Por Juan García (Todo a Babor)
Este especial se compone de los siguientes artículos:
Antecedentes | Composición escuadra española | Orden de combate británico | La batalla | El Consejo de guerra | Daños y bajas | Curiosidades | Parte del combate
Leyendas de la batalla de San Vicente
Como pasa muchas veces con la historia, en la batalla del Cabo de San Vicente también ha tenido su ración de leyendas o mitos, que de tanto repetirse han quedado como verdaderas. Y las hay por parte de los británicos y los españoles.
Es hora de acabar con ellas explicándolas y razonándolas.
En general la historiografía británica siempre ha sostenido que el número de navíos de línea españoles en la batalla era de 27, cuando es un hecho probado que eran 24.
Los tres “sobrantes” era la división del Jefe de Escuadra don Domingo de Nava, compuesta por los navíos Bahama, Terrible y Neptuno, con insignia en el primero, que escoltaban las lanchas cañoneras a Algeciras, donde entraron el día 5 de febrero.
Posteriormente el Terrible pasaría a Gibraltar a llevar los prisioneros británicos capturados en la represa de la fragata española Sabina. Es decir, se habían separado de la escuadra española nueve días antes de la batalla.
Los tres navíos saldrían de Algeciras sólo para reunirse en las cercanías de Cádiz con la maltrecha escuadra española que ya había librado el combate.
El historiador británico William James da una cifra cercana a la realidad, aunque cita 25 navíos, ya que sigue el parte de Jervis que también da esa cifra.
La raíz de este error se debe a que la mayoría de los autores siempre han tomado la composición de la escuadra española a su salida de Cartagena, que sí tenía 27 navíos, y no tuvieron en cuenta esos tres navíos que se separaron mucho antes de la batalla, llevando a los mismos autores a afirmar, quizás con excesiva facilidad, que los británicos lucharon contra el doble de efectivos enemigos, cuando no fue así ni de lejos.
El chiste de Calder y Jervis
Hay una supuesta anécdota de Jervis sobre el momento en el cual le informan al Almirante inglés sobre el número de buques españoles poco antes de la batalla.
Más que una anécdota es un típico chiste o bravuconada inglesa que de tanto repetirlo (como el episodio del Superb pasando entre el Real Carlos y el Hermenegildo en 1801) se ha tomado como veraz, cuando no es más que eso, un chiste o si se quiere una apología del heroísmo británico.
Jervis sabía desde el día 11 de febrero el número exacto de navíos españoles, al igual que conocía de su desordenada formación, con lo cual no se sorprendería al ver 24 navíos españoles.
El propio cuento también comete el anterior error de adjudicar 27 navíos a los españoles, lo cual demuestra que fue inventado mucho después de la batalla.
Cuando la flota Británica se acercaba a la española, se oyó al capitán Calder decir: “Veo ocho navíos de línea señor John”, “Muy bien señor”, fue la contestación del Almirante Jervis. Al poco “Veo veinte navíos de línea señor John”, “Ahora son veinticinco” y finalmente “¡Hay veinte siete navíos de línea señor John, casi el doble que nosotros!”. Entonces el señor John dijo: “¡Basta señor!, ¡Aunque hubiera cincuenta velas, pasaré a través de ellos!”. *
* El original dice así: As the Spanish fleet closed on the British, Captain Calder was heard to say “There are eight sail of the line Sir John», «Very well sir», came the reply. Then “There are twenty sail of the line Sir John», “There are twenty five» and finally “There are twenty seven sail of the line Sir John, very near double our own!» at which Sir John said ‘Enough of that Sir! If there are fifty sail, I will go through them”.
También he leído en otras fuentes británicas el mismo texto pero añadiendo al final: “England badly needs a victory at present”. (“Inglaterra necesita en estos momentos una gran victoria” ), lo que le da más énfasis y un toque más romántico, en la línea de la famosa frase de Nelson en Trafalgar, la de «Inglaterra espera…». Lo que convierte el chiste en algo más trascendente.
Por parte española también hay leyenda.
En líneas generales se decía que el navío de Cayetano Valdés, el Infante don Pelayo, al llegar a la posición del Trinidad, se percató que tenía la bandera arriada en señal de rendición, por lo que instó al General Córdova a izarla de nuevo bajo amenaza de ser atacado por parte del Pelayo.
La valiente actuación de Valdés no necesitaba de este número teatral, muy romántico y literario pero improbable. Es cierto que el Pelayo salvó al Trinidad, interponiéndose entre este y los navíos británicos que le hostigaban, haciendo tiempo para que se fueran incorporando otros navíos españoles de la retaguardia y haciendo retirarse a Jervis.
Pero el informe de Córdoba de la batalla no menciona el controvertido episodio de la bandera, y de haber sido verdad Valdés se hubiera visto seguramente en un Consejo de Guerra por amenazar a su general.
El Trinidad se había rendido tras una defensa desesperada tras horas de combate intenso, con cientos de bajas y daños materiales, con lo cual su rendición estaba más que justificada.
Que un navío, todavía sin haber disparado un tiro, llegara amenazando a otro navío en tan pésimas condiciones, tomándose la “justicia por su mano”, no hubiera sido bien visto ni por un Consejo de Guerra, ni por los oficiales y tripulaciones del resto de la escuadra española, y ni siquiera por las propias del Pelayo, por mucho que la idea romántica de no rendirse nunca nos atraiga.
En otros escritos se dice que Cayetano instó a sus hombres con un: “Salvemos al Trinidad o perezcamos todos”, frase que por el valiente comportamiento de Valdés bien pudo ser verdad. Al menos es más lógica que la anterior.
Lo más probable por tanto, es que Córdova, al ver aparecer los refuerzos optara por aguantar un poco más y salvar así su buque, y su honra.
Curiosidades sobre la batalla
El otro Consejo de Guerra del Teniente General Francisco Javier Morales de los Ríos
(Información de Santiago Gómez).
El consejo de guerra tras la batalla de San Vicente fue el segundo al que se tuvo que enfrentar a lo largo de su carrera el Conde Morales de los Ríos. El primero de ellos ocurrió cuando sólo era un teniente de navío.
Los hechos ocurrieron como sigue. Tras zarpar de Lima la fragata Hermione cargada de mercancías, pasajeros y caudales rumbo a España, al mando del teniente de navío D. Juan de Zabaleta, y sin tener noticias de la entrada en guerra con Inglaterra, se encontraba el 31 de mayo de 1762 cerca del cabo de San Vicente cuando las fragatas inglesas Active y Favorite salieron a su encuentro y la invitaron a que se rindiera.
El desconcierto entre la oficialidad de la fragata española fue grande, no sabiendo qué hacer y demorando en exceso la orden de zafarrancho de combate.
A las diez de la mañana sólo se había tomado la decisión de dejar libres algunos camarotes de oficiales y pasajeros para dejar sitio a la tropa, mientras faltaban tacos y mechas y el camino de la santabárbara a la batería estaba taponado por la carga.
A la una de la tarde las dos fragatas viraron sobre sí mismas y se volvían hacia la española. El teniente de navío D. Francisco Javier Morales de los Ríos, encargado de la artillería, advirtió al comandante a las tres de la tarde que había que ordenar zafarrancho de combate, siendo la respuesta de Zabaleta bastante rocambolesca, al decir que era conveniente hacerlo después de cenar cuando ya se hubieran retirado los pertrechos y fardos de los pasajeros.
A las cinco de la tarde insistió el teniente Morales, que no comprendía a qué se estaba esperando, a lo que el comandante de la fragata manifestó de nuevo que se haría después de cenar.
Cuando se dispuso por fin a entrar en combate, una de las fragatas enemigas se colocó por la aleta de sotavento, con lo que la batería española se quedó sin blanco al que disparar.
La fragata española sólo pudo hacer dos descargas completas, mientras el teniente Zabaleta ordenaba hacer vela para alejarse.
El entendimiento entre los oficiales fue nulo. En un momento determinado la bandera fue arriada, mientras Morales tenía orden de hacer fuego. Al poco oyó la orden de no hacerlo y, ante su incredulidad, se dirigió al alcázar para conocer cuales eran las órdenes reales del capitán.
Le manifestó que los ingleses le habían dicho que sus disparos eran por haberlos confundido con una fragata francesa. Los ingleses arriaron sus botes y se dirigieron a la fragata. El teniente Zabaleta rindió la fragata sin el acuerdo del resto de los oficiales.
Los ingleses no podían imaginar lo que se iban a encontrar en la fragata. El valor del oro y la plata era de dos millones seiscientos mil pesos y el de la mercancía era de cinco millones de pesos. En libras, el botín conseguido fue de 519.705. La fragata Active era de 28 cañones y estaba al mando del capitán Herbert Sawyer, mientras la Favorite era un bergantín de 18 cañones al mando de Philemon Pownoll.
El teniente Zabaleta fue juzgado y condenado a muerte en Consejo de Guerra a bordo del navío Guerrero en el puerto de Cádiz, aunque luego se le indultó, se le expulsó de la Armada y acabó en presidio por diez años.
Sus paisanos vizcaínos solicitaron su perdón a Carlos III y ofrecieron costear la construcción de una fragata igual a la perdida, pero el rey no aceptó. El teniente de navío Morales de los Ríos fue suspendido por dos años, durante los cuales sirvió como aventurero en los jabeques de S.M. y el alférez de navío D. Lucas Gálves fue suspendido por un año.
Morales, cuanto tuvo cumplida su condena se reincorporó, volviendo a embarcar y sirviendo muy airosamente y cumpliendo con toda normalidad, todas las comisiones y servicios que se le encomendaron.
Siendo ascendido el día 1 de marzo del año de 1791, a teniente general. El día veinticuatro de septiembre del año de 1792, se formó una expedición de castigo sobre la plaza de Tánger, con una división a su mando compuesta de las fragatas Catalina, donde enarbolaba su insignia y la Dorotea, la balandra Primera Resolución, los jabeques Gamo y San Blas, seis lanchas cañoneras y otras tantas bombardera, llegaron a la plaza y comenzó el bombardeo, lanzando sobre ella ciento cincuenta y seis bombas de catorce pulgadas y doscientas setenta y nueve balas rasas, sufriendo por su parte algunas bajas y averías, por la efecto de la artillería de la defensa.
El día veintitrés de noviembre de este mismo año, el Rey, por los excelentes servicios prestados, sobre todo por la actuación de las cañoneras desde el apostadero de Algeciras, le concedió el título de conde de Morales de los Ríos. Y todo por lanzar 435 balas en una misión sin excesivo riesgo.
Así funcionaban las cosas.
El Regimiento nº 69 de infantería de línea del Ejército británico (Royal Regiment of Wales)
Muchas veces creemos que la utilización de unidades de tierra a bordo de los buques era algo excepcional, circunscrito sólo a algunas marinas en particular, o por circunstancias de urgencia o escasez de efectivos de la infantería de marina en periodos puntuales.
Pero era algo relativamente normal y no sólo en la Armada española de la época. La gran cantidad de buques movilizados que había que guarnecer, la vigilancia de arsenales, almacenes, prisiones o pontones pertenecientes a las marinas, necesitaban la utilización de muchos hombres que la propia infantería de marina no podía suministrar, así que se recurrió al Ejército, que básicamente era lo mismo que los infantes de marina, salvo por el obvio cambio de escena en el que se tenían que desenvolver.
Gran Bretaña utilizó muchos regimientos de su Ejército muchas veces y de manera continua. Al igual que en España el origen de su infantería de marina provenía de unidades terrestres que posteriormente fueron reconvertidas en navales. En concreto la infantería de marina británica, los llamados Marines, luego llamados Royal Marines en 1802, surgieron en 1664 de los regimientos de infantería nº 49 y 50
En el caso que nos ocupa cobró cierta notoriedad el regimiento número 69 de línea por participar de forma principal en el abordaje de los navíos San Nicolás y San José desde el Captain.
Este Regimiento, proveniente del país de Gales, era todo un veterano en enfrentamientos a bordo de buques y ya había participado anteriormente en otras guerras como complemento a la infantería de marina. En concreto estuvo en el combate de Los Santos del 12 de abril 1782, también en la batalla conocida por los británicos como “glorioso primero del junio”, de 1794 y en San Vicente.
Es decir, la utilización de unidades de tierra a bordo de los buques de la Royal Navy nunca fue de manera excepcional y realizaron un gran servicio al igual que el Ejército español con la Armada.
La otra batalla de San Vicente
El Cabo de San Vicente, al sur de Portugal, es una zona especialmente estratégica, ya que se encuentra entre el Mediterráneo y el Atlántico. Zona de paso de numerosos buques mercantes y de guerra, y por tanto zona de múltiples enfrentamientos a lo largo de la historia.
Hubo durante el siglo XVIII una batalla, en el mismo lugar, que ha pasado casi desapercibida ya no sólo para los historiadores británicos, sino entre los propios españoles. Seguramente debido a la poca cantidad de buques implicados y porque tácticamente no había nada en juego.
Pero fue un rapapolvo que se llevaron los ingleses y que como en tantas otras ocasiones ha pasado al completo olvido. Al menos sirvan estas pocas líneas para recordar a más de uno que nuestros marinos también supieron combatir como el que más, y sin complejos, cuando tuvieron la ocasión.
Se trata de la batalla, o mejor dicho, del combate que ocurrió el 21 de diciembre de 1719, cuando una división de tres navíos españoles, (Guadalupe, Tolosa y Hermione) todos de 60 cañones, al mando de D. Rodrigo de Torres y Morales y que habían salido de Santander con dirección a Cádiz, capturando en su transcurso una fragata y una balandra británicas, cuando fueron atacados por el cabo de San Vicente por tres navíos británicos, al mando del Comodoro Cavendish, y de igual porte que los españoles, que intentaban represar los buques británicos y que al cabo de cinco horas de combate acabaron por retirarse con bastantes daños a Gibraltar, con 150 bajas entre muertos y heridos, mientras que los españoles sólo tuvieron 20 muertos y 27 heridos, que entraron triunfantes en Cádiz el 2 de enero de 1720, con las presas.
Aconsejamos leer el artículo sobre el granadero Martín Álvarez, que publicamos en su día, en el cual conoceremos al célebre granadero de la infantería de marina española de finales del XVIII que se hizo héroe en la Batalla de San Vicente contra los británicos, y que debido a su hoja de servicios en 1848 se dispuso que siempre hubiera un barco en la Armada con su nombre.