Naufragio de la fragata Santa Marta (1780)

Por Juan García (Todo a Babor)

Introducción

La fragata Santa Marta1 fue una embarcación de guerra de la Real Armada de 34 cañones que se perdió en la costa de Yucatán (México)2 el 24 de marzo de 1780.

Este sería un naufragio más en la larga lista de buques perdidos en el mar debido a los fuertes temporales caribeños, si no fuera por la conducta de su comandante que, si hubiera sido distinta, habría evitado la pérdida de su buque, tal como veremos en este artículo.

Movimientos con el convoy

La Santa Marta pertenecía a la escuadra del teniente general Juan Bautista Bonet, que tenía la comisión de escoltar un convoy con tropas y pertrechos militares desde la Habana, donde salieron el 6 de marzo de 1780, hasta Mobile y Pensacola, donde el general Gálvez había tomado la primera a los británicos hacía un par de meses y se disponía a recuperar la segunda.

Nuestra fragata protagonista estaba bajo el mando del capitán de fragata Andrés Valderrama, y su misión en el convoy era ser una de las fragatas cazadoras, que se encargaban de ir en vanguardia y reconocer a los hipotéticos buques que se encontrara, para dar aviso a la escuadra si se presentaba algún peligro.

La elección de esta fragata no era casual, ya que la Santa Marta era una magnifica velera «de excelente marcha«.

Tras unos primeros días sin ningún incidente digno de mención, la Santa Marta se adelantaba con frecuencia al convoy para sondear la zona, donde había peligrosos bajos.

El día 12 de marzo refrescó mucho la brisa, tanto que el convoy apareció disperso al amanecer. Desde el buque insignia se le hizo una señal particular a la Santa Marta para que pasara para recibir órdenes de forma verbal.

Se le indicó al comandante de la fragata que fuera a sotavento a buscar dos buques que se habían perdido de vista, pero con especial recomendación de incorporarse a la escuadra. Y esto último es determinante para lo que se le vino después en el consejo de guerra al comandante Valderrama.

La trascendental decisión del comandante de la Santa Marta

Con las órdenes del general en mente, Valderrama ordenó dirigirse al NE a toda vela, descubriendo aquella tarde a las dos embarcaciones perdidas.

Una era una balandra, que navegaba sin problemas y que, siguiendo las indicaciones de por dónde estaba el convoy, forzó la vela y desapareció rápidamente de la vista.

Sin embargo, el otro buque tenía problemas. Se trataba del bergantín San Juan Bautista, un transporte de guerra que tenía desarbolado el palo mayor a consecuencia del temporal de la noche anterior.

Se supone que el convoy con la escolta no estaría demasiado lejos, puesto que desde la Santa Marta se izaron las banderas de señales para informar de lo ocurrido.

Pero aunque el resto de buques estarían a la vista, la distancia era demasiado grande como para distinguir alguna bandera si se izaron desde el buque insignia o si estos habían logrado entender lo que desde la fragata se indicaba.

Esto provocó la lógica indecisión del comandante de la Santa Marta, porque tenía que decidir si cumplir la orden, recordemos que tenía la «especial recomendación» de regresar con la escuadra, o quedarse a socorrer al bergantín, que se encontraría en peligro de quedarse abandonado en aquellas aguas infestadas de buques corsarios y de guerra británicos.

Quizás si el San Juan Bautista sólo transportase pertrechos normales, se hubiera quedado a su suerte, pero a bordo de este bergantín iban de transporte dos compañías del regimiento de Navarra. Recordemos que el convoy tenía como destino reforzar al ejército del general Gálvez y cualquier tropa de refuerzo, independientemente de su número, le sería muy útil.

El comandante Valderrama actuó entonces con una actitud dubitativa que no era admisible para alguien de su cargo.

El patrón del bergantín decía que lo mejor era volver a la Habana, con su buque pertrechado con bandolas3. Allí, opinaba el veterano patrón del San Juan Bautista, la reparación sería instantánea y podría unirse oportunamente a la escuadra.

Pero el comandante de la fragata no quiso optar por esa vía, pero tampoco se decidía por otra cosa. Entre otros planes estaba el de fondear en la sonda de la Tortuga4, para hacer allí el transbordo de las tropas a la fragata, dejando que el bergantín fuera a algún puerto de Cuba por sus propios medios.

Sin embargo, luego se decidió por seguir el consejo del patrón del mercante ya que la fuerte brisa impedía dirigirse hacia el convoy.

Pero debido a la bandola del bergantín, este sotaventeaba demasiado, además de la pesadez del buque mercante hizo que se abandonara definitivamente el plan, pensando por último en arribar a la costa de Campeche.

Con el afán de no perder más tiempo, se tomó la decisión de llevar al bergantín a remolque de la fragata de guerra y dirigirse a Campeche, quedando fondeados, por la calma, el día 22.

El naufragio

El viento no ayudaba nada al remolque, ya que siguieron los vientos flojos. El día 23 descubrieron el cayo a 10 o 12 millas. En este peligroso lugar había que ir con tiento, para no embarrancar los buques, sobre todo la fragata de mucho mayor calado y para eso se sondeaba continuamente. Vieron que había 5 brazas, en principio suficiente para pasar, y pusieron rumbo oeste.

Pérdida de la fragata Santa Marta, 24 de marzo de 1780
«Una fragata de 28 cañones, alrededor de 1794». Por William Frederick Mitchell (1845–1914). Colección privada.

Pero el patrón del bergantín, con 30 años de navegación en la carrera de La Habana a Campeche, y por tanto con muchísima experiencia en la navegación en aquellas peligrosas aguas, opinaba de aquella temeridad:

(el patrón) observó que el braceaje elegido era muy corto para la fragata, y conceptuaba prudente correr por otro mayo. Esta misma observación hizo el piloto de la fragata, desentendiéndola el comandante, porque habiendo mandado el bergantín Renombrado en aquellas costas, se consideraba práctico.

Es decir, el capitán de fragata Andrés Valderrama se consideraba más experto que un capitán mercante de más de 30 años de experiencia en aquellas aguas y que su propio piloto, porque él había navegado anteriormente por allí con un buque distinto, y atención: menos pesado, que el que mandaba en esos momentos.

¿Arrogancia u orgullo? ¿Demasiada confianza en sí mismo? Las dudas que mostró cuando no supo si abandonar al bergantín o ir con el convoy no se mostraron aquí, puesto que el comandante siguió con su plan de cruzar e ignorar los avisos de peligro de embarrancar que se le estaban dando.

Y el desastre no tardó en sobrevenir.

El mismo día 23, antes del anochecer, uno de lo timoneles, que sondeaba por babor, gritó cuatro brazas y media. Inmediatamente el comandante de la fragata dio la orden de cerrar el timón a la banda para salir donde había más agua.

Pero justo en ese momento la fragata tocó de popa con el fondo, quedando varada en tres brazas de arena y piedra.

De forma rápida, se preparó el aparejo necesario para intentar salir pero ni con esas ni con la ayuda de las estachas5 por la popa se logró mover un palmo a la fragata.

Se intentó de todo, y con gran actividad de la tripulación, pero fue imposible. El buque estaba sentenciado. Al amanecer del día 24 de marzo, tras reunirse los oficiales y comprobar que los fondos de la Santa Marta estaban destrozados y que el agua que había dentro no había forma de desalojarla, se decidió por abandonar el barco.

Afortunadamente, la tierra estaba a penas dos millas de distancia y el tiempo era bueno, lo que ayudó bastante a preparar la evacuación de hombres y todo el material posible.

Para ello se sirvieron de las embarcaciones menores de la fragata y del bergantín, así como de una gran plancha formada por la arboladura.

No hay duda de que los oficiales, con el comandante a la cabeza, supieron llevar la situación tras el desastre y, junto con la gran actuación de sus hombres, lograron no solo salvarse todos sin una sola baja, sino poner en la playa numerosos víveres y armamento.

Y lo hicieron justo a tiempo, porque en la mañana del día 25 la fragata se tumbó por el costado de estribor.

El 27 se dispuso que el San Juan Bautista fuera hasta Campeche para dejar a las tropas que llevaba de transporte y solicitar ayuda para llevarse a los náufragos y todas las vituallas que iban sacando de la fragata, a la que todavía podían acceder.

Y los tripulantes volvieron a dar lo mejor, porque hasta el 29 de abril permanecieron en la zona, sacando todo lo que pudieron que fue bastante. Todo ese material fue embarcado en numerosas goletas y saetías de la zona. Por fin, el 3 de mayo se embarcó en último lugar el comandante Valderrama con rumbo a Campeche, sin haber tenido desgracia personal alguna.

Al comandante de la Santa Marta se le podía haber achacado falta de decisión en aquel crítico momento que ya mencionamos anteriormente, pero hay que reconocer que sin sus acertadas disposiciones en la pronta evacuación de la fragata siniestrada, quizás habría habido alguna desgracia personal.

Por no hablar del ingente material rescatado que de otra forma se hubiera perdido. No hay duda de que el capitán de fragata Andrés Valderrama mostró una gran profesionalidad cuando la situación se tornó desesperada.

El consejo de guerra

Como era preceptivo cuando se perdía una unidad de la Real Armada, se abrieron las diligencias para averiguar y condenar, si así se llegara, las posibles negligencias ocurridas en la pérdida de la fragata Santa Marta.

No se ordenó la causa hasta el 14 de septiembre, demorándose el consejo de guerra hasta diciembre. En concreto hasta el 23 de aquel mes, en que se dio la lectura del proceso en La Habana.

Pero la situación en Pensacola hizo necesaria la salida del jefe de escuadra José Solano y Bote. Como este y otros vocales formaban parte de dicha escuadra, el consejo de guerra tuvo que ser aplazado hasta el regreso de estos, el 25 de enero de 1781.

En los siguientes dos días se discutieron los cargos que resultaban al capitán de fragata Valderrama, sin que los jueces se pusieran de acuerdo.

El fiscal tenía dos acusaciones principales:

Desobediencia a las ordenes recibidas y mala derrota por falta de práctica y sobra de desprecio de los inteligentes.

La orden del general Bonet, recordemos que indicando fehacientemente que se reincorporase a la escuadra, era la principal acusación. Este era un delito bastante grave pues implicaba insubordinación de un oficial, comandante de buque de guerra, un delito tipificado con severas penas.

Se le achacaba también ignorar los consejos de sus subordinados, como el del patrón del bergantín mercante. Si hubiera retrocedido este a la Habana, donde en apenas unas horas hubieran arbolado de nuevo al mercante, la fragata Santa Marta, a toda vela y con lo buena andadora que era, podía haber ido antes a la escuadra a avisar al general de lo ocurrido, obedeciendo así la orden principal, y alcanzar al bergantín para escoltarlo a la Habana si así lo hubiera dispuesto el general.

También añadieron los fiscales que podía haber optado por trasvasar a los soldados del bergantín a la fragata, aprovechando el buen tiempo que hacía, para incorporarse a la escuadra de inmediato, dejando al bergantín que fuera a puerto amigo a repararse.

Y, por último, dijeron que podía haber remolcado al bergantín, tal y como hizo, pero no para separarse buscando un puerto seguro, sino para acercarse a la escuadra y el convoy, que recordemos que estaba lejos pero a la vista.

En una palabra, no podía hacer cosa peor que la que hizo.

A pesar de lo razonable de todas esas alegaciones por parte del fiscal, lo ocurrido no era suficiente para dictar una sentencia condenatoria.

Las declaraciones de los testigos eran contradictorias y las cartas náuticas que presentó Valderrama, y con las que se guio por la zona del naufragio, señalaban claramente que en aquel lugar fatídico había una profundidad de 5 brazas, suficiente para el paso de la fragata.

Circunstancia que utilizó hábilmente el defensor de Valderrama, el teniente de navío José María Chacón, y que, como queda dicho, originaron la larga discusión y desacuerdo de los jueces, favoreciendo al comandante de la fragata, que resultó absuelto por pluralidad de votos.

Así pues, la carta presentada fue determinante para salvar la carrera del comandante de la Santa Marta. Un hombre que tuvo un momento crítico de falta de decisión que le costó su barco, pero que supo reaccionar en el naufragio como se esperaría de un capitán de fragata de la Real Armada.

Notas

  1. La fragata Santa Marta tenía una eslora, en pies de Burgos, de 161 y una manga de 41,5. Fue botada en Ferrol el 5 de julio de 1774. Tenía un porte de 34 cañones. Enrique García-Torralba Pérez nos dice sobre su armamento (y el de su gemela Santa Margarita): «El armamento de estas fragatas en sus primeros años fue el normalizado de 26 x 12, 8 x 6, y entre 4 y 12 pedreros de a 2 libras, luego sustituidos por los pequeños obuses de bronce de a 3 o a 4 libras, armamento que luego se fue adaptando a los cambios resultantes de los sucesivos Reglamentos de Artillado».
  2. El documento al que nos hace referencia Fernández Duro, escrito por su propio comandante, indica que el hecho se produjo en el Bajo de las Mesas de Contreras. Sin embargo, es difícil precisar con exactitud el lugar, puesto que hoy en día no existe ningún sitio con ese nombre.
  3. Bandola: Armazón provisional que, para seguir navegando, se pone en el buque que ha perdido algún palo por cualquier accidente. RAE.
  4. Sonda: Sitio o paraje del mar cuya profundidad es comúnmente sabida. RAE.
  5. Estacha: Cabo que desde un buque se da a otro fondeado o a cualquier objeto fijo para practicar varias faenas. RAE

Fuente

  • Naufragios de la Armada Española. 1867. Cesáreo Fernandez Duro

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