Por Juan García (Todo a Babor)
Este especial se compone de los siguientes artículos:
Antecedentes | Composición escuadra española | Orden de combate británico | La batalla | El Consejo de guerra | Daños y bajas | Curiosidades | Parte del combate
Índice
Acusaciones
En Cádiz se recibió con pesadumbre a la escuadra española, y sobre todo dudas, ya que llegaba con algunos buques en muy mal estado, y otros sin ningún daño.
En la ciudad portuguesa de Lagos fueron desembarcados unos 3.000 hombres, pertenecientes a las dotaciones de los cuatro buques apresados. Estos fueron devueltos a España al poco tiempo, excepto los heridos más graves que tuvieron que quedarse hasta poder moverse.
Estos heridos fueron muy bien atendidos por los médicos de la escuadra de Jervis, que incluso se quejaron de los españoles por la falta de medios a bordo de sus buques para socorrer a los heridos. A pesar de que los oficiales británicos se cuidaron de que se tratase bien a los españoles hubo casos de saqueo de las pertenencias de estos, sobre todo de los oficiales, como así lo hicieron constar algunos oficiales españoles.
Pero ya decimos que en general el trato fue inmejorable, ya que entre la oficialidad británica y española había un respeto mutuo desde hacía mucho tiempo.
El Almirante Jervis fue nombrado Baron de Meaford y Conde de St Vincent, con una pensión de 3.000 Libras anuales (cerca de 200 veces el salario anual de un marinero). Otros oficiales recibieron títulos o ascensos. El Comodoro Horace Nelson fue nombrado Sir, siendo rápidamente promovido a Contralmirante al poco tiempo.
Gracias a esto pudo mandar al año siguiente su propia escuadra de combate, enfrentándose con rotundo éxito a otra francesa en Aboukir, dejando así aislado al Ejército de Napoleón en Egipto.
Todo lo contrario pasó con los principales responsables de la escuadra española. No tuvo que pasar mucho tiempo para que se empezaran a pedir responsabilidades por lo ocurrido. Las altas esferas de la Armada y el Gobierno no hicieron una autocrítica de su responsabilidad en lo ocurrido y directamente se pasó a depurar responsabilidades dentro de la escuadra.
El 21 de marzo de 1797 el Rey, a través de su capitán general de la Armada, don Juan de Lángara ordena que se investigue lo ocurrido:
… y considerando asimismo que por ser tantos y tan importantes los objetos de dicho examen, así en las declaraciones que deben tomarse como en el reconocimiento y cotejo de diarios, relaciones que de oficio se hayan formado y demás diligencias conducentes a la más escrupulosa averiguación de los hechos…/…ha resuelto S.M. que se asocie con el Brigadier D. Juan José García y el Capitán de Navío D. Cosme Churruca para que con igual responsabilidad por parte de cada uno de ellos, procedan unidamente a la formación del proceso, acordando los puntos sustanciales, a fin de que puedan todos tres tomar declaraciones a un tiempo y deducir juntos las diligencias e interrogatorios que convengan para hacer los cargos que resulten.
Vemos que uno de los fiscales nombrados es el Brigadier Juan José García, el anterior Mayor General de la escuadra de Lángara y que dimitió nada más ser nombrado Córdova general de la escuadra en Cartagena.
No se entiende que eligieran a una persona, que dicho vulgarmente, escurrió el bulto antes de zarpar la escuadra y que ahora se veía formulando cargos de acusación contra unos hombres que estuvieron en una batalla que él se libró por haber dimitido en un momento crítico.
Puntos a investigar en el Consejo de guerra
Los principales puntos a investigar, según dicho escrito eran los siguientes:
- Saber por qué no hizo la escuadra derrota a Cádiz luego que desembocó en el Estrecho, o si la hizo, cual fue y con que aparejo y demás circunstancias marineras.
- Por qué, si cuando avistó al enemigo estaba en desorden, no tomó la mura que le diese más tiempo para formarse en línea de batalla, fuese a un largo sobre las diez cuartas, o de bolina.
- Si el aparejo fue o no proporcionado a la unión y formación de todos, y qué causas hubo para la gran dispersión en que amanecieron dicho día 14.
- Que señales se hicieron por el comandante en Jefe y demás Generales y si fueron repetidas por todos los buques.
- Que uso se hizo de las fragatas para la comunicación de ellas y de las órdenes y para los demás objetos prevenidos en las Ordenanzas cual es el de haber pasado a ellas los Generales para dirigir los movimientos de la Escuadra y corregir o evitar las malas maniobras de algunos navíos.
- Si hubo buques que no obedecieron las señales, cuales poniendo la de inteligencia y cuales no.
- En que circunstancias cesó el combate.
- Quienes fueron los que se retiraron de el, si los enemigos o los nuestros.
- Por que, si fueron aquellos, no se les persiguió a fin, cuando menos, de recuperar unos buques que, por desarbolados o desmantelados, no podrían conservarlos o por qué si se presentaron inconvenientes para batirlos de noche, no se les siguió de cerca hasta el día, y por qué a lo menos no procuraron cha y noche evitar que atracasen a la costa y se abrigasen de ella.
- Qué razón hubo para dudar y preguntar a la Escuadra si se podía volver al combate el día 15 cuando subsistía la misma o mayor diferencia de fuerzas. confirmada con la retirada de los enemigos, y en qué fundó cada uno su respuesta.
- Respecto a qué nuestra Escuadra perdió de vista ala enemiga que luego se descubrió en Lagos, en cuyo peligroso fondeadero no podía subsistir, por qué no se mantuvo cruzando para ponerla en el empeño, o de perderse, o de admitir la continuación del combate.
- Por que en el momento en que se avistaron los enemigos, o empezó el combate no se dio aviso con algún buque menor al Departamento para las Providencias oportunas de su Comandante General, y para noticia de S.M. que estuvo largo tiempo con el mayor cuidado por no saberse de la escuadra en todos los días sucesivos hasta el casual desembarco del Ayudante que vino en el navío Trinidad, cuyo parte sola produjo dudas y cuidados.
- Y finalmente, cual fue el desempeño en cada uno de los buques de la escuadra, tanto durante la acción como antes y después de ella, examinando igualmente que los navíos lo que hicieron las fragatas.
El número de puntos a investigar es amplio y saca a relucir todas las partes incomprensibles de la batalla. Empezando por la no entrada de la escuadra a Cádiz cuando sí lo hicieron los mercantes, la mala disposición de la escuadra al ser atacados, la maniobra inicial al empezar la batalla, el mal uso de las fragatas que se dio aun contando con un número elevado de estas unidades, la no obediencia por parte de algunos navíos a las órdenes del general, el porqué se preguntó tanto si se reanudaba la batalla tras finalizar esta, la falta de noticias de lo acontecido hasta bastantes días después y por último saber todos los movimientos de cada uno de los buques de la escuadra.

Para preparar el Consejo de guerra y hacer acopio del gran material que se esperaba para investigar se formó rápidamente el Tribunal.
Este estaba presidido por el Capitán General Bailío Frey don Antonio Valdés. Siendo vocales los tenientes generales Marqués de Arellano, Joaquín Cañaveral y Basco Morales. Los jefes de escuadra don Pedro Autrán, Gabriel Guerra, Francisco Javier Rovira, Antonio Chacón, José Bermúdez de Castro, Francisco Millán y José de Adorno. El brigadier don Andrés Valderrama. Los capitanes de navío don Miguel Orozco y don Alonso de Torres Guerra. Y Fiscal el Jefe de escuadra y Mayor general Manuel Núñez Gaona.
Arresto de los acusados
El 6 de diciembre se procedió a arrestar a los encausados.
Los tenientes generales José de Córdova (General jefe de la escuadra) y el Conde Morales de los Ríos (segundo general jefe de la escuadra), y los capitanes de navío Gonzalo Vallejo (Comandante del Atlante), Juan de Aguirre (Comandante del Glorioso), Antonio Boneo (Comandante del San Juan Nepomuceno), Rafael Maestre (Comandante del San Ildefonso), Bruno Ayala (Comandante del Firme), José Butler (Comandante del Conquistador), Salvador de Medina (Comandante del San Antonio), Juan Suárez (Comandante del Oriente), Agustín Villavicencio (Comandante del San Genaro), José Ussel (Comandante del San Francisco de Paula) y José de Torres Campo (Comandante del San Fermín).
En total los dos generales jefes de la escuadra y once comandantes de navío. De momento, todos los oficiales de la escuadra, aún los no encausados, quedaron sin destino hasta averiguar si había más oficiales imputados. Pocas veces se había visto algo parecido en la Real Armada.
Los encausados debieron buscar defensores. Córdova quería para su defensa a su mayor general en la batalla, don Ciriaco Ceballos, pero este era testigo en la causa…¡en contra de Córdova!, ya que había manifestado “no haber sido conforme a sus principios y representaciones la conducta marinera del Teniente general D. José de Córdova”.
Esto choca con la declaración del parte de Córdova donde este justifica la maniobra de pasar a sotavento de su escuadra:
Tanto á mí como á mi Mayor general, el capitán de fragata D. Ciriaco de Ceballos, pareció oportuna esta maniobra.
¿Le parecería mal alguna otra maniobra a este mayor general o estaba intentando eludir responsabilidades con el tan socorrido «No, si ya lo había dicho yo…» ?
Aun así, el general Córdova le quería como defensor. Pero el Tribunal le dictaminó que se buscase a otro. Siendo definitivamente el defensor al capitán de navío Juan Ruíz de Apodaca.
Inicio del Juicio de guerra
Tras un largo tiempo preparando el juicio el consejo de guerra se inicia en la isla del León el 20 de mayo de 1799. Durante ese tiempo los oficiales encausados habían estado arrestados en diferentes instalaciones de la Armada, suspendidos de sueldo.
Lo que motivó la queja de estos por tener la mayoría familias que mantener. Por lo que se les dio una ayuda. Gracias al dinero ahorrado en los sueldos de los encausados durante tantos meses se pudo pagar las indemnizaciones a los familiares de los caídos en la batalla.
En el consejo de guerra también hubo tiempo de investigar las conductas de algunos tripulantes como el conocido caso del infante de los batallones de marina Martín Alvarez, que derivó en una recompensa por sus valerosos actos durante el combate.
También se recompensó las actuaciones del general Moreno, Antonio de Escaño, Cayetano Valdés e Hidalgo de Cisneros, así como todos los oficiales y tripulantes de los navíos San Isidro, San José, Trinidad, Salvador del Mundo, San Nicolás, Soberano y Mexicano.
Aunque se hizo una importante puntualización con el San José, por el lamentable episodio de su abordaje, que comentamos anteriormente con algunos oficiales implicados. De este navío se dijo en el juicio:
El Jefe de escuadra D. Francisco Xavier de Winthuyssen murió en el combate y es digna su Familia a las piedades de S.M., como también la del Alférez de navío D. Miguel Doblas y del Piloto D. Santiago Campomán, muertos en la acción. El resto de la oficialidad se portó bien, menos los que resulten culpados… y los que llenaron sus deberes son dignos de premio, que podían obtener a la conclusión del expediente sin que se les origine perjuicio de la mala conducta de los otros, en su antigüedad y sueldos…
También hubo recompensas a la tripulación del Salvador del Mundo, aunque también hubo casos particulares de oficiales que no cumplieron con su deber:
…y los oficiales que no estén implicados en el expediente separado las merecen igualmente [las recompensas] y ser premiados como los que se justifiquen…
En el caso del Santísima Trinidad se dijo:
El navío Trinidad se halla en el mismo caso del Salvador, por haber expediente separado sobre la conducta de algunos oficiales: Siendo como su comandante D. Rafael Orozco, digno de las piedades de S.M. y de ser premiados los que no salgan inculpados, sin perjuicio de antigüedad ni haberes, con consideración a ser el Buque que sostuvo más fuego…
Todo esto venía a decir que sólo por el hecho de haber estado a bordo de los navíos más implicados en la batalla no eximía de responsabilidades a algunos oficiales que no tuvieron un comportamiento como se esperaba de un militar y lo cual nos lleva de nuevo a comprobar lo penoso del estado de las tripulaciones y oficialidad que había a bordo de los buques de S.M.
La Sentencia
El 10 de septiembre de 1799, dos años y medio después de la batalla, se notificaba la sentencia.
Al principal responsable de la escuadra, don José de Córdova se le condena duramente:
Que el Teniente General de la Real Armada don Josef de Córdova, Comandante General de la Escuadra, como convencido que esta de no haber sabido desempeñar su Real confianza en el mando de aquellas fuerzas Navales, por su insuficiencia y desacierto en las maniobras, y disposiciones del ataque, de que resultó principalmente su desgraciado éxito, quede desde luego privado de su empleo, sin que pueda obtener en tiempo alguno otro mando militar; prohibiéndosele asimismo que resida ni se presente en la Corte, ni en las Capitales de los Departamentos de Marina.
Es decir, a Córdova se le culpaba de no haber podido, o sabido, hacer que su escuadra estuviera bien formada durante la espera de los vientos para entrar en Cádiz, a la hora de recibir a los británicos y posteriormente a la batalla.
Al Conde Morales de los Ríos se le condenaba a la misma pena, pero a ojos de la opinión pública era más grave su conducta, ya que al menos Córdova combatió hasta casi su aniquilamiento, mientras que Morales parecía más preocupado en salvar su persona. Y eso en un país como España no se perdonaba tan fácilmente:
Que el Segundo Jefe de la misma Escuadra Conde Morales de los Ríos, Teniente General de la Real Armada, por falta del cumplimiento de sus obligaciones en aquella crítica situación; por su inactividad, y por que no hizo lo que debió hacer para dirigir el cuerpo de vanguardia, que mandaba, al socorro de los Navíos atacados y doblados por los enemigos a retaguardia; quede también privado de su empleo, sin que resida ni se presente en la Corte, ni en las Capitales de los Departamentos de Marina.
Los once comandantes de navío encausados recibieron también sus penas, aunque no todos por igual.
Que los Capitanes de Navío don Gonzalo Vallejo, don Juan de Aguirre y don Josef de Torres, que lo eran de los nombrados «Atlante», «Glorioso» y «San Fermín», por su convencida desobediencia a las señales, por su falta de pundonor y espíritu marcial, su ineptitud, abandono, y mala disposición para sostener la gloria de las Reales Armas, sean privados de su empleo; y lo mismo el oficial de igual clase don Agustín Villavicencio, Comandante del «San Genaro», agregándose a este, que no pueda tener otro mando militar.
Como vimos en la batalla, el comandante del Atlante se había dispuesto incluso a virar a ayudar a la retaguardia, pero luego cambió de opinión. Eso fue determinante para su condena.
Hasta aquí la sentencia condenaba a dos generales y cuatro comandantes de buque a ser privados de empleo de manera definitiva, y sin posibilidad de poder recurrir y de aparecer por la Corte o cualquier instalación de la Armada para reclamar.
Los demás comandantes de navío también fueron suspendidos, pero con posibilidad de volver a la Armada con sus empleos transcurrida la pena impuesta.
Que el Capitán de Navío don José Usel y Guimbarda Comandante del nombrado «San Francisco de Paula», quede suspenso de su empleo seis años.
El de igual clase don Rafael Maestre Comandante del Navío «San Ildefonso», suspenso de su empleo por tres años.
El de la misma clase don Antonio Boneo, Comandante del «San Juan Nepomuceno», suspenso de su empleo por dos años, y cumplidos pueda obtener los destinos de su carrera.
El de igual clase don José Butler Comandante del «Conquistador» suspenso de su empleo por dos años y cumplidos quede habilitado para mando.
El de la misma clase don Salvador de Medina Comandante del «San Antonio» suspenso de su empleo por un año.
Y los de igual clase don Bruno de Ayala y don Juan Suarez Comandantes de los Navíos «Firme» y «Oriente» sean puestos desde luego en libertad dándoseles por libres de todo cargo y quedando recomendado el último en la piadosa consideración de S.M. conforme a la sentencia del Consejo.
Los comandantes del San Fermín y el San Francisco de Paula fueron condenados por no unirse al Príncipe de Asturias y Conde de Regla de la división de Moreno, alargando más de lo necesario las bordadas y alejándose del combate.
El del San Antonio obró de la misma forma, pero al ser el buque más sotaventeado, y por tanto de más difícil maniobra, el castigo fue menor. Los demás navíos eran los que navegaban con Morales e hicieron caso omiso de las señales de socorro de Córdova.
El comandante del Firme, Bruno Ayala, se libró porque su navío estaba falto del mastelero de velacho desde antes del combate producto del temporal, por lo que pudo justificar con ello su falta de maniobra para combatir. El comandante del Oriente, Juan Suarez de la división de Moreno también se libró de pena por hallarse a sotavento y muy cerca de los británicos, lo que le obligó a escapar corriendo la línea enemiga.
También hubo penas para los segundos comandantes de los buques implicados por no haber recordado a sus superiores las obligaciones de estos, bien porque no se atrevían, no sabían que tenían que hacerlo o porque estaban de acuerdo con estos:
Que los Capitanes de Fragata don Antonio Alos, don Juan González de Rivera, don Bruno Palacios (graduados de Capitán de Navío), don Fernando Quintana don Gabriel Mella, don Dionisio Candano, don Manuel Flores (graduados), don José Zuloeta, don Vicente Perler y don José Meléndez, segundos comandantes de los Navíos «San Juan Nepomuceno», «Atlante», «Glorioso», «Genaro», «Conquistador’, «Firme», «Oriente», «San Francisco de Paula», «San Fermín» y «San Antonio» sean públicamente reprehendidos por los Jefes a cuyas ordenes se hallaren actualmente, por no haber representado y reconvenido a sus Comandantes según el sentido de las Ordenanzas Generales de la Armada, para que cumpliesen con su deber en circunstancias tan importantes, maniobrando con toda la diligencia para acudir al empeño y sostener en el a los Navíos batidos ventajosamente por los enemigos.
Otros oficiales de dichos navíos también fueron castigados:
Finalmente, que sean así mismo reprehendidos por el Mayor General del Departamento o Escuadra en que estuvieren, por no haber satisfecho sus respectivas obligaciones, el Alférez de Navío del «San Juan Nepomuceno» don Juan Urrecha, el de Fragata don Ángel Cubillo del «San Genaro» los Tenientes de Navío don Antonio de Torres y don Benito Burgues del «San Antonio», el Teniente de Fragata don Juan Barona y el Alférez de esta clase don Luis Kestor del «Glorioso».
A los oficiales suspendidos se les ordenó entregar inmediatamente sus despachos o títulos de marina, cumpliendo el punto de la sentencia:
… borrándose de ellos privándoles del fuero y de todo distintivo militar a los que por esta sentencia aprobada por S.M. quedan privados de sus empleos debiendo recogérseles asimismo todos los Reales despachos, que hubiesen obtenido por sus grados en la carrera; cuyos castigos y los de todos los demás que quedan expresados quiere S.M. que se hagan públicos en la Armada por medio de la comunicación y lectura de esta Real Orden para noticia de sus Individuos y que les sirva de ejemplo y escarmiento: declarando S.M. al mismo tiempo digna de su Real aprobación la conducta y desempeño de los demás Generales y Comandantes
El escritor Pedro Sánchez Nuñez, en su obra sobre el general utrerano, concluye el episodio de la batalla de esta manera:
Realmente no es fácil comprender – si no hubiera sido pasividad inexcusable como también se dijo, basada en oscuras rencillas personales entre ambos jefes- qué «justificadas» motivaciones se pudieron dar para que unos barcos no acudieran en ayuda de unos compañeros sumidos en una batalla en la que se enfrentaban a fuerzas muy superiores. Y sobre todo en una época en el que el honor y el valor eran el patrimonio más preclaro y casi único del caballero, cuanto más en el caso de quienes, como militares, estaban obligados a dar la vida en un caso similar por precepto reglamentario.
Fernández Duro también es determinante en esto:
En suma, el hecho de buscar razones para no batirse, es un delito abominable a ojos de cualquier militar, gravísimo cuando ve a sus compañeros y a su propio General en el peligro, y mucho más grave aún cuando las órdenes que interpreta y desobedece le mandan expresamente que se bata.
Esta sentencia fue menos dura de lo que los fiscales y el presidente del Tribunal exigían y la opinión pública reclamaba. Aún así se obtuvo unas penas fuera de lo normal en la Real Armada.
Córdova, tras años de reclamaciones y ruegos (aunque lo tenía prohibido) pudo por fin obtener el perdón Real y con ello su empleo de Teniente General. Las presiones de sus influyentes amigos pesaron en esta decisión, firmada por Godoy en 1806, casi diez años después de la batalla, tal y como había ocurrido un poco antes con el conde Morales de los Ríos que también fue perdonado, recuperando su antiguo empleo de general.
A pesar de ello, ninguno de los dos tenientes generales obtendría mando ni cargo alguno en la Armada y pasaron directamente al retiro. Fueron rehabilitados también en 1815 los capitanes Aguirre y Villavicencio, y en 1819 lo fue Torres, ya a punto de morir en su vejez, tras haberse redimido en México al frente de efectivos del Ejército, con los que logró importantes victorias realistas frente a los sublevados.
Los demás capitanes de navío despedidos del servicio nunca volverían a servir en la Armada. La frase de su sentencia «falta de pundonor y espíritu marcial, su ineptitud, abandono, y mala disposición» debió ser una losa tremenda en sus conciencias para siquiera intentar pedir el perdón.
Significado de la batalla de San Vicente
¿Fue la batalla de San Vicente un verdadero desastre?
Desde el punto de vista militar sólo hasta cierto punto. Es verdad que se perdieron cuatro navíos, pero la mayor parte de la escuadra, los 20 restantes, llegaron más o menos bien a Cádiz, que era su objetivo.
Para los británicos esta batalla no representa tampoco un combate decisivo como pudieron ser las posteriores de Aboukir o Trafalgar, en las que sí se perdieron muchos más buques y vidas y sobre todo tácticamente salieron ganando mucho, sino más bien lo vieron en su momento como un golpe de mano o de castigo a sus antiguos aliados.
Pero lo más importante que los británicos habían conseguido tras la batalla no fue hacerse con 4 navíos más para su marina (de los cuales sólo pudieron aprovechar uno), sino fue darle un toque de atención a Francia para que supiera con qué se iban a enfrentar y sobre todo la confirmación de un modelo a seguir en su marina que habría de darles forzosamente mayores resultados en un futuro no muy lejano.
En resumen, el pueblo británico respiró aliviado al ver que podían contar otra vez con una marina potente para defender su integridad territorial y sus intereses por el mundo y por ello se mostraron tan agradecidos con los responsables de la victoria.
Para los españoles la pérdida de cuatro unidades no representaba una merma en su todavía numerosa flota, ya que había buques desarmados de sobra para poder sustituirlos y las bajas humanas, aún siendo algo siempre trágico y doloroso no representaba tampoco un varapalo en la suma total.
San Vicente fue la batalla de la época en la que los británicos capturaron menos buques al enemigo. Repasando todos los problemas que hemos visto, sabiendo lo que costó armar de manera tan precaria la escuadra española, con la gran falta de hombres que había, la mala preparación de las tripulaciones a bordo, sumado a la falta de equipamiento, la ineptitud de muchos generales y comandantes y la desastrosa formación de combate es curioso que los británicos, pletóricos en mando y adiestramiento, «sólo» pudieron hacerse con 4 navíos tras 6 horas de combate.
Entonces, ¿porqué se presentó esta derrota como algo mayor?, ¿porqué dolió tanto?
Pues porque se había visto en esta batalla la enorme diferencia de potencial entre la Armada y la marina británica, además del lamentable estado de nuestras dotaciones y la escasa combatividad y recelos entre los oficiales que hacían de la otrora poderosa marina española, nada más que un títere en manos de los intereses franceses.
Fue un terrible despertar a la dura realidad. Cundió el desánimo general al ver que en la guerra que habían empezado no se podía contar con una escuadra de combate en condiciones.
Y sobre todo, y más importante, se vio la clase de patéticos gobernantes que había en el país, desde un Rey que delegaba sus responsabilidades por disfrutar de la caza, pasando por un nefasto ministro Godoy con «pase pernocta» en la alcoba de la Reina, hasta la cohorte de ministros, secretarios, generales, almirantes, duques o cualquier otro incompetente de turno que estaban más preocupados en sus intereses personales que en el de dirigir el país y que no dejaban hacer nada a los que sí se preocupaban.
David Solar resume así la situación:
El resultado del combate demostró los defectos de la anterior Ordenanza de 1793, no señalando claramente las normas para el combate a los generales y capitanes, ya que, si bien unos actuaron con decisión e iniciativa impulsados por su honor militar, otros no lo hicieron así, escudándose en la falta de órdenes concretas y señales adecuadas.
También desde que entró vencida la escuadra de Córdova en Cádiz, y salvando alguna que otra corta salida, la escuadra española quedó bloqueada por la británica durante año y medio, agudizando mucho más si cabe los problemas de las dotaciones inexpertas y de los buques inoperativos, a pesar de los esfuerzos de Mazarredo y demás hombres encargados de superar las dificultades de la Armada.
A todo esto se sumó la pérdida por esas mismas fechas de la isla de Trinidad y con ella la pequeña escuadra de Ruíz de Apodaca sin disparar un sólo tiro, quemada por sus propias tripulaciones para evitar que los británicos se hicieran con ella, aumentando la sensación de desastre.
Sólo la heroica defensa de Cádiz, ante el asedio de la escuadra bloqueadora del vencedor Jervis, y el descalabro de Nelson en Tenerife reafirmó en algo a los buenos profesionales de la Real Armada y la maltrecha moral nacional.