Por Joan Comas
Durante el enfrentamiento bélico conocido como la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C), dos repúblicas del mundo antiguo, Roma y Cartago, pugnaban sobre la hegemonía en el Mediterráneo y nada simbolizaba más este deseo que tomar la joya de este mar: la isla de Sicilia, la cual está en medio de todas las antiguas rutas comerciales; dando gran ventaja a la nación que la poseyera.
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Eligen a un nuevo cónsul
Antes de que empezaran las hostilidades, en el año 260 Cayo Duilo había sido nombrado cónsul junto a Cneo Cornelio Escipión Asina. Como curiosidad, el consulado era la máxima magistratura durante el periodo republicano; un equivalente al cargo de presidente con matices, pues el periodo de mando solo era de un año (consideraban que estar más tiempo en el poder corrompía).
Otra peculiaridad radicaba en que había dos cónsules ejerciendo a la vez. Dado a que también comandaban las tropas, si uno era herido o muerto la oficina no quedaba vacía. A su vez vigilaba uno de los temores más grandes de su época: que una sola persona acumulase todo el poder y se convirtiera en rey.
Golpe de suerte
Durante la primera fase de la guerra, las costas de Italia estaban indefensas, pues Roma carecía de una armada como tal, mientras Cartago disponía de una de las armadas más poderosas de la época y dotaciones experimentadas.
Como se repetiría a lo largo de la historia, cuando dos o más países enfrentados se hallan separados por una masa oceánica, el dominio del mar es esencial para obtener la victoria. Y nuestro protagonista estaba decidido a cambiar su suerte.
Para fortuna de los romanos, consiguieron hacerse con un buque cartaginés que había encallado. Lo desmontaron y estudiaron sus métodos de construcción e intentaron imitarlo; construyendo en el tiempo récord de 60 días una flota compuesta por 100 quinqueremes y 20 trirremes.
Hay que comentar que estas “copias piratas” no eran tan buenas como el modelo original, sobre todo en el ensamblado de las piezas. Sin embargo, faltaba por ver si aguantarían lo necesario para equilibrar las fuerzas. ¿O todavía se podía hacer algo más?
La batalla de Lípari
Antes de la gran batalla, hubo otra por así decirlo, en que la inexperiencia en el mar quebró la todopoderosa disciplina romana.
Resulta que en el puerto homónimo, los romanos habían atracado una flota compuesta por 17 buques al mando del cónsul Cneo Cornelio Escipión (no confundir con Escipión el africano).
Por la noche el senador cartaginés Boodes, tomó 20 barcos de la flota principal de Aníbal Giscón (no confundir con Aníbal Barca) y bloqueó la entrada de la ensenada.
Al amanecer los marineros romanos estaban atónitos, pues no podían hacerse a la mar. ¿Qué se supone que debían hacer? El primer estímulo ante un peligro inminente, siempre es la auto-supervivencia; por lo que las dotaciones abandonaron sus buques y a su comandante.
Sin soldados con los que luchar, Escipión se vio obligado a rendir la flota y ser tomado como prisionero. Por dicha acción recibió el apodo de “Asina” (asno o burro).
La batalla de Milas
Cerca de las costas de Milas (actual Milazzo, en Sicilia) fue el emplazamiento donde por una vez por todas las tornas cambiarian, o al menos esto se intentaría.
Tras el primer fiasco, Cayo Duilo (quien comandaba las fuerzas terrestres) asumió el mando de la armada. Contaba con 103 naves para hacer frente a los 130 barcos de Aníbal Giscón.
La proporción daba una clara ventaja a los cartagineses; sin embargo, el cónsul supuestamente había creado un “arma secreta”. Para superar la inexperiencia en los combates navales, se las ingenió para crear una plataforma móvil que al ser fijada con clavos, facilitaba el abordaje de las naves enemigas. Dicho elemento fue el “Corvus”.
En un primer momento, los cartagineses se mostraron sorprendidos, ya que nunca habían visto tal artilugio, pero confiados se lanzaron al combate. Dado que el corvus poseía unas bisagras, al pasarla podía dirigirse fácilmente en cualquier dirección.
Rápidamente, se vieron abrumados por los romanos, quienes embravecidos se lanzaron al abordaje. Para desgracia de los cartagineses, uno de los barcos abordados era el buque insignia de Aníbal Giscón, quien tuvo que huir en un bote para evitar su captura.
Aquello resultó fatal, pues no solo se rompió la cadena de mano, sino también destrozó la moral de los marinos de Cartago, quienes emprendieron la huida perdiendo a 50 naves. Por su parte, las bajas romanas son desconocidas.
Nace una leyenda
Con su victoria, Cayo Duilo demostró que podían devolver a Cartago cada golpe que les propinaba. Sin embargo no sería hasta la batalla del cabo Ecónomo donde los romanos lograrían la superioridad naval.
Pero de momento, la gloria aguardaba a nuestro protagonista. Por haber ganado la primera batalla de Roma en el mar, fue recompensado con el triunfo, el cual consista en un espectacular desfile militar donde se vitoreaba al comandante vencedor; quien durante el recorrido se le daba el privilegio de vestir una túnica púrpura bordada en oro. Hay que pensar que se trataba del tinte más caro de la antigüedad, obtenido de un molusco marino y originalmente solo el rey podía lucirlo; también llevaba una corona triunfal y un cetro hecho de oro y marfil.
También se le permitió erigir dos columnas decoradas con las anclas y espolones de las naves capturadas. Una tradición que más tarde los emperadores romanos, (como Augusto) seguirían y crearían el precedente de este tipo de monumentos, muy utilizado para conmemorar las glorias de los almirantes durante los siglos posteriores hasta la actualidad. Además, para mostrar su agradecimiento hacia la ciudad, Cayo financió la construcción de un templo en honor al dios Jano.
Cneo Cornelio Escipión Asina, recobró la libertad y pese a su fracaso, volvió a comandar un ejército y esta vez con su victoria recuperó su honor, volviendo a ser cónsul en otra ocasión y recibiendo un triunfo por su éxito.
Menos afortunado fue Aníbal Giscón, quien tras ser derrotado en otra batalla fue sentenciado a la pena capital. Algún día Roma dominaría todo el Mare Nostrum, pero hasta que esto sucediese Cartago volvería a plantar cara en dos devastadoras guerras; pero esto ya es un tema para otra ocasión.