Por Joan Comas
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Sorpresa en el horizonte
Era 14 mayo de 1829, todo parecía en apariencia calmado y tres naves surcaban el Mar Negro. Dirigiendo la formación estaba la fragata Shtandart (no confundir con el barco homónimo ya tratado en esta web), el bergantín Orfeo y el bergantín Mercurio (Меркурий, en su idioma original).
Sin embargo, como siempre ocurre en el mar, la situación cambió abruptamente y un gran peligro apareció en el horizonte. Se trataba de algo peor que una tormenta o un arrecife no cartografiado: dos navíos de línea otomanos, uno era el Selimiye armado con 110 cañones y el otro el Real-bei con 74 piezas.
En efecto, la política rusa favorable a los independentistas griegos había colmado la paciencia del sultán turco y terminó declarándoles la guerra.
Para el jefe de la formación, el capitán-teniente Pavel Sakhnovsky, estaba claro que intentar combatir sea un suicidio, pues era un enemigo demasiado fuerte. No obstante, los turcos les habían visto y ahora navegaban a toda vela a su caza; debía tomar una decisión.
Dado a que el puerto de Sebastopol estaba relativamente cerca, mandó la señal con banderas: “Que cada buque tome el rumbo que mejor le convenga”, de este modo al navegar en distintas direcciones no sería tan fácil atraparles y tendrían una posibilidad de sobrevivir.
Fuerzas y planes
El plan era bueno, pero para horror de los presentes había un gran inconveniente; el mismo bergantín Mercurio.
Era una nave botada en 1820, de unas 456 toneladas de desplazamiento, 29,46 metros de eslora, 9,60 metros de manga y armado con 20 piezas (18 carronadas de 24 libras y dos cañones largos de 3 libras.
Pese a ser una hermosa embarcación, su escaso calado la convertía en una nave lenta y sus remos adicionales no ayudaron para nada en una jornada, que al igual que en la batalla de Trafalgar, el viento fue muy débil; quedándose atrás de sus compatriotas y cada vez más cerca de sus enemigos.
Comandando el bergantín Mercurio se hallaba el capitán-teniente Aleksander Ivanovich Kazarsky (su rango era el equivalente al actual capitana de corbeta). Un oficial que ya había demostrado su valía en combate y recibido el sable de oro al valor como recompensa.
Los otros oficiales eran: el teniente Fedor Mikhailovich Novosilisky; el teniente Sergei Iosifovich Skaryatin; el guardiamarina Dimitri Petrovich Pritupov y el teniente de infantería de marina Ivan Petrovich Prokofiev.
Les seguían 5 contramaestres, 24 marineros de primera, 12 marineros de segunda, 43 grumetes, 2 tamborileros, 1 flautista, 9 artilleros y 14 otros tripulantes.
Ante este momento tan delicado el capitán-teniente Kazarsky convocó a sus oficiales y a propuesta del teniente Prokofiev se decidió por unanimidad combatir y en caso de derrota, se prendería fuego a la santabárbara y harían explotar el buque. Quedaba claro que si los turcos les querían eliminar no se lo pondrían fácil.
El mismo Kazarsky dejó preparada una pistola con pólvora en la puerta del polvorín, con las órdenes de que en caso de derrota el oficial que todavía estuviese vivo encendiera el fatal explosivo.
Mientras, el resto de la dotación esperaba con temor el momento de entrar en combate, pero la orden de abrir fuego todavía no había sido dada, por lo que tuvieron que esperar una eternidad a sus ojos.
Kazarsky no había ordenado disparar, precisamente para ahorrar munición. Todavía estaban a una distancia que poco daño les hubiera hecho a los navíos turcos; a su entender era preferible no malgastar bala y usarlas cuando pudieran causar mayores daños.
Entre tanto, en uno de los navíos el almirante otomano Kapudan Pasha y el contralmirante que comandaba el otro buque, creían que la captura sería una operación sencilla; sus naves, mucho más grandes y armadas avanzaban velozmente y pronto les darían alcance.
Su estrategia consistió en situar sus buques a cada lado del bergantín ruso, de este modo podrían atacarlo simultáneamente.
Primeros movimientos
Eran alrededor de las dos de la tarde, cuando los navíos otomanos llegaron a estar a distancia de disparo; sin demorarse abrieron fuego. En un instante, los primeros proyectiles cayeron sobre el Mercurio, agujereando sus velas y destrozando sus remos.
En este punto la tripulación empezó a ponerse nerviosa, pero Kazarsky llamó a la calma. Si bien los oficiales eran aristócratas, se habían ganado el respeto de los marineros por su carácter liberal, no daban importancia al origen ni la posición, pero a la vez eran severos; primando la disciplina y el trabajo. Y como se ha visto en otros combates, una tripulación bien entrenada y dirigida es capaz de hacer proezas que parecen imposibles.
¿Pero, porque estaba tan tranquilo? Porque él se había percatado de un gran detalle que los otomanos habían pasado por alto.
Es cierto que los superaban en número de cañones, pero al estar tan cerca solo podrían abrir fuego con las baterías inferiores, ya que con las superiores las balas no solo no harían ningún daño sino que podrían alcanzar al otro buque turco (véase la trágica pérdida del San Hermenegildo y el Real Carlos).
Es más, mientras que los rusos podrían emplear tanto la batería de babor y como la de estribor, los otomanos solo podrían usar la de un costado. Además, las carronadas al tener un menor tamaño no solo eran más fácil de recargar, sino que eran más maniobrables y podían apuntar más arriba.
Basando en estas observaciones, Kazarsky decidió que aprovecharían la versatilidad que proporcionaban sus armas y dispararía a sus mástiles. Creyó que los turcos no se atreverían a sufrir daños en el velamen tan lejos de cualquier puerto amigo y esto les haría ser más precavidos y menos ofensivos.
Sobre el papel, los cálculos parecían correctos y el plan dejaba las fuerzas relativamente equilibradas hasta el punto de que era posible incluso salirse con la suya. Pero, esto era en teoría, ahora faltaba ponerlo a la práctica. ¿Habría acertado con sus predicciones? Solo había una forma de averiguarlo.
Lo único certero era su deseo de resistir, por lo que Kazarsky ordenó clavar el pabellón de combate. Una acción cuyo significado era bien claro tanto para oficiales como tropa: la capitulación esta fuera de lugar.
Empieza el duelo
La distancia ya era muy corta, y el almirante Kapudan Pasha tomó la iniciativa. Viró a estribor con el Selimiye e intentó barrerlos desde su popa con unos disparos longitudinales. Kazarsky se percató de sus intenciones y también viró en la misma dirección y en paralelo abrieron fuego.
Minutos más tarde, el Real-bei se acercó por babor; ahora el bergantín Mercurio se hallaba en medio de los dos buques enemigos. Desde las cubiertas otomanas, sus dotaciones les gritaron en ruso mientras preparaban el equipo de abordaje: “¡Ríndete, arria las velas!”.
Aquello no acobardó a los rusos, quienes dispararon todas sus armas al tiempo que les propinaban un estridente: «¡Hurra!«
Ante el nutrido disparo de los rusos, los turcos desistieron la idea de abordalos y respondieron con sus armas. El Mercurio empezó a sufrir daños; durante la refriega se originaron tres incendios, no obstante la tripulación pudo extinguirlos. Por increíble que parecía, el capitán-teniente había acertado y aunque tenían perdidas, estaban sosteniendo la lucha imposible en un combate muy desigual.
Fue entonces cuando los proyectiles rusos empezaron a causar efecto. El buque insignia Selimiye recibió grandes desperfectos en los aparejos (especialmente en el bauprés) a causa de las balas encadenadas y su velocidad se vio gravemente afectada.
Entonces centraron su atención al Real-bei. Sus gavias y juanete quedaron destrozados y el navío quedo ingobernable, siendo poco a poco movido a la deriva por la corriente. En vista de los daños sufridos, el almirante Kapudan Pasha decidió dejar en paz al Mercurio y atender al maltrecho Real-bei.
Kazarsky puso rumbo a Sebastopol, aunque no llegaron hasta las cinco de la tarde del dia siguiente.
Daños y bajas
Respecto a los otomanos, en los informes oficiala mencionan que no tuvieron ningún tipo de baja; un hecho presumiblemente creíbles, pues los rusos apuntaban a las velas no al casco o al alcázar de las naves donde podrían haber causado mayores daños en la dotación. También, los oficiales turcos mencionaron lo muy impresionados que habían quedado con el valor y la resistencia de los rusos.
El martes, al amanecer, acercándonos al Bósforo, notamos tres buques rusos, una fragata y dos bergantines; los perseguimos, pero solo alcanzamos a un bergantín a las 3 de la tarde. La nave Kapudan-Pasha y la nuestra abrieron fuego pesado. La cosa es inaudita e increíble. No pudimos obligarlo a rendirse: luchó, retirándose y maniobrando con todo el arte de un capitán militar experimentado, hasta el punto de que, avergonzados por tener que decirlo, detuvimos la batalla y él siguió el camino con gloria. Suponemos que este bergantín perdió, sin duda, la mitad de su tripulación y, por supuesto, habría estado aún más dañado si Kapudan-Pasha no hubiera cesado el fuego una hora antes.
Comandante del Real-Bey en su carta enviada desde Biyuliman el 27 de mayo de 1829
En cambio el Mercurio, sus desperfectos quedaron bien detallados. El casco sufrió 22 agujeros de bala, 133 impactos en las velas, 16 en el mástil, 148 daños menores en el aparejo y los botes salvavidas completamente destruidos. Cuatro personas fallecieron y seis resultaron heridas, entre ellos el mismo Kazarsky con una contusión en la cabeza.
Gloria para los luchadores
Al llegar a puerto, recibieron una gran ovación. El periódico “El mensajero de Odessa” decía:
Esta hazaña es tal, que no hay otra como esta en la historia de la navegación. Es tan asombroso que apenas se puede creer. El coraje, la audacia y el sacrificio personal del comandante y la tripulación del Mercurio son más gloriosos que mil victorias ordinarias.
No faltaron escépticos que dudaron de tal proeza, pero fue cierto y sus protagonistas se convirtieron en una de las dotaciones más premiadas de su momento.
Al bergantín se le concedió el privilegio de enarbolar la bandera de San Jorge, la cual consistía en el mismo pabellón naval ruso (una cruz de san Andrés azul sobre fondo blanco) pero con un escudo representando al santo a caballo matando al dragón. Era una concesión rara, pues solo se concedían en buque cuyas tripulaciones habían mostrado un valor excepcional defendiendo el honor de la bandera naval.
El capitán-teniente Kazarsky fue ascendido a capitán de segundo grado, premiado con la IV clase de la orden de San Jorge y nombrado miembro del séquito del Zar; una posición cuyo símbolo era la incorporación del monograma del emperador en las carreteras y los cordones dorados que colgaban del hombro izquierdo.
El teniente Novolosilsky fue ascendido a capitán-teniente y premiado con la IV clase de la orden de san Jorge.
Todos los demás oficiales fueron promocionados al siguiente rango naval, recibieron la IV clase de la orden de san Vladimir. Como símbolo de su éxito y bravura, a todos los escudos de armas de los presentes se les permitió añadir una pistola sobre una media luna en sus respectivos blasones.
La pistola no solo hace referencia a la batalla, sino también el plan de destruir la nave en caso de derrota y la media luna girada hacia abajo, significa la derrota otomana.
Por su lado, a los marineros les concedieron la cruz de san Jorge de IV clase (el equivalente del premio para la clase tropa). También recibieron la correspondiente medalla por su participación en la guerra.