Por Joan Comas
Junto con Salamina, la batalla de los acantilados rojos, también conocida como batalla de Chibi, fue uno de los mayores combates navales de la antigüedad, tanto por el número de combatientes como por su importancia, ya que este enfrentamiento decidió el destino de una nación durante los siguientes siglos.
Una brillante dinastía agonizante
Pocos periodos de la historia de China llegaron a ser tan trascendentales como la dinastía Han (206 a.C.-220 d.C.), la cual con sus siglos de existencia no solo llegó a ser la más longeva, sino también recordada como el primer periodo de esplendor de la era imperial.
Durante este periodo cuando se creó su identidad nacional. De hecho, para mostrar su importancia, si alguna vez uno pregunta a un ciudadano chino de qué etnia es, si pertenece a la mayoritaria (tiene entre el 92 y el 98 por ciento de posibilidades) le dirá: “yo soy han”.
Fue en esta época cuando apareció la ruta de la seda, se recibieron las primeras embajadas con el Imperio Romano, se inventó el papel, el sismógrafo, aparecieron mejoras en la metalurgia, la agricultura, la cerámica, las matemáticas, ingeniería… En astronomía se publicaron nuevos catálogos y también se realizaron las primeras operaciones con anestesia… En definitiva, florecieron todas las artes y las ciencias.
En lo que concierne a la navegación, se crearon los primeros canales, se mejoró el arte de cartografiar y, basándose en la forma del bambú, idearon el junco. Una embarcación de fondo plano (ideal para la época de los monzones); el timón (a diferencia de los buques de occidente de aquella época) estaba en la popa y no en el lateral, pero sin codaste. Pero quizás su aportación más asombrosa fue el dividir el casco en compartimentos separados por mamparos; los cuales no solo ayudaban a repartir la carga, sino que impedía que un buque se hundiera.
Desde su instauración, los nuevos soberanos intentaron curar las heridas causadas por el despótico gobierno de la dinastía anterior. Pero hacia su etapa final, todo este esplendor era ya un mero recuerdo. Emperadores supersticiosos, ministros corruptos, rebeliones, invasiones extranjeras, hambrunas y distintas luchas de poder estaban tambaleando los delicados cimientos que sostenían in extremis al régimen.
Tres facciones
Es una etapa convulsa, endulzada por la literatura de un modo similar al cantar de gesta, con muchas batallas sangrientas y muchos nombres difíciles de recordar; por lo que se será lo más breve posible. Solo decir que finalmente la nación quedo dividida en tres facciones antagónicas: Una al norte, la cual era la más poblada, otra al sur de mayor tamaño, pero con menor densidad de habitantes y finalmente una al oeste, la cual era la que menos territorio poseía.
Mientras el nuevo mapa territorial empezaba a cobrar forma, el caudillo norteño llamado Cao-Cao (se pronuncia Tsao-tsao) convenció al último emperador de que trasladara la capital a sus dominios para garantizar su seguridad. El soberano accedió, nombrándole marqués y general en jefe, mientras creía que su nuevo valido restablecería el orden.
Pero nada más lejos de la realidad, lo que el nuevo marqués quería era:
- Contar con el apoyo imperial, de este modo tendría la legitimidad en sus acciones.
- Pacificar la nación derrotando a los otros caudillos.
- Deponer al emperador para poder coronarse a sí mismo.
Aunque es recordado como un conspirador cruel, de hecho fue un gran estratega que había ascendido por méritos hasta el generalato; además de ser un consumado poeta que promocionó mejoras en la agricultura y la educación en sus tierras.
Viendo por dónde encaminaba sus acciones, los líderes de las otras dos facciones forjaron una alianza contra la futura invasión que recibirían.
La batalla decisiva
Tras una brillante campaña, Cao-Cao había conseguido poner entre las cuerdas a sus rivales, quienes por entonces se habían retirado con sus respectivas fuerzas navales. No obstante, su cada vez más larga línea de abastecimiento le empezaba a dar problemas y la población civil era reacia a proporcionarle cualquier ayuda, pues le veían como un invasor. Por si todo esto no fuera poco, sus guerreros norteños empezaron a sufrir enfermedades a causa del húmedo clima del sur.
Entre tanto, en las orillas del río Yangtsé se estaba gestando la que sería una gran batalla. Según las fuentes oficiales de Cao-Cao, disponía de un total de 800.000 soldados; aunque estimaciones recientes concuerdan que no pasaban de 220.000, cosa que no deja de ser asombroso y le dejaba en clara ventaja ante las 50.000 tropas de sus rivales.
Como ya se ha dicho en más de una ocasión, es cierto que superar numéricamente a tu rival te proporciona una gran ventaja; pero no siempre la cantidad puede superar a la calidad y es precisamente lo que descubriría nuestro protagonista.
Sus tropas fueron embarcadas, pero nunca habían combatido en un buque y eran propensos al mareo. Respecto a los oficiales, la única experiencia que poseían eran los escasos ejercicios de maniobras que habían realizado un par de días antes del combate.
Realmente, el marqués se confió y en las primeras escaramuzas no pudieron obtener ningún éxito importante. Tras la refriega, ordenó la que sería la peor de todas sus decisiones: atar los buques entre sí para evitar el balanceo y el posterior mareo entre sus hombres mientras estaban en reposo cerca de la costa.
Pese a haber podido ralentizar al enemigo, los líderes de la coalición sabía que no podrían durar mucho y su destino pronto estaría sellado. No obstante, alguien tenía un plan, se trataba de un comandante llamado Huang Gai, quien estaba a cargo de la vanguardia del señor del sur.
Él se percató de cómo la flota enemiga había unido sus buques y creía que podía sacar ventaja. Como se ha visto en la batalla del Nilo, la inmovilidad es mortal para una flota y nuestro segundo protagonista le sacaría un buen partido.
El comandante envió un mensaje con su intención de rendirse y desertar. Como hábil político Cao-Cao se olió una treta, pero viendo su situación y su superioridad, accedió a la petición respondiendo:
Solo temo que sea un truco, pero si lo que decís es cierto, os recompensaré generosamente.
A la mañana siguiente, su división abandonó el grueso de la flota. Cuando llegaron al centro del río, guardaron los remos y aprovechando que el viento soplaba fuertemente por el sudeste, desplegaron todas las velas. Mientras por medio de una antorcha, el comandante ordenó a sus hombres que lanzara gritos de: “¡Nos rendimos!”.
Aquello, solo era una escenografía ensayada para que el enemigo todavía bajara más la guardia. De hecho funcionó y Cao-cao fue informado de la deserción del comandante. Sólo uno puede imaginar el estado de ánimo de nuestro protagonista, viendo cómo pronto sus enemigos serían aniquilados y él se convertiría en el nuevo amo y señor de todo el país.
Pero de repente, los soldados prendieron fuego a sus buques menores, los cuales estaban llenos de maderas y materiales inflamables, para luego evacuarlos. Los enemigos sólo pudieron contemplar impotentes como 20 buques ardiendo se dirigían hacia ellos a toda vela. Intentaron desatar los buques, izar las velas y sacar los remos, pero ya era demasiado tarde.
Todo fue pasto de las llamas y los escasos buques supervivientes que se encontraron con la flota de la coalición marchando hacia la batalla, no pudieron hacer nada para impedir la derrota.
La era de los tres reinos
Aunque derrotado, Cao-Cao demostró haber aprendido la lección, ya que pudo evitar ser aniquilado en las escaramuzas terrestres que sucedieron tras la batalla. Regresó al norte, donde el emperador le nombró duque y más tarde rey, entre otros honores.
Falleció de vejez sin ver cumplido su sueño, pero pragmático como siempre ordenó que su funeral fuera simple y sin honores:
Que cada soldado se mantenga en su puesto, pues el territorio todavía es inestable.
Su hijo y heredero depuso al emperador, dando fin a la dinastía Han y se coronó a sí mismo. Cuando la noticia llegó, los otros dos líderes también se proclamaron emperadores y de este modo la guerra civil tripartita continuó con combates esporádicos hasta que la nación fue nuevamente reunificada.
Por lo que respecta a nuestro segundo y pícaro protagonista, Huang Gai, durante la evacuación y la refriega fue herido por una flecha y cayó al río; no obstante, las tropas de la coalición le rescataron. Pero a causa de su estado, no fue identificado y lo dejaron en una litera a la espera de ser tratado.
Se salvó gracias a que un general reconoció su débil voz, cuando estaba inspeccionando el hospital de campaña. Agradecido por su estrategia y entre lágrimas, le ayudó a quitase la armadura y la ropa mientras empezaban a tratarle has heridas. Continuó con su brillante carrera militar hasta el rango de teniente-general y siempre fue muy apreciado por sus soldados.