Por Juan García (Todo a Babor)
Índice
Introducción
Tras la Guerra de los Treinta Años en 1648, España y Francia no dejaron las armas y mantuvieron una guerra que terminó en 1659 con el Tratado de los Pirineos.
En este contexto, Francia y España libraron encarnecidos combates tanto en tierra como en la mar, durante los cuales los franceses vieron renacer su hasta entonces discreta marina de guerra.
Hoy les traigo un combate naval que se dio en el Mediterráneo y que tuvo gran repercusión en su momento, por las circunstancias que se dieron en dicho enfrentamiento: la de galeras combatiendo contra buques de guerra de vela.
Ya hemos leído en Todo a babor varias entradas donde ocurrió lo contrario: que galeras enemigas, en este caso otomanas, combatieron contra buques de vela españoles. El caso más sonado fue el de la Batalla del Cabo Celidonia en 1616. Si no la han leído, háganlo, fue épico.
Las galeras tenían a su favor que, gracias al uso de los remos, no dependían del viento como sí les pasaba a los buques de alto bordo. Estos, a su favor tenían la superioridad artillera, gracias a que disponían de más espacio para llevar cañones que las galeras, que sólo podían montar unas pocas piezas en crujía, en la proa.
Además, producto de esa mayor altura de bordas, podían defenderse mejor de los intentos de abordaje desde las galeras.
Las galeras españolas patrullan la desembocadura del Ebro
Corre el año de 1650. Don Francisco Fernández de la Cueva y Enríquez de Cabrera, cuarto duque de Alburquerque, es designado nuevo general de las Galeras de España, en sustitución de Melchor de Borja, quien tenía achaques debido a su mala salud y había pedido la licencia del servicio a causa de ello.
El duque había sido un experimentado combatiente, pero en tierra, empezando desde muy joven como soldado de los tercios. A pesar de su nula experiencia marítima, mereció preferencia entre los que solicitaban la capitanía general de las galeras.
Tampoco Pero Niño tuvo experiencia y cuando se encontró a bordo de un buque pareció estar como pez en el agua, y nunca mejor dicho.
Las galeras españolas del duque tenían su lugar de acción en las costas valencianas, guardando las bocas del Ebro y el acceso a Tortosa, ciudad ocupada por los franceses en 1648, donde los españoles mantenían el cerco.
No obstante, la mayor parte de las fuerzas navales españolas se concentraron en Italia, con la intención de echar a los franceses de la Toscana, cosa que consiguieron en julio de aquel mismo año.
Si bien la escuadra española que participó en aquella ocasión fue impresionante (39 bajeles de guerra, 9 galeras, 120 tartanas o polacras y 80 falucas para embarcar municiones para un ejército de más de 10.000 hombres), no lo era tanto la de las galeras del duque de Alburquerque, que contaba para sus cometidos con sólo seis embarcaciones: cinco de España y una de Cerdeña. Siendo su puerto principal en los Alfaques, en la desembocadura del Ebro.
Los franceses buscan destruir a las galeras españolas
Conociendo esta situación, el virrey de Cataluña (por entonces ocupada por tropas francesas), Louis de Bourbon, duque de Vendome (Mercoeur), preparó una flotilla de buques ligeros cargados de víveres y municiones, y dio orden al barón de Ligny, que era el oficial al mando de cuatro buques de guerra, de abrirles paso.
El plan era que los buques a vela franceses machacarían a las galeras españolas y el convoy dejaría en tierra los valiosos pertrechos por la zona de Cambrils donde tenía gente preparada para recibirlos. De hecho, esta batalla se conoce en algunos listados como la acción de Cambrills, combate de Tortosa o simplemente como la acción del 23 de noviembre de 1650 (1).
El duque de Alburquerque supo cuándo salió la escuadra enemiga de Barcelona. Pero también era conocedor de que no podría resistir un combate en su fondeadero, por lo que determinó salir en cuanto la mar se presentase favorable para sus galeras, efectuándolo el 23 de noviembre de forma sosegada.
Descubierto por los franceses al amanecer, se le echó encima la escolta, intentando ganar el barlovento, cosa nada fácil pues el viento era terral.
La escuadra española estaba bien situada, con el barlovento y con poco fondo, situación nada idónea para los franceses, quienes se retiraron intentando así atraer a las galeras.
Y así lo hicieron, al tiempo que disparaban sus piezas de buen calibre situados en crujía. En ese momento el viento se calmó, dando a las galeras la ventaja que buscaban al quedar separados los buques de vela.
Los españoles fueron a por su primera presa, siendo la galera capitana del propio duque quien rindió en media hora a un bajel de 16 cañones, que era el más pequeño de los que traían los franceses. Tras esto, ordenó llevarlo a su base en los Alfaques. Para ello tuvo que desprenderse de una de las galeras, quedándose por lo tanto con sólo cinco.
La suerte estaba de lado de los españoles, ya que el viento flojeaba cada vez más, allanándose la mar como en un lago. Para unas embarcaciones de propulsión principal a remo esto era lo mejor que les podía pasar.
Con aquellas propicias condiciones, las galeras fueron a por otros dos de los bajeles, batiéndolos de enfilada hasta que se rindieron. Tras ellos fueron a por la capitana, cañoneándolo igual que a los demás y, dándose el extrañísimo caso de ofrecerle una rendición mediante capitulación escrita, lo cual aceptaron los franceses.
Dicha capitulación decía así:
Capitulación hecha en la mar, á la vista de Tarragona, entre el Duque de AIburqnerque, Capitán general de las galeras de España, y el señor de Ligny, mariscal de batalla de Su Majestad Cristianísima, gobernador de cuatro bajeles. Primeramente concede Su Excelencia al señor Barón de Ligny y á la gente, oficiales y soldados, marineros y artilleros, capitán de bajel, las vidas, y que salgan con espadas; y los que fueron de la guardia del señor Duque de Mercurio (Mercoeur), sus armas de fuego y lo que puedan sacar encima; y el señor Barón de Ligny sacará los cofres, y su cirujano uno, y tendrán en la plaza de Tarragona los oficiales la ciudad por cárcel, dando su palabra por escrito, y los soldados donde fuere servido el señor Duque de Alburquerque; y saldrán de la dicha plaza el día que Tortosa fuese rendida ó socorrida, y llevados á la ciudad de Barcelona, camino derecho, con convoy. Fecha en la mar, á vista de Tarragona, á 24 de Noviembre de 1650.—El Duque de Alburquerque.—Ligny.
Biblioteca de S. M. el Rey, Ms., t. F. 77, fol. 58.
Tras la batalla
Las galeras españolas sufrieron mucho en este combate. Los buques franceses montaban la siguiente artillería: 30 cañones la capitana francesa, 20 piezas dos de los bajeles y 16, como ya vimos, el más pequeño.
La tripulación de la escuadra enemiga tenía, además de su correspondiente tripulación, a 500 mosqueteros de socorro. De transporte llevaban cuatro cañones de campaña, dos morteros, mil mosquetes, 800 espadas y una buena cantidad de pólvora y raciones. Todo lo cual quedó como botín, además de las embarcaciones apresadas.
Los franceses, como han hecho también otras veces, intentaron quitarle importancia al combate hecho por los españoles, aduciendo que los suyos simplemente es que no habían luchado bien, obviando que lo normal en cualquier batalla es que suele ganar quien mejor ha luchado ese día:
Este suceso fue á los ojos del Duque (de Mercoeur), que cogía el cielo con las manos y pateaba de furor de ver que los dos mejores vasos últimos no habían querido pelear. Con esta presa tuvo el enemigo buen socorro y con qué poder asistir su ejército y proveer después a Tortosa.
Parets (lib. II, cap. XXXIII, página 373).
Pero por mucho que les escociera a algunos, la verdad es que fue un combate naval de los que pocas veces se daban. Así lo reconoció en España el mismo rey Felipe IV, quien felicitó al duque de Alburquerque por medio de esta carta:
El Rey—Duque de Alburquerque, primo, gentilhombre de mi cámara, Capitán general de mis galeras de España—he querido deciros que esta facción ha correspondido á lo que esperé de vos cuando os elegí para este cargo; pues si bien en otras ocasiones habéis dado muestras de vuestro valor (propio y heredado con vuestra sangre), en ésta habéis obrado como valeroso general y con todo el acuerdo que pudo producir largas experiencias de las cosas de la mar para conseguir la victoria que tuvisteis, exponiéndoos con tan pocas galeras á pelear y rendir estos navíos, cuyas fuerzas son tan desiguales á las de las galeras como ventajosas, y más cuando sabíais venían reforzadas de infantería, con que entrastes en conocido riesgo de la vida, consiguiendo en quitar tan considerable socorro al ejército del enemigo su retirada, como sucedió; y asegurarse rendir la plaza de Tortosa (que es de tanta consecuencia), porque os doy muy particulares gracias, quedando enterado del gran amor y singular fineza con que me servís, que tendré siempre en memoria para honraros y haceros merced, como lo merecen vuestros señalados y particulares servicios y éste tan singular.
Esta sí que es una carta de verdadero agradecimiento.
El ministro principal del rey, Luis Méndez de Haro y Guzmán, escribió a su rey de forma confidencial:
Señor mío: Haber tomado con seis galeras cuatro navíos, no tengo noticia de que se haya visto otra vez. Alegróme con V. E. de todo corazón de un suceso tan feliz y de tanta reputación.
Otros felicitaron también en los mismos términos al duque de Alburquerque y por todas partes se llevó la noticia, elevando la moral a buena parte del país, junto con las acciones que vendrían poco después, como el apresamiento del Lion Couronné.
Fue, sin duda, una victoria extraordinaria que merece la pena recordar.
Nota:
(1). En el libro «French Warships in the Age of Sail 1626–1786», de Rif Winfield y Stephen S. Roberts, Pen & Sword Books Limited, figura la batalla de este modo: 1650 (23 nov) Action off Cambrils.
Fuente:
- La Armada Española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón. Cesáreo Fernández Duro.