Por Ricardo Cerezo Martínez
Revista de Historia Naval, 1983. Reproducido con permiso de dicha publicación. Las ilustraciones son de elaboración propia basadas en las del artículo original. Transcripción digital realizada por Todo a Babor
Este especial se compone de los siguientes artículos:
Tácticas más usuales | Batallas principales
Introducción
Un buque de guerra es, desde siempre, una posición móvil que puede orientarse en la dirección más conveniente para que sus armas produzcan al enemigo los mayores efectos destructivos, una posición que lleva consigo la capacidad inmediata de reponer sus armas, de aprovisionarse y de reparar los daños; movilidad, masa de fuego y permanencia son, pues, las características bélicas de un buque de guerra.
El grado de movilidad es el factor que lo diferencia de cualquier fuerza combatiente terrestre y, actualmente, el de permanencia lo distingue de cualquier unidad aérea.
Mientras las armas utilizadas que proporcionan mayor masa de fuego, es decir, mayor capacidad de destrucción del enemigo en el menor tiempo posible son las esgrimidas por la mano del hombre, la esencia de la táctica naval, extrapolada de la terrestre, reside en la lucha cuerpo a cuerpo, lo cual hace necesario el abordaje previo de las naves; esto no descarta el empleo de armas y objetos arrojadizos durante la fase previa al contacto, susceptibles de causar la muerte, daño, o dificultar la acción defensiva-ofensiva del enemigo.
Estos elementos arrojadizos cumplen una función de desgaste anterior al choque decisivo de las armas manipuladas; aunque ese desgaste, circunstancialmente, pueda ser resolutivo.
La similitud combativa en tierra y en la mar hace que sea norma corriente —aun en el siglo XVI que los generales dirijan indistintamente la acción de los ejércitos y de las escuadras cuando se les asigna su mando.
Sin embargo, aunque para combatir en la mar se adopten armas y técnicas utilizadas en tierra, los progresos y mejoras que éstas experimentan en la carrera de armamentos de cada época, hacen que su adopción y adaptación adquiera facetas peculiares de empleo para conjugar sus efectos con las características del medio en que se utilizan; como sucede con el aprovechamiento de la energía cinética producida por la marcha y masa del buque propio para abordar de proa el costado de la nave adversaria, interponiendo entre ambos un elemento contundente que cause en aquélla el mayor daño posible sin sufrir averías la nave propia; este elemento, el espolón, es quizá la primera de las armas genuinamente navales utilizada por el hombre 700 años antes de Jesucristo (1).
A veces la innovación en el ámbito naval de una táctica se debe a la originalidad de adaptar el combate en la mar a las condiciones en las que se desarrolla en tierra.
Así, los romanos, pueblo de campesinos guerreros desconocedores de las cuestiones marítimas y navales, para enfrentarse con los cartagineses construyen una flota a partir del modelo de un buque púnico adquirido en un naufragio e ingenian un elemento que permita convertir el encuentro naval en un combate terrestre: proveen a sus buques de pasarelas —denominadas cuervos, de corvus— provistas de un gran gancho en su extremo de modo que queden fijas sobre las bordas de los buques enemigos y puedan ser asaltadas por los legionarios embarcados sin peligro de que se separen las naves combatientes.
En dos grandes ocasiones (677 y 718), las fuerzas navales bizantinas han salvado a Constantinopla de caer en poder de los califas; su superioridad sobre las sarracenas ha sido proporcionada por el fuego griego, un elemento de composición no conocida hoy con exactitud debido principalmente a la distinta denominación dada a las materias incendiarias utilizadas en diferentes épocas.
Los brulotes —naves viejas o averiadas en combate, cargadas de leña y ramas de pinos— lanzados ardiendo contra los buques enemigos, aprovechando el viento favorable, es otro ejemplo de arma naval capaz de causar la destrucción de los buques enemigos usada desde los tiempos más remotos (2).
Asimismo, para impedir el desembarco de los atenienses en Sicilia, los siracusanos instalan campos de robustas vigas punzantes clavadas en los accesos más probables donde puede producirse la invasión; los atenienses, a su vez, utilizan nadadores expertos para destruir las defensas enemigas (3), anticipándose 2.360 años a las tácticas similares usadas en la segunda guerra mundial.
En los siglos X y XII, la táctica combativa del dromón es igual que la utilizada anteriormente por la trirreme y la liburna: ataque de proa para embestir con el espolón y llegar al abordaje con ventaja —si se hunde el buque enemigo con la embestida— y alcanzar una decisión favorable me diante la lucha con armas cortas.
Durante la fase de aproximación se lanzan armas arrojadizas y el fuego griego proyectado hacia el enemigo, tratando de crear una situación ventajosa antes del choque y subsiguiente combate cuerpo a cuerpo. En el castillo de proa se sitúan unos 40 hombres para saltar a la nave contraria, apoyados por los que permanecen en el corredor de crujía, preparados para afluir hacia proa cubriendo las bajas y lanzarse al abordaje detrás de los del castillo.
La cofa, móvil, situada alrededor del palo, es un puesto defensivo y de apoyo a los combatientes que saltan al buque adversario. El castillo de popa cuenta con los hombres necesarios para la defensa del capitán y jefe de la escuadra. Como puede verse, el sistema defensivo-ofensivo del buque se establece a base de sostener dos puestos fuertes protegidos —a proa y a popa—, que de la cubierta desde posiciones dominantes en altura.
Durante siglos la forma esencial de combatir en la mar no sufre grandes variaciones. El corto alcance de las armas obliga aún al acercamiento, al abordaje, a la lucha cuerpo a cuerpo, como acto resolutivo del combate naval; cualquier alejamiento hace que las armas sean inútiles.
El uso de la artillería en los buques (iniciado al parecer por los españoles en La Rochela en 1372) dará origen a una evolución lenta en la táctica naval que comenzará a diferenciarse de la terrestre, pero aún ha de transcurrir mucho tiempo para que el cambio de táctica diferenciada se produzca y el combate en la mar adquiera singularidad propia.
Entretanto, la artillería cumple la función de desgaste previo a la acción decisiva del combate, resuelto con armas de fuego portátiles, sustitutas de las viejas armas arrojadizas. Pero no desaparece de inmediato el empleo del arco, la pica y las armas blancas, que siguen utilizándose en el momento del abordaje.
Sin embargo, se depuran las técnicas de empleo de buques y armas, se establecen normas para el uso de ambos y se sistematizan las formaciones y las señales para la marcha y el combate.
La maniobra
Las ventajas que comporta el apoyo mutuo de dos o más buques para ordenar su defensa, o disponerlos de modo que lancen mayor masa de fuego sobre el enemigo, en determinados sectores, de la que lanzaría uno solo, se conoce desde tiempo inmemorial.
Lo mismo sucede con el empleo de diferentes clases y tipos de buques para realizar funciones diferenciadas. Igualmente, el uso de formaciones y dispositivos navales específicos es antiguo por cuanto antigua es la necesidad de obtener sectores de máxima ofensa de las armas.
Para la marcha también se traslada a la mar la experiencia terrestre. En tierra, el orden de marcha de los ejércitos se hace con el frente que permite la anchura del camino, ordinariamente se dividen en: vanguardia, cuerpo de batalla y retaguardia; una detrás de otra, colocándose para el combate de izquierda a derecha, con la batalla en el centro.
Los dispositivos de marcha se emplean para evitar la sorpresa y permitir el paso a la formación de combate lo antes posible. Las evoluciones en presencia del enemigo han tenido lugar en muchas batallas navales de la antigüedad: los griegos ante los persas en Salamina aprovechan la geografía para paliar su desventaja numérica; los atenienses giran en torno a la flota corintia, como un carrusel, en Corinto, y los romanos presentan a los cartagineses un dispositivo triangular en Ecnomos, apoyado por una fuerza de reserva para penetrar en cuña en el dispositivo enemigo y desorganizarlo.
Todos estos son ejemplos que corroboran la vieja existencia de una variedad de disposición de los buques para un mejor empleo de la fuerza naval que la experiencia ha sancionado como buenos; pero en general la maniobra se limita a la ejecución de unos movimientos preliminares, preparatorios, con el fin de ocupar posiciones iniciales que faciliten una victoria de forma rápida y completa mediante el empleo de una fuerza que chocará frontalmente con el adversario.
En un tratado de Arte militar escrito en la época del Emperador Mauricio (582-602) se dice lo que sigue respecto a la táctica de combate de los drómones:
Si los drómones son numerosos es preciso dividir en tres cuerpos (escuadras) disponiendo cada uno de portador de órdenes y una corneta. Todos, o al menos la mayor parte de los drómones, deben estar armados de pequeñas balistas cubiertas por manteletes fabricados de un tejido de cuerdas o de crin; estas armas están destinadas a rechazar al enemigo que se aproxime a los drómones durante la navegación. Se les refuerza con castillos defendidos por un número conveniente de arqueros (…). Cuando se llega al lugar donde deben estacionarse, se hace una llamada general a todos los buques de la flota para ver si falta alguno; cuando se ponen en movimiento, los drómones bogan los primeros y los buques de carga detrás de ellos. Pero éstos son pesados y tienen la dificultad en seguirlos, es preciso dejar algunos drómones para escoltarlos. Los buques de carga, separados en divisiones, así como los transportes de tropas, seguirán el mismo orden de navegación. Su lugar de acampamento debe ser muy próximo al de los drómones, se tendrá cuidado de rodearlo de fosos para protegerlo de los intentos nocturnos del enemigo. Si aparece una flota enemiga y es preciso combatir, los drómones se dispondrán en línea, conservando entre ellos suficiente distancia para que, bogando holgadamente, los remos de uno no estorben a los del otro. Así se cubrirá, si pueden hacerlo sin riesgo, toda la anchura del río; si su número excede al necesario para una sola línea, se formará una segunda línea, a retaguardia, a la distancia de un tiro de flecha, y, si es necesario, una tercera (…).
En el siglo X aparecen tratados que apuntan métodos de ataque, defensa, distribución del personal y estratagemas tácticas, siquiera de forma esquemática. Así León VI de Bizancio —denominado el Filósofo— en su Tratado de Táctica —Instrucción XIX— señala la distinción entre el orden de marcha y el de combate. Respecto a este último dice:
Podéis ordenar vuestra flota en forma de «U», de manera que las galeras, colocadas una al lado de la otra, avancen como dos alas o dos manos. Cuidaréis de colocar las mejores y las más bien armadas preferentemente en las alas. La capitana estará en el fondo cóncavo, desde donde podréis verlo todo con facilidad y dar vuestras órdenes. Esta disposición semicircular es la más propia para envolver al enemigo, y tiene además muchas ventajas para la retirada (…). Podréis también ordenaros en línea recta (…). Según el número de barcos que se tengan se han de formar en dos o tres líneas. Cuando la primera de ellas está empeñada en el combate (…) las otras se deslizan a derecha e izquierda para arrojarse sobre los flancos o sobre las partes traseras, de suerte que los ene migos no puedan parar este nuevo ataque.
Para proporcionar defensa a las armadas se usan dispositivos de exploración que comunican los movimientos del enemigo mediante señales de humo o espejos heliógrafos; en caso de emergencia utilizan escudos y espadas bruñidas.
Los buques exploradores, ordinariamente en número de cuatro, van escalonados en profundidad de modo que los más alejados estén a una distancia equivalente a una hora de navegación, período de tiempo suficiente para alistar la fuerza para el combate.
El orden normal de combate es la falange recta, y las formaciones cóncava y convexa. La falange recta, utilizada generalmente cuando combaten naves redondas, sitúa los buques en tres o más filas ocupando la primera fila los buques de mayor porte y mejor armados.
En la formación cóncava estos buques se reparten en las dos alas y en la convexa se colocan en el centro: estas dos formaciones circulares son, ordinariamente, las que utilizan las naves largas, propulsadas a remo, cuando se trata de penetrar en la formación enemiga o envolverla por flancos, respectivamente.
La falange recta tiene aplicación en los casos en que predominando la masa propia de las naves redondas se prefiere el ataque frontal, aconsejado también por la escasa facultad de maniobra que durante el combate proporcionan los sistemas vélicos y de gobierno en esta época.
Los buques más débiles, los transportes y los avisos se colocan detrás de la línea de combate con objeto de que actúen de fuerza de socorro suministrando hombres y armas donde hagan falta.
A veces las naves redondas, fondeadas, se amarran unas a otras, utilizando palos y antenas para asegurar la firmeza del dispositivo, ofreciendo al enemigo una fuerza encastillada, defensiva, que sirve de apoyo a las embarcaciones, atacantes propias que pasan entre dos buques para hostigar al enemigo y regresar a buscar abrigo dentro del recinto marítimo protegido cuando son perseguidas.
También se utiliza la sambuca (4), consistente en el abarloamiento de dos buques largos de modo que los remos de las bandas exteriores se utilizan para impulsar al conjunto. Con ello se duplica la capacidad combativa en el ataque a la vez que se incrementa la fuerza viva de la embestida contra el costado de la nave enemiga.
En ocasiones se emplea la formación triangular como una variante de la convexa en la que se refuerza la retaguardia para trazarla en masa sobre los buques enemigos, por las alas y el centro una vez el vértice adelantado ha roto la formación adversaria.
En todo caso, el propósito de estas formaciones no es otro que lograr una superioridad en efectivos humanos sobre el enemigo para vencerle en una forma de combate en que la fuerza, la ira y la temeridad privan sobre cualquier consideración especulativa de tipo táctico-naval, lejano aún en el tiempo, pero los mandos navales de escuadras y buques tienen ideas empíricas sobre la posición, la defensa y el ataque del combate de nave contra nave y escuadra contra escuadra.
No existe, depurado por el estudio, ese conocimiento teórico de lo que se ha de hacer en cada situación para lograr el fin propuesto, pero se sabe que la destrucción del enemigo es necesaria para alcanzar la victoria.
También se sabe sacar partido de la sorpresa, bien utilizando medios y armas desconocidos por el enemigo o atacándole donde y como no lo espera. Y se atacan fuerzas enemigas con decisión si se tiene superioridad sobre ellas, es decir cuando se pueden concentrar los esfuerzos propios para obtener la victoria.
Buques y armas; su empleo en combate
A comienzos del siglo XVI no existe diferencia entre los buques de guerra y los dedicados al comercio; sin embargo, esta afirmación pierde generalidad cuando se refiere a la galera, buque esencialmente preparado para combatir más que para transportar carga destinada al tráfico mercantil.
Concretamente en el Mediterráneo, la galera renace como arma de guerra reactualizada por los otomanos, después de haber quedado un tanto despreciada por las naves de propulsión vélica. Estas, por el contrario, son más susceptibles de empleo mixto y se precisará el transcurso del siglo para que su diseño y construcción se haga con vistas a uno u otro fin.
Este renacimiento de la galera, en un ámbito marítimo —como el Mediterráneo— donde la navegación es prácticamente costera y está sometida a un sistema irregular de vientos, alcanza a toda una familia de buques diversificados que conservan en común la propulsión básicamente rémica, la ligereza y la maniobrabilidad.
Son las galeras —sutiles y bastardas—, galeotas, fustas, bergantines y fragatas; diferenciadas en cada una de sus clases según características propias de las regiones mediterráneas en que se construyen, tanto en lo referente a la superestructura —más alterosas las del Mediterráneo occidental que las del oriental— cuanto al armamento.
Las galeras emplazan su artillería principal a proa para hacer fuego en caza, montadas las piezas sin más posibilidad de orientación que el rumbo de la nave en cada momento, y con puntería en elevación fija preparada —mediante cuñas— para hacer fuego a una determinada distancia.
El número de piezas suele ser de 3, 4 ó 5, combinando las de tipo culebrina, de gran alcance unos 2.000 metros máximo- con las de tipo cañón, de menos alcance —unos 1.500 metros máximo- y los del tipo pedrero, de menor precisión que las culebrinas y los cañones y también de menor alcance —unos 600 metros— pero de efectos más dispersos.
Esta variedad de armamento capacita a las dotaciones artilleras para hacer fuego a diferentes distancias con finalidades tácticas perfectamente diferenciadas y con arreglo a las distintas situaciones y fases del combate.
Cabe advertir, sin embargo, que la lentitud con que se realiza la carga de las piezas y el peligro que han de soportar los artilleros para efectuarla, raramente permiten hacer fuego más de una vez durante la fase de aproximación.
En cuanto a la artillería secundaria, las galeras occidentales —denominadas ponentinas— montan esmeriles y falconetes en la popa, uno a cada banda y dos o más en cada costado (instalados muchas veces con carácter de eventualidad) para rechazar desde la popa y el través los intentos enemigos de abordaje; porque no hay que olvidar que el sector de mínima ofensa de la galera es el correspondiente a popa y que el ataque y abordaje por este sector es la forma más eficaz de lograr una ventaja táctica inicial.
Con estas armas orientables a mano se trata de reforzar la defensa siquiera para hacer frente a la fase de abordaje y asalto en los sectores más vulnerables de la galera.
Entre esta artillería menuda que montan las galeras se incluyen también los mosquetes de posta. Su número es variable y oscila entre los diez y los cuarenta, ubicados en las bandas con el fin de ocasionar bajas en las dotaciones enemigas a partir del momento en que entran en su alcance efectivo (unos 200 metros).
Las armas de fuego portátiles son los arcabuces, cuya función de desgaste, similar a la de los mosquetes, hace que ambos tipos de armas formen parte, en las galeras, en proporciones variables a fin de equilibrar los efectos tácticos ante cada situación concreta.
El arma arcabuz es tanto o más variada que el mosquete; sin embargo, puede decirse que el normal pesa unos 23 kilogramos y es capaz de lanzar una pelota de plomo de 28 gramos, como alcance máximo, a unos 600 metros de distancia. Su alcance eficaz es de poco más de 50 metros.
Las galeras otomanas emplazan un cañón a crujía, con proyectiles cuyo peso, según el tipo de pieza, oscila entre 23,8 y 27,6 kilogramos; cuatro piezas del tipo lombarda o pedrero flanqueando (dos a cada lado) el cañón de crujía, y doce esmeriles.
Sin embargo, este artillado no puede generalizarse para todas las galeras otomanas, pues en orden a aligerarlas de peso, en beneficio de la velocidad, muchas de ellas solamente montan tres piezas principales: un cañón de crujía flanqueado por dos pedreros o lombardas.
Respecto al armamento portátil cabe señalar que si en 1570 en las galeras ponentinas y venecianas se han desechado ya el arco y la ballesta y se han reemplazado por el arcabuz, en las otomanas aún se utilizan por considerar que el tiempo de carga de un arcabuz permite disparar varias veces una ballesta o un arco, proporcionando mayor masa de fuego.
Pero lo cierto es que la evolución del arte de la guerra reclama ya un número creciente de armas de pólvora para incrementar la eficacia destructiva frente al enemigo.
Como las galeras inician el combate arrumbando hacia el enemigo a la mayor velocidad posible, durante la fase de aproximación tratan de producir el mayor número de daños y bajas al enemigo disparando en primer lugar las piezas de mayor alcance, las culebrinas, cuando el enemigo cae dentro de su radio de acción, y se prosigue haciendo fuego con las de alcance medio, los cañones, para finalizar la fase con los pedreros, mosquetes, arcabuces (ballestas y arcos mientras están en uso).
Pero esta táctica de tipo general es aplicada con distintas modalidades según el criterio del capitán general que manda cada armada.
Don García de Toledo, experto en la guerra naval de la época, aconseja en carta fechada el 13 de septiembre de 1571, a Don Juan de Austria sobre…
… si la artillería se ha disparar primero en nuestra armada o se ha de esperar que lo hagan los enemigos. Y así digo, Señor, que no pudiéndose tirar dos veces como realmente no se puede sin grandísima confusión, lo que con vendría hacer a mi juicio es lo que dicen los herreruelos, que han de tirar su arcabucejo tan cerca del enemigo, que salte la sangre encima, de manera que confirmando esta opinión digo que siempre he oído a capitanes que sabían lo que decían, quel ruido de romper los espolones y el trueno de la artillería había de ser todo uno o muy poco menos; y así sería yo de esta opinión y que no se debe solo cuando debe V.A. mandar el fuego. Y respondiendo a los que dijesen que el disparar primero causa confusión en los enemigos, digo que les causará ánimo si dejase de hacer efecto el disparar de nuestra parte primero (…). Tengo por muy provechosos ciertos esmeriles como falconetes puestos en crujía sobre caballetes, que se pueden girar a una parte y a otra, que pueden jugar por encima la pavesada, porque esta artillería menuda puede hacer muchos tiros, y la gruesa no por el peligro con que saldría a cargar el artillero.
La fase decisiva se inicia con el abordaje de galera a galera para destruir la palamenta, quebrantar el casco y desorganizar la defensa del buque abordado, mediante el impulso que les proporciona la fuerza viva del choque concentrada en el espolón, que se prolonga unos seis metros por delante de la proa.
En las primeras décadas del siglo XVI se aceptan como principios de combate tres ideas básicas: constituir un grupo de naves de reserva para lanzarlas a la pelea en el momento crítico; atacar en masa contra el grueso enemigo sin distraer acciones en combates parciales; hacer fuego con la artillería a corta distancia instantes antes de iniciar el abordaje.
Después del abordaje, mientras se pelea cuerpo a cuerpo con picas y espadas, a tiros de arcabuz, mosquete y ballesta, se intentará también producir orificios en los cascos de los buques enemigos empleando nadadores y pequeñas embarcaciones, se lanzan estopas encendidas, jabón para hacer resbaladiza la cubierta y, en fin, se usa todo aquello que sirve para destruir al enemigo o dificultarle sus condiciones de combate.
La defensa pasiva reside en disponer de galeras con costados robustos y resistentes, y en el uso de las pavesaduras y tablas que protegen al personal contra la acción de las armas enemigas.
Los grupos de hombres encargados de la defensa activa procuran impedir el uso de todas las armas disponibles, la penetración de los grupos asaltantes hacia popa aprovechando las ventajas de los bastiones naturales de la galera: arrumbada, fogón, esquife y carroza; que permiten hacerse fuertes y, en su caso, reaccionar rechazando al enemigo e introducir en su galera los grupos de asalto propios.
De mayor porte y potencial artillero que la galera es la galeaza. Pero conviene advertir que únicamente se hace referencia en este ensayo a la galeaza veneciana, distinta de la llamada galeaza de Don Alvaro de Bazán, que es un buque concebido para el Atlántico, en el que su propulsión es a vela, excepcionalmente a remo, y con mayor potencial artillero que la veneciana: cien piezas de artillería de hierro y metal grandes y chicas.
Las galeazas venecianas cuentan con casi treinta piezas, incluidas las de tipo culebrina, falcón, cañón y pedrero, además de gran número de mosquetes de posta (de menor alcance que los esmeriles y capaces de lanzar proyectiles de 6 a 8 onzas).
Según Olesa, las galeazas de finales del siglo XVI disponen a proa: dos culebrinas de 40 (proyectil de 19 kilogramos), dos culebrinas de 20 (proyectil de 9,54 kilogramos), dos culebrinas de 14 (proyectil de 7,2 kilogramos) y dos pedreros de 12; en las bandas, dos cañones de 30 (proyectil de 14,3 kilogramos), seis cañones de 20 y dos pedreros de 12: y a popa, dos culebrinas de 14, dos falcones de 6 (proyectil de 2,9 kilogramos) y cuatro pedreros de 12.
Todo esto, además de los correspondientes mosquetes dispuestos a lo largo de las bandas. Los otomanos disponen de una galera de gran porte, la mahuana (mahona), que se emplea como galera de fanal, e incluso como buque de apoyo artillero, igual que la galeaza, reforzando su artillería.
Sus piezas se distribuyen: un cañón de crujía, capaz de disparar proyectiles de 23,85 kilogramos, seis piezas del tipo lombarda, con proyectiles de unas 10 ó 12 libras (4,6 a 5,5 kilogramos) y doce del tipo esmeril. Se hace notar, sin embargo, que el artillado descrito para las galeazas no agota las combinaciones ni el número de piezas que monta este tipo de buque, pues a medida que transcurre el tiempo su potencial artillero se incrementa notablemente.
La galeota es una galera cuyo porte, dimensiones, artillado, dotación y aparejo se han reducido prácticamente a la mitad. Sin embargo, existen galeotas que difícilmente se pueden diferenciar de las galeras pequeñas. Carecen de corulla, con lo que su batería queda a descubierto, y para el combate no levantan pavesadura: De ordinario montaban tres piezas, una, la mayor, en crujía, y otras dos, más pequeñas, destinadas a lanzar cadenas y metralla, a banda y banda de aquélla.
La galeota otomana estaba ordinariamente artillada con un cañón de crujía, dos lombardas y cuatro esmeriles. Las funciones de la galeota, por ser un buque veloz, son la incursión y el ataque al tráfico o a galeras aisladas o navegando en número reducido. En el combate entre armadas las galeotas se suelen disponer en las alas, para tratar de envolver al enemigo, o en los lugares en que los bajos fondos no permiten la navegación y maniobra de las galeras.
La fusta es una embarcación abierta y sin carroza, más veloz y maniobrera que la galeota, en la que todos los hombres de la dotación participan en la boga y el combate para atacar a su presa o escapar de sus perseguidores.
Monta una sola pieza artillera y a veces dos; la fusta otomana dispone de un cañón de crujía y cuatro esmeriles. El papel de la fusta se aplica fundamentalmente a la actuación en corso y la incursión. En el combate entre armadas desempeñan una función similar a las galeotas, principalmente atacando a las galeras dañadas en la pelea y que ya no merecen los esfuerzos de otros buques mayores para destruirlas o apresarlas.
El bergantín es un buque abierto, como la fusta, pero es más pequeño que ésta y carece de crujía (pasarela situada a lo largo de las galeras, galeotas y fustas que permite a la dotación desplazarse de proa a popa sin estorbar la boga). Su artillería, que es de calibres pequeños, consiste en una o dos piezas del tipo esmeril, instaladas a proa.
El bergantín es más rápido y maniobrero que los buques anteriormente descritos, pero es poco seguro ante el mal tiempo. Su dotación está formada por hombres voluntarios, es decir, carece de forzados o esclavos y todos actúan en la boga y en combate. Su función es eminentemente corsaria y pirática, mas actúa también como buque de vigilancia, reconocimiento y aviso, junto con los buques de mayor porte.
La fragata es aún más pequeña que el bergantín y también de banco corrido como éste, pero los remos son accionados por un solo hombre. Su construcción es robusta y sus formas diseñadas para lograr velocidades mayores que el bergantín e incluso disponer de más capacidad de maniobra. Se emplea para desempeñar múltiples funciones: transporte de mercancías y hombres, banquero de soldados durante el combate, acopiar información y transmitir avisos y noticias. Su dotación está compuesta por voluntarios.
Ni la fragata ni el bergantín que aquí se mencionan son los buques veleros que más tarde se harán de uso general en la guerra naval, sino buques mediterráneos propulsados esencialmente a remo y cuyo aparejo de navegación está constituido por vela latina.
La nave propulsada a vela exclusivamente, es un tipo de buque en cuya denominación se incluyen embarcaciones distintas: naos, carracas, galeones, galeoncetes, filibotes, urcas y, más tarde, fragatas. En general, se conocen estos buques con la calificación común de bajeles y se utilizan indistintamente para transporte o para participar en combates navales, lo cual no impide que se construyan naves cuyo fin exclusivo es hacer la guerra.
Como buques de guerra su potencial militar reside en su gran capacidad artillera, lo cual no impide que durante el siglo XVI la fase decisiva del combate entre las naves se resuelva también mediante el abordaje y la consiguiente lucha cuerpo a cuerpo.
En los bajeles se sitúa la artillería, inicialmente, en los castillos de proa y popa, orientada en dirección transversal; las piezas se montan en baluartes para proteger el personal artillero. Hacia 1500 aparecen las portas en los costados de la nave para sacar las bocas de fuego, pero se siguen conservando los pequeños cañones en el castillo y toldilla para defenderse del asalto lanzado desde buques enemigos.
Por su movilidad estratégica, el bajel es un buque más propio del Atlántico que del Mediterráneo, ámbito el de este mar donde cumple en el combate, muchas veces, una función auxiliar de la galera: para evitar el envolvimiento por parte del enemigo mediante escuadras de bajeles; situando estas escuadras en una formación frontal, delante de las escuadras de galeras, en un papel similar al de las galeazas; u operando en acción de desgaste contra los dispositivos enemigos. En todo caso, el viento es un factor determinante que limita en gran medida las posibilidades de empleo conjunto de naves y galeras.
La carraca es una gran nao, lenta y pesada de origen mediterráneo, diseñada para el transporte de grandes cargas. En la guerra se utiliza como buque artillero, soporte de formaciones de combate; también se emplea como transporte de hombres de guerra e impedimenta.
Poco antes de mediado el siglo, aparece en España el galeón, nave concebida a partir de la galera y que, por tanto, ofrece menos obra muerta y forma más alargada que lo hace más maniobrero y veloz. Su popa alterosa lo faculta para dominar la situación a su alrededor durante el combate, facilitando al mismo tiempo el acceso al abordaje del buque enemigo. Su artillería es potente y se distribuye en varias cubiertas, en la popa y, en algunos galeones, en la estructura popel orientadas sus piezas pequeñas hacia el alcázar propio para barreno en caso de ser abordado.
Más afinados y maniobreros que los galeones, provistos de artillería media de mayor alcance que la pesada, son los filibotes y los galeoncetes, éstos darán origen a las fragatas atlánticas, distintas a las de la familia de la galera.
La zabra cantábrica y la urca, aunque no propiamente naves para la guerra, se utilizan para fines bélicos integrados en flotas y armadas. Como naves auxiliares se utilizan los pataches, para misiones de aviso y vigilancia, las tafurcas para el transporte de caballos y las barcas o chalupas destinadas a efectuar operaciones de desembarco en costa hostil.
Formaciones y dispositivos
Dado que la resolución de los combates en la mar depende del complejo buque-armas, los cambios experimentados por cualquiera de sus dos componentes influyen en la disposición de los buques para obtener mejores resultados en la defensa y en el ataque.
En el siglo XVI el progresivo empleo de las armas de fuego, cada vez más diversificadas, condiciona las formaciones y dispositivos navales, pero los órdenes de batalla en la mar dependen más que nada de la imaginación de los generales y de su habilidad personal.
Se considera como una ventaja situarse a barlovento del enemigo y combatir con el sol por la espalda, pero son pocos los que tienen un conocimiento táctico como fruto de un pensamiento doctrinal depurado.
Mediado el siglo, las ideas de rapidez y flexibilidad en la maniobra, introducidas por don Gonzalo Fernández de Córdoba en sus campañas de Italia, aplicadas y ampliadas posteriomente por los generales españoles en Flandes, se trasladan a los combates en la mar, y se inicia una evolución en la táctica naval que, con el aumento creciente del alcance de las armas, la diferenciará cada vez más de la terrestre.
No significa esto que la evolución del pensamiento naval hacia una técnica distinta de la terrestre tenga como origen exclusivo la experiencia española. El profesor Olesa encuentra una íntima relación entre la caballería, núcleo de los ejércitos de la estepa, y las fuerzas navales.
Turcos y mongoles, procedentes de los grandes espacios de la estepa centroasiática, asientan básicamente su poder militar en una bien organizada caballería. Esta, con su velocidad estratégica, su capacidad de maniobra y su ímpetu resolutivo, constituye én terreno firme despejado, un magnífico instrumento de dominio, pero su capacidad de acción se anula ante las masas de aguas fluviales o marítimas. Corresponde a los turcos y mongoles el mérito de no haber retrocedido ante el obstáculo y haber adaptado su fuerza a las nuevas circunstancias, creando una marina.
En efecto, los turcos, con la aportación de su experiencia ancestral esteparia, han trasladado a la mar la vivencia de movilidad táctica, en contraste con el estatismo terrestre con que se producen los enfrentamientos navales, motivando una renovación de consideraciones operativas aplicadas en la mar, desconocidas hasta entonces.
El empleo de las armas de fuego influye, por supuesto, en la disposición de los buques para el combate. Los de propulsión rémica y los impulsados por medio de las velas ofrecen sectores ofensivos muy particulares que condicionan el emplazamiento en la artillería: en las galeras, es en la proa donde se instalan las piezas de mayor calibre, lo mismo que en las galeazas, aunque están también artilladas en sus costados con piezas de calibres menores; en las naves, galeones, y demás buques a vela, los sectores de máxima ofensa son los costados.
Como resultado de ésto, las formaciones de combate de las galeras, galeazas y galeotas tendrán como base la línea de frente, de la que se derivarán casi todas las demás, y las de galeones y buques de vela la línea de fila con todas sus variantes. Se trata de cubrir los sectores muertos sobre los cuales pueda el enemigo concentrar su esfuerzo para lograr una decisión favorable.
Los sectores muertos de los buques afectan tanto a la disposición de éstos para el combate como a la dirección del movimiento de aproximación respecto al enemigo (u objetivo): en las galeras el máximo sector muerto es el correspondiente a popa, por cuya razón la entrada de caza en el combate es la más favorable para el atacante ya que la atacada sólo puede oponer, como máximo, un par de falconetes o esmeriles al sector de máxima ofensa de la galera perseguidora, que puede utilizar en la fase de aproximación, sucesivamente, las piezas tipo culebrina, y, al cerrar las distancias, las de tipo cañón.
En los buques propulsados a vela, los sectores muertos están a proa y popa por ser escaso el armamento artillero que se instala en ellos. A comienzos del siglo XVI la artillería se emplaza en el castillo y la toldilla —aunque orientada hacia las bandas—, pero más tarde se distribuye en las cubiertas: la de mayor calibre en las bajas y en las altas la de menor.
Con esta disposición artillera en las bandas, la maniobra para presentar el sector de máxima ofensa consiste en situarse a barlovento del enemigo para estar en condiciones de adoptar un rumbo que permita cortar la proa al buque o formación enemiga y atacar por su sector de mínima ofensa.
Como norma general, la artillería situada en las cubiertas bajas dispara contra el casco para abrir vías de agua en él y provocar el hundimiento del buque enemigo; y la emplazada en la cubierta alta sobre los palos y aparejo para desmantelarlo dejándolo sin gobierno. La defensa del bajel atacado se basa en maniobrar de modo que se haga perder barlovento al enemigo y presentar a éste una banda, sector de máxima ofensa.
El abordaje se repele, como en las galeras, con fuego de arcabucería y mosquetería y, en última instancia, con las armas blancas. Alonso de Chaves, en su Espejo de Navegantes —1530—, explica, aplicados a los bajeles, la guerra o batalla que se da en la mar, la forma de la batalla y manera de pelear, la batalla de una escuadra contra otra, etc., en todo similares a las galeras, es decir una acción de desgaste del enemigo mediante armas de fuego durante la aproximación, y una fase de combate, con las naves aferradas, en la que se emplean toda clase de armas, táctica ésta en la que los tercios españoles embarcados no tienen rival, y razón por la que sus enemigos se esforzarán en eludir el abordaje y tratarán de obtener una decisión favorable mediante la acción a distancia, o sea, con el empleo de la artillería.
Aunque las cualidades combativas de las galeras y las naves son básicamente distintas, existen agrupaciones de combate en que se conjugan las ventajas de ambos. Generalmente las galeras se ordenan en una o más líneas paralelas, navegando en línea de frente o marcación pero de forma que se concentre hacia una dirección proel el mayor volumen de fuego; las naves se suelen situar en los extremos de las alas (cuernos) para reforzarlos y evitar el envolvimiento por parte del enemigo mediante un eficaz uso de su artillería.
Naturalmente, las condiciones de viento, profundidad y proximidad de la costa son factores que condicionan la inventiva y experiencia del capitán general de la armada para disponer sus buques para el combate. La marcha de las galeras es usual hacerla en línea de fila, línea de marcación, en rombo, o en orden de patulea (formación libre en la cual navegan los buques sin alineación fijada pero condicionados a mantenerse detrás del que ostenta fanal y delante del que navega en retaguardia).
Cuando el número de buques es grande, la marcha se realiza adoptando un dispositivo compuesto por varias líneas de fila paralelas (formación en columnas), o en línea de marcación por escuadras. Adelantado respecto a la marcha se suele destacar un grupo de galeras en misión de descubierta para prevenir cualquier encuentro inesperado con el enemigo o explorar en una determinada dirección; este grupo ocupa posiciones adelantadas entre 15 y 30 millas durante el día y de 8 a 111 en la noche o en períodos de poca visibilidad. Cerrando la marcha navega la retaguardia, una de cuyas misiones es prestar auxilio, remolcar a las galeras retrasadas, y señalar el fin de la formación.
El orden de combate y el de marcha son, pues, distintos y existen señales preestablecidas en cada escuadra y armada para pasar de uno a otro y establecer el entendimiento entre buques y formaciones durante la navegación.
En carta de 12 de agosto de 1571 dice Don García de Toledo a Don Juan de Austria:
Es imposible sobre casos inciertos y que suceden de una hora y de un punto a otro, como V.A. sabe mejor, dar reglas ciertas a que estuviere ausente, mayormente en casos semejantes, y por eso hallándome yo tan lejos no sabría secutar ni poner por obra a mi satisfacción lo que se me manda en este particular. Si esto consiste en la navegación, aunque yo no lo escribiere, tiene V.A. personas pláticas cabe si que lo podrán acordar; pero si se desea que yo lo haga, todas las galeras de la armada tienen los capítulos y contrasendos con que yo navegaba (Don García fue antaño Capitán General de la Mar) para la inteligencia de los unos y los otros, y cosas que tocaban a la navegación; y cuando eso faltase, que es imposible, podríalo enviar que sería lo mismo que estar ahí.
Las señales se hacen a la voz mediante trompetas y tambores, luces y llamas, tiros de cañón y banderas, según sea de noche o de día. La línea de fila para la navegación, y la de frente para el combate, en los buques a remo, parecen ser las formaciones navales más antiguas de la historia del arte de la guerra en el mar, que han servido de base para adoptar otras, como variantes, que la experiencia ha ido introduciendo a través de los tiempos para afrontar situaciones diversas.
De la línea de fila a la de marcación, que facilita el apoyo a cada buque con el armamento proel del que le sigue en la formación, solamente hay un paso cuya justificación táctica está previamente demostrada en las formaciones de los ejércitos de tierra.
En la edad de oro de los buques de remo se dispone de varias formaciones de combate típicas que sirven de base para que los generales de mar dispongan de un mínimo de fórmulas para adoptar sus propios dispositivos.
En las agrupaciones de cuatro buques (mandadas por un cuatralbo) es frecuente adoptar la formación en rombo que permite facilitar apoyo a la galera que navega adelantada por parte de las dos que navegan por sus aletas, y todas lo reciben de la que marcha cerrando la formación.
Con esta disposición en rombo se obtiene flexibilidad para hacer frente a los ataques procedentes de cualquier dirección, mediante una simple conversión que sitúe a los buques orientados hacia el lugar de donde viene la amenaza.
Si ante una situación es preciso adoptar dispositivos más complejos, se dispone el conjunto de formaciones o cuerpos de combate de modo que se puedan graduar esfuerzo y apoyo, aprovechando la movilidad que permite la maniobra. Así, de la línea de frente simple se deriva un dispositivo frontal compuesto de tres cuerpos (ala o cuerno izquierdo, centro o batalla, y ala o cuerno derecho) que aseguran la capacidad de choque con la posibilidad de envolvimiento por parte de las alas.
De la línea de frente se deriva la lúnula, dispositivo semicircular cuyas alas o cuernos avanzados facilitan la función envolvente contra los flancos del enemigo.
En esta disposición se puede articular la fuerza de modo que los buques más maniobreros actúen en las alas y los más poderosos en el centro para aguantar al enemigo; aunque naturalmente, esta no es una norma rígida y existen ocasiones en que las alas se refuerzan con algunos de los más poderosos y en la batalla se sitúan también los más débiles.
Para oponerse a la lúnula surge el dispositivo semicircular inverso, el arco, con el centro avanzado hacia el enemigo, que permite orientar el máximo poder ofensivo proel en cada una de las direcciones en que atacan los distintos cuerpos de combate (ala izquierda, centro y ala derecha) del enemigo.
Una ampliación de la formación en lúnula simple es el dispositivo en lúnula compuesta, que no es más que una formación en línea de frente compuesta con las alas adelantadas.
El desplazamiento de las alas, en adelanto o en retraso, obedece a una adaptación táctica a las circunstancias de defensa o ataque que se presentan en cada situación concreta: con el avance de alas se trata de envolver al enemigo, con el retraso de ellas se pretende detener ese envolvimiento y proteger el centro del dispositivo evitando que el enemigo ataque a los buques que navegan en él.
Estos dispositivos frontales pueden reforzarse con buques dispuestos en dos o más líneas, en profundidad, para dar más consistencia a la línea simple. (Los griegos en Salamina adoptan un dispositivo en forma de lúnula formado por dos líneas, y los persas el inverso con tres.
En Actium, Octavio dispone a sus buques también en lúnula, con dos alas y centro, reforzado con una segunda línea y Antonio le opone el inverso, también con tres cuerpos y dos líneas, apoyada por una tercera —con los buques de Cleopatra— en que los buques forman un solo cuerpo). La lúnula y su dispositivo inverso el arco admiten también la variante de dos cuerpos de batalla en vez de tres.
Una modificación basada en el erizo consiste en avanzar los extremos interiores de las alas; es la cuña, que permite penetrar en profundidad en el dispositivo enemigo. Las dos alas de la cuña suelen apoyarse con una tercera formación, situada a popa en línea de frente, que asegura reponer el desgaste de las alas con hombres de guerra o mediante la acción misma de los buques acudiendo donde las pérdidas lo hagan aconsejable.
Este dispositivo en triángulo es adoptado por los romanos frente a los cartagineses en Ecnomo a la cuña o el triángulo surge el dispositivo en tenaza donde los buques avanzados ocupan los extremos de dos líneas de marcación que convergen en los buques popeles. Con este dispositivo, en que los sectores proeles de máxima ofensa quedan hacia su interior, se pretende abrazar los lados de la cuña o el triángulo.
Otra variante de los dispositivos frontales es el de cruz o águila, compuesto por cinco cuerpos: vanguardia, batalla (formado por tres cuerpos, ala izquierda, centro y ala derecha) y retaguardia; de modo que la vanguardia, la batalla y la retaguardia, forman en realidad un dispositivo frontal en tres líneas paralelas, apoyado por dos alas que facilitan el envolvimiento por los flancos mientras aquellas absorben y desgastan la potencia desarrollada por el enemigo.
Este dispositivo, que puede considerarse como una ampliación de la formación en rombo, ofrece una recíproca protección por parte de los cinco cuerpos que se aseguran la posición más conveniente para reaccionar frente al enemigo, mediante una conversión por escuadras, sea cual sea la dirección por donde viene la amenaza.
A los dispositivos en águila o cruz, con todas sus variantes, le son de aplicación lo dicho más arriba sobre el avance o retraso de las alas como medidas de ataque o defensa frente al enemigo. Las tantas veces aludidas formaciones en media luna no son otra cosa que adaptaciones del dispositivo en cruz a cada situación táctica.
El dispositivo utilizado para la marcha de la Gran Armada hacia el canal de la Mancha en 1588 es una adaptación del de águila, con las alas retrasadas para prevenir los ataques de los bajeles ingleses contra la retaguardia española.
Menos corrientes, por ser más específicos, son los dispositivos circulares como la muela formada por buques, dispuestos según los radios de un círculo que se aproan hacia el centro de éste para concentrar sus armas contra un enemigo que se tiene cercado.
El dispositivo que se opone a éste es el erizo, dispuestos los buques, también circularmente, con sus proas hacia el exterior de los radios. Sin embargo, este dispositivo en erizo es también antagónico de carrusel, como se ve en el combate del golfo de Corinto entre corintios y atenienses.
Existen otros dispositivos de combate, como la falange, donde las formaciones, y los buques dentro de éstas, se disponen de igual forma que su homónima terrestre, con algunas variantes que permiten adoptar la más adecuada en cada momento: falange recta, oblicua, transversa y trifalange.
Pero no es momento de prolongar una descripción innecesaria, ya que lo que se trata de demostrar es la existencia depurada de una técnica en las formaciones y dispositivos como conjunto de procedimientos experimenta les puestos al alcance del arte de la guerra y aplicado a los buques propulsados a remo.
Habida cuenta que la fase decisiva del combate es el asalto, la gran cantidad de bajas obliga a sustituir casi continuamente a los combatientes muertos o heridos, razón por la cual es preciso que los dispositivos dispongan de grupos de socorro que les suministren hombres a medida que la situación lo requiera.
Estos buques de socorro, situados por la popa de los que combaten, en cuanto que cumplen esta función operan de forma distinta que los componentes de la retaguardia. La función de retaguardia consiste en apoyar, mediante la acción armada de sus buques, la de los que combaten en línea más avanzada. Sin embargo, sucede con mucha frecuencia que los buques de la retaguardia cumplan también, mientras no sea necesaria su participación directa en el combate, la función suministradora del socorro de hombres.
El transbordo se efectúa directamente o mediante embarcaciones ligeras a remo. Estas formaciones y dispositivos son utilizados para buques de propulsión a remo y vélica, pero los hay también para conjugar las ventajas de unos y otros cuando lo aconsejen las circunstancias.
A guisa de ejemplo se presentan dos: una variante del dispositivo en águila, ideada para la marcha cuando la amenaza proviene en dirección contraria, y otra para prevenir amenazas procedentes del lado izquierdo.
Es sabido que desde el primer cuarto el siglo XVI hasta bien avanzado el XVIII los españoles utilizaron el sistema de convoyes —o de flotas— paulatinamente perfeccionado en cuanto a su composición, defensa, derrotas y periodicidad, alcanzando unos resultados muy satisfactorios como lo demuestra el que sólo en una ocasión —1628, almirante holandés Piet Hein— se logró interceptar un convoy completo y apoderarse de los caudales transportados.
Las presas utilizadas por piratas y corsarios fueron buques sueltos o rezagados de los convoyes. Como el número de buques de una flota es muy variable, entre 10 y 94, los dispositivos de marcha, defensa y combate empleados son muy flexibles: armadas de guarda en las aguas de recalada en las fechas previstas para el paso de las flotas, naves fuertemente armadas, integradas en las flotas para una defensa próxima y armamento de las naves de transporte.
He aquí algunas disposiciones típicas de convoyes españoles durante los siglos XVI y XVII en el Atlántico.
Notas:
- Bajorrelieve en el palacio de Sennacherib, en Ninive.
- Tucídides, Las guerras del Peloponeso.
- Ibídem.
- A. Jal, Arqueología Naval.