Por Juan García (Todo a Babor)
Este especial se compone de los siguientes artículos:
Antecedentes | Composición escuadra española | Orden de combate británico | La batalla | El Consejo de guerra | Daños y bajas | Curiosidades | Parte del combate
Este es el parte que escribió el comandante en jefe de la escuadra española, don José de Córdova, días después del combate, a bordo del navío Conde de Regla, donde había izado su insignia por haber quedado el Trinidad muy mal parado. Fernández Duro dijo de este informe que era incoherente.
El parte
Desde el instante que, aseguradas en Algeciras las lanchas de fuerza, salí al Océano con la escuadra de mi mando, tuve vientos del Estenordeste al Sudeste, los cuales me arrojaron en menos de ocho días á meridianos del cabo de San Vicente, tanto porque la violencia no me permitió forzarlos, como por la necesidad de dar convoy á urcas de mal estado y poquísima expedición.
La noche del 13 roló el viento del Sudeste por el Sur al vendaval; pero siendo equívocas las apariencias del tiempo, no hallé oportuno hacer derrota hasta la mañana del 14, que, ventando del Poniente, mandé gobernar al Estesudeste. A las ocho se oyeron dos cañonazos por la popa. Las Circunstancias de estar los horizontes muy cerrados y las embarcaciones del convoy algo dispersas, me determinaron á disponer que los navíos San Pablo y Pelayo, con la fragata Matilde, se atrasasen prudentemente, con el objeto de proteger y reforzar los cazadores que navegaban á retaguardia. Así lo hicieron, ciñendo para el intento con las amuras de estribor, y el resto de la escuadra siguió sin alteración, formada en tres columnas sobre líneas de convoy.
Serían las nueve de la mañana cuando algunos buques de la izquierda indicaron la vista de una vela sospechosa, y siendo á rumbos donde navegaban embarcaciones nuestras de poca fuerza, se mandó dar caza al Príncipe, que era el navío más proporcionado, y poco después manifestaron el San Fermín y Perla que las velas avistadas y sospechosas eran ocho. La calima de que estaba cubierto el horizonte no permitió verlas desde este buque; pero no obstante, forzó la escuadra de vela, y convencido á las diez de que las embarcaciones avistadas componían una escuadra enemiga de 15 á 18 navíos, con varias fragatas (lo cual pudo distinguirse sobre una clara), mandé formar una pronta línea de combate, sin sujeción á puestos, hacer zafarrancho y ceñir el viento por babor, á cuya última resolución me determiné para mantener el barlovento- sobre el enemigo, y la consideración de estar dispuestos los buques de mi mando más ventajosamente para formar la línea de batalla sobre esta mura que sobre la contraria. Orzados sobre ella los navíos de la escuadra, quedaron tan á sotavento el Príncipe, Regla y Oriente, que no pude incorporarlos en la, línea de formación sin riesgo de ver cortada nuestra escuadra por la enemiga, que, en regular dirección y vuelta encontrada, estaba ya próxima. En consecuencia, mandé virar á este navío para que tomase la cola de la línea: hicieron, en efecto, su virada por avante el Príncipe y Regla pero el Oriente no pudo verificarlo de ningún modo, y tuvo que correr la línea enemiga por sotavento.
La concurrencia de las dos líneas encontradas resultó tal, que la cabeza de la enemiga rompió el fuego á las once menos cuarto con el primer navío situado por la proa del Trinidad, desde cuyo punto arribaron los enemigos, sucesivamente, para correr á un largo nuestra retaguardia, siendo de advertir que el Trinidad, por cuya popa formó y se batió, aunque poco, por la mañana, el Concepción, eran los últimos navíos de la línea española, cuyo centro y vanguardia quedó, por consecuencia, fuera de acción.
Navegaba la retaguardia enemiga bastante atrasada, con claros grandes, y dos ó tres navíos, poco veleros, á barlovento de su línea, y tanto por esto como por aprovechar de algún modo los fuegos de nuestra vanguardia, puse señal para que los navíos de la cabeza virasen por redondo, tomasen la propia vuelta de los enemigos y los doblasen por retaguardia.
Tanto á mí como á mi Mayor general, el capitán de fragata D. Ciriaco de Ceballos, pareció oportuna esta maniobra, por otras muchas razones además de las expresadas. La primera, porque navegando muy postergados un navío y seis fragatas enemigas, podrían fácilmente cortarse y evitar que cayesen sobre una parte de nuestro convoy sotaventado; la segunda, para evitar la pérdida del navío Oriente, que corría solo por babor de la línea enemiga; la tercera, por la incertidumbre en que estábamos de si los navíos Príncipe y Regla habían ó no tenido tiempo para coger las aguas de la escuadra, en cuyo caso, y cayendo sobre ellos los enemigos, era consiguiente el perderlos, y últimamente, para proporcionar á nuestra vanguardia el batir á los enemigos en el caso de que éstos pensasen, como era natural y oportuno, doblar y cargar todo su esfuerzo sobre nuestra cola, como efectivamente se verificó, en cuyo suceso, con sólo retirar nuestra vanguardia, incorporada á los navíos Príncipe y Regla, quedarían los enemigos entre dos fuegos, y dado el supuesto de que hubiéramos seguido su primera vuelta sin virar, tenía esta providencia la utilidad de proporcionar anticipada y ventajosamente un cuerpo considerable de navíos para perseguirlos.
Tales, entre otras muchas, fueron las razones de conveniencia que indujeron á mandar tomasen los navíos de la cabeza la propia vuelta de los enemigos y los doblasen por retaguardia; pero no habiéndose verificado ésta, porque los navíos á quienes se dirigía la señal debieron no entenderla (considerada la situación de ambas escuadras), miré como casi irremediable la pérdida del Príncipe, Regla y toda nuestra retaguardia.
Pasado el instante oportuno del movimiento prescrito, hice señal para que toda la escuadra arribase á un tiempo, con el objeto de estrechar las distancias con los enemigos, meter en acción algunos navíos más de nuestro centro y vanguardia, que estaban demasiado á barlovento, y proporcionarles el combate en la retirada, que pareció haber empezado ya la línea enemiga. Se dio el momento de arribar, y el Trinidad se puso en popa, cerrándose con los enemigos hasta tiro de fusil, habiendo sido batido por toda la línea enemiga, cuyas descargas le produjeron averías de mucha consideración: tales fueron las faltas de la ostaga de velacho, escota y palanquines del trinquete, bolinas y boliches de casi todas las velas, bazas de la verga seca, escotines de sotavento de sobremesana y juanete mayor, destrozados los palos, vergas y masteleros, y faltos tres obenques mayores y dos brandales.
Cuando los enemigos empezaron su movimiento de retirada no habían podido llegar á tomar la cola de la línea los navíos Príncipe y Conde de Regla, que sacando de su situación todas las ventajas posibles, incomodaron y batieron á los enemigos en su virada, hasta tanto que hallaron oportuno y les fue posible prolongar el bordo y tomar las aguas de la escuadra.
Algunas urcas de azogue y el navío San Fermín quedaron también á sotavento de ambas líneas, teniendo que continuar por mucho tiempo con las amuras á estribor para asegurar su incorporación de la otra vuelta, de forma que este último navío no pudo llegar á entrar en acción. El Oriente, que debió virar cuando el Príncipe y Regla, y corrió por sotavento la línea enemiga, pudo incorporarse por la tarde con la escuadra.
A las dos, manteniéndose siempre la vanguardia á barlovento y adelantada, se le pusieron señales para arribar y cortar de vela; tanto con el objeto de que sus navíos virasen para sostener á los empeñados desventajosamente en la acción, como porque navegaban á barlovento del Trinidad varios navíos fuera de formación y de fuegos, se hizo á la misma hora la señal de ataque general al enemigo.
Después que los buques ingleses reviraron corriendo nuestra retaguardia hasta el Trinidad, cargaron con particularidad su esfuerzo sobre este navío y el San Isidro, haciendo y sufriendo un fuego extraordinario. La mala disposición del aparejo del Trinidad le hacía caer á sotavento, y viniendo á cargar sobre él todo el grueso de los enemigos, se mandó á la voz, y por señal á los navíos Salvador, San Nicolás y Soberano, que estaban á barlovento de la línea y fuera de acción, acortasen de vela y formasen por nuestra popa para sostenemos contra la escuadra enemiga, que, dividida, trataba de ponemos entre todos sus fuegos. Estos navíos practicaron el movimiento expresado con brevedad, y empeñaron un combate vigoroso, obstinado y sin ejemplo. El Mejicano pudo formar por nuestra proa á las dos, y emprendió la acción con el navío más adelantado de la línea enemiga, toda la cual se empleó en el discurso de la tarde contra los navíos Trinidad, Mejicano, Salvador, San José, San Nicolás, San Isidro y Soberano, cuyos únicos buques sostuvieron lo principal y más ardiente del combate contra la escuadra enemiga, esto es, contra fuerzas cuadruplicadas, si se atiende, además del número, á la superioridad de sus fuegos sobre los nuestros.
En esta situación de cosas, estando doblados y cortados la mayor parte de nuestros buques expresados, y conociendo que los enemigos no pensaban extender la acción más adelante del Mejicano, hubiera sido conveniente que nuestra vanguardia y centro virasen para sostenerlos pero no lo hicieron así, ni yo pude indicarles este movimiento, careciendo de topes, de divisas y de todos los medios de hacer señales.
No me cansaré de repetir y de elogiar la brillantez, intrepidez y el desesperado valor con que sostuvieron la acción los navíos formados por mi popa y citados antes; pero al fin, estando completamente desarbolados y destruidos, hubieron unos de abandonar el combate, y de rendirse otros.
El navío Trinidad fue batido toda la tarde por un navío de tres puentes, que le dio el costado, y tres de 74, que le cañoneaban á metralla y palanqueta, por aletas y muras, á tiro de pistola. El que tenga presente esta circunstancia y sepa la celeridad y certeza con que los ingleses manejan su artillería, inferirá cuál sería nuestra situación á las cuatro de la tarde y después de cinco horas de combate. A más de tener sobre 200 muertos y heridos, apenas había cabo sin faltar, ni verga ó palo por rendir. No obstante de todo, manteniendo aún la vela de trinquete, aunque con más de 200 balazos, y sostenida la verga mayor sobre las bozas de cadena, pude, en favor de su vela y las tiras de velacho y gavia (navegando á las nueve cuartas), conseguir que el navío mantuviese la cabeza y continuara la acción más de otra hora. Por último, quise estrechar me á tiro medio de pistola con uno de los navíos que me batían, para lo cual di una gran arribada, y sobre ella se desplomó el mastelero de gavia, inutilizándome su vela la mayor parte de los cañones.
Desmontados otros é inútiles los de la primera batería, quedé absolutamente indefenso y sufriendo un fuego horroroso, incomodando particularmente el de cofas, y batiéndome los tres navíos á bala menuda con toda su artillería. Estaba á la sazón el navío con 18 pulgadas de agua sobre cuaderna; las balas no habían dejado más que una sola bomba de uso; el palo mayor; con más de 20 balazos, se hallaba sostenido por un solo obenque, y ése rozado de la metralla; el de mesana tronzado, y la verga mayor partida, que se desplomó á los pocos minutos de cesado el combate; el aparejo de proa destruido á proporción; los cañones de las baterías, inservibles, á excepción de seis ú ocho; los muertos y heridos crecían por momentos, y en tanto número, que apenas bastaban para retirarlos las patrullas destinadas á este objeto, habiendo sido preciso hacinar los muertos y moribundos en las propias baterías.
En esta situación de cosas convoqué al comandante y oficiales, y todos fueron unánimemente de dictamen que el navío no podía sostener más tiempo la acción, siendo de este propio sentir mi Mayor general y ayudantes. Convencido yo de lo mismo, no hubiera de todos modos podido menos de adherirme al dictamen de unos oficiales inteligentes que acababan de manifestar á mi vista todo el ardor de la gloria y aquel entusiasmo sereno y tranquilo que caracteriza un verdadero valor. En consecuencia de todo, mandé suspender el fuego de los pocos cañones que podían hacerle, y di otras disposiciones para indicar á los enemigos mi resolución.
Tales eran las dolorosas circunstancias en que se hallaba el Trinidad á las seis horas de combate no interrumpido, cuando llegaron á la acción los navíos San Pablo y Pelayo (primero éste y luego aquél), que, atrasados de mi orden por la mañana, habían arribado con toda vela imaginable sobre la escuadra, desde el instante que la vieron empeñada.
El refuerzo de estos dos navíos recayó sobre la incorporación oportuna del Conde de Regla, que empezó el combate, y del Príncipe, que llegó poco después; y la vanguardia, que hasta este punto no hizo movimiento, empezó á virar por avante, visto todo lo cual por los enemigos, se pusieron en retirada, arribó á un tiempo y salieron del combate, abrigando á los navíos rendidos, que eran el San José, Salvador, San Nicolás y San Isidro.
Así terminó este día memorable, en el cual tuvo nuestra constancia que luchar, no sólo contra el valor y la inteligencia de los enemigos, pero, lo que es peor, contra su fortuna. El que siga la serie de sucesos desde el instante que los avistamos, verá de qué manera se prepararon en su favor todas las casualidades, y nadie extrañará las últimas consecuencias del combate, después de las consideraciones siguientes:
Cruzando los enemigos sobre estos lugares, era natural que navegasen en un orden de más fácil traslación á la línea de combate, que aquel en que por necesidad navegaba nuestra escuadra sobre líneas de convoy, haciendo derrota con vientos largos. De aquí es que, apenas vimos á los enemigos, cuando estaban ya en orden de batalla, y su gran inmediación nos obligó a formar una pronta línea sin sujeción á puestos, de lo cual debió resultar mala distribución en las fuerzas y en los jefes. Agréguese á esto que los navíos Pelayo y San Pablo estaban separados desde la mañana con comisiones particulares. El San Fermín y el Oriente quedaron por necesidad á sotavento de ambas líneas; el Príncipe de Asturias y el Conde de Regla, no obstante la actividad é inteligencia de sus maniobras, no pudieron ganar la línea de formación hasta la tarde; sacaron de la situación todo el partido de que era capaz, pero no les fue dable sostener á los navíos empeñados hasta el fin del combate; tampoco pudo empeñarlo y sostenerlo el Firme, que se hallaba sin mastelero de velacho.
Por manera que sólo 17 navíos españoles (incluso el Santo Domingo, cargado de azogue, y de poca fuerza) fueron los proporcionados á formar en batalla; de estos 17 navíos, algunos se batieron á intervalos, y muchos no llegaron á romper el fuego; resultando de todo que la línea enemiga se empleó únicamente contra seis navíos españoles, cuya resistencia obstinada y sangrienta vale tanto como la propia victoria, y es más digna de elogio por cuanto todos ellos carecían de la gente necesaria para manejarse, debiéndose saber- que cuando la escuadra de mi mando dio la vela del puerto de Cartagena, faltaban á los buques de ella de 3 á 4.000 hombres para el completo de sus dotaciones, según reglamento de guerra, falta tanto más esencial, en cuanto son malas las que tripulan los buques, estando reemplazados en ellas los marineros con soldados, de los cuales embarcaron en Cartagena cerca de 1.000 hombres pertenecientes al ejército, que no era posible tuviesen á los quince días de navegar, aquel fondo de instrucción necesaria para el nuevo orden de servicio que se les destinaba.
Por último, no puedo pasar de este lugar sin decir con dolor que casi todos los fuegos del Trinidad fueron inútiles y sin provecho durante la mayor parte de la acción; sin embargo de la poca vela con que navegaba el navío, es tanto lo que rinde, y escoraba tan alto, que sólo pudieron manejarse los cañones de las cabezas de la primera batería, y tanto en ésta como en las otras era tanta la inclinación de las cubiertas, que, sacadas las cuñas de los cañones hasta tocar los batiportes altos, veíamos, no obstante, caer casi todas las municiones al agua. Quedando el Trinidad hecho absolutamente una boya, y no teniendo ni banderas ni faroles, ni dónde izarlas, previne á la voz al teniente general D. Juan Joaquín Moreno pusiese la señal de formar y restablecer la línea de combate mura á babor, por si los enemigos volvían á la carga antes de ser buscados.
Por lo que hace al navío Trinidad, di mis disposiciones para que, picado el palo mayor, que de ninguna manera podía sostenerse, baleado como estaba, se armaran unas bandolas, y escoltado por la fragata Mercedes, aprovechasen la oportunidad del viento y la noche para hacer derrota á Cádiz, atracando cuanto pudiesen la costa, lo cual hacía posible la naturaleza del viento y la situación á que anochecieron los enemigos.
Tanto yo como mi Mayor general, asentimos á este partido del comandante, en la resolución de volver al ataque la propia noche ó al día siguiente, en cuyo caso sería la conservación del Trinidad arriesgada y un obstáculo para todos los movimientos.
A consecuencia de todo, transbordé con mi Mayor general y ayudante á la fragata Diana, comisionando la Matilde, Paz, Ceres y Perla á comunicar esta noticia á lo largo de la línea, previniendo á todos se conservasen en el orden mandado, remediando con actividad sus averías, para volver al combate la mañana inmediata. Permaneció la escuadra toda la noche formada en batalla y en facha por babor con viento del O. al ONO, hasta las seis de la mañana del 15, que mandé virar por redondo y formar sobre la misma línea de bolina.
Dado este paso, fue mi primera diligencia preguntar la situación de los navíos para batirse; lo hice por señal, y respondieron que no se hallaban en estado de segundo ataque los navíos Concepción, Mejicano y Soberano, y que podían batirse los nombrados Oriente, San Pablo, Pelayo y San Antonio; de todos los demás no pude percibir la contestación. No obstante, continué en la noche la vuelta de fuera, haciendo próximamente el rumbo á que me demoraban los enemigos, que, en número de: 20 buques, se habían visto desde las ocho al SSO.
Quedando indecisa mi opinión sobre el estado de los navíos de la escuadra, pregunté, por la tarde, si convenía atacar al enemigo. Respondieron no los navíos Concepción, Mejicano, San Pablo, Soberano, Santo Domingo, San Ildefonso, Nepomuceno, Atlante y Firme; que convenía retardar la función, el Glorioso, Paula, Regla y San Fermín; y solamente el Príncipe, Conquistador y Pelayo contestaron afirmativamente que era conveniente el ataque.
En esta diversidad de opiniones, debiendo mirar la respuesta de cada comandante como la expresión justa del estado particular de su buque, no hallé por conveniente forzar de vela sobre los enemigos, particularmente habiéndome participado á la voz averías de gran consideración los navíos Mejicano, Santo Domingo y Soberano, y falta de gente el Atlante, siendo la circunstancia de este último buque común á todos los navíos.
A las tres de la tarde demoraban los enemigos al ESE., y mandé gobernar al SE., cuyo rumbo se enmendó á las cinco al SE.’/,S. para poder montar el cabo de San Vicente. En los navíos que tenían averías remediables se trabajó con actividad todo el día y noche, y con el objeto de dar tiempo para estas operaciones precisas mandé, á las once y media de la noche, que la escuadra fachease por estribor formada en batalla. El navío Firme, que cuando nuestros encuentros con los enemigos se hallaba sin mastelero de velacho, y que, por consecuencia, no pudo empeñarse en la acción, lo echó arriba en este día; el Soberano se ocupó en la maniobra de mudar la verga de gavia y el mastelero de velacho, y todos los otros buques que lo necesitaban, trabajaban con más ó menos actividad en desenvergar el velamen destruido, echar arriba otro nuevo y hacer las demás operaciones posibles en la mar.
Sólo se vieron en el 16 algunos batidores de los enemigos al SE ¼ , á cuyo mismo rumbo mandé gobernar á las siete de la tarde, con viento SO. bonancible, y arrumbados los navíos en la línea de bolina de estribor. Tuve esperanza de ver al día siguiente el grueso de los enemigos, suponiéndolos en derrota para Gibraltar y forzados á proporcionar su diligencia con la poquísima de que eran capaces los navíos desarbolados; pero á las diez de la mañana manifestó por señal el Concepción que los enemigos estaban fondeados en la costa de la izquierda.
Deseando yo adquirir conocimientos del hecho y no dejar ambigüedad en la noticia, mandé pasar por mi popa aquel navío, que me informó á la voz había visto fondeados en Lagos hasta cuatro buques grandes. Nuestra situación actual no nos permitía ver todo el surgidero; pero sospechando si estaría en él la escuadra enemiga, mandé formar la línea de combate mura á estribor, y me puse en facha sobre ella. Practicada esta diligencia, despaché á la Brígida á que se presentara delante del puerto y lo reconociera, cuya comisión desempeñó aquella fragata con acierto é inteligencia, situándose á una milla de la rada, desde donde reconoció y contó todos los buques enemigos. La escuadra mareó en tanto para aproximarse al fondeadero, y cuando estuvo tanto avante con él, facheó en vista de tierra, con las amuras á estribor, permaneciendo de este modo toda la tarde y parte de la noche, hasta la vuelta de la Brígida, cuyo comandante me comunicó haber contado en Lagos los cuatro navíos españoles apresados y hasta 15 enemigos, de los cuales, dos estaban sin masteleros, y los otros no hicieron ningún movimiento que indicara resolución de salir; visto todo lo cual, y habiéndose llamado el viento al SE, lo ceñí por babor con poca vela.
Navío Conde de Regla, en la mar á 27 de Febrero de 1797. José de Córdova.
Fuentes y agradecimientos
Para la realización de este artículo me he basado en buena parte en el libro Venturas y desventuras de un marino utrerano: José de Córdoba Ramos, de Pedro Sánchez Nuñez. A cuyo autor agradezco el envío de un ejemplar y el cual recomiendo desde estas líneas, ya que contiene muchísima más información interesante sobre esta batalla y en particular sobre la vida de don José de Córdova.
También quiero agradecer a Santiago Gómez la colaboración prestada por el envío de mucha de la información aquí contenida, en forma de textos, imágenes o comentarios. Así como a Gerardo Etcheverry, del que he tomado una intervención suya del foro de la web.
Para las bajas británicas y algunos otros datos de la batalla me he basado en la obra de William James sobre la historia naval de Gran Bretaña 1793-1815.
El parte del combate del general Córdova es una versión resumida que se publicó en la Gaceta de Madrid, el 10 Marzo de 1797 y que también publicó Fernández Duro posteriormente. Y que me fue enviada hace tiempo por Antonio Laborda.
Las ilustraciones sobre la composición de la escuadra española y los mapas de la batalla son de elaboración propia, estos últimos basados en los aparecidos en el Cuaderno Monográfico del Instituto de Historia y Cultura Naval, nº 47. Madrid, 2004; título del articulo: El combate de San Vicente y sus Consecuencias, por: José Ignacio González-Aller Hierro, página 57 y siguientes.
Alguna de las pinturas pertenecen a Geoff Hunt, al Museo Marítimo Nacional de Greenwich, de Lóndres, a Carlos Parrilla y al Museo Naval de Madrid. Y así se indica cuando se han utilizado.