcelana con el escudo de mis Reales Armas.
Dicho diseño se reafirma según la R.O. de 17 de julio de 1781, previniendo a todos los buques de la Real Armada para que pintaran uniformemente los costados y la arboladura de color amarillo rojizo o almazarrón, con el casco negro, con las fajas de las baterías alternativamente negras y amarillas, que hacia 1810 fueron convertidas en blancas, quedándose el color de ante sólo para las arboladuras. Si bien hubo notables excepciones a la norma, como la del «Santísima Trinidad» que en Trafalgar lucía un imponente aspecto con sus franjas en rojo.
En la época de Trafalgar los navíos británicos iban pintados según el “Nelson’s chequered”, por el cual los barcos iban pintados a franjas con las portas bajadas del color del casco, generalmente negro.
La borda del alcázar solía ir también del color del casco y los colores de los puentes fueron primero el amarillo y luego ya en lo sucesivo el blanco. El patrón lo introdujo Nelson en Trafalgar (1805 recordemos) y se puso de “moda” en todas las marinas tras ser adoptado y difundido por la Royal Navy.
Las Ordenanzas españolas no contemplaban el patrón ajedrezado en los años previos a Trafalgar, con lo que las portas bajadas iban del color de los puentes. Hay también varios ejemplos notables como el estupendo modelo del Santa Ana del Museo Naval de Madrid.
De hecho, las citadas Ordenanzas mencionaban que el pintado de los buques españoles debía ser a principios del XVIII con costados a franjas amarillas y negras alternas. Por encima una zona azul que rodeara las portas del alcázar. A partir de 1781, establecían que: Sólo franjas negras y amarillas excepto otra franja estrecha en la parte alta del alcázar y toldilla de color siena.
Simplificando, se pueden denominar los dos patrones principales como “single Yellow” (SY) y “double Yellow” (DY). A partir de ahí, se pueden considerar muchas variantes pero tampoco es mi intención extenderme en ello. Ahora quiero comentar que el SY era más abundante en años previos a pesar de que ciertamente había de todo.
Por poner un ejemplo, en Aboukir (1798) o en el Glorioso Primero de Junio (1794) muchos navíos lo llevaban con diferentes colores y tonalidades. Con el paso de los años el DY se fue imponiendo, llegando a ser predominante hasta llegar a su variante final en la versión del ajedrezado de Nelson.
Sobre colores predominantes, dependían de la Armada y de si había dinero para pintar los barcos. En el caso español a pesar de lo que dictaba la Ordenanza era especialmente grave y acuciante la falta de Fondos.
Es comprensible que si no había dinero para pagar a los Oficiales (no digo ya marinería siquiera…), el pintado de los buques fuera algo secundario. De ahí que España tuviera los patrones más coloristas de todas las Armadas, ya que además del habitual amarillo, se usaba mucho el blanco y el rojo.
Dentro de estos, también se usaban diversas tonalidades, a veces fruto precisamente del paso del tiempo donde la suciedad y falta de renovación oscurecían los colores. Se llegaba incluso al extremo de casos notables acreditados de “barcos negros” bien por este resultado, bien por ser pintados directamente en negro. Ejemplos conocidos son el San Telmo y los Santa Ana y San Justo en Trafalgar aunque éstos dos llevaban todavía una fina línea amarilla en los puentes.
Tampoco es descabellado pensar que debido a la escasez, se pintaran los barcos con los colores más a mano que se tuvieran o en mayor cantidad, caso por ejemplo, de que no hubiese suficiente amarillo… El rojo era usado mucho, por ejemplo el Príncipe de Asturias iba así el 21/X/1805: DY con puentes Rojos.
El caso del Stma. Trinidad era excepcional ciertamente ya que además de tener DY con puentes rojos, tenía líneas finas blancas enmarcando cada uno de sus cuatro puentes. Dado además su reconocimiento, ciertamente constituía un caso aparte y excepcional.
En los barcos británicos evidentemente se tenía mucho mayor nivel de mantenimiento y de disposición de recursos con lo que sus buques si tendían a patrones más uniformes y extendidos con el amarillo como color base predominante.
Si bien, con el tiempo también evolucionó de SY a DY y a DY chequered pasando del amarillo al blanco como color principal en los últimos años de las Guerras Napoleónicas, siendo luego ya definitivo prácticamente para todas las Marinas. En Aboukir (1798) había barcos ingleses también con Rojo como los HMSs Zealous y Minotaur.
La Marina francesa también recurría al Rojo aunque el amarillo era el más extendido; ambos en sus diversas tonalidades. Por ejemplo, según relatos de testigos presenciales, en el Glorioso 1º de Junio (1794), aproximadamente la mitad de la Escuadra Gala llevaba el rojo como color predominante en su patrón. En Aboukir (1798) también varias de sus unidades vestían con rojo.
El patrón, de nuevo, evolucionó del SY al DY con el tiempo aunque ambos convivieron y con variaciones en los mismos, por ejemplo era habitual encontrar barcos con SY con el primer puente también pintado en negro, como el casco. También había barcos en DY con el alcázar pintado del color de los puentes o con franjas intermedias frente al habitual negro del color del casco en esa zona.
Banderas españolas que se enarbolaban a finales del XVIII
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Observaciones sobre las banderas
Gallardetes. Van izados en el tope del mayor e identifica la nacionalidad del barco cuando el pabellón no está izado (entrada y salida de puerto, fondeado y en combate –bajo zafarrancho- ).
Con lo que en una navegación ordinaria en tiempo de paz y guerra los barcos no llevaban la insignia nacional en la driza del mesana (de ahí que se ice ésta al entrar en combate, incluso como se retrata en el cine – Master&Commander por ejemplo – ; o se relata en numerosos escritos y partes).
La razón concreta, la verdad no se cual podría ser, pero es posible que obedezca a sus grandes dimensiones y para darle realce de cara al combate y en puerto.
Los gallardetes además denotan que el máximo mando a bordo del buque es el capitán de navío que figura como comandante, ya que si existe General (almirante) o Brigadier (comodoro) al mando, el gallardete NO permanece izado porque en su defecto ya lo está la insignia correspondiente al mando que además favorece la identificación del buque insignia de la división o de toda la Escuadra.
Banderas de señales. Se izaban evidentemente en los topes de los palos siempre procurando que fuesen lo más visibles posibles por el resto de unidades de la Escuadra y las fragatas repetidoras a sotavento.
Por ello, solían ir en el tope del mayor ya que si era buque insignia éste no llevaba gallardete y si el destinatario figuraba a popa quizá en el mesana para que la señal fuese más visible. Supongo que también se tendría en cuenta en que palo iba izada la señal del general o almirante para izarla en el tope de otro de los dos restantes a efectos de facilitar la interpretación de la señal evitando mezclarla con la insignia.
También hay otro elemento importante a favor del tope de mesana para las señales y es que estas solían estar guardadas a popa sobre la toldilla y eso favorecía su izado. Este era el caso habitual de barcos con gallardete a cargo de meros capitanes. En buques insignia como la plana mayor se situaba en el alcázar, también eso es un punto a favor de que fuesen izadas en el tope del mayor.
Salvo alguna pequeña diferencia lo mencionado sobre insignias, gallardetes y pabellones nacionales era también así en la Royal Navy, la Marina francesa y otras armadas.
En los fondos de la bodega se estibaba un lastre de cañones viejos rellenos de piedra y lingotes de hierro y piedras, con un peso de 552 toneladas.
Encima iban las pipas de vino, la aguada, 35 toneladas de pólvora en barricas y 120 toneladas de balas de cañón, depositadas en una caja de grandes dimensiones instalada inmediatamente a proa del palo mayor.
A popa de la bodega estaba el pañol del contramaestre, y a continuación, hacia proa, el pañol del encartuchado de la pólvora con mamparos de madera forrados de plomo; la despensa con barricas de carne, tocino, queso, etc., y el pañol de la leña.
En el sollado se hallaban los pañoles del condestable, del carpintero, del calafate, del farolero, del sangrador, otro del contramaestre y el de velas.
Rodeando por completo el sollado estaban dispuestos los llamados callejones de combate, espacios de libre circulación utilizados por los calafates y carpinteros para mantener la estanqueidad del casco en caso de vías de agua producidas por accidente o proyectiles del enemigo.
Encima del sollado, y sobre la línea de flotación, corrían la primera cubierta con la batería principal de artillería, consistente en 30 cañones de a 36 libras y portas para 4 cañones más de guardatimones, situados en popa y que servían para cubrir las retiradas; los navíos de segunda y tercera clase llevaban sólo dos portas guardatimones.
La segunda cubierta o de entrepuente montaba 32 cañones de a 24 libras, mientras que la tercera cubierta o de combés se artillaba con una batería del mismo número de piezas, pero del calibre de a 12 libras.
Por último en las cubiertas de alcázar y castillo llevaban un total de 18 cañones de a 8, los situados a proa servía como cañones de mira o de caza, para las persecuciones. De acuerdo con el reglamento de 21 de octubre de 1803, se instalaron obuses con capacidad para disparar granadas en los alcázares de los navíos de tres puentes.
Así, además de la artillería dicha anteriormente los navíos de 112 cañones llevaban obuses de a 24 libras recamarados del sistema Rovira. A instancias de Mazarredo, tras el combate de San Vicente, la Armada española adoptó la llave de doble quijada sobre estopines, que estuvo en servicio en los buques españoles hasta bien entrado el siglo XIX.
Estas llaves de artillería sustituían a las mechas, que se apagaban fácilmente con el mal tiempo y eran más lentas en el disparo. En Trafalgar Gravina solicitó que se fabricasen estas llaves de fuego, que eran tenidas como unas de las mejores de Europa, pero no dio tiempo a fabricar más que unos pocos centenares, llevando el resto de los cañones llaves de fusilería montados sobre tacos de madera.
Los cañones solían tener un apodo que, incluso, venía grabado en el propio cañón, y que tenían nombres peculiares para su mejor reconocimiento por sus sirvientes, que se referían siempre con dicho apodo a su cañón.
Las lanchas
El General Barceló, durante el asedio de Gibraltar fue el artífice del uso de pequeñas embarcaciones armadas con un cañón de gran calibre, con poca borda diferentes a las que había por entonces, que provocaron al principio la risa de los ingleses, para convertirse después en terror ante la visión de estas pequeñas y maniobreras embarcaciones, por el daño que produjeron y a las que era prácticamente imposible de localizar o disparar en la oscuridad de la noche, que era cuando solían atacar.
El genial marino español puso en esa campaña las bases de una nueva forma de combatir en el mar y que tendría en el futuro muchos imitadores.
A partir de entonces se potenció su uso, construyéndose con dimensiones parecidas a las lanchas comunes. A las lanchas cañoneras se las llamaba también lanchas de fuerza. En caso de no contar con suficiente número de estas embarcaciones se podían utilizar las lanchas comunes de navío.
Se tuvo mucho éxito en el uso de estas lanchas de fuerza, y que convirtieron a los españoles en maestros y pioneros en este uso. Los franceses llamaban a este estilo de combatir flotille à l’Espagnol y junto con los británicos, que las llamaban flotillas of gunboats, llegaron a imitarlos en su uso.
Las lanchas aprovechaban el retroceso de toda la embarcación para montar un cañón de gran calibre y mínima cantidad de artilleros para su manejo; además de los correspondientes marineros y artilleros solía embarcar doce infantes de marina para prevenir abordajes.
La lancha podía arbolar uno o dos palos con velas latinas y formaban parte de las llamadas fuerzas sutiles de los puertos y arsenales, siendo muy efectivas en combate.
Ejemplo de ello la importante actividad bélica que mantuvieron durante el bloqueo de Cádiz de 1797-98 contra la flota británica de Jervis y Nelson, a la que causaron bastantes daños, incluso a sus poderosos navíos de línea.
Hay que tener en cuenta que la verdadera fuerza de las lanchas cañoneras era actuar en pequeños grupos o divisiones a la vez, ya que en conjunto representaban el poder de un pequeño navío con una batería de cañones de a 24.
La ventaja de estas lanchas era su gran maniobrabilidad, ya que podían colocarse a popa o proa de un navío o fragata enemiga y disparar en conjunto, causando los mismos daños que si fuera una gran fragata atacando.
Cuando el viento no les era favorable se servían de los remos para colocarse en posición, aprovechando que el buque atacado no podía maniobrar y que dado el pequeño tamaño de las lanchas minimizaba los riesgos.
Para evitar que el enemigo armara sus lanchas para abordar a las cañoneras, también se solían utilizar pedreros u obuses de a 4 libras para rechazar cualquier intento. En definitiva, las lanchas cañoneras demostraron ser un arma temible y la única forma de mantener a los británicos alejados de los puertos.
Cada navío estaba dotado de una lancha (imagen A) de 11 metros de eslora y 2,8 de manga, que podía llevar 44 hombres, construida de maderas fuertes y bien trabadas, utilizada para suspender las anclas, hacer aguada y víveres, transportar gente, y en caso de guerra para realizar desembarcos o ser armada con un cañón de a 24, cuando se utilizaba de esta forma se le llamaba cañonera (imagen B). También podía ser armada con un obús, pasándose a llamar por tanto lancha obusera (imagen C).
Los navíos también llevaban dos botes de 10 metros de eslora con capacidad para 26 hombres cada uno, que se solían estibar uno dentro de otro, encima de la lancha o en pescantes en la popa, a estribor y babor, de esta última forma era la más común a finales del XVIII.
Había también un falucho suspendido en la popa que podía llevar 31 hombres y que era el más utilizado por el comandante para sus desplazamientos a tierra o a otros buques. Como se ve en caso de hundimiento las pequeñas embarcaciones del navío no podían acoger más que una mínima parte de la tripulación. (Consultar el «navío de línea español» para más información sobre las embarcaciones menores).
A los navíos de tres puentes les correspondía llevar, por reglamento, cinco anclas de 3,5 toneladas de peso y 5,8 metros de longitud de caña y tres anclotes de 1,2 toneladas. Para su faena poseían un cabestrante en el castillo, otro debajo del alcázar y otro en el combés, que exigían el empleo de 260 hombres para levar en malos tiempos.
Un navío de 112 cañones en tiempo de paz tenía una reducida tripulación de cerca de 800 hombres de capitán a paje. Para la guerra pueden servir los datos indicativos de que en Trafalgar los navíos Santísima Trinidad, Santa Ana y Príncipe de Asturias alcanzaron unas dotaciones de 1.048, 1.089 y 1.113 hombres, respectivamente sin contar a los oficiales de guerra. En los navíos de 74 cañones la cifra en tiempo de paz bajaba al medio millar y a cerca de los 700 hombres en periodos de guerra.
Distribución de las guardias
Las guardias de la gente de mar eran dos: la primera, o de estribor, estaba constituida por los brigadas de número impar; y la segunda, o de babor, por el resto de número par. Siempre que se podía, los oficiales de guerra, guardiamarinas, pilotos y contramaestres estaban a cuatro guardias. Sólo quedaban exentos del servicio diurno los pañoleros, bodegueros y rancheros.
Durante la guardia cada brigada de marinería tenía asignada la maniobra de los diferentes palos de la arboladura. Siempre se procuraba destinar los mejores hombres al bauprés y al trinquete, pues con ellos se atendía la importante faena de zarpar o fondear las anclas.
Para la maniobra, cada marinero conocía de antemano con precisión el sitio que debía ocupar en las vergas, ya fuese para tomar rizos, aferrar el velamen, largarlo al marear las velas o para que se oreasen. Los gavieros y juaneteros de menor estatura, más hábiles y decididos, se asignaban a las vergas más altas.
Como término medio se destinaban 25 al palo trinquete, 27 al mayor y 15 al de mesana por cada guardia, al mando de un contramaestre experimentado. Para la maniobra del castillo de proa se elegían los marineros más fuertes y mejores de cada guardia.
El comandante del bajel o el oficial de guardia dirigía las maniobras generalmente sobre el alcázar, y el segundo iba a proa para repetir las órdenes y disponer su cumplimiento.
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El comandante era asistido por el primer contramaestre, que debía permanecer a su lado. Los carpinteros y calafates se distribuían con sus herramientas al pie o inmediaciones de cada palo para acudir rápidamente donde fuese necesario. Bajo cubierta permanecían el capellán, el cirujano, el sangrador y los despenseros para ejercer sus obligaciones específicas en caso necesario.
La tropa embarcada también se dividía en dos trozos compuestos por igual número de oficiales, sargentos y cabos, y repartidos por mitad los bombarderos, artilleros y tambores.
Con el primer trozo o sección numerada con los impares se formaba la guardia de estribor y con el segundo la de babor. Los soldados cubrían los puestos de cada pieza de artillería y la fusilería de cubierta o pasamanos, se ocupaban de los pañoles de pólvora y guardaban las escotillas.
Durante las maniobras generales la tropa ayudaba en las faenas sobre cubierta, sobre todo en las barras del cabrestante, braceo de vergas, escotas y escotines, y en caso necesario incluso picaban la bomba de achique.
Los serviolas se situaban en el castillo de proa y cofas de los palos trinquete y mayor, dotados de catalejos. Cuando existían dudas sobre el tipo o nacionalidad de los buques avistados, subían a las cofas incluso los oficiales de guerra o guardias marinas más experimentados.
Con niebla se reforzaba el número de serviolas, distribuyéndolos por los pasillos, amuras y aletas de cada banda del navío. De noche, en puerto y en la mar, un grumete gritaba «el alerta» desde el alcázar al castillo de media en media hora de la guardia, para mantener atenta la vigilancia.
En las maniobras, el orden y silencio eran fundamentales para obtener un buen rendimiento del navío en todas las circunstancias. Así, estaban terminantemente prohibidas las salmas o cánticos colectivos acompasados.
Para evitar sorpresas, por la noche estaba ordenado dejar alistados los cañones de la batería alta, y desde la puesta del sol se cerraban las seis escotillas de bodega (dos de la santabárbara, despensa, escotilla mayor, la de proa y la del pañol del contramaestre). Las llaves quedaban en poder de tres oficiales que eran responsables.
Horarios
Cuando un navío estaba fondeado se mudaba la guardia a las cuatro de la tarde. La guardia entrante se constituía sobre el puente y marchaba hacia popa sobre el alcázar a toque de tambor; al llegar formaba a babor mientras la saliente permanecía a estribor.
En la mar, la duración de la guardia seguía la norma de las cuatro horas a partir de las ocho de la mañana. Las comidas duraban una hora y solían ser al mediodía y a las cinco, horario que no siempre era respetado a causa de las frecuentes maniobras generales, sobre todo con mal tiempo o a la vista de costa.
Diariamente, en campaña se tocaba generala a las 0730 de la mañana y 1530 de la tarde, para realizar una hora de adiestramiento de la dotación. Los ejercicios que se practicaban eran de fusil, de cañón, de velas, de abordaje, de maniobra y de zafarrancho de combate. La marinería sólo participaba en los de marear las velas (maniobra), manejo de sable y cuchillo. Para efectuar un disparo era necesario dar nueve voces de mando.
Todo ello influía en el ritmo de fuego: con dotaciones muy adiestradas se lograba un tiro cada dos minutos. Mazarredo, que era muy exigente, se conformaba con tres minutos entre disparos, y que con cada cuatro cañones se hiciese un disparo cada 45 segundos.
Se comprende que tal rapidez sólo se podía alcanzar con una práctica constante, que estaba en relación directa al interés puesto por cada comandante en el grado de instrucción y adiestramiento de sus hombres.
Todas las madrugadas, dependiendo del horario que estableciese cada comandante, la gente de guardia limpiaba y baldeaba las cubiertas, excepto las de las cámaras y camarotes, que tan sólo se barrían.
En todas las marinas, las horas y las medias hora y los relevos de las guardias se han señalado con picado de la campana, contabilizándose los periodos por medio de relojes de arena de cuatro horas y media hora de duración.
El servicio en los buques del siglo XVIII era duro, tanto en paz como en guerra. La duración de las guardias de mar seguía la norma de las cuatro horas desde las 8 de la mañana.
Las comidas solían ser al mediodía y a las 5, horario no siempre respetado a causa de las frecuentes maniobras generales, sobre todo con mal tiempo o a la vista de costa. Diariamente en campaña se tocaba generala a las 7.30 de la mañana y a las 3.30 de la tarde, durante una hora, se practicaban ejercicios de adiestramiento de la dotación.
Durante las maniobras, el orden y silencio eran fundamentales para obtener un buen rendimiento del navío en combate. Así estaban prohibidos las salmas o cánticos colectivos acompasados.
La vida a bordo se regía por los preceptuado en las ordenanzas, y cada comandante debía tener dispuesto lo que se llama un plan de puestos, que normalmente se completaba con instrucciones o advertencias dictadas por cada general de la escuadra o comandante de navío.
En las Ordenanzas de 1793 se regularon unos planes de adiestramiento a bordo mediante los cuales se pretendía alcanzar la operatividad deseada. Se acentuó el carácter militar del marinero, con la regulación prevista en su Tratado 5º, título V, De la instrucción marinera y militar.
En su articulado se establecían los conocimientos mínimos profesionales que debían ser dominados y los citados planes de adiestramiento a bordo:
9.-Todo hombre de Mar, aunque por su constitución ó rudeza carezca de la agilidad y destreza propia del oficio, debe saber los nombres de toda la cabuyería, y su laboreo, coser un motón, abarbetar, embragar, tomar y quitar un rizo, pasar una boza y aguantarla, amarrar un cabo con media, entera ó doble vuelta, aclarar las tiras de un aparejo y prolongarle, engargantar un motón, y hacer una gaza, una piña y un ayuste, como también meollar, salvachias, palletes, badernas y demás útiles marineros de jarcia: la cual enseñanza se encomendará por partes á los Gavieros y Cabos de guardia en sus respectivas Brigadas, dirigida por su Oficial de Mar, distribuyéndose la ejecución de los expresados pertrechos de modo que sea un ejercicio de alternativa para todos, y le inspeccione el Oficial de guardia, como objeto de necesaria instrucción.
10.-Se sobrecargará en la repetición de estos trabajos á los inaplicados, y á los por otros motivos dignos de ligeras correcciones, para sacar de éstas aquella utilidad: y el que no adquiriese en ellos las destreza necesaria, no podrá tener mas plaza que la de Grumete.
11.-Ha de cuidarse igualmente de la mayor enseñanza de los Marineros que manifiesten mas disposición, adiestrándolos en el modo de encapillar, vestir un palón ó verga, arreatar, entubantar, preparar aparejos para tesar jarcias, remover anclas ó masteleros, y suspender otros pesos, arriar é izar vergas y masteleros de juanete, y en las demás faenas del cargo de los Gavieros, nombrándolos alternativamente para que suban á ayudarlos, y graduando por el mayor adelantamiento en ellas su mérito para ascender de la clase de Marineros á la de Artilleros.
12.-Asimismo todo hombre de Mar deberá saber bogar, manejar el bichero para atracar ó desatracar un bote ó lancha, y gobernarla tanto con timón como con espaldilla: enseñanza que se practicará en puerto diariamente al rededor del bajel por espacio de media hora ó mas, mientras sea necesaria, esquifando el bote ó lancha con una tercera ó cuarta parte de diestros, á cuya imitación se agiliten los bisoños como es menester: y así bien se ha de enseñar á todos el modo de prolongar la sondaleza grande para sondear, y él de ejecutarlo un hombre solo con las pequeñas desde la mesa de la guarnición en los parajes de poco fondo.
13.-En el Marinero y Artillero será también obligación saber cuartear la Aguja Náutica, y conocer en la Rosa los rumbos: lección que por ranchos señalados cada día correrá al cargo de los Timoneles, haciéndola repetir con mas frecuencia á los que se aparten por tardos en comprenderla.
14.-A los Pages y Muchachos Vagos se les adiestrará en subir por las jarcias, mantenerse sobre las vergas, tomar y largar rizos, y en otras maniobras proporcionadas á sus fuerzas, aplicándolos regularmente á las del palo de mesana, y empleándolos también en tocer meollar, y hacer badernas, caxeta y demás útiles de ésta clase, á que comúnmente se amaña la tierna edad con mayor adelantamiento.
Uno de los deberes de la tripulación era entrenarse y realizar prácticas de tiro. Según las ordenanzas de 1793 era obligatorio la enseñanza en el manejo de los cañones y conocimiento de armas portátiles.
En cuanto a su formación militar, el art. 28 y siguientes establecían lo siguiente:
A ningún hombre de Mar ó Tropa abordo podrá dispensarse de que sepa ocupar un puesto con utilidad para el manejo del cañón: consecuente á lo cual aun los destinados para combate solamente á maniobra y fusilería, deberán tener señalamiento en los trozos del servicio de cañones, ó formarse en ranchos separados para su enseñanza en éste punto.» La enseñanza del manejo del cañon ha de empezarse encomendando la de cada uno á un Artillero de Brigada para la explicación particular de las obligaciones de cada puesto, esto es, del cabo, del primero, del segundo, del tercero y demás sirvientes de derecha é izquierda, como se trinca y destrinca el cañón, se asegura dentro y se saca á batería, se embica, se eleva y se ronza, como se colocan, toman y sirven los útiles y municiones, por quien y en que forma se va a buscar las que faltan, particularmente el cartucho para la carga sucesiva, y las precauciones en el uso de la mecha: todo con arreglo al Título de Ejercicios del Tratado del Real Cuerpo de Artillería.
Enterado cada individuo de su deber en particular, se explicará y enseñará prácticamente el manejo del cañón, dividiéndoles en los 26 tiempos que prescribe su ejercicio ordinario, repitiendo cada uno todas las veces que sea necesarias para que se imprima en el Marinero y Soldado el conocimiento de su ejecución, y el orden y seqüela que guarsa con el antecedente, sin empeñarse al principio en que haya de concluirse de una vez todo el ejercicio, pues sería el modo de que nunca se llegase á saber con el tino y firmeza á que se debe aspirar.
A su vez, el artículo 30 abundaba en la instrucción militar con armas de fuego, tales como el fusil y la pistola:
A todo hombre de Mar ha de enseñarse á cargar, apuntar y disparar un fusil ó pistola, y manejar éstas armas con conocimiento sin maltratarlas ni estropearse, y á guarnecerse de ellas y las cacerinas y un sable con soltura militar, cometiendo ésta escuela por Brigadas á los Sargentos y Cabos de Infantería de marina, y poniendo boyas ú otros blancos para los ejercicios prácticos de tiros con bala, los cuales se frecuentarán particularmente con la gente destinada á la fusilería, acostumbrándola también á los disparos uniformes de descargas, como puede convenir para los casos de desembarco, y dar ó resistir un abordaje.
Pero el entrenamiento con fuego real o las maniobras del buque debían realizarse en alta mar, circunstancia que no se daba con la suficiente frecuencia durante los largos bloqueos que los británicos sometían a los puertos españoles y franceses, a finales del siglo XVIII y principios del XIX. En puerto sólo se podía practicar los movimientos de carga de un cañón, pero la habilidad del tiro y la puntería sólo se adquiría con la experiencia del combate o el entrenamiento en el mar.
Aún así hubo Comandantes de navíos que se preocuparon en mantener una cierta asiduidad en el entrenamiento, aunque fuera en puertos bloqueados. Tal es el caso de Antonio de Escaño o Gravina, sabedores de la importancia de mantener una tripulación adiestrada.
El mal momento de la Armada y el recurso de mayoría de tripulaciones de leva, en los grandes armamentos de navíos, hacían esta labor muy difícil, cuando no imposible.
Sigamos, en la cubierta del alcázar y castillo sólo podía permanecer el personal de guardia, así se evitaba que el trasiego de los desocupados estorbaran en las maniobras.
Para evitar sorpresas por la noche estaba ordenado dejar alistados los cañones de la batería alta, y desde la puesta de sol se cerraban las seis escotillas de la bodega (dos de la santabárbara, despensa, escotilla mayor, la de proa y la del pañol del contramaestre). Las llaves quedaban en poder de tres oficiales que eran responsables personales de su apertura en caso de combate o cualquier otra necesidad.
La escotilla de la santabárbara tenía siempre un centinela armado, escogido entre los de mayor firmeza y buena razón, con la consigna de dar muerte a cualquiera que intentase bajar a ella sin orden expresa de uno de los oficiales de la batería o la del ayudante del comandante. El abandono de puesto en combate o la cobardía estaba penado con la muerte, incluso al instante.
El domingo era el día en el que el capellán o capellanes celebraban misa, y a la que solía acudir toda la tripulación con sus mejores galas. Era obligatoria la asistencia.
Entre los oficiales reinaba un gran sentimiento de caballerosidad entre ellos y ciertas normas de etiqueta debían cumplirse sin excepciones. Así, cuando un oficial se incorporaba a su puesto en la toldilla debía descubrirse como muestra de respeto a la bandera.
Estaba terminantemente prohibido sentarse en el alcázar. Así mismo cuando el capitán del barco subía a cubierta debía ser secundado inmediatamente por los oficiales que se encontraran en ese momento de guardia y quedar respetuosamente a su disposición, los guardiamarinas, además, siempre tenían que estar de uniforme sobre el alcázar del buque y descubrirse cuando se dirigieran al Comandante u oficial de guardia.
Todo esto se hacía para que la tripulación del navío encontrara que había un mando correcto, disciplinado y serio.
Los oficiales antes de embarcarse solían poner un «fondo» de dinero para la compra de licores o alimentos de lujo, para su disfrute personal en las frecuentes reuniones que solían hacer tras la comida o la cena, y en la que jugaban a las cartas, leían o tocaban algún instrumento.
La marinería disfrutaba también de estos momentos de asueto a bordo y se solía cantar y bailar mientras algún marinero tocaba la guitarra, la flauta e incluso la gaita. Todo valía para sobrellevar la rutina y la dureza del mar. Si alguna señora debía subir a bordo de un navío esta era izada por medio de un tonel cortado por un lado, que quedaba convertido en un buen asiento.
El contramaestre entonces daba un pitido con su silbato y la mujer era subida sobre cubierta sin molestias y sin peligro. El buque insignia de una flota era el encargado de centralizar el recibo y envío de correo.
Por medio de señales y por turno se iba dando aviso a todos los navíos para que fueran mandando un bote a recoger el correo que les correspondía y dejar la saca con el correo que había que mandar. Luego alguno de los pequeños buques que siempre acompañaban a la flota lo llevaría todo junto a puerto.
El método de comunicación entre navíos era por medio de banderas de señales. Cada Armada de un país tenía sus propios códigos de banderas, aunque en el caso de Francia y España cuando formaban escuadras combinadas solían utilizar el de la nacionalidad del Comandante en jefe que mandara dicha escuadra.
Por eso en Trafalgar se utilizó el sistema de señales francés. En España el primero que realizó un sistema de señales eficaz fue el Marqués de la Victoria, siendo convenientemente actualizado y remozado posteriormente por Mazarredo en sus célebres instrucciones y señales de 1780, cuyo sistema se siguió utilizando hasta bien entrado el siglo XIX con apenas variaciones.
Constaba el código de unas tablas que formaban columnas y filas, estas tablas estaban hechas con combinaciones que reflejaban 400 significados estipulados de antemano.
Para ello empleaban dos banderas o gallardetes, que se podían arbolar juntas o separadas, en este ultimo caso la primera en palo preferente (este era el palo mayor, que prevalecía al de trinquete, y este al de mesana, aunque en caso de desarbolo se podían izar en el asta de la bandera), la primera bandera o gallardete hacia referencia a la columna, la segunda a la fila.
Por medio de otros gallardetes, gallardetones y cornetas se podían modificar los significados o particularizar las órdenes a un buque o buques en concreto. Los libros de señales que contenían estos códigos eran destruidos si había riesgo de ser apresados y normalmente eran los guardiamarinas los encargados de descifrar los mensajes de las señales de otros buques.
Para señales nocturnas se empleaban faroles o cañonazos, en este último caso el máximo era de siete y se disparaban en grupos de tres con intervalos de cuarenta segundos y menos de un minuto. Ejemplo: «enemigo vira de bordo» 1 cañonazo-intervalo-3 cañonazos-intervalo-3 cañonazos.
Para niebla se combinaban descargas de fusilería, toques de campana y redobles de tambores, además de cohetes. Para navegar con barcos de otras naciones, se usaban grimpolones de colores diferentes para distinguirse entre ellos y colocados en diferentes lugares de la arboladura para indicar división o cuerpo de escuadra a la que pertenecían.
Uniformidad
La uniformidad de los oficiales, soldados de los batallones de Marina y Artillería eran los únicos que estaban regulados desde principios del siglo XVIII y tenían que vestir siempre el uniforme reglamentario bajo cualquier circunstancia.
Bien es cierto que en los tiempos de Trafalgar, y bajo la influencia de las modas francesas, algunos oficiales gustaban de retocar sus sobrios uniformes de la Armada por complementos de dudoso gusto, tales como plumas en el sombrero, charreteras a la francesa (que eran enormes), estoques o espaditas (en vez del sable o espada reglamentaria) y adornar la casaca con bordados más propios de un Almirante de gala que de un capitán de navío.
Se llegó a tal extremo que las oportunas Ordenanzas tenían que recordar continuamente el uso exclusivo del uniforme de la Armada, sin añadiduras.
Prohíbe S.M. absolutamente el ùso de Pedrería fina, ò falsa en hebillas, Espadines, Bastones, presillas del Sombrero, Relojes, Cajas, Sortijas, Veneras, ni otras Alhajas que acreditan lujo, y no conducen à la decencia; del mismo modo que el traer dos, ó mas Relojes, ú otros adornos que desdigan de las marcialidad con que debe presentarse un Militar.
Alguna de estas Ordenanzas hacía referencia a las mujeres de dichos oficiales, que eran las que arreglaban a su antojo a sus maridos para que parecieran incluso marqueses o condes, haciendo que parecieran más a unos petimetres ridículos que a oficiales de la Armada. La Real Orden de 23 de mayo de 1796 reiteró las anteriores prohibiciones, ya que el Rey había tenido noticia sobre la presentación en sociedad de militares vestidos ridículamente.
Esta vez se castigó. Pero esto era una excepción, hasta después de la guerra de la Independencia.
A diferencia de los pomposos uniformes napoleónicos (Murat fue el introductor de las fantasías uniformológicas que se extendió durante la invasión debido al relajamiento de la disciplina a consecuencia de esto), haciendo que las Reales Ordenanzas ahondaran en este problema de imagen. Estaba también prohibido que los oficiales se dejaran bigote, según las Ordenanzas …
Que hay otros que sin ser de las clases de Granaderos, Carabineros y Soldados de Caballería, á quienes antes de la revolución era solo permitido llevar bigotes, han dado en usarlos con tal variedad en sus formas y patillas, que causa la mayor extrañeza ver el distinto modo con que los llevan los Oficiales de un mismo Regimiento, cada uno á su antojo y capricho, y otros que no los usan.
El uniforme español se caracterizaba (al igual que la oficialidad británica) en vestuarios de faena menos espectaculares y más sobrios.
De sombrero se pasó del tricornio, de mediados del XVIII, al bicornio del XIX, adornado sólo con una pequeña escarapela encarnada. Los oficiales tenían dos tipos de uniformes, uno pequeño utilizado cuando se encontraba a bordo del buque para el uso diario, y otro largo para galas, fiestas y ceremonias.
Según las Ordenanzas de El 9 de julio de 1802 el uniforme de los oficiales de guerra quedaba como sigue:
El Rey se ha servido en mandar que el uniforme pequeño para el uso ordinario de la Armada en los Oficiales del Cuerpo General de ella conste de casaca azul como al presente, con vuelta, collarín y solapa suelta encarnada, que termine en punta por la parte superior, con el mismo galón de oro que actualmente usan por ambas caras de la solapa, y en el collarín y vuelta; forro de la casaca encarnado; chaleco y pantalón blanco, con medias botas; botón de ancla; cinturón negro con chapa de metal amarillo y su ancla de relieve, sable corto y corbatín negro. Advirtiendo que fuera de las ocasiones de servicio podrá usarse de calzón corto en lugar de pantalón, y el calzado regular con hebillas como las que anteriormente estaban adoptadas.
Y en la misma línea legislativa, una Real Orden de 10 de agosto de 1802 dispuso que….
Consecuente a la Real Orden de 9 del pasado sobre el arreglo del nuevo uniforme pequeño para el uso ordinario que S.M. se digno aprobar para los Oficiales del Cuerpo General de la Armada acompaño a V.E. los dibujos correspondientes, así para la chapa de metal amarillo que ha de ponerse en la cintura, como para el puño del sable corto á fin de que por ese medio haya en esto la uniformidad que conviene entre todos los individuos de la Armada. Al mismo tiempo ha resuelto S.M. que todos los Oficiales usen de plumero encarnado en el sombrero como distintivo militar. Lo que de Real Orden comunico a V.E. para su inteligencia y cumplimiento.
Un acuse de recibo de esta Orden, firmado el 14 de agosto, nos aclara lo relativo al plumero y al tipo de sombrero:
…Queda entendido de que al mismo tiempo ha resuelto S.M. que todos los Oficiales usen de plumero encarnado en el sombrero de galón, como distintivo militar.
La infantería de marina vestía de forma muy parecida a sus homólogos de tierra, salvo que la casaca era de color azul marino y las bocamangas y el cuello encarnados, con un ancla bordada, como distintivo de su función naval. Y con bicornio por sombrero, excepto los granaderos que utilizaban un gorro de piel sin alas y elevado.
Esta uniformidad era parecida a la tropa de artillería, pero sustituyendo el ancla por una granada o bomba que hiciera distinción a su arma.
Los pilotos obtuvieron uniforme en 1770 tras muchas peticiones para que se les diferenciara de la marinería. También iban uniformados los capellanes (no iban vestidos de frailes como se pudiera pensar).
Hasta bien entrado el siglo, los Contramaestres no se diferenciaron en su vestimenta del resto de la marinería. Su primer uniforme lo estableció la Real Orden de 7 de febrero de 1774. Las Ordenanzas de 1793 disponían que…
…Para que sean conocidos y respetados de toda la Gente de Mar, y que la distinción de su clase los aparte de concurrir á parajes impropios, o caer en otras acciones bajas, usarán los Contramaestres y Guardianes de un uniforme compuesto de casaca con solapa, chupa y calzón, todo azul, menos la vuelta de la casaca que ha de ser encarnada, botón de metal dorado gravada un a ancla, y sombrero sin galón con escarapela de cerda encarnada. Los primeros Contramaestres tendrán galoneada la chupa sin contracartera con un galón mosquetero de oro de doce líneas: los Segundos Contramaestres la vuelta de la casaca con igual galón: y los Primeros y Segundos Guardianes una trencilla de oro de cinco líneas en la cartera de la casaca.
La marinería no disfrutó de una verdadera uniformidad hasta principios del XIX. Antes de eso se tendía a vestirse más o menos igual entre cada barco.
En numerosas contratas de la época, depositadas en el Museo Naval, se consignan la compra de pantalones, camisas, cachuchos, etc, sin describirlos. Lógicamente, cada grupo lo formarían prendas iguales, por lo menos entre los miembros de la dotación de que se tratase.
Durante el viaje de Carlos lll a España en 1759, sabemos que la marinería del navío «Fénix» vestía de azul á costa de S. M . Pero al igual que los británicos la ropa de faena era muy parecida a la ropa que utilizarían en tierra de civil.
Cuando vestían de gala o estaban de permiso vestían con una chaqueta azul con las mangas y el cuello encarnado y botones con anclas. Pantalones blancos o rallados y zapatos, además de un pañuelo encarnado en el cuello (que utilizaban mucho en sus labores diarias, al igual que un pequeño cuchillo).
Los marineros que llevaban el pelo largo solían recogérselo en una coleta, y más de alguno se salvó «por los pelos» de ahogarse gracias a ella.
En 1784, a propuesta del Intendente Rubalcaba, se creó el uniforme reglamentario para toda la marinería, creándose en cada Arsenal un almacén de vestuarios, donde a cada marinero se le entregaba, a cuenta de la Hacienda un vestuario completo, cuyo valor total era de 258 reales de vellón y que estaba compuesto de las siguientes prendas:
- Seis camisas; tres blancas y tres azules (a 11 reales cada una). – 66 reales de vellón.
- Dos pares de calzones; uno de paño azul y otro de lienzo listado blanco y azul. – 35 reales.
- Un capotillo con capucha, por otro nombre marsellés, de paño burdo afelpado por dentro, de color pardo, y tejido en la espalda el escudo de las armas reales. – 45 reales.
- Dos jubones; uno de paño azul y otro listado en azul y blanco. – 30 reales.
- Un casquete encerado y un birrete de lana colorado. – 12 reales.
- Un par de medias coloradas de estambre. – 10 reales.
- Un par de zapatos abotinados hasta más arriba del tobillo. – 15 reales.
- Un cuchillo con su vaina. – 3 reales.
- Dos peines. – 2 reales.
- Una bolsa para ponerlos, y para tabaco, con aguja e hilo azul y blanco. – 1 real.
- Una cuchara de box y vaso de cuero. – 2 reales.
- Una faja de capullo, listado en blanco y colorado. – 35 reales.
- Un cofano o petate para conservar o guardar la ropa. – 2 reales.
- TOTAL: 258 reales.
Cuando se entraba en combate además se solían prender en el gorro o en la camisa una escarapela encarnada, para diferenciarse del enemigo en el fragor del combate de un abordaje.
La escarapela nacional (cocarda roja) sólo podía usarse en el sombrero por personal de la Casa Real, del Ejército o de la Armada, de acuerdo con la Real Orden de 12 de octubre de 1803. Los franceses utilizaban la escarapela de color azul o blanco y los ingleses de color negro.
Por Real Orden de 25 de febrero de 1791 se dispuso que la Marinería de la Escuadra vistiese prendas semejante a éstas, cuando se estableció como preceptiva una…
…chaqueta de paño de la tierra, forrada de bayeta, chaqueta de medio cotín, chaqueta de oreguela, calzones de paño, calzones de medio cotín, calzones de oreguela, camisa de oreguela, camisa de crea entre ancha, camisa de listado, camisa de caserillo, gorro rojo de pana doble y marsellés corto.
La Ordenanzas de 1793 establecían, en el Tratado V, título I, art. 47 lo siguiente, respecto a la vestimenta del marinero:…
El Marinero ha de tener á lo menos tres camisas, dos calzones largos de paño ó retina, ó de lienzo listado, según los parajes, dos pares de medias de hilo ó de lana, uno de zapatos, dos chalecos, una chaqueta, un gorro, y un marsellés corto que le abrigue de la lluvia y frio cuando no esté de faena: y para los que careciesen de éste indispensable equipaje, se harán desde luego las compras necesarias…
Según las ordenanzas de 1793 a cada tripulante se le daba, a cuenta del Rey, una mochila de lona, con dos correas y hebillas para cerrarse. Había de dos medidas, una de una vara de larga con dos paños y otra de paño y medio con tres cuartas de largo. Estas mochilas eran numeradas con letra u otra marca para distinguirlas de otras con la misma numeración que era posible que hubiera. Dentro de estas mochilas los hombres guardaban sus ropas. Cada mañana se subían, junto con los coys, a las batayolas para dejar las baterías zafas.
En 1794 la vestimenta había variado poco. Seguían gastando pantalones rayados (rayas verticales u horizontales), fajas, chamarras, etc. Se ve por primera vez la chistera, que sustituye al tricornio, incluso entre la Oficialidad.
En 1807 la marinería viste pantalón y chaquetilla azul con tres filas de botones; cuello y puños rojos. Sobre el cuello un ancla dorada sin cepo; los botones son también dorados.
Chistera negra con presilla dorada y pluma y pedrada roja, pespunteada de hilo dorado o amarillo y sobre ella un ancla, esta vez con cepo. Los zapatos, la cartuchera, el correaje y la vaina de la bayoneta son negros y los calcetines, blancos. En la defensa de Buenos Aires de 1807 figuran así retratados los marineros españoles.
La Armada Argentina considera estas unidades como su primera raíz y que incluso, en determinadas celebraciones, sus miembros desfilan por Buenos Aires vestidos con este uniforme.
En septiembre de 1808 el Gobierno Británico entregó en Plymouth vestuario de su Armada a la marinería de la fragata española «Prueba». Consistía en las prendas que se relacionan:
..chaqueta y pantalón de paño azul; zapatos, camisa de lienzo, sombrero; medias de lana; pañuelo de seda negra.
Y D. Antonio de Escaño ordenaba el 4 de septiembre de ese mismo año que…
Toda la marinería se uniformará en el vestido: sus individuos traerán pelo cortado, sin escusa alguna. El uniforme de la marinería será todo azul, con botón de ancla y el cuello blanco; y se entiende que este uniforme consiste en chaqueta, chaleco y calzón largo a la marinera. Para la cabeza usará una gorra de color azul con un ancla al frente, y de hechura airosa, pero al propósito para que con los vientos no se valla al agua No se tolerarán en contramaestres ni marineros los pañuelos ni gorros en la cabeza ni aún por vía de abrigo: para eso se les concede la gorra, y a los contramaestres el sombrero de copa alta. Toda la marinería ha de usar zapatos, sin que en este punto haya la menor laxitud o tolerancia, exceptuando la hora del baldeo, para cuya faena sólo se admitirá que se descalcen. Cada marinero tendrá su maleta o mochila; dos vestidos de invierno; dos de verano; seis camisas; dos pares de zapatos; una gorra; dos pañuelos negros de cuello; un gambeto o marsellés, una hamaca con su colchón, almohada y manta. El vestido de verano será todo blanco con botón de ancla en chaqueta y chaleco, y el cuello azul. En los medios tiempos, y cuando el comandante lo encuentre conveniente, podrá casar el pantalón blanco con la chaqueta azul; pero esto ha de verificarse con toda la marinería del buque a un tiempo, de modo que no haya dos que no estén vestidos uniformemente. Para las faenas de dar alquitrán u otras en que la ropa pueda mancharse, se proveerá a la gente que se ocupe de ellas, una camiseta y un pantalón de lienzo vitre, los cuales volverá a recogerlos el contramaestre concluida la faena.
Fuentes
- «El navío de tres puentes en la Armada española», de José Ignacio González-Aller Hierro.
- LA ARMADA Y LA ENSEÑANZA NAVAL (1700-1840) EN SUS DOCUMENTOS. Aproximación a las Reales Ordenanzas reguladoras, desde una perspectiva jurídico-administrativa y pedagógica». de Miguel Alía Plana.
- Pinturas de navíos y banderas gracias a José Luis González Mateo por su elaboración.