El navío San Leandro salvado por un ingeniero

Por Juan García (Todo a Babor)

A veces vemos, o leemos, alguna noticia en la cual una mujer se pone de parto en mitad de la calle, o en un autobús, y casualmente cerca de allí hay un médico que logra que la situación acabe en final feliz. La entrada de hoy tiene mucho que ver con esto que les digo, pero sin embarazadas de por medio, claro.

En 1809, con el país invadido por las tropas napoleónicas, Cádiz sigue resistiendo un obstinado asedio y a su puerto parten y arriban, de manera regular, embarcaciones españolas y británicas con ayuda, tropas, pertrechos y dinero que traían de América o del Reino Unido.

Varios navíos de línea españoles son usados continuamente para tal fin. Uno de ellos, el San Leandro de 64 cañones, bajo el mando del brigadier Tomás de Ayalde, forma parte de una división formada por el navío San Ramón, también de 64 cañones, y la fragata británica HMS Undaunted. Los tres buques parten de La Habana en el mes de octubre con 8 millones de pesos a bordo.

El 6 de noviembre, cerca de las Bermudas, se enfrentan con un violento temporal que deja al San Leandro con una gran vía de agua. Tan grande que se teme que el navío se termine hundiendo. Para colmo las bombas de achique no dan a basto porque están averiadas. En aquellos tiempos la Armada estaba en una de sus horas más bajas y no había dinero ni para un buen mantenimiento de los buques.

Hasta aquí la suerte del buque estaría echada y su pérdida hubiera sido segura sino llega a ser porque a bordo del navío, y como transporte, figuraba el mismísimo brigadier ingeniero director de la Armada, Honorato de Bouyon.

Es decir, que de todas las personas del mundo que se necesitaban en aquellos angustiosos momentos va y resulta que sí, que se encuentra a bordo justo la más apropiada. ¿Se lo pueden creer? Y no sólo eso, también estaba su hijo Félix, que también era ingeniero.

Todas las manos a las bombas
«Todas las manos a las bombas», la temida orden de un comandante de buque que ponía a la tripulación a achicar agua sin descanso. Pintura de Henry Scott Tuke. Tate

Ambos hombres no se lo piensan dos veces y arremangándose las mangas de sus casacas deciden desmontar las bombas para repararlas. Tras limpiarlas a conciencia las vuelven a montar y… ¡voila! funcionan a la perfección. Los marineros vuelven a achicar y, con mucho esfuerzo y tesón, logran sacar más agua de la que entra. El navío se salva.

Esto sirvió para que el San Leandro entrase de arribada, en conserva de la Undaunted, en Puerto Rico, mientras el San Ramón siguió su navegación hacia España. Los caudales desembarcados del Leandro fueron transportados por la fragata británica y por otra de la misma nacionalidad llamada HMS Ethalion, llegando felizmente a Cádiz el 22 de febrero de 1810.

Así que ya ven, a veces pasan estas cosas en la que los marineros, tan supersticiosos siempre, achacarían a algo divino la presencia de aquel ingeniero a bordo. Yo me inclino a pensar que, al menos por una vez, la suerte favoreció a los desdichados.

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