Por Joan Comas
Sin duda alguna las guerras revolucionarias francesa y más tarde las napoleónicas fueron unos de los episodios más memorables donde participaron los legendarios y potentes navíos de línea junto con las veloces y versátiles fragatas. Nombres como Aboukir, Copenhague y Trafalgar resuenan en la cultura popular; pero de no haber sido por la batalla del primero de junio difícilmente Lord Nelson hubiera podido librar estos combates porque la mismísima Francia hubiese podido caer rendida de rodillas ante Gran Bretaña.
Fue un gran combate donde alrededor de cincuenta buques decidieron el destino de ambas naciones, poniendo a prueba desde sus almirantes hasta los marineros rasos, siendo difícil argumentar quien fue realmente el vencedor; es el combate del primer glorioso de junio de 1794 o batalla del 13 de prairial.
Índice
Contexto histórico
En 1794 Europa era un gran incendio. Las chispas que detonaron este polvorín provenían de Francia. Desde el estallido de la revolución, la nación gala estaba en guerra con todos sus vecinos y la caída de la monarquía y la ejecución de su rey solo habían empeorado las cosas, mientras en tierra las rebeliones de monárquicos y los excesos de los revolucionarios se sumaban.
Si bien en tierra la famosa batalla de Valmy había salvado la revolución, en el mar las cosas eran distintas; ambas naciones intentaban mantener sus colonias, aunque para Francia era una tarea casi imposible. Rebeliones y motines por el retardo de las pagas y el duro estilo de vida se sumaron a las purgas realizadas por el régimen del terror, haciendo añicos lo que había sido hasta la fecha el aristocrático cuerpo de oficiales.
A este ambiente había que sumarle una gran hambruna provocada por un duro invierno combinado con las crisis sociales. La Convención Nacional, el órgano de gobierno de la joven república, trazó un ambicioso plan para superar esta crisis; era preciso importar gran cantidad de alimentos provenientes de las colonias de ultramar (por entonces poseía importantes territorios en los actuales EE.UU) junto a otros vienes comprados a los Estados Unidos, la única nación por el momento que les podría ayudar, como antiguo aliado en su guerra de independencia; pese a su política de neutralidad respecto al viejo continente.
Para Gran Bretaña la situación era clara, se había de impedir que el convoy de 170 buques del contralmirante Pierre Jean Van Stabel llegase a puerto y Francia habría de velar por cualquier medio que su escuadra pudiese repeler a los ingleses.
Los comandantes
Al mando de la flota que tenía que escoltar el vital convoy, se hallaba el contralmirante Louis-Thomas Villaret de Joyeuse. Natural de la Gascuña, fue una curiosa figura de la que aún existen diversas leyendas, como que mató un hombre en un duelo y a consecuencia dejó los gendarmes para unirse a la Marina Real; la cual al no ser de origen noble no pudo entrar en la academia y se tuvo que conformar en ser voluntario antes de poder ponerse los galones de teniente cinco años más tarde. Quizás su hecho más importante del periodo monárquico fue haber servido con el ilustre almirante Suffren en su exitosa campaña contra la supremacía británica en el océano Índico.
A lo largo de su carrera demostró ser un capitán competente, aunque consciente de hasta donde llegaban sus capacidades. Siendo capturado tras combatir con su fragata contra un navío de línea durante cinco horas; con su rendición su homólogo británico afirmó:
“Señor, nos ha dado una fragata bastante hermosa, pero nos ha hecho pagar un alto precio por ella”
Se refería así a la numantina defensa que el oficial galo había realizado. Al ser liberado, fue condecorado en Versalles con la orden de San Luis.
Durante la revolución juró lealtad a la república, cosa que le valió su promoción como capitán aunque su labor destacó al bloquear la costa gala y así impedir que Gran Bretaña enviase ayuda a los rebeldes monárquicos. También su buque fue uno de los escasos navíos que no se amotinaron en Quiberon, manteniendo el orden y lejos de sufrir una purga revolucionaria.
Paralelamente en el lado británico tenemos al almirante Richard Howe, aristócrata (su padre era vizconde y su madre baronesa) emparentado lejanamente con el rey Jorge I. Howe había empezado a navegar desde los 13 años, algo muy común en aquel periodo; siendo curtido en las luchas de los levantamientos jacobitas, la guerra de sucesión austriaca, la guerra de los siete años, la independencia americana (donde bloqueó puertos y apoyó al ejército) y la primera coalición contra Francia. También destacó por intervenir en la última fase del sitio de Gibraltar.
En resumen era un oficial con gran experiencia, que al igual que su oponente galo también navegó bajo otro gran marino, en este caso se trataba de Edward Hawke quien gracias a la batalla de Quiberon destrozó los planes franceses de una invasión a Inglaterra.
Sirvió como capitán de buque insignia del príncipe Eduardo, contralmirante y hermano menor del monarca reinante Jorge III; ocupó cargos de relevancia como miembro del parlamento, tesorero de la armada y dos veces primer lord del almirantazgo.
Aunque tuvo mala suerte en medir sus fuerzas contra el teniente general de la real armada Luis de Córdoba y fue criticado por su gestión durante los bloqueos de la costa americana durante la guerra de independencia. Aún sí por sus simpatías por los colonos fue comisionado como uno de los encargados de negociar la paz con los rebeldes americanos. Otro de sus hechos destacados fue la creación de un nuevo código de banderas más eficiente que él sus predecesores, que proporcionaba mayor versatilidad a la hora de transmitir ya que asignaba un número a cada buque, cosa permitía individualizar los mensajes.
Al morir su hermano heredó el título de vizconde Par de Irlanda y por su meritoria carrera fue nombrado, Earl, vizconde y más tarde conde Par de Inglaterra.
Las flotas
La flota francesa contaba con potentes buques de 110 y 120 cañones, cosa que les daba ventaja sobre los británicos, pues su mejor buque solo disponía de 100 piezas. En total se preparó una flota que se componía de 23 navíos de línea y 16 fragatas destinados a proteger de forma ultranza al convoy de 170 buques.
Pero claro estaba que tras el caos de los años posteriores esta ventaja difícilmente podría compensar la escasa formación de los nuevos marineros, pese a los intentos del contralmirante Joyeuse por intentar crear un cuerpo de oficiales competente.
Aunque Joyeuse nunca pudo tener la libertad de acción que hubiere deseado, porque toda decisión del contralmirante tenía que ser supervisada por Jean-Bon Saint-André, el asesor de la Convención Nacional en asuntos navales. Saint-André era un antiguo capitán mercante retirado por la insólita causa de haber perdido sus ahorros al naufragar en poco tiempo cada uno de los tres buques capitaneó a lo largo de su carrera. Diputado radical, votó por la muerte del depuesto monarca y era un firme promotor del tribunal revolucionario.
Dicho asesor intentó reorganizar la armada mediante una dura disciplina como antídoto para la insubordinación. Solo tomar posesión de su cargo intentó, sin éxito, la creación de un impopular decreto que condenaba a muerte a cualquier marino que se rindiese al enemigo sin luchar lo que el gobierno consideraba insuficiente, dicha sentencia se ejecutaría al regreso del prisionero al suelo patrio.
Orden de batalla francés
Es interesante ver como el nuevo orden republicano se abrió un hueco entre los clásicos nombres de deidades antiguas, topónimos e ideales que llevaban los buques de línea.
Vanguardia al mando del contralmirante Bouvet
- Convention, navío de línea de 3ª clase armado con 74 cañones
- Gasparin, navío de 3ª clase, 74 cañones
- America, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Témérarie, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Terrible, navío de 1ª clase, 110 cañones. Buque insignia del contralmirante
- Impétueux, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Mucius, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Éole, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Tourville, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Précieuse, fragata, 32 cañones
- Naïade, corbeta, 16 cañones
Centro al mando del contralmirante Villaret de Joyeuse
- Trajan, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Tyrannicide, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Juste, navío de 3ª clase, 80 cañones
- Montagne, navío de 1ª clase, 120 cañones. Buque insignia del contralmirante
- Jacobin, navío de 3ª clase, 80 cañones
- Achille, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Northumberland, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Vengeur du Peuple, navío de 3ª clase, 74 cañones. Al mando del capitán Renaudin
- Patriote, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Proserpine, fragata, 38 cañones
- Taimise, fragata,32 cañones
- Papillon, corbeta, 12 cañones
Retaguardia al mando del contralmirante Nielly
- Entreprenant, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Neptune, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Jemmappes, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Trente-et-un-Mai, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Républican, navío de 1ª clase, 110 cañones. Buque insignia del contralmirante
- Sans Pareil, navío de 3ª clase, 80 cañones
- Scipion, navío de 3ª clase, 80 cañones
- Pelletier, navío de 3ª clase, 74 cañones
- Galathée, fragata, 32 cañones
- Gentille, fragata, 32 cañones
Si alguien se fija en los cuadros y grabados de este periodo, se percatará probablemente de un elemento que parece ser un error del artista pero no lo es. Hablamos de la bandera de Francia, sus colores parecen estar colocados en un orden equivocado. La explicación a este fenómeno viene con el inicio de la revolución, momento en que se popularizó el uso de escarapelas de colores como símbolo de movilización ciudadana, generalmente rojo y azul, los colores de la bandera de París.
El diseño varió cuando el general Lafayette introdujo el blanco, color asociado al rey como símbolo de la unión entre el soberano y el pueblo en una monarquía constitucional. Si bien se hicieron cambios y experimentos en su diseño, en la armada al igual que el ejército se continuó usando el pabellón blanco como enseña de combate hasta 1790. Excepto que el navío llevase al monarca o un miembro de la casa real, momento en que se izaba un pabellón blanco decorado con flores de lis doradas.
Con la llegada de la república se estipuló que la tricolor se emplease como tajamar o bandera de proa en el bauprés y como pabellón de combate se mantendría un predominio del color blanco como símbolo del “glorioso pasado” de la armada, pero añadiéndole los tres colores nacionales que aparecerían en un cantón.
Pero al parecer los marineros estaban más que disgustados por el predominio del odiado color blanco, pues les recordaba demasiado el antiguo régimen; incluso llegaron amenazar con amotinarse (otra vez para no variar en su rutina) si el gobierno no encontraba una solución.
La panacea al problema vino del diputado de la Convención Nacional Jacques-Louis David, artista y futuro pintor oficial del Gran Corso. David propuso que los tres colores tuvieran igual proporción, siendo el azul el que está atado al mástil, ya que de este modo sería más fácil su reconocimiento en alta mar al resaltar el color rojo entre el oleaje del océano. Algo parecido a la bandera española y su origen naval. Con la aprobación de los diputados y satisfechos los marineros, nació la bandera francesa tal y como la conocemos en la actualidad.
Orden de batalla británico
En el polo opuesto los británicos, quien tras tres años de duros enfrentamientos con la Real Armada se hallaba en verdadero mal estado, por lo que con el inicio de las hostilidades el primer lord C. Middelton ordenó que fueran reparados en los astilleros; este hecho propició que estuviesen en mayor estado operacional que en la guerra de independencia americana.
Con buques en buen estado y con uno de los mejores almirantes del momento podía parecer que todo les favorecía, en esta parte sí, pero recordad que los buques franceses eran más potentes y además no disponían de suficientes marinos para tener las dotaciones al completo, por lo que fueron reclutado personas sin experiencia que pasaría tiempo hasta que se pudiesen comparar con un marinero preparado. Este factor afectó inclusive el mismísimo cuerpo de marines quien a falta de personal enrolaron al regimiento número 2: la reina y al de infantería número 29.
- HMS Caesar, navío de línea de 3ª clase armado con 80 cañones al mando del capitán Anthony Molloy
- HMS Bellerophon, 3ª clase armado con 74 cañones. Buque insignia del contralmirante Thomas Pasley
- HMS Leviathan, 3ª clase armado con 74 cañones
- HMS Russell, 3ª clase armado con 74 cañones
- HMS Royal Sovereing, navío de 1ª clase armado con 100 cañones. Buque insignia del vicealmirante Thomas Graves
- HMS Marlborough, navío de 3ª clase, 74 cañones
- HMS Defence, navío de 3ª clase, 74 cañones
- HMS Impregnable, navío de 2ª clase, 98 cañones. Buque insignia del contralmirante Benjamin Caldwell
- HMS Tremendous, navío de 3ª clase, 74 cañones
- HMS Barfleur, navío de 2ª clase, 98 cañones. Buque insignia del contralmirante George Bowyer
- HMS Invincible, navío de 3ª clase, 74 cañones
- HMS Culloden, navío de 3ª clase, 74 cañones
- HMS Gibraltar, navío de 3ª clase, 80 cañones
- HMS Queen Charlotte, navío de 1ª clase, 100 cañones. Buque insignia del almirante Richard Howe
- HMS Brunswick, navío de 3ª clase, 74 cañones
- HMS Valiant, navío de 3ª clase, 74 cañones
- HMS Orion, navío de 3ª clase, 74 cañones
- HMS Queen, navío de 2ª clase, 98 cañones. Buque insignia del contralmirante Alan Gardner
- HMS Ramillies, navío de 3ª clase, 74 cañones
- HMS Alfred, navío de 3ª clase, 74 cañones
- HMS Montagu, navío de 3ª clase, 74 cañones
- HMS Royal George, navío de 1ª clase, 100 cañones. Buque insignia del vicealmirante Alexander Hood
- HMS Majestic, navío de 3ª clase, 74 cañones
- HMS Glory, navío de 2ª clase, 98 cañones
- HMS Thunderer, navío de 3ª clase, 74 cañones
Campaña por el Atlántico
El convoy del contralmirante Van Stabel salió de Virginia el 2 de abril, por delante tenía un arduo viaje por el océano Atlántico, siempre temido por sus navegantes cuando los vientos de Eolo conspiran con la olas de Neptuno para hacer naufragar los buques y sin contar con los corsarios al servicio de Gran Bretaña. Pero Stabel era un marino muy capaz que al igual que Joyeuse se había distinguido en los combates navales en la independencia de américa, recibiendo un sable de plata de Luis XVI en señal de admiración.
Por su parte el almirante Howe con la flota del canal salió de Portsmouth el 2 de mayo y pudo comprobar como el contralmirante Joyeuse (su futuro oponente en combate) todavía se hallaba en el puerto de Brest. Aprovechando esta situación pasó buscando la codiciada comitiva de buques sin éxito alguno durante por las costas del golfo de Vizcaya. Ante tal panorama el almirante puso proa hacia Brest el 18 de mayo, cosa que le permitió descubrir que Joyeuse había partido el día anterior.
No hacía falta ser un gran marino para deducir que esta repentina salida se debía muy probablemente a que el convoy había cruzado con éxito el océano y se hallaba en el tramo final de su epopeya. Rápidamente viró hacia la inmensidad del mar para enfrentarse con el enemigo.
De momento los buques con las provisiones habían tenido éxito al esquivar el escuadrón de un comandante inglés, quien había apresado varios mercantes por la zona y además se había encontrado con el contralmirante francés Nelly quien empezó a escoltarles. El almirante británico había ordenado a dos escuadrones intentar localizar al enemigo, si bien cumplieron con otros servicios, no pudieron reunirse con el grueso de la flota cosa que les privó de un papel importante en la batalla que se avecinaba.
La batalla del primero de junio
Preludio del combate
Pero pese a que la suerte parecía florecer al bando francés, el 25 de mayo Howe avistó los buques que conformaban la retaguardia de la flota francesa y se lanzó a su persecución. El 28 de mayo tras lanzar al ataque sus navíos más rápidos consiguió cerrar el paso al navío Révolutionnaire, quien tras un duro duelo donde se quedó sin mástiles, solo pudo evitar su captura al ser remolcado durante la confusión que proporciona el oscuro velo de la noche por el navío Audacieux y la corbeta Unité rumbo al puerto de Rochefort. Había quedado claro que desde el principio los británicos lucharían duro.
Por su parte Joyeuse conocía la primera incursión enemiga y gracias a sus fragatas que el convoy estaba cerca, era preciso tomar una decisión rápida o la misión caería en fracaso. Entonces el contralmirante francés ordenó poner rumbo al oeste con la intención de convertirse en un señuelo para el enemigo.
Los ingleses mordieron el anzuelo y el 29 volvieron a hacer otra intentona por neutralizar la flota gala. Justo por la mañana los franceses cayeron en sotavento y la distancia entre las dos flotas se redujo.
Entonces Howe planeó dividir al enemigo atacando a los buques de la retaguardia. Sin contar con la ventaja del viento, Joyeuse alarmado mandó buques a reforzar la retaguardia; pero para suerte del francés y pena del británico el capitán del HMS Caesar no obedeció, cosa que frustró la operación.
Al caer la noche Joyeuse puso rumbo norte para continuar con su estrategia de cebo y una densa niebla le ayudó mientras Howe le pisaba los talones. Durante la noche del día 31 ambos contendientes volvieron a formar sus buques, fue entonces cuando el almirante inglés lamentó que sus escuadrones no se hubiesen reunido con él ya que pese a sus victorias en las anteriores escaramuzas solo disponía de 25 buques contra 26 franceses y con los buques ausentes hubiese gozado de una buena superioridad numérica. Como una vez dijo Nelson: “Solo los números pueden aniquilar”.
La maniobra de Howe
A consecuencia de los acontecimientos anteriores ambas flotas habían quedado en forma de largas líneas en paralelo. Si bien Howe no había conseguido barrer al enemigo ahora disponía de una posición privilegiada al contar con el barlovento y además tres navíos franceses se habían tenido que retirar a causa de los daños sufridos en la anterior refriega. Por su parte Joyeuse había intentado acercar su línea contra la formación enemiga para que su artillería fuese más afectiva.
Con las primeras luces del día los combatientes aprovecharon para dar de comer a sus marinos, pues la jornada sería dura y esta vez el almirante británico quería asegurarse de forzar una acción decisiva que destruyese al enemigo. Inicialmente ambas flotas se hallaban una distancia de 10 km cosa que gracias al viento Howe la redujo y a las 8:12 ya solo les separaban 6 km. Fue en este preciso momento cuando el almirante inglés dio a conocer su plan de batalla. Aprovechando el viento a favor romperían la línea de batalla enemiga.
Era una idea que no era nueva, pues 12 años antes en almirante Rodney ya la había empleado en batalla, aunque se consideraba demasiado moderna para la mentalidad de algunos oficiales. Pero como innovación ni se dividiría en escuadrones ni divisiones, izaría las banderas de “close action” es decir acción cerrada y cada buque rompería la formación enemiga por un punto diferente de este modo quedaría desorganizado y a merced de sus capitanes.
Acto seguido ordenó virar en dirección al enemigo y a la distancia conveniente lanzó la señal de “acción cerrada”; el plan era bueno, pero bien estuvo a punto de fracasar porque muchos de sus capitanes no entendieron, no pudieron o no quisieron entender su mensaje.
Howe vio impotente como solo 6 de sus 25 buques le obedecían mientras los demás volvían a formar en línea de batalla. El almirante a sus sesenta y ocho años y sin haber descansado nada durante tres días de combates estaba (según los testigos) tan enérgico como cuando era joven y no anuló el ataque, es más fijó su objetivo al buque insignia francés. Quedaba claro que el inglés iba a por todas.
Para el terror de los franceses escasos 6 buques que obedecieron al Lord fueron suficientes como para atacar la vanguardia, el centro y la retaguardia, acercándose a quemarropa “prácticamente” sin recibir ningún daño de sus homólogos franceses, lo pongo entre comillas porque sí hubo daños serios dependiendo de la fuente que se consulte. Por ejemplo el fuego de proyectiles que recibió el HMS Bellerophon fue tal que el mismo contralmirante Thomas Pasley perdió su pierna y casi murió de no haber sido por la pericia del cirujano de abordo; cosa que les impidió seguir con el ataque.
Combate cerrado
Tras la maniobra de Howe, la batalla quedó reducida a una gran melé de madera, ahora les tocaba lucirse a los capitanes. Tanto en la vanguardia, el centro y en la retaguardia se libraba una brutal lucha cuerpo a cuerpo con los buques desarbolados a causa de los cañones.
Pese al poder de la artillería gala, los británicos supieron imponerse y capturaron a los buques América, Impétueux, Juste, Achille, Northumberland, Sans Pareil y Vengeur du Peuple estaba tocado de muerte. En defensa de los franceses hay que decir que se defendieron, pues todos estos buques estaban completamente desarbolados y tras su captura sólo tres pudieron ser reutilizados, el resto a casusa de los daños fueron desechados.
El contrataque francés
Las cosas no pintaban muy bien para la flota gala y si Joyeuse no tomaba alguna decisión rápidamente toda su flota y sus hombres perecerían. Fue en este momento cuando el contralmirante francés se percató de que tras la refriega había conseguido “cortar lazos” entre el buque insignia británico y el resto de su flota; más el primer buque inglés el HMS Caesar, al mando del capitán Anthony Molloy, no había cumplido con su cometido de cerrar el caso y sin darse cuenta se había dejado “la puerta abierta”.
Joyeuse vio una oportunidad que no podía desaprovechar; por este motivo ordenó que toda su flota se alejara en dirección norte mientras reconstruían la línea de batalla y esta vez con el viento a favor virasen a estribor para presentar sus costados al enemigo.
Gozando del barlovento, los franceses fueron ganando distancia, mientras por su parte los británicos no fueron capaces de darles caza, ya que después de un duro combate solo les quedaban 11 buques en perfectas condiciones de lucha contra 12 navíos franceses en situación similar.
En este momento se produjo uno de los sucesos más dramáticos de la batalla. Si bien la flota pudo “salvarse” el maltrecho Vengeur du Peuple todavía resistía y al final según la versión francesa, sus marineros (o al menos los que aún se podían mantener en pie) en un último acto de simbolismo al no querer rendirse, se congregaron en la popa del buque, mientras este se estaba yendo irreversiblemente a pique y hondeando bien fuerte la tricolor gritaron con todas sus fuerzas a sus oponentes: ¡Viva la nación! ¡Viva la república! Cantando la marsellesa hasta que desaparecieron entre las olas.
Con ello todo había terminado, los británicos terminaron la jornada con varios buques dañados y 1.200 bajas; paralelamente en el bando galo se perdió 1 buque, 6 fueron capturados, 3.000 prisioneros y 4.000 caídos.
Durante los dos siguientes días ambas armadas junto a sus refuerzos realizaron distintas maniobras sin llegar directamente a combatir mientras intentaban hacerse con el codiciado convoy.
Por su parte el contralmirante Van Stabel tras tener que hacer frente a una terrible tempestad, consiguió llegar a las costas francesas, solo perdiendo un buque y sin ningún otro incidente. La campaña naval había terminado.
Consecuencias
Desde el punto de vista británico fue una gran victoria, ya que Francia no había sufrido una derrota tan grande desde la batalla de la Hogue, 102 años antes. Con menos bajas que sus rivales es de justicia reconocer a los ingleses como vencedores de forma “táctica” ya que de forma “estratégica” prevalecieron los galos al conseguir que convoy de provisiones llegase a puerto; pues este era el principal objetivo de la campaña. Pese a todo, incluyendo la desobediencia por ambas partes, la confrontación ha sido desde entonces inmortalizada por distintos artistas de ambas naciones en bellos lienzos.
El heroico final del Vengeur du Peuple fue explotado por la prensa gala hasta el punto de que la versión “oficial” llegó a ser muy diferente de los acontecimientos “reales” y es difícil decir que realmente ocurrió. Por ejemplo, resultó totalmente falsa la afirmación que toda su dotación pereció al negarse a ser apresada, ya que los supervivientes fueron capturados por los británicos y regresaron al poco tiempo a su patria.
Pese a todo el mito ya había nacido y en una etapa tan difícil como la revolución, esta nación sedienta de héroes, victorias y valores vio cómo su folclore atizado por las llamas del patriotismo quedaba enriquecido para la posteridad. Incluso el escritor Jules Verne como buen francés, hace referencia en su obra Vente mil leguas de viaje submarino:
A babor no se veía más que la inmensidad del agua tranquila. A estribor, al fondo, apareció una pronunciada extumescencia que atrajo mi atenció (…) Qué barco podía ser ése? ¿Por qué había ido el Nautílus a visitar su tumba? ¿No era, pues, un naufragio lo que le había llevado bajo el agua? No sabía yo qué pensar, cuando, cerca de mí, oí al capitán Nemo decir lentamente:
-En otro tiempo ese navío se llamó el Marsellés. Tenía setenta y cuatro cañones y lo botaron en 1762. En 1778, el 13 de agosto, bajo el mando de La Poype Vertrieux, se batió audazmente contra el Preston. El 4 de julio de 1779, participó con la escuadra del almirante D’Estaing en la conquista de la Granada. En 1781, el 5 de septiembre, tomó parte en el combate del conde de Grasse, en la bahía de Chesapeake. En 1794, la República francesa le cambió el nombre. El 16 de abril del mismo año, se unió en Brest a la escuadra de Villaret Joyeuse, encargada de escoltar un convoy de trigo que venía de América, bajo el mando del almirante Van Stabel. El 11 y el 12 pradial, año II, esa escuadra se encontró con los navíos ingleses. Señor, hoy es el 13 pradial, el primero de junio de 1868. Hoy hace setenta y cuatro años, día a día, que en este mismo lugar, a 47′ 24′ de latitud y 17′ 28′ de longitud, este barco, tras un combate heroico, perdidos sus tres palos, con el agua en sus bodegas y la tercera parte de su tripulación fuera de combate, prefirió hundirse con sus trescientos cincuenta y seis marinos que rendirse. Y fijando su pabellón a la popa, desapareció bajo el agua al grito de « ¡Viva la República!»
-¡Le Vengeur! -exclamé.
-Sí, señor, Le Vengeur. Un hermoso nombre -murmuró el capitán Nemo, cruzado de brazos.
Veinte mil leguas de viaje submarino, segunda parte capítulo XX
El primer glorioso de junio junto a las grandes batallas de su periodo como Trafalgar, Copenhague o el Nilo, han proporcionado grandes influencias a los historiadores y estrategas navales a lo largo del tiempo; siendo quizás uno de los más destacados el capitán Alfred T. Mahan, contralmirante honorario de la marina estadounidense.
En su teoría, Mahan prioriza que cualquier operación naval de una armada ha de estar destinada a garantizar la supremacía en el mar mediante una campaña que culmine con un encuentro con el enemigo en una gran “batalla decisiva” donde es completamente derrotado. Con tal postulado cumplido, la victoria en la guerra es casi segura dado a que el vencido se halla en una gran inferioridad al quedar expuesto a un grave “estrangulamiento económico” anulando el comercio marítimo y la posibilidad de perder sus colonias y áreas de influencia.
Premios y recompensas
Al ser ya conde, Richard Howe, reusó recibir cualquier otro título nobiliario y un muy agradecido rey Jorge III quiso entregar a al almirante la orden de la jarretera, pero finalmente fue disuadido por los detractores del Lord, dado a que si bien ganó en una gran batalla, no consiguió cumplir con éxito la captura del convoy. Pese a todo fue ascendido a grado de almirante de la flota, siendo considerado uno de los comandantes navales más importantes de la historia británica, país que ha bautizado diversos buques con su nombre. Finalmente tras actuar durante doce horas como mediador durante los motines de la Royal Navy en Spithead fue condecorado con la orden de la jarretera, el máximo honor de Gran Bretaña.
Respecto a los demás almirantes y capitanes subordinados, las recompensas fueron importantes, con ascensos y títulos para casi todos los combatientes. Pero quizás el premio más destacado fue la creación de la Naval Gold Medal, la primera medalla propiamente dicha para la marina hasta su extinción en 1840. Tal condecoración se componía de una medalla redonda de oro, decorada con alegorías mitológicas al mar y la victoria; con una inscripción de la acción en el reverso. Rematada en una cinta blanca con los bordes azul oscuro se dividía en dos clases:
- Versión para almirantes, comodoros y capitanes al mando: De gran tamaño, se colgaba en el cuello y estaba reservada a los oficiales que habían liderado una fuerza naval en una gran victoria. En total a lo largo de las guerras revolucionarias y napoleónicas se concedieron unas 22.
- Versión de capitanes subordinados: más pequeña que su clase anterior, se colgaba en el pecho izquierdo. Un total de 112 oficiales al mando de un buque fueron premiados al haber combatido en una gran batalla durante las interminables hostilidades contra Francia.
La gran excepción fue el capitán del HMS Caesar Anthony Molloy que inicialmente fue acusado de cobardía ante el enemigo; acusación que fue desmentida al comprobarse que si bien no había cumplido con las órdenes del almirante él había luchado y los 18 fallecidos y 71 heridos de su maltrecho buque eran la prueba. Finalmente fue declarado culpable de ineptitud y jamás volvió a comandar un buque.
Cuenta la leyenda que su mala estrella provenía de una maldición que le había lanzado su mujer en una riña diciendo: “¡Capitán Molloy, eres un hombre malo, te deseo la mayor maldición que le puede ocurrir a un oficial británico; que cuando llegue el día de la batalla tu corazón falle!” Pronto las ingeniosas y creativas mentes de los humoristas británicos se hicieron eco con este estribillo satírico:
Yo, Anthony Pye Molloy
Puedo quemar, capturar, hundir y destruir
¡Solo hay una cosa que no puedo hacer en la vida!
Y es detener la lengua de mi mujer.
En el polo opuesto, las recompensas en la nación gala fueron más modestas, dado a que el gobierno republicano había suprimido todas las condecoraciones del antiguo régimen por su carácter religioso y aristocrático. Ya que en la nueva república se daba “prioridad” al principio de igualdad entre los ciudadanos y los requisitos para recibir una condecoración eran demasiado exclusivos. Es decir que el homenajeado era obligatorio que fuese oficial, cortesano, aristócrata o católico (excepto en la orden al mérito militar que se daba a los oficiales protestantes).
Por haber comandado el convoy exitosamente; el contralmirante Pierre Jean Van Stabel fue proclamado “Bien mérité de la Patrie”; esta proclama era el máximo honor del momento a los héroes de Francia. Volvió a combatir contra los ingleses al lado Joyouse en más de una ocasión hasta su repentina muerte en 1797.
Pese al ser virtualmente derrotado Louis-Thomas Villaret de Joyeuse fue ascendido a vicealmirante. Con la llegada de Napoleón fue condecorado con los grados de caballero, gran oficial y gran cruz de la legión de honor y nombrado conde del imperio. Aunque a lo largo de su carrera sufriría más de un revés, consiguió ser gobernador de Venecia cuando el Gran Corso estaba en el apogeo de su poder y su nombre fue grabado en el arco del triunfo de París.
El capitán Jean François Renaudin, quien según el rumor había perecido con toda su dotación del Vengeur; fue ascendido de forma póstuma al rango de contralmirante y fue una verdadera sorpresa cuando se presentó en carne y hueso delante de los diputados de la Convención. Recibido entre aplausos, no fue sometido a ningún castigo y Napoleón le concedió el título de barón del imperio y caballero de la legión de honor. Al mando de otros buques continuó con su carrera hasta su muerte en 1801; su nombre también fue grabado en el arco del triunfo de París.