Por Joan Comas
Pese a la invención del papiro, el pergamino, el papel y los actuales soportes digitales; ninguno ha conseguido hasta la fecha superar a la piedra en cuando a durabilidad se refiere.
Precisamente, paseando por los templos de Medinet Habu, cerca de Tebas (Egipto) sus paredes narran los épicos hechos protagonizados por un gran rey guerrero de la antigüedad. Siglos antes de que Nelson destruyera la flota francesa en Abukir, existió una gran batalla en el delta del Nilo.
Se trata probablemente de la primera batalla naval de la historia y convirtió a sus protagonistas en leyendas.
Índice
Un nuevo faraón y un nuevo peligro
La aventura de nuestro protagonista empezó propiamente dicha, cuando asumió el trono tras la muerte de su padre, el fundador de la XX dinastía. El nuevo faraón contaba con alrededor de cuarenta años, por lo que a diferencia de otros monarcas que ascendían demasiado jóvenes, él había tenido tiempo de formarse en el arte del gobierno.
No obstante, tenía una gran tarea por delante y debía demostrar muchas cosas, no solo mantener el orden del mundo (según su religión), sino también ser un digno sucesor de los anteriores reyes.
Al igual que todos los soberanos que les precedieron y los que le sucederían, poseía cinco nombres cuando accedió al trono de las dos tierras; siendo el más conocido: “Engendrado por Ra” o Ramsés.
En efecto se trataba de Ramsés III y viendo el gran legado que Ramsés II dejó tras un reinado de 66 años, lo tenía muy difícil para honrar dicho nombre y a la vez ganarse un puesto entre los faraones más famosos.
Pero, para suerte suya, la vida suele ponernos aprueba cuando menos lo esperamos y pronto tuvo la oportunidad de brillar en la historia, ya que Egipto sufrió la invasión de los misteriosos “pueblos del mar”.
¿Quiénes fueron los pueblos del mar?
Es una pregunta a la que los expertos han escrito ríos de tinta. En primer lugar, este no era su nombre y más que un único pueblo, parece ser que se trataba de una coalición de tribus procedentes de Grecia y otras zonas del Mediterráneo.
Los egipcios distinguían dos grupos mayoritarios: los sherden, quienes llevaban cascos adornados con cuernos y parecían de ascendencia aquea (los que combatieron en la guerra de Troya). Y los peleset, cuyos cascos aparecen representados con plumas y han sido asociados a los filisteos.
Hay mucha hipótesis, desde de emigrantes troyanos a huidos por las guerras micénicas o la hambruna de Anatolia. También algunos historiadores les atribuyen las respectivas acidas de los imperios micénico e Hitita.
Batalla terrestre
Para afrontar la amenaza, Ramsés III se preparó de un modo muy “moderno” por así decirlo; no hay que olvidar de que todavía era la Edad del Bronce.
Realizó un llamamiento por todo Egipto y contrató mercenarios experimentados, algunos de los cuales consiguió infiltrarlos con éxito entre los pueblos del mar con la finalidad de conocer de antemano sus planes.
Gracias a esto, el faraón pudo averiguar que el enemigo avanzaba en dos frentes, uno por mar y otro por tierra. Primero quiso deshacerse de la amenaza terrestre, pues habían penetrado en su territorio y porque actuaban como respaldo de su flota.
La movilización egipcia fue excelente y muy rápida gracias al Nilo, cosa que permitía en pocos días ir de punta a punta del país. Aunque para agilizar todavía más los transportes, Ramsés requisó todas las embarcaciones disponibles.
Cerca de Djahy (ubicado en el territorio administrativo que comprendía Canaán y Siria) el monarca tendió su trampa: hizo que cada uno de los cuatro cuerpos en los que se dividía el ejército rodeara y atacara al enemigo a la vez. El resultado fue una terrible carnicería con la que Ramsés logró su primera victoria.
Nunca Egipto había combatido en una batalla naval, por lo que el faraón no quería correr riesgos. Su plan fue atraer al enemigo dentro del delta del Nilo, donde el terreno jugaría a su favor. La zona era un amasijo de canales flanqueados por juncos.
La flota mordió el anzuelo y se adentró en la zona, perdiendo velocidad y capacidad de maniobra a medida que el viento del norte aflojaba. Mientras desde el sur, aprovechando el cauce del río se aproximaba la flota egipcia.
Al reducir la distancia, los arqueros lanzaron una nube de flechas y jabalinas. Sin disponer de arcos, los invasores trataron de virar, pero lo único que lograron fue volcar algunos de sus barcos e intentar responder con sus honderos.
En los relieves, los barcos de los pueblos de mar aparecen con una proa en forma de ave (similar a un pato) y carentes de remos o cualquier otro medio de propulsión a parte de las velas.
Por su parte, Ramsés ordenó embestir al enemigo con los espolones de sus naves en forma de cabeza de león. El resulto fue decisivo: los cascos de las embarcaciones terminaron rotos y sus dotaciones intentaron desembarcar, pero el faraón ya lo había predicho y en tierra les esperaban todavía más arqueros.
Han sido aniquilados, hachos prisioneros de una sola vez y llevados a Egipto como tales; numerosos como la arena.
Texto del templo narrado por el faraón.
Premios y recompensas
En contra de lo que se puede creer, en la época ya se disponía de un sistema de recompensas. En concreto se entregaban moscas de oro, plata o marfil a los soldados que habían destacado en la batalla (aunque algunas reinas también lo obtuvieron).
El motivo de elegir tal peculiar insecto radicaba en el valor, resistencia y tenacidad que presenta el bicho al atacar las heridas de animales mucho más grandes y fuertes; unos valores que los faraones querían ver en sus tropas.
A partir del periodo denominado Reino Nuevo, se instituyó el “oro al valor” un collar elaborado con dicho metal para recompensar a los funcionarios civiles y militares de alto rango que habían destacado.
Otras recompensas eran la concesión de títulos, tierras o esclavos.
Rey aventurero
Ramsés III no tuvo la oportunidad de disfrutar mucho de su triunfo, pues en poco tiempo se vio obligado a repeler exitosamente una invasión de Nubia.
Sin embargo, durante su reinado Ramsés III no solo se consagró a la guerra. En el año 20 de su reinado organizó una expedición náutica por el Mar Rojo; su misión era intercambiar productos egipcios por mirra de un lugar llamado el País de Punt en el actual Sudán. Tal epopeya no se había visto desde la expedición ordenada por la mujer-faraón Hatshepsut.
Este mismo año también preparó otra expedición marítima, en esta ocasión hacia Tima en el País de Edom; situado entre el mar muerto y el golfo de Aqaba. Originalmente había sido una colonia desde los tiempos de Ramsés II, pero la región estaba sumida en el caos. El faraón pacificó la zona y reactivó la extracción de cobre de las ricas minas locales.
Finalmente, en el año 23 de su reinado, preparó una tercera odisea. Esta vez fue por tierra, en las montañas de la península del Sinaí y garantizar la extracción de turquesas.
Un último rival inesperado
Ya entrando en su vejez, Ramsés III había salvado a Egipto de las invasiones extranjeras, había realizado grandes expediciones fuera de las fronteras del reino, había obtenido materias muy apreciadas por los egipcios cuya nación carecía, había lidiado con una de las primeras huelgas registradas en la historia y había dejado un legado arquitectónico que atestiguaría la grandeza de sus proezas.
Parecía que por fin podría descansar y esperar el momento de sumarse a la lista de grandes reyes. Pero, con su declive, apareció un último enemigo; el más peligroso de cuantos había enfrentado: su propia familia.
Tiyi, una de sus esposas, conspiró para asesinarle y coronar a su hijo, el príncipe Pentaur. En la actualidad solemos tener una imagen de los harenes como un sitio cerrado y prohibido; pero en el antiguo Egipto, eran lugares muy dinámicos, donde entraban muchas personas: sacerdotes, músicos, profesores para los príncipes… Mucha gente que esperaba que su candidato fuera elegido como nuevo soberano, cosa que aumentaría su honor y riqueza; por lo que no es de extrañar que las conjuras estuvieran en el orden del día.
No sabemos a ciencia cierta qué clase de plan tramaron, pues se implantó una política de silencio sobre el asunto y pocos son los papiros que han sobrevivido hasta la actualidad. Se sabe que la conjura falló, pero como consecuencia al poco después de la intentona el faraón murió y su heredero natural ascendió como Ramsés IV y castigó a los culpables.